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Authors: Blanca Miosi

Tags: #Drama, #Narrativa

El legado. La hija de Hitler (12 page)

—¿Es un pariente suyo? —preguntó Alice, después de leer la tarjeta.

—Es mi hijo, verá usted, esta es una ciudad pequeña, está creciendo, pero el médico más cercano aparte de mi hijo, se encuentra en North Adams. Un poco lejos de aquí. Claro que si lo prefiere, también le podría dar su dirección —dijo él, como disculpándose.

—No. Está bien.

—Comprendo su aprensión, pero le garantizo que es un buen médico, no porque sea mi hijo... —dijo con orgullo mal reprimido Peter Garrett.

—Señor Garrett, mis padres, como usted sabe, viven en Boston —aclaró Alice cambiando el tema—. Yo he llegado hace poco de Suiza donde vivía con mis abuelos y me gustó este lugar. Tengo en mente adquirir una vivienda y posteriormente, tal vez abrir algún negocio, ¿qué me recomendaría?

—Señorita Stevenson, actualmente hay muchas construcciones de viviendas nuevas; el gobierno ha puesto en marcha obras en asociación con los capitales privados, en un plan que se llama
New Deal
. El presidente Roosevelt está levantando la economía y ha creado muchos puestos de trabajo. Es una buena oportunidad para adquirir una vivienda y también para abrir un negocio, porque la situación del país ha mejorado, estamos venciendo la depresión. —Luego de la explicación, dada en un desusado hablar lento y claro, se quedó mirando el rostro de Alice para saber si había entendido.

—Son buenas noticias... supongo —dijo Alice.

—Excelentes. ¿Qué tipo de casa busca usted?

—Una no muy grande, pero con ciertas comodidades, es importante que tenga privacidad y un jardín —explicó, pensando en su hijo.

—Creo que me puedo hacer cargo. En cuanto al negocio... ¿Tiene usted idea de lo que le gustaría hacer?

—No estoy muy segura... pero me gustaría tener una tienda de modas, de ropa muy fina, exclusiva.

—Creo que entiendo lo que usted desea —observó el hombre, mientras miraba con disimulo la que traía puesta Alice.

Llevaba un traje francés, aunque el gerente únicamente advirtió que parecía ser de muy buena calidad.

—No sé si sería posible traer ropa de París, ¿usted cree que resultaría muy complicado?

—A decir verdad, en una ciudad pequeña como esta, creo que lo más conveniente sería crear un estilo propio o copiar la moda francesa. Los costes de importación podrían resultar muy onerosos. En esta ciudad no creo que encuentre la clientela adecuada. Si estuviéramos en Nueva York, por ejemplo, sería diferente, pero ya que ha decidido escoger este lugar, mi deber como su banquero, me obliga a ser franco con usted.

—Entonces, creo que lo dejaré para más adelante. Por ahora, mi principal interés es conseguir una casa.

—Pierda cuidado, en cuanto tenga noticias se las comunicaré de inmediato.

—Muchas gracias, señor Garrett.

Alice se puso de pie. El gerente la acompañó hasta la puerta de su oficina.

Tan pronto dejó el banco, se encaminó a la dirección escrita en la nota. Era un edificio de dos pisos, de regulares proporciones, situado en la calle principal. En la parte exterior podía leerse en una placa de bronce: «Dr. Albert Garrett —Médico Cirujano». La puerta cedió sin necesidad de llamar. En una esquina de la sala una joven sentada detrás de un escritorio se encontraba clasificando unas tarjetas. Al sentir la presencia de Alice, levantó la vista y saludó cordialmente, reconociendo a la forastera europea.

—Buenos días, ¿la puedo ayudar en algo? —preguntó la empleada, mientras masticaba una goma de mascar con fruición.

—Deseo ver al doctor Garrett.

—En este momento se encuentra atendiendo una paciente. Si gusta, puede esperar, aunque creo que tardará un poco.

—Entonces volveré por la tarde.

—Con gusto la anotaré. —La joven abrió el cuaderno que tenía al lado y se dispuso a tomar nota—. ¿Cuál es su nombre?

—Alice Stevenson.

—¿Motivo de la visita?

—Un chequeo general —respondió, evasiva.

—Ya está. Puede usted regresar a las tres —respondió la secretaria, después de anotar la cita en la libreta.

—Gracias. Regresaré a esa hora —se despidió Alice.

—Hasta luego, señorita Stevenson —respondió la secretaria con una sonrisa.

Dio la vuelta a su pequeño escritorio y la acompañó hasta la puerta, una vez que Alice salió, se quedó mirándola hasta que la perdió de vista.

Alice pensaba que hubiera preferido vivir en una gran ciudad, donde pudiera ser una persona anónima. En Williamstown tenía la sensación de ser conocida por todos; su estado de gravidez pronto se notaría, y sería la habladuría del pueblo. Comprendía que su padre no había escogido Williamstown, fueron las circunstancias las que hicieron que ella fuera a dar a ese lugar. Era un pueblo pequeño, más que cualquier pueblo de Europa. Y todo lo que allí había le transmitía la sensación de ser nuevo o reciente. Nada comparable a las ciudades donde ella había vivido, en las que se respiraba un mundo de rancia cultura y costumbres arraigadas. Alice veía a todos como pueblerinos, tanto en el hablar, a pesar de no pronunciar ella perfectamente el idioma, como en la manera de comportarse. De la institutriz francesa que su padre había puesto a su servicio en Berlín, había aprendido modales exquisitos y también el gusto por la ropa de buena calidad. Su francés era fluido, y muchas veces, cuando debía hablar en inglés, se ayudaba con un poco de francés, lo cual le daba un aire distinguido, un
charme
que conjugaba con su persona y la diferenciaba de la gente del pueblo.

Almorzó y durmió una siesta. Faltando un cuarto de hora para que dieran las tres, se retocó el ligero maquillaje y se puso un pequeño sombrero, después de echar un vistazo a su persona en el espejo del vestíbulo salió en dirección al consultorio. Fue atendida nuevamente por la secretaria o recepcionista; esta vez la joven la saludó dando muestras de gran familiaridad.

—Buenas tardes, señorita Stevenson, encantada de tenerla nuevamente por aquí. Tome asiento.

La chica se puso de pie y caminó de manera desgarbada, con un pronunciado movimiento de hombros, hasta desaparecer tras una puerta. Al cabo de un rato regresó con una gran sonrisa, sin dejar de masticar la goma de mascar que parecía formar parte de su persona.

—El doctor la recibirá, puede pasar.

—Gracias —repuso Alice. Empezó a sentirse nerviosa. No estaba habituada a visitar médicos y menos en aquellas circunstancias.

—Buenas tardes, señorita Stevenson —saludó el médico, sentado detrás de un escritorio de medianas proporciones. Tenía un aspecto muy diferente a como Alice se lo había imaginado.

—Buenas tardes, doctor Garrett.

—Me dijo Grace que desea usted realizarse un chequeo general.

—Doctor, estoy embarazada —dijo Alice.

El médico se la quedó mirando.

—¿Está segura? ¿Algún médico ha confirmado el embarazo?

—No. Pero sé que lo estoy, y debo ir para los tres meses.

—¿Siente algún malestar en particular?

—No, sólo que preferiría llevar un control médico desde ahora, para que cuando dé a luz tenga a la persona apropiada que me atienda. Es usted ginecólogo... supongo.

—Pues verá... soy ginecólogo, obstetra, entiendo de medicina general, realizo operaciones quirúrgicas; también soy pediatra, y en algunos casos, veterinario —terminó diciendo con buen humor mientras observaba el rostro cambiante de Alice—. En Williamstown no tenemos muchos médicos.

—Comprendo.

—De manera que si hay alguien que atenderá su parto, ese seré yo. No tiene otra alternativa —prosiguió diciendo el hombre con una sonrisa.

—Comprendo perfectamente —atinó a repetir Alice. No se sentía muy cómoda.

—Señorita Stevenson, debo auscultarla para saber si el feto está en buenas condiciones, la señorita Grace la preparará. Es muy sencillo, no se preocupe. ¡Señorita Grace! —llamó.

Grace se presentó al instante. Con el chicle a un lado de la boca, le dijo a Alice que se quitase la ropa, indicándole una mampara de metal gris. Le entregó una bata y se mantuvo dentro del consultorio mientras el doctor Garrett efectuaba el examen. .

Una vez vestida, Alice se encontró otra vez mirando al doctor Garrett al otro lado del escritorio. Era un hombre joven, de complexión delgada. No tenía demasiado parecido con su padre, el banquero.

—Señorita Stevenson, o ¿debo decir señora Stevenson? —preguntó.

—No. Señorita, está bien —dijo un poco avergonzada Alice.

—No tiene que mortificarse por ese detalle. Perdóneme si le molestó la pregunta —se disculpó él.

—No me molestó. El padre de mi hijo se quedó en Suiza. Probablemente venga en un futuro, no estamos casados y él no sabe nada de este embarazo...

—No me debe explicaciones, soy su médico, no su confesor —la interrumpió sonriendo el médico.

—Gracias —dijo Alice, con la mirada baja.

Albert Garrett empezó a sentir simpatía por aquella joven que deseaba ser una mujer con aplomo y sin embargo, era tan... inexperta o inocente, había algo en ella que le producía afinidad. Sintió pena por la joven. Anotó las indicaciones dietéticas que debía seguir en una hoja membreteado, y se la entregó.

—Está usted muy delgada, debe seguir una dieta adecuada para que el niño o niña, nazca fuerte y saludable. Puede venir a verme en un mes. O si lo requiere, antes. Estoy a su completa disposición.

—Gracias, doctor Garrett. Ha sido muy amable. ¿Cuánto le debo?

—¡Ah! Las cuentas las lleva Grace. Ella es la cajera, secretaria, asistente y enfermera en algunos casos... y también le gustan los animales— agregó Albert, riendo.

Alicia se alejó pensando que había hecho bien en acudir a un médico. En especial a uno como el doctor Garrett, un hombre agradable, que le inspiró la confianza que necesitaba. Era la primera vez que le decía a alguien que esperaba un hijo y había sido menos penoso de lo que imaginó. Respiró una bocanada de aire y tocó su vientre; una felicidad inexplicable la invadió al saber que una parte del hombre que amaba vivía dentro de ella. ¿Qué sería de él? En Williamstown ningún diario lo mencionaba, era como si Hitler no existiese. Al principio le produjo asombro, estaba acostumbrada a considerarlo el personaje más importante del mundo. En Europa no había día en el que no fuera noticia.

Una semana después, recibió una llamada del banquero Garrett. Dijo que pasaría por ella para mostrarle algunas casas que estaban en venta. Alice sólo las miró superficialmente desde la ventanilla del coche, era una de las zonas recientemente urbanizadas, todas se parecían mucho, casas de una planta, situadas una al lado de la otra con jardín enfrente. No era lo que ella quería, necesitaba privacidad. Entonces, Garrett enfiló hacia el otro extremo del pueblo; luego de pasar un curvo sendero bordeado de altas acacias, se apreciaba una casa. Apenas la vio Alice quedó prendada de ella. Tenía una extraña arquitectura, por dentro era una estancia de varios niveles, el salón principal era amplio y de techos altos. La ubicación no podía estar mejor.

—Pronto formará parte de la mejor zona de Williamstown —predijo Peter Garrett—. No muy lejos está el Colegio Williams, la casa tiene espacios verdes y la zona es magnífica. Y tiene nombre: «Rivulet House», figura así en los documentos. El precio es bueno y las facilidades de pago son excelentes.

—Me gusta. Quisiera comprarla y si no es molestia para usted, desearía que se haga cargo de todos los trámites.

—¿Le gusta? —preguntó Garrett.

—Sí, mucho.

—Tengo otras para mostrarle...

—Me gusta esta casa. Parece una obra de arte. Además, la cascada es espectacular.

—Bueno... si usted la prefiere. Fue diseñada por un famoso arquitecto, en efecto, creo que su arte quedó reflejado en la casa —comentó Garrett, pensando que la suerte lo había acompañado. Creía que nadie iba a comprar jamás aquella casa.

Alice tenía puesta su atención en otros asuntos.

—Perdone si le pido otro favor, pero no conozco todavía a muchas personas, ¿cómo podría conseguir una doncella de servicio permanente? Me refiero a una sirvienta.

—Señorita Stevenson, aquí es muy difícil conseguir esa clase de servicio, normalmente se contrata al personal por horas, o cuando específicamente se le necesite. Pero averiguaré de todos modos, tal vez logre conseguir alguien permanente.

—Discúlpeme, sé que no es su obligación...

—No hablemos más de eso. No se preocupe.

10
Rivulet House

Ese mismo día, Alice escribió a su padre. Le contó acerca de la adquisición de la casa, de lo feliz que estaba por haber hallado un lugar tan hermoso, le habló de la tranquilidad de Williamstown y sutilmente le pidió noticias de lo que acontecía en Alemania. Después de pensarlo un poco, reunió el valor suficiente para contarle acerca de su embarazo:

Querido tío, no sé cómo empezar a contarte lo que voy a decir, pero creo que a medida que lo escriba, podré hacerlo. Estoy embarazada de cuatro meses. Sí, ya sé que no te lo dije antes, pero era por temor, también por vergüenza. Por supuesto que ya sabes de quién es el hijo, pero pretendo llevar aquí una vida nueva, así que mi hijo nunca sabrá quién fue su padre, si eso es lo que te preocupa. Comprenderé si tomas la decisión de no saber más de mí, pero tenía que decírtelo. Por otro lado, me siento muy feliz, conseguí una casa hermosa y pienso iniciar algún negocio para poder mantenerme, y creo que con la ayuda del señor Garrett, el gerente del banco, lograré hacerlo, no te preocupes por mí, este es un país maravilloso, mi hijo crecerá lejos de los horrores y persecuciones de Alemania.

Luego de enviarle su amor y preguntarle si algún día iría a América a encontrarse con ella, Alicia besó la carta y la introdujo en el sobre, dirigiéndola a la dirección de la farmacia convenida, en el Ródano.

Hanussen tenía ante sí la carta de Alicia y no podía creer lo que estaba leyendo. ¿Cómo era posible tal aberración? Cuando la hipnotizó y le preguntó si estaba embarazada, ella respondió que no lo estaba. ¿Cómo fue posible que Alicia resultase inmune a la hipnosis? No había sucedido antes. Pero a esas alturas pensarlo era inútil y, por supuesto, ella estaba dispuesta a tener el hijo. Hanussen elevó los ojos al cielo y a pesar de no creer en Dios, suplicó ser perdonado. La maldición de Welldone le retumbaba en la cabeza:
Si no cumples tu palabra, su tercera generación, que tendrá tu sangre, traerá un ser igual o peor que el que ayudes a llegar al poder
. Comprendía la magnitud de lo que había querido decir Welldone; sabía que él ayudaría a Hitler, así como que su hija tendría un descendiente de
la bestia
, como él lo había llamado. ¿Por qué había sido tan obtuso? Debió imaginarlo cuando se cumplió la primera profecía:
una niña empezará el cambio en tu vida
.

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