Read El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) Online
Authors: Isaac Asimov
Puesto que los jueces eran designados de por vida y pocos renunciaban, Jefferson no vio otro modo de acabar con la dominación federalista del poder judicial que mediante la recusación. Todo funcionario (incluido el presidente) podía ser recusado (es decir, acusado) por acciones que lo inhabilitasen para el cargo. Podía ser juzgado por el Senado y, si era condenado, eliminado del cargo en estricto acuerdo con la Constitución.
Jefferson, pues, dirigió el procedimiento de recusación contra un juez de New Hampshire que era extremadamente federalista y cuyas acciones en los juicios eran tan extrañas que revelaban falta de cordura. El juez fue enjuiciado, condenado el 12 de marzo de 1804 y eliminado del cargo.
Luego Jefferson dirigió el procedimiento de recusación contra un blanco mucho más importante: Samuel Chase de Maryland (nacido en el condado de Somerset el 17 de abril de 1741). Chase fue uno de los firmantes de la Declaración de la Independencia y juez adjunto del Tribunal Supremo, nombrado por Washington en 1796. Era un federalista que, cuando presidía juicios, lo hacía de una manera muy partidista, pero no psicótica. Fue recusado y llevado a juicio ante el Senado en febrero de 1805. Pese a toda la presión del gobierno, fue absuelto el 1 de marzo y Jefferson renunció a la ofensiva. Se dispuso a soportar el poder judicial, ya que no podía hacer otra cosa.
Las victorias que los federalistas podían lograr eran deplorablemente insuficientes para los ultrafederalistas de Nueva Inglaterra, ahora bajo el liderato de Timothy Pickering, que había sido secretario de Estado bajo Washington y bajo Adams. Se había convertido en senador por Massachusetts, uno de los sólo nueve senadores federalistas que quedaron en el Congreso después de las elecciones de mitad del mandato de 1802 (menos de la mitad de los veinte que había habido seis años antes).
Pickering era nativo de Salem, condado de Essex, y puesto que algunos otros líderes del ultrafederalismo también provenían de este condado, ese sector del partido luego fue llamado el «Essex Junto». («Junto» es una deformación de una palabra española [«junta»] que significa «concejo» y se ha llegado a usarla para designar a una fracción o camarilla.) Pickering y sus adeptos veían en el gobierno centrado en los granjeros de Jefferson la destrucción de la prosperidad comercial de Nueva Inglaterra. La compra de Luisiana fue el colmo, para ellos, pues cada nuevo Estado occidental aumentaba la mayoría demócrata republicana, y con el territorio de Luisiana podía hacerse muchos Estados de granjeros, y no comerciales.
Pickering no veía salida alguna, excepto la formación de una nación separada. Los Estados comerciales pondrían fin a su anterior aceptación de la Constitución y reasumirían su soberanía. En otras palabras, se «separarían» de la Unión. Para Pickering, la nueva nación incluiría los cinco Estados de Nueva Inglaterra, más Nueva York y Nueva Jersey. El Junto de Essex hasta se hallaba dispuesto a aceptar ayuda británica para la creación de esta «Confederación Norteña». (Cabe preguntarse qué habría dicho Sam Adams —un inquebrantable demócrata republicano—, pero, mientras el Junto hacía sus planes. Sam Adams, a los 81 años, moría el 2 de octubre de 1803).
Hamilton fue abordado al respecto. ¿Pondría a Nueva York de parte de ellos?
Hamilton rechazó toda posibilidad semejante en los términos más enérgicos. Había aprobado la compra de Luisiana cuando otros federalistas lo habían condenado, y no estaba dispuesto a romper la Unión sólo porque no marchaba a su gusto. Pero Burr estaba a favor de todo aquello contra lo cual estaba Hamilton, y Burr era un hombre inescrupuloso que no se detenía ante nada. El Junto de Essex abordó a Burr.
Burr no iba a presentarse como candidato a vicepresidente en 1804, pues, después de dejarse usar por los federalistas en la elección empatada de 1800, había sido prácticamente expulsado del partido por el encolerizado Jefferson. Burr, entonces, decidió presentarse a candidato para gobernardor de Nueva York, y deseaba hacer otro pacto con los federalistas. Si ellos lo apoyaban, él pondría a Nueva York en la Confederación Norteña.
En la primavera de 1804 se realizó la elección para la gobernación de Nueva York y Burr fue derrotado. Burr pensaba que la razón de su derrota no era difícil de hallar. Hamilton había hecho una dura campaña electoral en contra de él, por lo cual se obtuvo el apoyo federalista que esperaba.
Era el colmo para Burr. Hamilton le había impedido ser presidente, y ahora le impedía ser gobernador.
En junio, Burr halló un motivo de ofensa en algo que Hamilton había dicho de él, y desafió a su enemigo a un duelo. No había nada que obligase a Hamilton a aceptar el desafío. Desaprobaba los duelos, y sólo tres años antes su hijo mayor había muerto en un duelo. Sabía que Burr era un hombre amargado y un buen tirador. Sin embargo, Hamilton no tuvo coraje para aparecer como cobarde y perder su rango de «caballero».
Aceptó el desafío y, el 11 de julio de 1804, el duelo se llevó a cabo en Weekhawken, sobre la costa de Nueva Jersey del río Hudson. Burr (quien aún era vicepresidente de los Estados Unidos) apuntó cuidadosamente y disparó a Hamilton debajo del pecho. Un poco más de un día después, Hamilton moría a la edad de cuarenta y nueve años.
Pero también se hundieron los planes para una Confederación Norteña. En su ceguera, Burr había arruinado totalmente su carrera política, había hecho de Hamilton un mártir y un héroe y había sumido al Junto de Essex en una amarga impotencia.
El resultado se hizo deslumbrantemente obvio cuando llegó la época para la elección presidencial de 1804. Por primera vez, los candidatos fueron elegidos por corrillos del Congreso, esto es, por reuniones de miembros del Congreso pertenecientes a determinado partido político. Jefferson fue reelegido candidato por los republicanos demócratas, por supuesto. En lugar de Aaron Burr, eligieron a George Clinton, durante largo tiempo gobernador de Nueva York, para la vicepresidencia.
En cuanto a los federalistas, eligieron a Charles Pinckney (el candidato a vicepresidente de 1800) para la presidencia, y a Rufus King de Nueva York, uno de los autores de la Ordenanza del Noroeste, para la vicepresidencia. Había sido miembro de la Convención Constitucional y, más recientemente, ministro ante Gran Bretaña.
El tema principal de la campaña fue la compra de Luisiana, y los federalistas no podían haber hecho nada peor que oponerse a ella. La adquisición de un vasto territorio halagaba tanto el orgullo americano que casi todos los electores elegidos eran republicanos demócratas.
El resultado fue un aplastante triunfo de los republicanos demócratas el 5 de diciembre de 1804. En esta primera elección en la que los electores votaban por un presidente y un vicepresidente de manera separada, Jefferson y Clinton obtuvieron 162 votos electorales contra 14 para Pinckney y King. Sólo en Connectitcut y Delaware tuvieron mayoría los federalistas.
El Noveno Congreso, elegido en esta misma elección, era más republicano demócrata que nunca. La supremacía republicana demócrata fue ahora de 27 a 7 en el Senado y de 116 a 25 en la Cámara. Los federalistas habían menguado hasta quedar reducidos a la impotencia.
En cuanto a Aaron Burr, no pudo hacer nada más que sumergirse en las sombras de la conspiración. Execrado por el asesinato de Hamilton, con órdenes de arresto emitidas por Nueva York y Nueva Jersey, su carrera política estaba terminada. Se marchó al oeste, donde se encontró con su amigo el general James Wilkinson.
Wilkinson, que había recibido dinero de España durante todo el decenio de 1790-1799, en 1805, con la increíble suerte que nunca mereció, había sido nombrado gobernador de todo el territorio de Luisiana, excepto el extremo meridional. Una docena de años antes, había intrigado para separar las regiones del golfo con ayuda de España. Ahora sus planes eran más grandiosos. Soñaba con crear un imperio que no sólo incluiría la parte sudoccidental de los Estados Unidos, sino también territorios españoles, imperio del que él sería el gobernante con Nueva Orleáns como capital. ¿Por qué no? Bonaparte, que había empezado siendo un pobre oficial corso, se había convertido en dictador de Francia, en el hombre más poderoso de Europa y, el 2 de diciembre de 1804 (tres días antes de la reelección de Jefferson), en emperador de Francia, como Napoleón I. ¡Qué ejemplo para otros!
Burr, quien ya había mostrado su disposición a desmembrar los Estados Unidos, adhirió el vago complot de Wilkinson. Burr tenía una personalidad atractiva y el suave carácter convincente de un estafador. En el oeste conoció a muchas personas a las que deslumbró con sus planes, y en 1806 empezó a reclutar hombres para invadir los dominios españoles. Sólo esperaba que sus aliados de Nueva Orleáns declarasen independiente Luisiana.
Hasta dónde habría llegado la cuestión, en qué medida habría tenido éxito, son cosas que nunca sabremos. John Wilkinson, después de decidir que el complot no triunfaría finalmente, o después de decidir que Burr le estaba robando toda la gloria, o ambas cosas, optó por salir de apuros a expensas de Burr. Nunca vacilante en la traición, Wilkinson escribió una carta a Jefferson en la que la revelaba la conspiración, echaba toda la culpa sobre Burr y se presentaba a sí mismo como un patriota. Cuando Burr se enteró de esto, huyó hacia la Florida española, mientras Wilkinson aparecía una vez más como un dechado de virtudes.
Jefferson, que no necesitaba de mucho estímulo para tratar de aplastar a Burr, inmediatamente lo hizo perseguir. Burr fue arrestado en lo que es ahora Alabama el 19 de febrero de 1807. Se le inició un juicio por traición el 30 de marzo en Richmond, Virginia.
El juez que presidía el Tribunal de Circuito de La Unión ante el cual fue juzgado Burr no era sino John Marshall. Marshall no sentía ninguna simpatía por la conspiración, la traición o por Aaron Burr, pero su odio a Jefferson era predominante. Burr se convirtió en objeto de un duelo entre el presidente y el presidente del Tribunal Supremo; el primero movió cielo y tierra para obtener la condena; el segundo, para obtener la absolución.
El presidente del Tribunal Supremo ganó, por el momento, adoptando una actitud construccionista estricta. Adhería a la definición estricta de traición, la cual, decía la Constitución, consistía en «hacer la guerra contra los Estados Unidos o adherir a sus enemigos».
Burr realmente no había hecho la guerra ni adherido a enemigos. Había sido detenido antes de que lo hiciera y era imposible probar que realmente pretendía hacerlo. Por consiguiente, después de un juicio que duró un mes, Burr fue absuelto, el 1 de septiembre de 1807, y Marshall tuvo la torva satisfacción de frustrar a su enemigo, el presidente.
Burr se marchó a Europa, donde permaneció algún tiempo, y aunque vivió treinta años más, pues murió a los ochenta años en Nueva York, llevó una vida penosa y oscura. A fin de cuentas, fue bien castigado.
Atrapado entre los gigantes
Pero mientras Jefferson combatía con jueces y traidores, el verdadero peligro estaba más allá de las fronteras.
La guerra entre Gran Bretaña y Napoleón fue, en algunos aspectos, un don del Cielo para el comercio americano. Los Estados Unidos eran el mayor poder marítimo neutral y sus barcos transportaban artículos en cantidades propias de tiempos de guerra y con beneficios propios de tiempos de guerra. Por un tiempo, esta prosperidad de tiempo de guerra proporcionó a Estados Unidos más barcos y más comercio per capita que cualquier otra nación del mundo, y el comercio floreció hasta con la lejana China.
Pero era una prosperidad peligrosa y frágil, pues en gran parte se mantenía en desafío a los británicos, que dominaban los mares.
Francia, incapaz de usar sus propios barcos frente al enemigo británico, dependía de la flota americana para obtener lo que necesitaba del mundo fuera de Europa. Los barcos americanos llevaban productos de las colonias francesas o españolas a Francia o a su aliada España, y esos barcos podían ser confiscados por los británicos por llevar «contrabando», es decir, materiales necesarios para la capacidad bélica de Napoleón.
Lo que hacían los barcos americanos era llevar los cargamentos de las colonias a los Estados Unidos, pues los británicos no prohibían a Estados Unidos, que era neutral, importar artículos. Hecho esto, y después de cumplir con ciertas formalidades, el cargamento se volvía americano. Luego, los barcos iban a Francia o España. Ahora eran barcos neutrales americanos que llevaban un cargamento americano y, por ende, inmunes a su captura por los británicos. Era una ficción transparente, pero en 1800 Gran Bretaña había aceptado este principio del «viaje quebrado».
Pero a medida que la guerra en Europa se hizo más enconada, hubo cada vez menos propensión por ambas partes a ser meticulosos con respecto a los derechos de los neutrales. En 1805, Gran Bretaña aplastó a la armada francesa en la batalla de Gibraltar y su dominio del mar se hizo absoluto. Pero Francia ganó la batalla de Austerlitz sobre Rusia y Austria, y Napoleón se hizo más poderoso que nunca.
Sólo Gran Bretaña obstruía el camino de Napoleón hacia la práctica dominación del mundo; y sólo su armada protegía a Gran Bretaña de una invasión napoleónica. Gran Bretaña no tenía un ejército para desafiar a Francia por tierra; y Francia carecía de una armada capaz de desafiar a Gran Bretaña por mar. Ambas usaron armas económicas. Gran Bretaña bloqueó Francia y Napoleón trató de impedir que las potencias europeas comerciasen con Gran Bretaña.
La flota americana quedó atrapada y aplastada entre los dos gigantes. Los británicos, desde 1805, ya no permitieron la ficción del viaje quebrado. Barcos de guerra británicos y corsarios franceses empezaron a apoderarse de buques americanos, y la prosperidad comercial americana llegó a su fin.
Como Gran Bretaña dominaba los mares y era capaz de hacer más daño a la flota americana que Francia, aumentó la cólera contra la primera. Además, estaba el problema de la requisa, con respecto a la cual también aumentó la ira.
Gran Bretaña necesitaba marineros, pues sus barcos eran su defensa y sin ellos sería destruida. Pero la estructura de clases británica era tal que sus jefes trataban a los marineros como a perros. Tan miserable era el trato dado a los marineros a bordo, tan miserables los alimentos que les daban y la frecuencia con que eran azotados por infracciones menores, que ningún hombre cuerdo se alistaba voluntariamente para el servicio. El modo como los británicos obtenían marineros, pues, era capturando a los hombres fuertes de bajo status social y llevándolos a bordo de los barcos por la fuerza, si era necesario. Tales «patrullas de enganche» que proporcionaban los marineros que Gran Bretaña necesitaba formaban parte del modo británico de vida.