El invierno de Frankie Machine (37 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Solo hay cuatro carreteras para salir de Ramona y tres de ellas conducen al mismo cruce, de modo que, cuando Frankie Eme gira hacia el norte en la 78, saben que lo tienen. Es la peor ruta que podría haber cogido, porque baja serpenteando por el borde de un cañón escarpado, con la pared de piedra a un lado de la carretera y el precipicio al otro.

Por consiguiente, cuando Frankie Eme entra en el cañón, le ponen un coche detrás, mientras el coche de Jimmy espera en un desvío al otro lado de la carretera, como tres kilómetros más adelante.

«Como en las viejas películas del Oeste —piensa Jimmy—. Los gilipollas de la caballería se meten a caballo en el cañón donde los apaches los están esperando. Frankie Eme es Custer y yo soy Jerónimo.»

60

No lo vio venir. Es lo que pasa: que el cansancio, el disgusto y el mero rollo de tener que huir hacen que uno se descuide.

Evidentemente, no lo iban a matar en la casa de un testigo protegido, porque eso sería revelar la jugada. No acabarían con él muy cerca, sino que esperarían a que se hubiese alejado unos cuantos kilómetros y después lo harían. Y lo harían parecer un accidente. La cuestión es que no se da cuenta hasta que es demasiado tarde.

El lexus plateado lo va siguiendo a toda prisa y, más adelante, un envoy negro, un utilitario deportivo negro y pesado, se acerca ruidosamente, pasa al lexus y se pone al costado de Frank.

En el envoy va Jimmy el Niño, meneando la cabeza hacia arriba y hacia abajo, como si estuviese escuchando una de esas gilipolleces del
hip-hop
; entonces sonríe a Frank y da un volantazo a la derecha.

El envoy choca contra el coche de Frank y lo envía hacia el borde del precipicio. Frank logra controlarlo, pero Jimmy vuelve a embestirlo.

Las leyes de la física están contra él. El empresario que Frank lleva dentro sabe que los números no mienten nunca: la aritmética es incuestionable. Un vehículo más pesado y a más velocidad siempre va a ganar el combate. Trata de detenerse y suelta el acelerador, para poder meterse detrás del envoy, pero el lexus lo tiene encajonado y lo golpea hacia delante. La única esperanza de Frank es que venga un coche en el otro sentido que obligue al envoy a esquivarlo, pero ni eso serviría de nada, porque el envoy no tendría sitio donde ir y mataría a algún civil.

«Eso es lo único que puedo decir en mi defensa —piensa Frank—: que nunca me cargué a nadie que no estuviera metido en el ajo. Solo a mafiosos.»

Logra mantenerse en la carretera durante la primera parte de la curva amplia, pero —la física es la física y los números no mienten— la segunda mitad es demasiado para el cochecito de alquiler, sobre todo cuando Jimmy el Niño choca contra él, por si acaso.

Frank gira la cabeza y ve a Jimmy diciéndole adiós. Después se despeña.

61

Dicen que revives toda tu vida en un instante. Puede ser. Frank oye una canción: los Surfaris interpretando
Wipeout
.


Ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, a... Wipeout!

Aquella risa sarcástica y enloquecida; después, el famoso solo de batería; después, el
riff
de las guitarras, y otra vez la batería.

Lo escucha del principio al fin.
Wipeout
. Es uno de los nombres que dan los surfistas a una caída espectacular cuando montas una ola. En realidad, tienen como millones de expresiones, como darse un castañazo, un tortazo o un guarrazo,
off the lip
, estar en una lavadora.

A Frank ya le ha ocurrido eso de estar dando vueltas y más vueltas, preguntándote si vas a parar alguna vez, si alguna vez vas a salir a la superficie, si podrás contener la respiración el tiempo suficiente para volver a ver el maravilloso cielo.

Claro que aquello era el agua y esto es la tierra. Y árboles y piedras y maleza y los ruidos espantosos del metal al aplastarse contra todos ellos y después el ruido de un disparo; al principio, Frank piensa que es el golpe de gracia, pero, en realidad, lo que se dispara es la pólvora del airbag. La bolsa le golpea la cara de frente y después por los lados y el mundo se convierte en aquella almohada que cae, aquel trayecto que no tiene nada de divertido mientras el coche cae en picado desde el borde del cañón, restregándose contra todo lo que encuentra a su paso.

Precisamente el roce es lo que le salva la vida. El coche roza la rama de un árbol, que reduce su velocidad; roza después el borde de una roca, cae de lado por encima del borde de un barranco estrecho y se va deslizando hasta que finalmente se detiene contra un viejo roble de los postes.

El
riff
de las guitarras se desvanece.

Ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, a... Wipeout!

62

—Deberíamos bajar a asegurarnos —dice Carlo.

Han detenido el envoy y el lexus al costado de la carretera. No pueden ver el sitio en el que ha caído el coche dentro del pequeño barranco, aunque sí las llamas que salen de él.

—¿A asegurarnos de qué? —pregunta Jimmy el Niño—. ¿Si todavía se pueden asar perritos calientes con él?

Ya han empezado a sonar las sirenas de la policía y de los bomberos.

—Lo que deberíamos hacer es largarnos de aquí a toda leche.

Y eso es lo que hacen.

63

Frank salió arrastrándose durante el último
riff
de las guitarras.

Le ha dolido una barbaridad el mero hecho de desabrochar el cinturón de seguridad, ni hablar de abrir la portezuela y dar una voltereta para caer fuera, y es muchísimo peor cuando choca contra el suelo. Las costillas están por lo menos agrietadas, si es que no se le han roto del todo, y el hombro izquierdo es un bulto más cercano al codo de lo que debiera. Ni siquiera quiere saber lo que le pasa a su rodilla derecha. No importa. Tiene que alejarse del coche.

Sabe que cualquier movimiento supone un riesgo, que una costilla rota podría perforarle un pulmón o que el sangrado interno podría convertirse en una hemorragia interna y entonces no contaría el cuento, pero peor es freírse de golpe cuando el coche estalle como si fuera el cuatro de julio.

Se ha arrastrado sobre el vientre como quince metros antes de la explosión; entonces se aplasta bien contra el suelo y hunde el rostro en la tierra antes del estallido. La conmoción es como un golpe contra todo su cuerpo y siente que le arden las costillas como si él mismo se hubiera prendido fuego.

«Pero estoy vivo —piensa—, y no debería estarlo.»

Se queda bien aplastado contra el suelo un par de minutos; en primer lugar, porque tiene que recuperar el aliento; en segundo lugar, porque es posible que Jimmy baje a dar el tiro de gracia. Además, sabe que pronto habrá bomberos y policías por todas partes, si es que no están allí ya.

Cuando recupera el aliento, se sujeta el hombro izquierdo y lo vuelve a poner en su sitio, mordiéndose el brazo para no gritar. Vuelve a tumbarse de espaldas y respira con dificultad.

Es una suerte que esté lloviendo, porque el fuego podría extenderse más rápido de lo que tardaría Frank en apartarse de él. Dadas las circunstancias, las llamas no son más que gas ardiendo y aire y no alcanzan a prender la hierba húmeda ni los árboles empapados.

Frank empieza a alejarse a rastras, siguiendo el fondo del cañón. Calcula que tiene que apartarse como mínimo medio kilómetro del lugar del accidente y sabe lo que tiene que buscar: algún lugar donde esconderse hasta que oscurezca. Tarda media hora en encontrar uno: una grieta bajo una roca en la pared de enfrente del cañón. Un espeso arbusto de mezquite oculta la entrada y la roca que sobresale por encima lo protegerá un poco del viento y de la lluvia. Se desliza dentro. Apenas cabe, y dolorosamente, en posición fetal.

Más allá, en el cañón, ve a los bomberos rociando el coche con grandes chorros.

«Estarán buscando un cuerpo —piensa Frank— y no encontrarán ninguno, pero los polis seguirán el rastro del coche alquilado hasta un tal Jerry Sabellico, de modo que esa parte ya está cubierta.»

Todo su equipo de supervivencia ha quedado en el coche: su ropa, sus armas, su dinero. Todo.

«Por ahora no puedo hacer otra cosa —piensa Frank, mientras trata de encontrar una postura más cómoda— más que temblar dentro de una cueva, todo dolorido, después de haberlo perdido todo, y esperar a que se haga de noche.»

64

Jimmy el Niño espera a que sea la hora y sintoniza las noticias de la radio local. La periodista encargada de la información sobre el estado del tráfico comenta alegremente que los dos carriles de la Autopista 78, en la cuesta que hay justo después de San Pasqual Road, están cortados debido a un accidente que ha tenido un solo vehículo.

—Un coche ha atravesado la barrera de protección y se ha precipitado al cañón —dice—. Sin embargo, no se han encontrado víctimas mortales.

—¡Qué cabrón! —dice Jimmy.

65

—Qué éxito está teniendo últimamente su amigo Machianno.

—Sí, señor.

Dave está sentado al otro lado del escritorio del director regional, que le está echando una bronca, como si dijéramos.

—Primero Vena y Palumbo —dice el director regional— y ahora Pella. ¡Por Dios, Dave! ¡Un testigo del programa ha sido abatido en su propia casa! ¿Cómo va a quedar esto?

—No muy bien.

—Es usted la parquedad en persona.

Dave no responde, lo cual demuestra que, efectivamente, es la parquedad en persona.

—En cualquier caso —dice el director regional—, parece que Machianno ha vuelto a las andadas. Localícelo, Hansen. Localícelo y deténgalo.

—Sí, señor.

Dave se pone de pie para marcharse.

—Oiga, Hansen. Machianno ha matado a un agente secreto federal —dice el director regional—, así que lo que queremos no es proporcionarle un abogado al muy cabronazo, ¿verdad?

«Eso significa —piensa Dave mientras sale por la puerta— que lo que me ordenan no es que localice a Frank y lo detenga, sino que lo localice y acabe con él.»

66

Tarda dos horas en llegar hasta lo alto del cañón.

Herido y dolorido, Frank sube con mucho cuidado entre la maleza y las piedras, bajo la luz incierta de la luna y la niebla. Llega arriba y camina por el borde de la carretera; se arroja al suelo cuando ve unos faros que se aproximan. Cada vez que se echa al suelo, más le duele y más le cuesta levantarse.

Sin embargo, tiene que seguir haciéndolo, porque sabe que lo estarán buscando.

67

Jimmy está sentado en el asiento del acompañante con una de las grandes lámparas halógenas que fueron a comprar a Costco cuando oyeron las noticias por la radio.

—¿No tendríamos que volver enseguida? —había preguntado Carlo.

—No subirá hasta que oscurezca —había dicho Jimmy—, suponiendo que esté vivo. En cualquiera de los dos casos, tenemos tiempo de sobra.

Por eso habían ido a Costco.

—Menos mal que llevaba mi tarjeta —dice Jimmy.

Va iluminando el costado de la carretera, mientras patrullan lentamente de un lado a otro del cañón. Tony, Joey y Jackie van en el otro coche, haciendo lo mismo en sentido contrario.

«Esto es como
Torpedo
—piensa Jimmy—, cuando los destructores japoneses van de un lado para otro, esperando a que el submarino estadounidense salga a la superficie. Porque tiene que subir: se está quedando sin oxígeno. Igual que Frankie Eme.»

—¿Ves algo? —pregunta Carlo.

—A Big Foot —dice Jimmy.

—¿Dónde?

—Te la estaba zumbando, capullo —dice Jimmy.

—Oye, que eso del Big Foot no es coña —dice Carlo—. Que he visto un documental en el canal National Geographic y el National Geographic no dice gilipolleces.

Jimmy el Niño no le está prestando atención, sino que está pensando detenidamente.

Lo que está pensando es que Frankie Machine es una cucaracha.

«A este hijoputa no lo puedes matar así, sin más ni más. Ya, pero tienes que hacerlo, de modo que ponte a pensar. Un buen cazador piensa como su presa, así que piensa como Frankie Eme. Vale, estás herido, puede que malherido, así que no te mueves muy aprisa. Te vas a poner a cubierto durante el día y vas a tratar de moverte por la noche. Tienes que salir del maldito cañón y no puedes salir por el otro lado, porque es muy escarpado y muy alto y, además, porque del otro lado no hay absolutamente nada. Así que vas a subir por el mismo lado por el que has bajado. Vas a volver a subir a la carretera, porque ya no tienes coche y vas a tener que encontrar un medio de transporte, como sea. De acuerdo, pero ¿cómo? Estás como a veinticuatro kilómetros de la ciudad más cercana, donde puedes alquilar un coche, pero, si lo haces, tu identificación hará saltar la alarma de que eres un tío que ha estrellado y quemado el último coche que ha alquilado, pero, como eres Frankie Machine, ni siquiera vas a intentar hacer algo así. Por lo tanto, te quedan dos alternativas: o pides a alguien que te lleve o robas un vehículo. Nadie que esté en sus cabales te va a llevar y tú no te vas a poner en medio de la carretera a enseñar el pulgar, porque sabes que nosotros te estamos buscando y la pasma también. Así que le vas a pispar el buga a alguien. Dabuten, pero ¿cómo? Por aquí no hay semáforos en rojo, ni señales de
stop
, ni gasolineras. ¿Qué queda entonces? ¿Qué hay por aquí donde la gente vaya a parar? Entonces se le ocurre.»

—Mierda —dice Jimmy—. Da la vuelta, date prisa.

—¿Qué pasa?

—Vamos a buscar un aparcamiento.

68

Danny Carver está a punto de ver una teta. ¡Por fin!

Es lo malo de salir con una chica mormona. Otras chavalas reparten mamadas como si fueran caramelos, pero Shelly no lo dejará salirse con la suya de ninguna manera. Danny lleva tres meses intentándolo —la ha llevado al cine, al centro comercial, a la bolera y a jugar al puto minigolf— y lo máximo que ha conseguido ha sido un beso rápido y sin lengua.

La habría mandado a paseo en, digamos, la segunda cita, si ella no estuviera tan buena: pelo rubio, grandes ojos azules y aquel par de tetas...

Tardó dos meses solo en convencerla para que fuera con él al aparcamiento, el aparcamiento que está junto a la carretera, donde, durante el día, los ecologistas dejan el coche para bajar a caminar por el cañón.

En cambio, por la noche el sitio es como la clase de salud. Te encuentras a manadas de adolescentes por allí estudiando educación sexual como si lo fueran a incluir en los exámenes de aptitud y aquella noche Shelly está a punto. Ni siquiera ha bajado la mano para frenar la suya, como si fuera el portal de un castillo, cuando él empieza a desabotonarle la blusa.

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