Read El invierno de Frankie Machine Online

Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

El invierno de Frankie Machine (36 page)

—Esto no tendría que haber pasado —dijo Frank, sorprendido del calor airado que le subía a la cara.

La casa estaba desordenada y estaba todo revuelto, como si hubiesen entrado ladrones.

—Mejor nos largarnos de aquí —dijo Mike.

—Espera un momento —dijo Frank.

Se estiró la manga de la camisa para cubrirse los dedos, levantó el teléfono y marcó el número de emergencias. Les dio la dirección de Herbie y dijo que la persona que vivía allí había sufrido un ataque al corazón.

—¿Qué coño haces, Frank? —preguntó Mike.

—No quería que se descompusiera —dijo Frank al salir—. No se lo merece. Tampoco se merecía esto.

—Oye —dijo Mike mientras se alejaban en el coche—, la mitad de los estafadores de esta ciudad sabían que Herbie era una urraca.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Frank—. ¿Que esto ha sido una coincidencia?

—Pudo haber sido cualquiera.

—No te hagas el inocente.

Frank se fue del Mirage, se subió a su coche y condujo hasta Los Ángeles. Por la mañana llegó a Westlake Village y encontró a Mouse Senior en su cafetería, bebiendo un
espresso
, masticando un
pain au chocolat
y leyendo
Los Ángeles Times
. Se sorprendió al ver a Frank, que pidió un capuchino y una trenza danesa de albaricoque y se sentó a su lado.

—Probablemente sea mejor que no vengas a verme aquí —dijo Mouse—, a mi lugar de trabajo.

—Si quieres ir a otro sitio...

—No, está bien por esta vez —dijo Mouse—. Bien, ¿habéis resuelto el problema con Herbie?

—No —dijo Frank, mirándolo directamente a la cara—, lo resolviste tú.

Estaba allí; no fue más que un parpadeo, pero allí estaba, hasta que Mouse recobró la compostura, puso cara de irritación y dijo:

—¿De qué hablas?

—Tú diste la señal —dijo Frank—. No te bastaba con la mitad. Querías un trozo más grande del pastel, así que diste la señal.

Mouse adoptó el tono de jefe.

—¿De qué señal me hablas, coño?

—De la señal para despachar a Herbie.

Mouse apoyó el periódico sobre la mesa.

—¿Está muerto Herbie?

—Sí.

—¿Y tú cómo...?

—He visto el cadáver.

—Hay un millón de yonquis en Las Vegas —dijo Mouse— y todos sabían que Herbie era una urraca. Cualquiera de ellos...

«Qué interesante —pensó Frank— que usara exactamente la misma expresión que Mike: "que Herbie era una urraca".»

Sacudió la cabeza.

—Tres del veintidós en la nuca. Eran profesionales.

—Herbie tenía un montón de enemigos en su...

—Corta el rollo.

—¿Es que estás borracho? —preguntó Mouse—. ¿Cómo te diriges a tu jefe de esta manera?

Frank se apoyó en la mesa.

—¿Y qué vas a hacer al respecto, Mouse? Dime lo que vas a hacer.

Mouse no dijo nada.

—Así me gusta —dijo Frank.

Cuando se marchaba, el joven camarero se acercó con el café y la trenza danesa.

—¿No quiere usted su...?

—No es nada personal —le dijo Frank—, pero tu café es un asco y tus pastas son una porquería. Servís una mierda barata a unos imbéciles que no conocen nada mejor, pero yo sí que sé.

Se marchó y se sentó a esperar las consecuencias, que no tardaron mucho en llegar. Dos días después, Mike se presentó en el puesto de carnada y le dijo:

—Fue una estupidez lo que hiciste en Westlake.

—¿Has venido a darme mi merecido?

Mike parecía dolido.

—¿Cómo coño me puedes decir algo así? Los liquidaría a ellos, antes que darte el pase a ti. Además, tendríamos que tener algo nuestro, en lugar de estar vinculados con esos picha-frías, que seguro que encuentran la manera de joder este asunto de Binion.

—¿Qué pasó, Mike? —preguntó Frank—. Cuando nos levantamos de la mesa, se suponía que iríamos a hablar con Herbie.

—No lo sé. Yo me fui.

—Mouse tiene que dar cuentas por algo —dijo Frank.

—No te enfades conmigo —dijo Mike—. Una cosa es ir a insultar a un capo en su lugar de trabajo. Eso te lo perdonan porque eres el cabrón de Frankie Machine, pero otra cosa es tratar de achacarle la muerte de Herbie a un capo, coño. Pasa, tío.

—¿Vamos a dejar que se salgan con la suya?

—Oye, Frank —dijo Mike—, que Herbie no era precisamente san Francisco de Asís, ¿eh?, que las ha hecho buenas, créeme. Lo que vamos a hacer es comernos este marrón, sonreír como si aquí no hubiese pasado nada y seguir trabajando.

Y eso fue lo que hicieron.

Como siempre, Mike tenía razón.

«Tienes una ex esposa que mantener —se dijo Frank— y una hija que necesita ortodoncia. Tienes responsabilidades, como cualquier hombre, y no te vas a hacer matar por vengar a Herbie Goldstein.»

Al final resultó que Los Ángeles jamás llegó a controlar Las Vegas, ni siquiera una parte. La colección de joyas de Teddy Binion se dividió y apareció en la calle durante un tiempo, pero los Martini nunca consiguieron tomar las riendas de su casino y llevarlo a la quiebra. Binion se aferró a él hasta que murió de una sobredosis provocada, lo cual perjudicó a su joven esposa y su joven amante.

El único que prosperó con el trato fue Mike Pella, que se dedicó al juego indio y le dio un gran impulso. Era lo que Mike siempre había querido: un chanchullo completo y a largo plazo, en el cual él ganara por delante, en el medio y por detrás.

Habría llegado a ser muy rico si no la hubiese cagado.

«Pero siempre la cagamos —piensa ahora Frank—. Es la marca de fábrica de la mafia de Mickey Mouse: que siempre encontramos una manera de cagarla, por lo general con alguna estupidez. Y seguro que eso fue lo que pasó con Mike, que iba por un camino fácil hasta que perdió los estribos y dio una paliza a un tío en un aparcamiento.»

Antes de que Mike resbalara con la piel del plátano, se estaba forrando con el juego indio y jamás dio a Frank ni un céntimo. Por supuesto, Frank no esperaba y ni siquiera quería una parte. Lo que esperaba era lo que consiguió: que Mike le dijera: «Después de todo, en realidad tú nunca hiciste nada con Herbie, ¿verdad?».

«No, Mike —piensa ahora Frank—. Lo hiciste todo tú.»

El juicio a los Martini por los estatutos RICO ha sido retrasado otra vez, aparentemente porque los federales creen que tienen pruebas nuevas que relacionan a los hermanos Martini con la muerte de Herbie.

«Pero quedan dos mafiosos que podrían relacionar a los Martini con la muerte de Herbie —piensa Frank—. Uno es Mike Pella y el otro soy yo. Mike se ha esfumado y a mí no me han imputado, pero Mike piensa que estoy colaborando con los federales y por eso ha intentado darme el pasaporte. Porque fue Mike quien mató a Herbie. ¿Cómo no me di cuenta? —piensa Frank, mientras se dirige hacia el sur por la 5. Siempre era Mike el que insistía con matar a Herbie. Él sabía lo de las joyas y sabía lo del dinero y pensaba usar lo que le cayera de Goldstein para financiar el comienzo de su propia familia. Cuando fuimos a la casa de Herbie, Mike sabía perfectamente que el gordo ya estaba muerto. Fue puro teatro. Ahora que el FBI ha vuelto sobre el tema, Mike piensa que yo sé la verdad y que lo voy a delatar. Está borrando sus huellas y yo soy una de ellas.»

55

Mike Pella regresa a casa desde el bar, enciende la luz del salón y se encuentra a Frank Machianno sentado en la butaca reclinable La-Z-Boy, con una calibre 22 con silenciador apuntándole al pecho.

—Hola, Mike.

Ni se le pasa por la cabeza salir corriendo —estamos hablando de Frankie Machine—, así que Mike dice:

—¿Quieres una cerveza, Frankie?

—No, gracias.

—¿Te importa si yo me tomo una?

—Si de la nevera sale algo que no sea una budweiser —dice Frank—, te meto dos balas en la cabeza.

—Será una coors, si no te importa —dice Mike mientras se acerca a la nevera—. Baja en calorías. Una persona de mi edad tiene que vigilar los hidratos de carbono. Y tú también, Frankie, que ya no eres un chaval tampoco.

Saca la cerveza, le arranca la tapa con el pulgar y se sienta en el sofá, enfrente de Frank.

—Sin embargo, tienes buen aspecto, Frankie. Debe ser por todo el pescado que comes.

—¿Por qué, Mike?

—¿Por qué qué?

—¿Por qué te chivaste? —pregunta Frank—. Precisamente tú.

Mike sonríe y bebe un trago de cerveza.

—Yo te respetaba —dice Frank— y te admiraba. Tú me enseñaste sobre esto y sobre...

—Las cosas ya no son como antes —dice Mike—. La gente ya no es como antes. Ahora nadie es leal a nadie. Las cosas han dejado de ser así. Tienes razón: ya no soy la persona que era. Tengo sesenta y cinco años, ¡por Dios! Estoy cansado.

Frank lo mira y sí que es diferente.

«Es curioso —piensa Frank—, porque lo veo como era antes, no como ahora. Tiene el pelo canoso y le queda poco. Tiene el cuello delgado y la piel arrugada y las manos que sujetan la lata de cerveza también están arrugadas. Tiene surcos en la cara que antes no tenía. ¿También yo pareceré así de viejo? ¿Me estaré engañando cuando me miro al espejo? Y mira este lugar: una butaca reclinable usada, un sofá de mierda, una mesa de centro barata, un aparato de televisión. Una cafetera Mr Coffee, un microondas, una nevera y nada más. No hay nada hecho con amor o con cuidado, nada que parezca haber sido vivido, no hay fotografías de seres queridos. Un lugar vacío, una vida vacía. ¡Dios!, ¿es esto lo que me espera?»

—No quiero morir en chirona, ¿vale? —le está diciendo Mike—. Quiero sentarme con una cerveza, quedarme dormido en mi propio sillón, mirando un partido de fútbol, con la página desplegable de la chica del mes de julio en las rodillas. Estoy harto de toda esta gilipollez de la mafia, que no es más que eso: una gilipollez. No hay honor, no hay lealtad ni nunca los ha habido. Coño, nos hemos estado engañando a nosotros mismos. Ya tenemos más de sesenta años y lo mejor de nuestra vida ha quedado atrás, conque ya va siendo hora de que crezcamos de una vez, Frankie. Estoy harto de todo y ya no quiero seguir formando parte de esto. Si me vas a disparar ahora, está bien, mátame. Si no, que sea lo que Dios quiera.

—Tú mataste a Herbie —dice Frank.

—Me has pillado —dice Mike.

—Y temías que yo lo supiera y me chivara —dice Frank— y que eso jodiera la inmunidad que te habían prometido y por eso contrataste a alguien para que me matara. ¿Cómo iba yo a hacer algo así, Mike? No soy un chivato. No soy como tú. Así que, si te preocupa que se lo vaya a contar al FBI...

Mike ríe, pero no hay alegría en su risa; no es divertida, sino amarga, airada, cínica.

—Frankie —dice—, ¿para quién trabajo yo ahora?

56

Dave Hansen está sentado frente a su escritorio, mirando por la ventana los edificios del centro de San Diego.

La lluvia apedrea la ventana, como si fuera granizo. De vez en cuando, una ráfaga de viento trae una cortina de agua, que azota el cristal como una bandada de pájaros que baten las alas y levantan vuelo como si algo los hubiese sobresaltado.

Casi todos los días, desde aquella ventana se puede ver el océano y también las ondulaciones de Tijuana, al otro lado de la frontera. Hoy apenas se ve el otro lado de la calle. Todo es niebla y lluvia.

Lágrimas por Frankie Machine.

57

—¿Por qué? —pregunta Frank.

—¿Por qué qué?

—¿Por qué me quieren ver muerto los federales?

La cabeza está a punto de estallarle.

«Lo que Mike me está diciendo es una locura: que el FBI le dijo que mandara a alguien a matarme. No tiene ningún sentido que los federales fueran a ver a Mike y que Mike recurriera a Detroit para que hicieran el trabajo. ¿Qué gana Detroit? ¿Qué le puede ofrecer Mike a Vince Vena?»

—¿Para qué preguntar el porqué? —dice Mike—. No me dijeron el porqué, Frank, solo me dijeron el qué. Tienes razón: me obligaron por lo de Herbie, me dijeron que, si les hacía un favor, me ofrecían inmunidad. El favor eras tú.

—¿Quién?

—¿Quién qué?

—¿Quién se puso en contacto contigo? —pregunta Frank—. ¿Quién lleva esto?

—Me matarían si te lo dijera, Frank —dice Mike.

Frank hace un gesto con el cañón de la pistola, como diciendo «y yo te mataré si no me lo dices», pero Mike sonríe y sacude la cabeza.

—Tú no eres así, Frankie. No lo llevas dentro y ese siempre ha sido tu problema, coño.

Mike se acaba la cerveza y se pone de pie.

—¡Qué situación de mierda!, ¿verdad? No le veo la salida. ¿Estás seguro de que no quieres una cerveza? A mí me vendría de coña otra.

Se dirige a la cocina.

—Oye, Frankie, ¿te acuerdas del verano de 1972?

—Sí.

—Fue un buen verano —dice Mike mientras abre la puerta de la nevera. Sonríe y empieza a cantar.

«Hay gente que nace para hacer ondear la bandera

—oh, son rojas, blancas y azules—

y, cuando la banda toca "Saluda al jefe",

oh, te apuntan con el cañón, Señor...»

Mete la mano en la nevera, se vuelve y apunta a Frank con la calibre 38.

Frank le dispara dos veces al corazón.

58

«Ha sido un suicidio. Como no tenía cojones para apretar el gatillo contra sí mismo, me ha hecho hacerlo a mí —piensa Frank mientras sale de la casa y se mete en el coche—. Mike simplemente no quería vivir más.»

Frank comprende.

«Es lo que ocurre con esta vida que llevamos, que poco a poco te lo va quitando todo y te deja sin nada. Tu casa. Tu trabajo. Tu familia. Tus amigos. Tu fe. Tu confianza. Tu amor. Tu vida. Aunque, a estas alturas, ya ni siquiera quieres seguir viviendo.»

Lo pillan bajando por una curva de la Autopista 78.

59

Jimmy el Niño espera con lo que queda del «equipo de demolición».

Paulie está con pronóstico reservado por su herida en la pierna, pero Carlo... Con Carlo se puede contar, tío. Carlo sabe distinguir entre un daño y una herida y va a estar allí cuando suene el silbato. Además, tiene algo de que vengarse y ya se sabe que el deseo de venganza no para de dar el coñazo.

Fue Jimmy quien se lo figuró: que más tarde o más temprano, Frankie Eme iría a ver a Mike Pella para aclarar la situación. Pella era su compañero, su colega, su
compare
. De modo que sencillamente era cuestión de averiguar dónde guardaba el FBI a Pella, tender una red a su alrededor y esperar.

Había que esperar a que Frankie Eme la cagara y eso fue lo que hizo: se metió justo en el viejo cañón sin salida.

Other books

Shadows In the Jungle by Larry Alexander
Mervidia by J.K. Barber
738 Days: A Novel by Stacey Kade
The New Yorker Stories by Ann Beattie
Chaosmage by Stephen Aryan