El jugador (32 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Inclate intentó seguirle, pero un grupo de machos azadianos muy corpulentos le obstruyó el paso. Los azadianos no apartaban los ojos del hombre del escenario. Inclate empezó a dar puñetazos en sus espaldas. Gurgeh vio como At-sen desaparecía por la puerta que había debajo del escenario. Apartó a Inclate y utilizó la superioridad que le daba su tamaño para abrirse paso por entre dos machos sin hacer caso de sus protestas. Gurgeh y la chica corrieron hacia la puerta.

El pasillo giraba bruscamente sobre sí mismo. Siguieron el sonido de los gritos, bajaron corriendo por una escalera muy estrecha –Gurgeh vio la gargantilla-monitor rota en dos mitades encima de un peldaño– y siguieron por un corredor bañado en una luz color jade con un gran número de puertas. Gurgeh aguzó el oído, pero todo estaba en silencio. At-sen yacía en el suelo y el ápice estaba inclinado sobre ella. El ápice vio a Gurgeh e Inclate, lanzó un grito de furia y les amenazó con el puño. Inclate le gritó algo que Gurgeh no consiguió entender.

Gurgeh dio un paso hacia adelante. El ápice metió la mano en un bolsillo y sacó un arma.

Gurgeh se detuvo. Inclate dejó de gritar. At-sen gemía en el suelo. El ápice empezó a hablar demasiado deprisa para que Gurgeh pudiera comprenderle. Señaló a la mujer caída en el suelo y alzó el brazo hacia el techo. Se echó a llorar y el arma tembló en su mano (y, mientras tanto, una parte de la mente de Gurgeh observaba todo aquello desde una gran distancia e intentaba analizarlo.
¿Estoy asustado? ¿Es esto el miedo o aún no ha llegado? Estoy contemplando el rostro de la muerte y la muerte me contempla desde ese agujerito negro, el túnel diminuto en la mano de este ser de otra especie –como si fuese otro elemento del juego que la mano puede mostrar si se lo propone–, y estoy esperando a sentir el miedo...

... y aún no ha llegado. Sigo esperando, y no llega. ¿Qué significa esto? ¿Significa que no voy a morir, o que voy a morir dentro de unos momentos?

La vida o la muerte en el movimiento de un dedo, una orden transmitida por los nervios, una decisión que quizá no sea totalmente voluntaria tomada por un imbécil celoso que no es nadie y que no significa nada a cien milenios de mi hogar...)

 

El ápice retrocedió sin dejar de hacer gestos implorantes mientras lanzaba miradas desesperadas a At-sen, Gurgeh e Inclate. De repente dio un paso hacia adelante y pateó a At-sen en la espalda sin mucha fuerza. At-sen lanzó un grito ahogado. El ápice giró sobre sí mismo, echó a correr y arrojó el arma al suelo. Gurgeh saltó por encima de At-sen, se lanzó en pos del ápice y le vio desaparecer por la escalera de caracol sumida en las tinieblas que había al final del pasillo. Dio un par de pasos hacia adelante con la idea de perseguirle, pero se detuvo. El eco de los pasos se fue desvaneciendo. Gurgeh volvió al pasillo bañado por aquella luz color jade.

Había una puerta abierta, y una suave claridad color citrino brotaba del umbral.

Un tramo de pasillo, un cuarto de baño y después la habitación. Era muy pequeña y todas las superficies estaban cubierta de espejos. Hasta el suelo parecía ondular con reflejos temblorosos que tenían el color de la miel. Gurgeh entró en la habitación y se convirtió en el centro de un ejército de Gurgehs reflejados.

At-sen estaba sentada en una cama traslúcida. La tela gris de su video-traje tenía un par de desgarrones. Inclate se había arrodillado junto a ella y le hablaba en voz baja con un brazo sobre sus hombros. At-sen tenía la cabeza gacha. Sus imágenes se multiplicaban sobre los muros relucientes de la habitación. Gurgeh vaciló y volvió la vista hacia la puerta. At-sen alzó la cabeza y le miró. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

–¡Oh, Jernou!

Extendió una mano temblorosa hacia él. Gurgeh se acuclilló junto a la cama y le pasó el brazo alrededor de la cintura. At-sen temblaba incontrolablemente, y las dos mujeres estuvieron llorando un buen rato.

Empezó a acariciarle la espalda.

At-sen apoyó la cabeza en su hombro y Gurgeh sintió el extraño calor de sus labios en el cuello. Inclate se puso en pie, fue hacia la puerta y la cerró. Después volvió a la cama y el vestido que parecía una película de aceite cayó sobre el suelo de espejo creando un charco de ondulaciones luminosas.

Shohobohaum Za apareció un minuto después. Abrió la puerta de una patada, llegó al centro de la habitación cubierta de espejos en un par de zancadas (y una multitud infinita de Zas repitieron una y otra vez su avance por aquel espacio engañoso) y miró a su alrededor ignorando a las tres siluetas que yacían sobre la cama.

Inclate y At-sen se quedaron totalmente inmóviles con las manos paralizadas sobre los botones y tiras del traje de Gurgeh. Al principio Gurgeh no supo cómo reaccionar, pero en cuanto se hubo calmado intentó asumir una expresión lo más normal posible. Za se volvió hacia la pared que tenía detrás. Gurgeh siguió la dirección de su mirada y se encontró contemplando su propio reflejo. Un rostro enrojecido por el flujo de sangre, una cabellera revuelta, las ropas en desorden... Za saltó sobre la cama y su pie se estrelló contra la imagen.

La pared se hizo añicos con un estrépito ensordecedor acompañado por un coro de gritos femeninos. El espejo se desintegró revelando el cuartito sumido en las tinieblas que había detrás y una máquina sostenida por un trípode cuya parte delantera apuntaba a la habitación de los espejos. Inclate y At-sen se levantaron de un salto y corrieron hacia la puerta. Inclate cogió su vestido de un manotazo antes de esfumarse.

Za arrancó la diminuta cámara de su trípode y la examinó.

–Afortunadamente sólo sirve para grabar... No hay transmisor. –Se metió la cámara en un bolsillo, se volvió hacia Gurgeh y le sonrió–. Venga, jugador, vuelve a guardar eso en la funda. ¡Tenemos que correr!

Corrieron por el pasillo de la luz jade hasta llegar a la escalera de caracol por la que había huido el ápice que se llevó a At-sen. Za se inclinó ágilmente sin dejar de correr y recogió el arma que el ápice había tirado al suelo. Gurgeh ya ni se acordaba de ella. El arma fue inspeccionada, puesta a prueba y rechazada en un par de segundos. Llegaron a la escalera de caracol y subieron los peldaños de tres en tres.

Otro pasillo, éste iluminado por un débil resplandor rojo oscuro. La música retumbaba sobre sus cabezas. Dos ápices muy corpulentos vinieron corriendo hacia ellos y Za frenó en seco.

–Oops –dijo, y giró sobre sí mismo.

Empujó a Gurgeh hacia las escaleras y siguieron subiendo por ellas hasta llegar a un espacio oscuro que parecía vibrar con los ecos palpitantes de aquella música. Había luz a un lado. Los pasos de sus perseguidores retumbaban en la escalera. Za se dio la vuelta y su pie derecho salió disparado hacia la escalera produciendo un grito y el estruendo de algo que caía.

Un delgado haz de luz azul llenó de motas la oscuridad. El haz surgió de la escalera y creó una fuente de llamas amarillas y chispazos anaranjados en algún lugar encima de sus cabezas. Za retrocedió un par de pasos.

–Parece que se han traído la jodida artillería. –Movió la cabeza señalando hacia la luz–. Bien, maestro, ha llegado el momento de salir a escena.

Entraron corriendo en el escenario y una luz tan brillante como la del sol cayó sobre ellos. El macho que estaba contoneándose en el centro del escenario les lanzó una mirada de odio y el público empezó a protestar ruidosamente. Un instante después la expresión del rostro del artista de los morados pasó de la irritación a una mezcla de sorpresa y perplejidad.

Gurgeh estuvo a punto de caer y se quedó tan inmóvil como si se hubiera convertido en una estatua.

... y se encontró contemplando su propio rostro.

Sus rasgos estaban reproducidos al doble de su tamaño natural en el arco iris de contusiones que cubría el torso del azadiano. Gurgeh clavó los ojos en él, y supo que su mueca de asombro debía ser tan aparatosa como la visible en los rechonchos rasgos del artista.

–No podemos perder el tiempo contemplando obras de arte, Jernau.

Za tiró de él, le arrastró hasta el comienzo del escenario y le empujó. Gurgeh oyó como saltaba detrás de él.

Aterrizaron sobre un grupo de machos azadianos que lanzaron gritos de protesta. El impacto hizo que todos cayeran al suelo. Za tiró de Gurgeh hasta ponerle en pie, pero el puñetazo que se estrelló contra su nuca estuvo a punto de volver a derribarle. Giró sobre sí mismo y lanzó una patada mientras desviaba otro puñetazo con el brazo. Gurgeh sintió que le agarraban y le hacían girar, y se encontró delante de un macho muy corpulento y enfadado con el rostro lleno de sangre que echó el brazo hacia atrás y tensó los dedos formando un puño (y Gurgeh se acordó del juego de los elementos y pensó: «¡Piedra!»).

El hombre parecía moverse muy despacio.

Gurgeh tuvo tiempo más que suficiente para pensar en lo que debía hacer.

Alzó la rodilla incrustándola en la ingle de su atacante y le golpeó la cara con el canto de una mano. El azadiano cayó al suelo y Gurgeh se libró de su ya debilitada presa, esquivó un golpe de otro macho y vio como Za derribaba a otro azadiano de un codazo en el rostro.

Y un instante después ya estaban corriendo de nuevo. Za lanzó un rugido y movió frenéticamente las manos mientras se dirigía hacia una salida. Gurgeh tuvo que reprimir el deseo de echarse a reír, pero la táctica pareció funcionar. Los espectadores se apartaron ante ellos como el agua hendida por la proa de un bote y les dejaron pasar.

Estaban sentados en un pequeño bar perdido en el laberinto de la galería principal bajo un cielo sólido hecho de yeso color perla. Shohobo-haum Za había empezado a desmontar la cámara que había descubierto detrás del falso espejo y estaba examinando los delicados componentes mediante un instrumento del tamaño de un palillo que emitía un débil zumbido. Gurgeh cogió una servilleta de papel y se limpió el arañazo de la mejilla que se había hecho cuando Za le arrojó del escenario.

–No, jugador, todo ha sido culpa mía... Tendría que habérmelo imaginado. El hermano de Inclate está en Seguridad y At-sen tiene un hábito muy caro. Son unas chicas encantadoras, pero eso es una mala combinación, ¿comprendes? No es lo que deseaba para esta noche. Por suerte para ti y para la integridad de tu trasero una de mis bellas damas descubrió que había perdido uno de sus mini-naipes y se negó a tomar parte en cualquier otro tipo de juego hasta que lo hubiese recuperado. Bueno, qué se le va a hacer... Medio polvo es mejor que nada.

Extrajo otra pieza del interior de la cámara. Hubo un chisporroteo y un fugaz destello luminoso. Za hurgó unos segundos más en el humeante interior del aparato contemplándolo con expresión dubitativa.

–¿Cómo supiste dónde encontrarnos? –preguntó Gurgeh.

Estaba convencido de que se había comportado como un imbécil, pero no se sentía tan avergonzado e incómodo como habría esperado dadas las circunstancias.

–Conocimientos, unas cuantas conjeturas y suerte, jugador. En ese club hay varios sitios a los que se puede ir cuando tienes ganas de revolcarte en una cama con alguien, otros sitios donde se puede interrogar a ese alguien, matarle o administrarle alguna sustancia de efectos muy desagradables..., o hacer una película. Tenía la esperanza de que hubieran decidido divertirse con el jueguecito de las luces-cámara-acción y no con algo peor. –Meneó la cabeza y contempló la cámara–. Pero tendría que habérmelo imaginado... Creo que me estoy volviendo demasiado confiado.

Gurgeh se encogió de hombros, tomó un sorbo del ponche de licor que le habían servido y clavó la mirada en la vacilante llama de la vela colocada sobre el mostrador que tenían delante.

–Fui yo el que cayó en la trampa, no tú. Pero... ¿Quién? –Miró a Za–, ¿Y por qué?

–El estado, Gurgeh –dijo Za volviendo a hurgar en la cámara–. Porque quieren tener algo que les permita ejercer presión sobre ti... Sólo por si acaso, ¿comprendes?

–¿Por si acaso qué?

–Por si se da la improbable casualidad de que sigas sorprendiéndoles y ganes más partidas. Es una especie de póliza de seguros. ¿Sabes qué es una póliza de seguros? ¿No? Bah, no importa... Es como apostar pero al revés. –Za cogió la cámara con una mano y empezó a tirar de una pieza con el diminuto instrumento. Sus manipulaciones acabaron dando como resultado el que se abriera una tapita disimulada en un lado de la cámara. Za sonrió y extrajo un disco del tamaño de una moneda de las entrañas de la cámara. Lo alzó ante sus ojos y la luz le arrancó destellos nacarados–. Las fotos de tus vacaciones –dijo.

Hizo un ajuste en un extremo del instrumento y el disco quedó tan sólidamente pegado a la punta como si estuviera untada de pegamento. Za sostuvo la diminuta moneda policroma sobre la llama de la vela hasta que empezó a sisear y echar humo. El disco acabó convirtiéndose en un montón de escamitas opacas que cayeron sobre la vela.

–Lamento que no hayas podido quedártelas como recuerdo –dijo Za.

Gurgeh meneó la cabeza.

–Creo que prefiero olvidar lo ocurrido.

–Oh, vamos, no te lo tomes tan a pecho. Pero te aseguro que pienso cobrarme la factura... –Za sonrió–. Esas dos perras están en deuda conmigo. Tengo derecho a una sesión gratis... De hecho, creo que tengo derecho a unas cuantas.

La idea pareció hacerle muy feliz.

–¿Y vas a conformarte con eso? –preguntó Gurgeh.

–Eh, ellas se limitaron a interpretar el papel que les habían adjudicado. No hubo malicia por su parte, ¿comprendes? Como mucho se merecen una buena azotaina.

Za movió las cejas y curvó los labios en una sonrisa lasciva. Gurgeh suspiró.

Cuando volvieron a la galería de tránsito para llamar a su vehículo Za saludó con la mano a un grupito de ápices y machos bastante robustos y de expresiones severas que estaban inmóviles junto a una pared del túnel, y arrojó lo que quedaba de la cámara a uno de ellos. El ápice la cogió al vuelo, giró sobre sí mismo y se alejó seguido por sus acompañantes.

El vehículo tardó unos minutos en llegar.

–¿Crees que éstas son horas de volver? ¿Sabes cuánto rato llevo esperándote y preocupándome por ti? Mañana tienes que jugar, no sé si lo habrás olvidado... ¡Y fíjate en tus ropas! ¿Y cómo te has hecho ese arañazo? ¿Qué has...?

–Máquina... –Gurgeh bostezó y arrojó la chaqueta sobre un asiento de la sala–. Jódete y déjame en paz.

 

A la mañana siguiente Flere-Imsaho no le dirigió la palabra. La unidad se reunió con él en la sala del módulo justo cuando éste le pasó el aviso de que Pequil acababa de llegar con el vehículo, pero cuando Gurgeh le dijo hola la unidad no le devolvió el saludo y pasó todo el trayecto de bajada en el ascensor del hotel zumbando diligentemente y emitiendo unos chisporroteos de estática todavía más ruidosos que de costumbre. Una vez estuvieron dentro del vehículo su comportamiento siguió siendo tan poco comunicativo como hasta entonces. Gurgeh decidió que podía vivir con ello.

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