El jardín de los perfumes (30 page)

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Authors: Kate Lord Brown

Tags: #Intriga, #Drama

—No es un caballero; es mi marido. —Lo besó en la mejilla—. Ahora, vete. Será mejor que no estés aquí cuando recupere el sentido.

38

VALENCIA, enero de 2002

Era una noche muy tranquila. No ladraba ningún perro. La claridad de la luna atravesaba las cortinas de muselina y bañaba la cama de luz azul plateada. Emma estaba acostada, despierta, mientras el bebé daba volteretas en su vientre. Se acarició la tripa, tranquilizando a la criatura con susurros.

—Todo va bien. —Le flaqueó la voz cuando se acordó de lo herido que había parecido Luca esa noche—. Todo va bien.

Se acarició la barriga siguiendo la curva de la espalda del bebé, que se calmó. Era inútil. Estaba completamente despierta y necesitaba orinar… otra vez. Bajó las piernas al suelo con dificultad, se puso las zapatillas marroquíes de piel y se abrigó con una gruesa bata de lana. La casa estaba fría y en silencio. Ni siquiera se molestó en encender la luz del baño: recorría aquel trayecto de noche tantas veces que podía hacerlo a oscuras. Esa noche, a la luz de la luna, había en la casa un resplandor hermoso y extraño. «Té y tostadas», se dijo, lavándose las manos y viendo su reflejo luminoso en el espejo. En la cocina, removió las brasas y añadió a la estufa unas cuantas ramas de naranjo. La pava silbó mientras ella miraba por la ventana las montañas iluminadas por la luna. Caían copos de manera hipnótica detrás de los cristales.

—¡Eh, mira eso! —le dijo al bebé—. En España nieva, ¿quién lo hubiera dicho? —Se estremeció y cogió una taza de té para sentarse cerca del fuego. Con la cabeza apoyada en una mano, observó cómo bailaban las llamas. Los párpados le pesaban sobremanera, se le cerraban aun sin querer—.
Moon River
… —le cantó bajito al bebé.

—Wider than a mile
… —Una voz masculina se unió a la suya. Emma levantó la mirada. Había alguien sentado en la oscuridad, junto al fuego.

—¿Joe? ¿Cómo has…?

—¿Con quién estabas hablando?

—Con nuestro bebé —murmuró ella—. Joe, ¿cómo me has encontrado? Creía que habías… Llevas meses desaparecido.

—He estado muy ocupado, cariño. —Se arrodilló delante de ella y le puso las manos sobre el vientre—. ¡Chico, qué grande! —Apoyó la frente en su hombro—. Noto sus pataditas.

—¿Cómo sabes que es un niño?

—¡Claro que lo es!

—Podría ser una niña.

—¡No! Aquí dentro está el pequeño Joe, ¿verdad?

El bebé respondió con dos patadas.

—Te he echado mucho de menos. He añorado nuestra vida…

—¡Eh…! —le dijo él cariñosamente—. ¿Dónde está mi amiga? ¿Qué ha sido de mi compañera? A ti nada te inmuta, Em. Eres más fuerte que nadie.

—No, no lo soy. —Se mordió el labio—. No sé cómo hacer esto sin ti.

Joe se sentó sobre los talones. A la luz del fuego su cara parecía más suave de lo que ella recordaba: dorada, radiante.

—La chica que yo conozco no habla así. Recuerdo la primera vez que te vi, con tanto aplomo, cruzando el patio. Llevabas uno de esos abrigos largos negros que solíamos ponernos.

Emma se apartó de él.

—Esa no era yo, Joe, era Lila. Ella tenía un abrigo largo, no yo.

—¡Ah! —le dedicó su mejor sonrisa de niño desvalido—. Ya sabes la memoria que tengo… tiene gracia, no es como lo… ¡Eh, no llores! —Le cogió una mano.

—¿Por qué lo hiciste, Joe? ¿Por qué con ella?

Joe se encogió de hombros.

—Supongo que me harté de decirle que no. Me necesitaba y tú… tú ya no parecías necesitarme.

—Eso no es cierto.

—Para serte sincero, ¿quieres saber por qué acabé con Lila? Por el sexo…

—¿Lo arriesgaste todo por eso…? —Emma estaba furiosa.

—Me lo pidió un montón de veces antes de que aceptara.

—¿Qué hubo de diferente esa vez?

—Tú.

Emma negó con la cabeza.

—No vas a culparme a mí de esto.

—Bueno…, ¿cuándo fue la última vez que hicimos el amor?

Ella se miró el vientre.

—Hace casi nueve meses.

—Tienes que seguir adelante, cariño. Tuvimos nuestra buena época.

—Fue magnífica. Yo te amaba, Joe. —Notó toda la rabia brotar en ella, todo lo que había querido decirle—. Perdiste la fe en mí, en nosotros. Cogiste algo que la gente busca toda la vida y lo tiraste por la borda. Aunque hubiéramos vuelto a estar juntos por el bebé, nunca habría sido lo mismo.

—Podría haber sido mejor.

—No. Nada podría haber sido mejor que lo que teníamos. Yo te amaba, Joe. Confiaba en ti. Tú no me amabas lo suficiente.

—Em, las personas se equivocan. Pueden ser egoístas, impulsivas.

—No me refiero solo a tu aventura. Me mentiste, incluso cuando tenía todas las pruebas y te di una oportunidad tras otra para que me lo confesaras. Me mentiste y me dijiste que había sido solo una noche. Me trataste como si fuera imbécil. No tuviste la decencia de ser honesto conmigo.

—Esperaba que no te enteraras.

—Me humillaste.

—No todos somos perfectos.

—¿Pretendes decir que yo lo soy?

—No, cariño…

—Esto me dijo Lila cuando me enfrenté a ella: que yo era la Señorita Coco, demasiado perfecta, demasiado cerrada. El negocio antes que nada. Mírame ahora, sin negocio, sin pareja… sola con el bebé.

—Lo siento, Em. —Le cogió la mano—. Pero ¿sabes? De haber sabido cuando te conocí lo que sucedería posteriormente, no habría querido cambiar nada. —Tenía los ojos llenos de lágrimas—. Tuvimos momentos estupendos, los mejores. Te amaba, Em, pero nuestro tiempo pasó. Tienes que encontrar una nueva vida, para ti y el pequeño Joe.

—Josephine.

—¡No! —Joe se rio bajito—. Ya verás. Puedes hacerlo. Te estaré observando, ¿sabes? Asegúrate de que crece para convertirse en un hombre mejor que su padre. —Le enjugó una lágrima de la mejilla—. Siento no haber sido el hombre que te merecías, Emma.

—Fue cosa de los dos. Dimos nuestro amor por garantizado.

—No cometas ese error la próxima vez.

—¿La próxima vez?

—¡Oh, sí! —Joe sonreía—. Espera y verás. —Levantó la manta del sofá y se acurrucó a su lado—. Está todo por venir aún, y será el tipo con más suerte del mundo.

—Gracias, Joe. —Emma suspiró, adormilada.

—¿Por qué?

—Por venir desde tan lejos.

Joe le besó la coronilla. Se había quedado dormida.

—No tienes ni idea, cariño.

El sonido de una sirena en la carretera quebró el silencio nocturno y Emma se despertó sobresaltada. Parpadeó, confusa de estar sola.

—¿Joe? —llamó.

La gata maulló, respondiéndole desde debajo del fregadero.

—Caray —dijo, levantándose del sofá—. Eso ha sido… —Contempló la nieve que caía tras los cristales—. Eso ha sido muy raro. —Se abrazó, mirando por la ventana—. Te echo de menos, Joe —susurró. Por primera vez tenía realmente la sensación de que él se había ido. Se lo decía el corazón.

Anadeó por la habitación y cogió la caja de cartas de su madre. Volvió a sentarse en el sofá y levantó la tapa, llena de polvo de la obra. Limpió la laca negra con la manga del pijama. Cuando la abrió, la luz del fuego incidió en el interior de color naranja y le tiñó la cara. Emma fue pasando uno a uno los sobres que quedaban.

—«Sobre la soledad» —leyó, y miró a la gata—. Esta parece apropiada para esta noche.

Deja que comparta contigo algo que he tardado sesenta y cuatro años en aprender. Em. Espero que valga y que no pierdas el tiempo como hice yo.

Eso de que todos estamos solos es una ilusión. Estamos más unidos de lo que creemos. He pasado tanto tiempo en los hospitales últimamente que eso me ha hecho ver claramente cuánto nos necesitamos. Todos estamos conectados a un nivel básico, pero la gente lo olvida. Se olvida de conectar. Se queda atrapada en la ilusión de un «tú» y un «yo», cuando lo que importa en la vida es el «nosotros».

Me alegré tanto de hacer ese último viaje contigo, con todos vosotros…

He visto a muchísimas personas solas, Em. He visto el aislamiento, el miedo en sus ojos. Si el Servicio Nacional de Salud prescribiera amistad, salvaría a millones de las drogas. He visto algunos viejos a quienes nadie visitaba nunca y me preguntaba a medida que pasaban los días: ¿cuándo fue la última vez que te abrazó alguien o que te cogió de la mano? Así que eso hacía cuando estaba en el hospital: hablaba con ellos, los abrazaba. Y ¿sabes qué? Eso me hacía sentir menos asustada y menos sola a mí también.

La soledad es una desgracia: no tenemos que pasar por la vida solos. Eso fue lo que aprendí. La gente se pasa la vida buscando esto o lo otro: un lugar, una casa, una persona que los complete. Sin embargo, tu hogar lo tienes en tu interior, llevas contigo tu lugar en el mundo.

Siempre he sido un espíritu libre y estuve sola en el sentido tradicional del término durante años: sin seguridad, sin hogar, sin marido, buscando siempre algo que no sabía bien lo que era. Luego llegaste tú, una maravillosa sorpresa. Me enseñaste una cosa que en ningún
ashram
de la India ni en ningún retiro de California podría haber aprendido: me enseñaste que dar, que amar desinteresadamente y sin temor es la clave. Me enseñaste que el único camino es abrirse completamente a la vida. La soledad hace que la gente se cierre: están heridos o asustados y se encierran en sí mismos. A todos nos pasa en algún momento de la vida. Cuando tu padre nos dejó, creí que no me recuperaría. Pensaba que no sobreviviría. Pero lo hice por ti. Esas situaciones nos son enviadas como prueba, creo.

Ha llegado tu momento de la verdad. ¿Te cerrarás o vas a hacerte más fuerte que nunca?

Como madre, una quisiera ahorrarles esto a sus hijos. Detesto pensar que estás sola, Em. Te recuerdo alejándote de mí el primer día de colegio; parecías tan vulnerable, tan insegura… Quería cogerte en brazos y protegerte, pero tenía que dejarte ir.

En cada etapa de la vida que has pasado me he sentido así: cuando tu primer novio te rompió el corazón, cuando te fuiste a vivir a Francia. Me has enseñado que el amor es dejar volar. Yo he tenido que distanciarme. Tengo la sensación de estar distanciándome por última vez. Adelante, Em. Te conozco: me echarás de menos tanto como yo ya te echo de menos solo de pensar que no estaré ahí para ti. Pero coge todo el dolor y la pérdida y la soledad y devuélvelos al mundo en forma de amor. Dale alas: permite que el amor te ilumine mientras trabajas, con tu familia, en el hogar que construyas. Transforma tu dolor, Em, manda lejos la soledad. Conéctate con la vida, con la gente a la que conozcas, con la belleza que haya a tu alrededor. Camina por la vida abrazando toda la magia de la experiencia.

Sabe Dios por qué estamos aquí y qué sentido tiene todo, pero al final de mi vida entiendo que no tenemos que comprenderlo, solo debemos tener fe, sentir y abrazar todos los días el milagro de estar vivos. Ojalá lo hubiera sabido antes. Me siento muy afortunada de haber vivido y amado y de que tú me hayas amado.

Te quiero, Em. Te quiero muchísimo.

Mamá

39

TERUEL, enero de 1938

Charles se refugió en el tanque abandonado y escribió a la luz de una vela. Levantó los ojos cuando otra explosión sacudió la tierra.

Parece que se ha terminado la pausa en el bombardeo. Como sabes, no pasa nada entre las dos y las cuatro de la tarde, durante la siesta. Una cosa he aprendido: si hace calor, encuentras a los nacionalistas en la sombra; si llueve, búscalos a cubierto. Al menos en esto son predecibles.

Aquí, en Teruel, el combate es encarnizado, Freya. Todos los veteranos han estado aquí: Capa, Hemingway y Hugo. Todas las noches nos marchamos al hotel, que está a setenta kilómetros de aquí, en Valencia, para escribir nuestros artículos. Siento no haber tenido ocasión de ir a veros, chicas. Di a Rosa y Macu que las quiero.

Hemingway se marchó a Estados Unidos por Navidad. Tiene intención de recaudar fondos para los republicanos con una película que ha rodado. Temo que sea demasiado tarde. Estamos perdiendo esta guerra por culpa de los extremistas ciegos por el dogma que no ven más allá de sus narices. ¡Si las facciones que apoyan a la izquierda republicana —los anarquistas, los comunistas y las uniones— dejaran aparte sus diferencias! Si perdemos contra el fascismo a causa de las nimias luchas internas de los partidos políticos, no lo soportaré.

Gracias por el paquete de chocolates Cadbury y Player que me mandaste por Navidad. Me sentí tan agradecido que casi me eché a llorar. Me acordé de ti el día de Año Nuevo. Me desperté temprano y salí al patio a fumarme un cigarrillo. Nevaba y había palomas revoloteando. Era como un cuento de hadas, había un silencio absoluto. Me recordó la bola de cristal con un paisaje nevado que tanto te gustaba de pequeña. ¿Recuerdas la que rompí? Cuando volvamos a casa tengo que comprarte otra. Esta ciudad es toda ella como el paisaje nevado de una bola de cristal. Teruel es una ciudad de hielo erizada de torretas, con la aguja de la catedral. Cuando caen las bombas, la nieve se levanta como los fantasmas de la muerte.

Tenemos que usar grúas para subir los vehículos por la empinada carretera de montaña. Hay muertos amontonados como pilas de leña en las cunetas, congelados, rígidos, abandonados entre muebles rotos y camiones calcinados. ¡Dios, qué espantoso! Al menos la línea del frente se mantiene y la ciudad está en nuestras manos.

La lucha es enconada. Acabo de ver a unos milicianos guiando a cincuenta personas que habían escondido en un sótano dos semanas por seguridad. Nunca has visto algo tan penoso. Dicen que los primeros diez días en el frente son los peores. Después, si has sobrevivido, eres un autómata. Has visto morir a demasiados hombres.

Hemingway dice que no hay dignidad en la guerra moderna: los hombres mueren como perros sin ningún motivo. Cuando veo a los que me rodean, sin embargo —los rostros decididos y duros de los comunistas y los intelectuales enclenques como yo—, oleada tras oleada de batallones avanzando para enfrentarse a la muerte con la frente bien alta, tengo siempre la sensación de que están como en éxtasis. Los hombres que luchan juntos, que tienen las mismas esperanzas, poseen una nobleza y una fuerza que no podrían tener de uno en uno. La guerra es sangrienta, pero saca a la luz la verdadera naturaleza de los hombres.

Parecía un cuento de hadas, una simple lucha entre el bien y el mal, pero el honor se está perdiendo.

Un rato después Charles se puso a escribir de nuevo pero con otra estilográfica.

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