Read El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) Online
Authors: Isaac Asimov
Naturalmente, una vez que un británico se hallaba a bordo de un barco, no habría estado en su sano juicio si no hubiese hecho todo lo posible por desertar. Pese a las más duras medidas y la más estricta vigilancia, muchos lo hacían. La deserción era más eficaz cuando los marineros podían llegar a los Estados Unidos, donde no había ninguna barrera lingüística, donde podían obtener fácilmente documentos de nacionalidad fraguados y donde podían trabajar por salarios superiores y mejor trato. En resumen, los británicos tal vez perdían 2.500 hombres al año, hombres que iban a parar a barcos americanos.
Gran Bretaña no podía permitirse esa pérdida. Como nunca se le ocurrió que podía evitar la pérdida mediante un mejor trato, apelaba a la fuerza. No reconocía el derecho a los súbditos británicos a convertirse en ciudadanos americanos y se sentía compelida, por las exigencias de la guerra, a detener barcos americanos en alta mar en busca de desertores. De este modo, los británicos localizaban a muchos desertores, y también se llevaban a muchos ciudadanos americanos, y hasta a algunos americanos nativos.
Tales acciones eran tan humillantes para los americanos que despertaron un odio creciente hacia Gran Bretaña. El Partido Federalista, que antaño se había beneficiado con la indignación americana contra Francia, ahora siguió menguando ante la tormenta antibritánica. En la elección de medio plazo para el Décimo Congreso, la representación federalista se redujo a 6 en el Senado y a 24 en la Cámara, una pérdida de un escaño en cada uno.
Jefferson, que aún era un hombre de paz, trató de negociar con Gran Bretaña, pero los británicos, que todavía consideraban su guerra con Napoleón como lo más importante, no hicieron ninguna concesión sustancial.
Sin duda, la situación se estaba haciendo cada vez más crítica para los británicos. En 1807, Napoleón, después de ganar otras batallas, dominaba toda Europa al oeste de Rusia y estaba a punto de hacer también una alianza con Rusia. El emperador francés movilizó a todo el continente europeo en una guerra económica contra Gran Bretaña, y los británicos, en medio de su furia y su desesperación, golpeaban cada vez más duramente en el único campo donde poseían la supremacía, el mar.
El 22 de junio de 1807, el barco americano Chesapeake abandonó Norfolk para dirigirse a puertos africanos. No esperaba tener problemas y sus cubiertas estaban tan abarrotadas de productos que a la tripulación le era difícil llegar hasta los cañones.
No muy lejos de las aguas americanas fue detenido por un poderoso buque de guerra británico, el Leopard, el cual exigió que el Chesapeake se sometiese a la requisa, pues se tenían informes de que había cuatro desertores británicos a bordo. El Chesapeake se negó y el Leopard abrió el fuego. El Chesapeake, incapaz de usar adecuadamente sus cañones y superado en poder de fuego aunque hubiese podido hacerlo, se rindió después de media hora, con tres muertos y dieciocho heridos. Un contingente de abordaje británico examinó el barco y se llevó cuatro hombres que, según los británicos, eran desertores.
Los Estados Unidos estallaron de furia y una fiebre bélica se apoderó de la nación. Si Jefferson hubiese declarado la guerra, habría tenido el apoyo popular, pero sabía que Estados Unidos no estaba preparado para la guerra. Su propia política de economía había reducido la armada americana prácticamente a la nada y los barcos británicos asolarían a su antojo la expuesta línea costera americana.
Jefferson sólo podía inclinarse ante lo inevitable. Por el momento, los dos gigantes europeos, Gran Bretaña y Francia, practicaban la guerra abierta contra cualquier barco que comerciase con el enemigo, y Jefferson, viendo a los Estados Unidos atrapados entre los gigantes, renunció a comprometerse.
El 22 de diciembre de 1807 hizo aprobar una «Ley de Prohibición». Según los términos de esta ley, los barcos americanos debían abstenerse de todo comercio con el exterior. La idea más bien desesperada que inspiraba esta medida era que Gran Bretaña y Francia padecerían por la ausencia del comercio americano y harían concesiones.
Pero no tuvo ningún éxito. Bajo el bloqueo británico, el comercio ultramarino de Francia era tan reducido que la pérdida de barcos americanos era una cuestión secundaria para ella. En cuanto a los británicos, como Francia entró en guerra con su vieja aliada, España, en 1808, esto significó que Gran Bretaña podía disponer de los puertos y barcos de la América Hispánica. Esto compensaba con creces la pérdida de los Estados Unidos y, en verdad, los barcos mercantes británicos se beneficiaron con la desaparición de la flota americana.
El daño que provocó la Prohibición fue para las regiones comerciales de los mismos Estados Unidos. El comercio de Nueva Inglaterra y Nueva York quedó destruido, y la región se sumió en una profunda depresión.
El comienzo del cambio
El segundo gobierno de Jefferson estaba terminando en el desastre. Entre el desamparo de la nación contra Gran Bretaña, el vergonzoso asunto de Burr y el total fracaso de la Prohibición, fue tan sombrío como luminoso había sido el primer gobierno.
Sin embargo, Jefferson podía haber tenido un tercer mandato si lo hubiese querido. Pero estaba cansado. Después de cuarenta años en la vida pública y ocho años como presidente, estaba tan ansioso de retirarse como lo había estado Washington. Por ello, dejó bien en claro que no se presentaría como candidato para un tercer mandato. Esta actitud y la negativa de Washington establecieron el precedente de un máximo de dos mandatos que iba a mantenerse por 132 años, aunque la Constitución no lo exigía.
Los republicanos se volvieron a Madison, arquitecto de la Constitución, fiel mano derecha y paisano virginiano de Jefferson, así como secretario de Estado durante los ocho años de la presidencia de Jefferson. George Clinton fue propuesto nuevamente para la vicepresidencia. Los federalistas se aferraron a Pinckney y King.
El resultado fue otra victoria republicana demócrata, pero por un margen reducido. Madison recibió 122 votos electorales y Pinckney 47, el 7 de diciembre de 1808, por lo que Madison fue elegido cuarto presidente de los Estados Unidos. Los federalistas obtuvieron ganancias en el Undécimo Congreso. Aunque su representación en el Senado no varió, doblaron su número en la Cámara de Representantes, que, sin embargo, siguió siendo demócrata republicana, por 94 a 48.
Pero los federalistas recuperaron fuerzas en Nueva Inglaterra, y algunos demócratas republicanos norteños, si bien no se pasaron a los federalistas, se negaron a apoyar a otro virginiano para la presidencia y votaron por Clinton (quien recibió seis votos electorales para la presidencia).
Era claro que la Prohibición estaba fortaleciendo a los federalistas y que esto no podía continuar. Por ello, el 1 de marzo de 1809, tres días antes de abandonar el cargo, Jefferson levantó la Prohibición para que Madison pudiese iniciar su gobierno sin ese impedimento. La prohibición del comercio con Gran Bretaña y Francia se mantuvo, pero los barcos americanos pudieron ir a cualquier otra parte que quisieran.
Madison siguió tratando de mejorar la situación en el mar mediante negociaciones, y al principio las perspectivas parecían esperanzadoras. El ministro británico ante los Estados Unidos, David M. Erskine, trató de llegar a un acuerdo y, en su entusiasmo, concedió más de lo que sus instrucciones le permitían hacer. Madison levantó gozosamente las restricciones sobre el comercio con Gran Bretaña, pero luego el gobierno británico repudió acremente el acuerdo de Erskine, y Madison, defraudado y confundido, tuvo que reimponer las restricciones.
Pero esas restricciones continuaron haciendo mucho daño y poco bien, de modo que el 1 de mayo de 1810 el Congreso intervino. Se aprobó una ley que permitía el comercio con Gran Bretaña y Francia, pero prometía que si cualquiera de estas naciones levantaba todas las restricciones sobre la flota americana, el comercio con la otra sería prohibido.
Fue un gesto bastante tonto, pues Gran Bretaña no cedería, mientras que si Francia lo hacía, puesto que sus restricciones eran de escasa monta, ello importaría poco.
Francia levantó las restricciones, o al menos pretendió haberlo hecho. Aunque aseguró a los Estados Unidos que ya no había restricciones, en la práctica las mantuvo. Madison, ansioso de obtener algún beneficio de las angustias diplomáticas de los Estados Unidos, aceptó el gesto de Napoleón y rápidamente prohibió nuevamente el comercio con Gran Bretaña, el 2 de marzo de 1811.
Para el público americano, Francia era conciliadora y Gran Bretaña intransigente, de modo que el sentimiento antibritánico siguió aumentando. El gobierno británico, por otra parte, que tenía una experiencia directa de la duplicidad napoleónica, no podía creer que Estados Unidos se hubiese dejado engañar. Los británicos pensaban s que el presidente demócrata republicano sencillamente se dejaba llevar por su prejuicio profrancés y se negaron a levantar sus restricciones sobre los barcos americanos,
Esto fue desafortunado, pues los británicos estaban en condiciones de ser indulgentes. Napoleón se había envuelto en 1808 en una guerra sin posibilidades de victoria en España, y toda Europa se agitaba cada vez más bajo su dura dominación. Sin embargo, Gran Bretaña tenía su orgullo y aún abrigaba un ardiente resentimiento contra sus antiguas colonias, y no cedería.
Así, los sucesos empezaron a dirigirse implacablemente hacia la guerra.
Pero si Estados Unidos parecía inerme frente a Gran Bretaña y Francia, quedaba en pie el hecho de que estaba creciendo rápidamente. En 1810, el censo nacional demostró que la población del país era de 7.239.881 hahitantes, unas dos veces y media mayor que cuando se había obtenido la independencia, en 1783.
Y no se trataba sólo de números. El carácter de la economía americana estaba iniciando un lento cambio en la dirección que Hamilton había esperado y ni Jefferson ni los demócratas republicanos podían hacer nada para detenerlo.
En 1789, un inglés llamado Samuel Slater (nacido en 1768) llegó a los Estados Unidos. Había trabajado en las fábricas inglesas que empezaban a utilizar la máquina de vapor para accionar artefactos que hilaban y tejían, reemplazando el más lento trabajo a mano. Este hecho señaló el comienzo de la «Revolución Industrial». Slater tenía los diseños de tales máquinas en su cabeza y en 1790 fundó una fábrica en Pawtucket, Rhode Island. Así llegó la Revolución Industrial a los Estados Unidos.
Oliver Evans (nacido cerca de Newport, Delaware, en 1755) construyó máquinas de vapor de alta presión ya antes de 1802, y con ellas se pudo construir una fábrica tras otra. Francis Cabot Lowell (nacido en Newburyport, Massachusetts, en 1743, y en homenaje al cual se dio nombre a Lowell, Massachusetts) construyó complejas tejedurías e hilanderías.
A partir de esos comienzos Estados Unidos se convertiría, un siglo y medio más tarde, en la nación industrialmente más avanzada que haya visto el mundo, proceso que, lenta pero constantemente, barrería la nación de los pequeños granjeros que Jefferson había idealizado.
Sin embargo, una consecuencia de la inventiva americana resultaría casi fatal para América.
Desde la Guerra Revolucionaria, la institución de la esclavitud se hizo cada vez más impopular y ganaba terreno la aspiración a hacerla ilegal. Hasta en el Sur, donde estaba la mayoría de los esclavos, había pocos apologistas de ella. El uso de esclavos no era muy rentable y constituía una vergüenza, considerando los elevados ideales democráticos de los demócratas republicanos del Sur. Y, en verdad, hombres como Washington y Jefferson, aunque poseían esclavos, detestaban la institución.
Uno de los cultivos importantes del Sur era el algodón, cada vez más solicitado por las fábricas de máquinas de vapor de Gran Bretaña, que empezaron a producir ropa de algodón barata en grandes cantidades. El paso más difícil era el de separar las fibras de algodón de la simiente. Era un trabajo espantosamente tedioso que se obligaba a realizar a los esclavos negros, pero que sólo podía hacerse lentamente.
La esposa de Nathaniel Greene, viuda del general de la Guerra Revolucionaria (que había muerto en 1786), vivía en Savannah, Georgia. Un día de 1793 recibió como invitados a algunos plantadores sureños que hablaban con vehemencia de esta dificultad. Estaba presente en esa ocasión un joven protegido de la señora Greene, Eli Whitney (nacido en Westboro, Massachusetts, el 8 de diciembre de 1765), un ingenioso inventor.
En pocas semanas construyó un sencillo cilindro claveteado que, cuando rotaba, enredaba las fibras y las separaba de las semillas mecánicamente.
Esta «desmotadora», que Whitney patentó el 14 de marzo de 1794, aumentó en cincuenta veces la cantidad de algodón que podía ser separado de las semillas. Inmediatamente fue posible aumentar la cantidad de algodón cultivado, pues todos los esclavos podían ser utilizados en los campos, sin tener que desperdiciar prácticamente a ninguno separando pelusas. Las plantaciones de algodón se expandieron, la esclavitud se hizo más rentable y toda oposición a ella gradualmente desapareció en el Sur. En verdad, los sureños empezaron a pensar que sin la esclavitud su economía se destruiría.
Así, estaba montado el escenario para la gran tragedia americana de la guerra civil de setenta años más tarde.
(Whitney no hizo dinero con la desmotadora. Era tan simple que cualquiera podía construirla, y Whitney comprendió la inutilidad de hacer pleitos por la usurpación de su patente. Se marchó a Connecticut, y allí, en 1798, se dedicó a la manufactura de armas de fuego. Lo hizo con precisión y fue el primero en fabricar partes tan iguales que cualquiera de ellas se adaptaba a cualquier arma. A la larga, esto fue más importante que la desmotadora.)
La creciente iniciativa e inventiva de los americanos también contribuyó a neutralizar la debilidad inherente a la vasta extensión de territorio de la nación. Madison fue presidente de una nación con una superficie de 3.800.000 kilómetros cuadrados, mucho más grande que cualquier nación europea, excepto Rusia. En las condiciones de la época, el transporte y las comunicaciones por esas distancias subdesarrolladas eran tan difíciles que hacían razonable que aventureros como Wilkinson soñasen con separar partes remotas de territorio.
Pero el desarrollo se produjo rá¡pidamente. La «carretera de peaje» había sido desarrollada en Gran Bretaña y, el 9 de abril de 1791, fue introducida en los Estados Unidos, cuando se inauguró una carretera de cien kilómetros entre Filadelfia y Lancaster. En 1810 había trescientas compañías constructoras de carreteras en el noreste, y también se construyeron canales (caminos para barcos, en realidad). Los hombres pudieron cada vez más desplazarse rápida y fácilmente, y con cada década que pasó disminuyeron los inconvenientes de la vasta superficie americana.