El Mundo de Sofía (51 page)

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Authors: Jostein Gaarder

Tags: #narrativa

—Me dan escalofríos.

Kierkegaard

... Europa camina hacia la bancarrota...

Hilde miró el reloj. Eran más de las cuatro. Puso la carpeta de anillas sobre el escritorio y bajó corriendo a la cocina. Tenía que llevar los bocadillos a la caseta antes de que su madre dejara ya de esperarla. Al salir de la habitación echó un vistazo al espejo de latón.

Se apresuró a poner agua a hervir para el té y preparó a toda prisa unos bocadillos.

Sí que le gastaría una broma a su padre. Hilde se sentía cada vez más cómplice de Sofía y Alberto. La broma empezaría en Copenhague.

Al cabo de un rato bajó a la caseta con una gran bandeja.

—Aquí llegan los bocadillos —dijo.

Su madre tenía una lija en una mano, y con la otra se apartó el pelo de la frente, que estaba lleno de arena.

—Bueno, entonces nos saltamos la comida.

Se sentaron en el borde del muelle para comer.

—¿Cuándo llega papá? —preguntó Hilde al cabo de un rato.

—El sábado. Ya lo sabías, ¿no?

—¿Pero a qué hora? ¿No dijiste que iría vía Copenhague?

—Sí... llegará a Copenhague sobre las cinco. El avión para Kristiansand no sale hasta las ocho y cuarto, creo, y aterriza aquí sobre las nueve y media.

—Entonces pasará unas horas en el aeropuerto de Copenhague...

—¿Porqué?

—Por nada... sólo me preguntaba por dónde vendría.

Comieron. Tras lo que le pareció una prudente pausa,

Hilde dijo:

—¿Has tenido noticias de Mine y Ole últimamente?

—Bueno, llaman de vez en cuando. En julio vendrán de vacaciones algunos días.

—¿Antes no?

—No. no creo.

—¿Entonces estarán en Copenhague esta semana?

—¿De qué se trata, Hilde?

—De nada. De algo tenemos que hablar, ¿no?

—Has mencionado Copenhague dos veces.

—¿Ah sí?

—Hemos dicho que papá hace escala...

—Seguramente por eso pensé de repente en Anne y Ole.

Hilde volvió a poner los platos y las tazas en la bandeja.

—Tengo que seguir leyendo, mamá.

—Supongo que sí...

¿Había un tono de reproche en esa respuesta? Habían estado hablando de arreglar la barca juntas antes de que volviera papá.

—Papá medio me ha hecho prometer que habría acabado de leer el libro para cuando él volviera.

—Eso me parece un poco exagerado. Una cosa es que esté lejos, pero no tendría por qué organizar y dirigir las cosas aquí en casa también.

—Deberías saber hasta qué extremos dirige —dijo Hilde misteriosamente. Y no te puedes imaginar cómo disfruta haciéndolo.

Subió de nuevo a su habitación y siguió leyendo.

De repente Sofía oyó que alguien llamaba a la puerta. Alberto le lanzó una severa mirada.

—No nos dejemos interrumpir.

Volvieron a sonar los golpes en la puerta.

—Te hablaré de un filósofo danés al que había escandalizado mucho la filosofía de Hegel —dijo Alberto.

De pronto llamaron con tanta fuerza que la puerta tembló,

—Seguro que es el mayor, que ha enviado a algún personaje fantástico para ver si nos dejamos engañar —prosiguió Alberto—. Esas cosas no le cuestan ningún esfuerzo.

—Pero si no abrimos para ver quién es, tampoco le costará ningún esfuerzo que tiren la casa.

—Quizás tengas razón. Supongo que tendremos que abrir.

Se acercaron a la puerta. Como los golpes eran tan fuertes, Sofía esperaba encontrarse con una persona grande. Pero delante de la pueda sólo había una niña con un vestido de flores y el pelo largo y rubio. En la mano llevaba dos botellas, una roja y otra azul.

—Hola —dijo Sofía—. ¿Quién eres?

—Soy Alicia —dijo la niña, e hizo tímidamente una reverencia.

—Lo que me imaginaba —dijo Alberto—. Es Alicia en el País de las Maravillas.

—¿Pero cómo ha encontrado el camino hasta aquí?

Alicia contestó:

—El País de las Maravillas es un país sin límites. Significa que el País de las Maravillas está en todas partes, más o menos como las Naciones Unidas. Por eso nuestro país debería ser miembro de honor de las Naciones Unidas. Deberíamos tener representantes en todas las comisiones, porque también las Naciones Unidas provienen del país de las maravillas de la gente.

—Ja, ja, allí tenemos al mayor —se burló Alberto.

—¿Y qué te trae por aquí? —preguntó Sofía.

—He venido a darle a Sofía estas botellas filosóficas.

Entregó las botellas a Sofía. Las dos eran de cristal transparente, pero en una había un líquido rojo y en la otra un líquido azul. En la botella roja ponía «BÉBEME», y en la azul, «BÉBEME A MÍ TAMBIÉN».

En ese instante pasó corriendo por la cabaña un conejo blanco, erguido sobre las patas traseras y vestido con chaleco y chaqueta. Se paró justo delante de la cabaña, sacó del chaleco un reloj de bolsillo y dijo: «Ay, ay, voy a llegar tarde».

Y continuó la carrera. Alicia le siguió, pero antes hizo otra reverencia y dijo:

—Ahora empieza de nuevo.

—Da recuerdos a Dina y a la reina —gritó Sofía tras ella.

Y Alicia desapareció. Alberto y Sofía se quedaron mirando las botellas.

—BÉBEME y BÉBEME A MÍ TAMBIÉN —leyó Sofía—. No sé si atreverme. Quizás sea veneno.

Alberto se limitó a encogerse de hombros.

—Pues viene del mayor y todo lo que procede de él es conciencia. Simplemente, zumo del pensamiento.

Sofía desenroscó el tapón de la botella roja y se la acercó con cuidado a la boca. El zumo sabía dulce y algo extraño, pero eso era lo de menos. Al mismo tiempo comenzó a suceder algo con todo lo que había a su alrededor.

Fue como si el lago, el bosque y la cabaña comenzaran a extenderse, Pronto pareció que todo lo que veía era una sola persona, y esa persona era la propia Sofía. Miró a Alberto, pero era como si él también fuera una parte del alma de Sofía.

—Qué raro —dijo Sofía—. Veo todo como antes, pero ahora es como si todo estuviera conectado. Tengo la sensación de que todo es una sola conciencia.

Alberto asintió,, pero era como si Sofía dijera que sí a sí misma.

—Es el panteísmo, o la filosofía unitaria —dijo él—. Es el espíritu universal de los románticos, quienes veían todo como un solo «yo». También es Hegel, que miraba de reojo al individuo y que veía todo como una manifestación de la razón universal.

—¿Bebo de la otra también?

—Eso pone en la botella.

Sofía desenroscó el tapón de la botella azul y bebió un gran trago. Este zumo sabía un poco más refrescante y más ácido que el rojo. También ahora tuvo lugar un rápido cambio en todo lo que había a su alrededor

En el transcurso de un instante desapareció el efecto de la bebida roja, de manera que las cosas volvieron a su antiguo lugar. Alberto volvió a ser Alberto, los árboles del bosque volvieron a ser los árboles del bosque y el agua volvió a aparecer como un pequeño lago.

Pero esto sólo duró un segundo, porque ahora todo lo que Sofía podía ver se estaba separando. El bosque ya no era bosque, sino que cada arbolito aparecía como un mundo aparte; cada ramita era como un pequeño cuento sobre el que se podrían contar mil cuentos.

De pronto el pequeño lago se había transformado en un inmenso mar, no en anchura o profundidad, sino en detalles resplandecientes y sutiles sinuosidades. Sofía entendió que podía haber empleado toda una vida sólo en contemplar esta agua, e incluso cuando la vida un día llegara a su fin, el agua seguiría siendo un misterio inescrutable.

Posó la mirada sobre la copa de un árbol donde tres pequeños gorriones estaban ocupados en un extraño juego. De alguna manera Sofía sabía que los pajaritos estaban en este árbol incluso cuando miró a su alrededor después de haber bebido de la botella roja, pero, de todos modos, no los había visto de verdad. La botella roja había borrado todos los contrastes y todas las diferencias individuales.

Sofía se inclinó sobre la hierba. Descubrió un nuevo mundo, más o menos como cuando uno bucea a mucha profundidad y abre los ojos debajo del agua por primera vez. En el musgo, entre hierbas y pajas, pululaba un sinfín de detalles vivos. Sofía vio una araña que lentamente y a su aire buscaba su camino por el musgo... un gusanito rojo que subía y bajaba a toda prisa por una paja... y todo un pequeño ejército de hormigas trabajando en la hierba. Pero incluso cada una de las hormigas levantaba las patas a su manera.

Y sin embargo, lo más curioso de todo fue lo que vio cuando se volvió a levantar y miró a Alberto, que seguía de pie delante de la cabaña. En Alberto vio a una persona extraña era como un ser de otro planeta, o como un personaje de otro cuento. Al mismo tiempo sentía de una manera insólita que ella misma era una persona única. No era solamente un ser humano, no era solamente una chica de quince años. Era Sofía Amundsen y sólo ella era eso.

—¿Qué ves? —preguntó Alberto.

—Veo que eres un tipo raro.

—¿Ah sí?

—Creo que nunca llegaré a entender lo que es ser otra persona, porque no hay ninguna persona en todo el mundo que sea idéntica a otra.

—¿Y el bosque?

—No está relacionado entre sí. Es como un universo entero de maravillosos cuentos.

—Entonces es como pensaba. La botella azul es el individualismo. Es por ejemplo la reacción de Sören Kierkegaard a la filosofía unitaria del Romanticismo. Pero también lo es otro danés contemporáneo de Kierkegaard, el famoso autor de cuentos H. C. Andersen. Él tenía una vista muy aguda para la increíble riqueza de detalles de la naturaleza. El filósofo alemán Leibniz había visto lo mismo cien años antes. Él había reaccionado contra la filosofía unitaria de Spinoza, de la misma manera que Sören Kierkegaard reaccionó contra Hegel.

—Estoy escuchando lo que dices, pero al mismo tiempo te veo tan raro que me entran ganas de reírme.

—Entiendo. Entonces debes beber un poco de la botella roja. Sentémonos aquí, en el escalón. Hablaremos un poco de Kierkegaard antes de dejarlo por hoy.

Sofía se sentó en el escalón junto a Alberto y bebió un pequeño trago de la botella roja. Ahora las cosas volvieron a juntarse. De hecho, casi se fundieron demasiado, porque de nuevo Sofía tuvo la sensación de que ninguna diferencia tenía importancia. Entonces volvió a meter la lengua en el cuello de la botella azul, y el mundo volvió a ser más o menos como era antes de que Alicia se presentara con las dos botellas.

—¿Pero qué es lo verdadero? —preguntó Sofía—. ¿Es la botella roja o es la azul la que proporciona la vivencia correcta?

—Tanto la azul como la roja, Sofía. No podemos decir que los románticos se equivocaron, porque sólo existe una realidad. Pero a lo mejor fueron un poco maniáticos.

—¿Y la botella azul?

—Creo que es la botella de la que Kierkegaard habría bebido largos sorbos. Al menos valoraba enormemente la importancia del individuo. No somos solamente «hijos de nuestra época». Cada uno de nosotros también es un individuo único que vive solamente esta única vez.

—A Hegel esto no le había importado gran cosa, ¿verdad?

—No, a él le interesaban más las grandes líneas de la Historia. Y precisamente esto indignó a Kierkegaard, que pensaba que tanto la filosofía unitaria de los románticos, como el historicismo de Hegel, habían ahogado la responsabilidad del individuo sobre su propia vida. Para Kierkegaard, Hegel y los románticos eran más o menos la misma cosa.

—Comprendo que se enfadara.

—Sören Kierkegaard nació en 1813 y fue educado muy severamente por su padre, de quien también había heredado su melancolía religiosa.

—No suena muy bien.

—Precisamente por su carácter triste y melancólico, se sintió obligado a romper un compromiso matrimonial, lo que fue muy mal visto por la burguesía de Copenhague. De ese modo, pronto se convirtió en un hombre marginado y burlado, aunque con el tiempo aprendió a defenderse. Se convirtió cada vez más en lo que Ibsen llamaría más adelante un «enemigo del pueblo».

—¿Por haber roto el compromiso?

—No, no sólo por eso. Fue, sobre todo, porque al final de su vida elaboró una intensa crítica cultural. «Toda Europa camina hacia la bancarrota», dijo. Pensaba que vivía en una época totalmente carente de pasión y dedicación. Reaccionó especialmente contra la falta de entusiasmo dentro de la Iglesia, y criticó vivamente lo que nosotros llamamos «religión de domingo».

—Hoy en día se podría hablar de «religión de la confirmación». La gran mayoría de los jóvenes de hoy se confirman sólo por los regalos que van a recibir.

—Pues eso es. Para Kierkegaard el cristianismo era tan abrumador y tan irracional que tenía que ser «lo uno o lo otro». No se puede ser «un poco» cristiano, o «hasta cierto punto». Porque o Jesús resucitó el Domingo de Pascua o no. Y si realmente resucitó de entre los muertos por nosotros, esto es entonces tan inmenso que tiene que inundar nuestras vidas.

—Entiendo.

—Pero Kierkegaard observó que tanto la Iglesia como la mayoría de la gente tenían una postura de sabelotodo ante las cuestiones religiosas. Para Kierkegaard la religión y la razón eran como fuego y agua. No basta con creer que el cristianismo es lo «verdadero». La fe cristiana consiste en seguir las huellas de Cristo.

—¿Qué tenía que ver esto con Hegel?

—Puede que hayamos empezado por el final.

—Entonces sugiero que des marcha atrás y arranques de nuevo.

—Kierkegaard empezó a estudiar teología cuando contaba sólo 17 años, pero poco a poco se iba interesando cada vez más por las cuestiones filosóficas. A los 27 años, presentó su tesis sobre el concepto de la ironía, en la que se despachó a sus anchas contra la ironía romántica y contra el juego sin compromiso de los románticos con la ilusión. Como contrapartida a esta forma de ironía puso la «ironía socrática». También Sócrates había empleado la ironía como recurso, pero en su caso fue para provocar una seria reflexión. Al contrario que los románticos, Sócrates era lo que Kierkegaard llamaba un «pensador existente», es decir, un pensador que incluye toda su existencia en su reflexión filosófica.

—Bien.

—Tras romper su compromiso matrimonial, Kierkegaard se marchó en 1841 a Berlín, donde asistió a las clases de Schelling, entre otras.

—¿Llegó a conocer a Hegel?

—No, Hegel había muerto diez años antes, pero su espíritu seguía siendo el dominante, tanto en Berlín como en muchas partes de Europa. Su «sistema» se utilizaba como una especie de explicación total a toda clase de cuestiones. Kierkegaard señaló que las «verdades objetivas» por las que se interesaba la filosofía hegeliana no tenían ninguna importancia para la existencia del individuo.

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