El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (29 page)

Antes de poder hacer algo en Luisiana, Bonaparte necesitaba la paz en Europa. El 14 de junio de 1800 había obtenido una de sus grandes victorias en la batalla de Marengo sobre Austria, y las potencias europeas se vieron obligadas a aceptar hoscamente la situación. Hasta Gran Bretaña se cansó de la guerra y, finalmente, aceptó el llamado «Tratado de Amiens», el 27 de marzo de 1802, de modo que por último Bonaparte obtuvo la paz… y también la victoria.

Otra cosa que necesitaba era una base segura en las ricas Antillas. Allí, por el comercio, podía construir una sólida estructura financiera mediante la cual poder desarrollar las tierras vírgenes de Luisiana y crear una nueva Francia.

Francia había poseído la parte occidental de la isla de Santo Domingo (la parte que hoy constituye la nación de Haití) desde el siglo XVII, y en 1697 la obtuvo toda de España. Por entonces, su población consistía principalmente en esclavos negros. Poco después de la Revolución Francesa, esos esclavos fueron liberados, pero sólo la libertad de la esclavitud no era suficiente. Los negros querían su independencia y estaban dispuestos a luchar por ella.

Bonaparte, quien juzgó que necesitaba la isla, envió un ejército a Santo Domingo. Los negros lucharon heroicamente, pero no podían resistir a los bien equipados y entrenados franceses.

Así, por un momento, en 1802, Bonaparte debe de haber pensado que había ganado. Tenía la paz en Europa, una isla como base en el Caribe y la vasta Luisiana en el interior americano.

Y entonces todo quedó desbaratado. El victorioso ejército francés cayó víctima de un enemigo al que no podía combatir: la fiebre amarilla. Los soldados franceses murieron en batallones y pronto pareció que ninguno de ellos retornaría a Francia y que Bonaparte no dispondría de la isla finalmente. Además, la Paz de Amiens resultó ser poco sólida. Los británicos, inexorablemente hostiles, lamentaron la paz desde el instante en que se firmó y sólo estaban buscando una excusa para reiniciar la guerra.

Sin una isla y sin paz, Luisiana era inútil para Bonaparte. Una vez reanudada la guerra, los británicos, que poseían una base segura en Canadá, se apoderarían de Luisiana. Si Bonaparte no podía tener Luisiana, deseaba por sobre todo lo demás que al menos tampoco la tuviese Gran Bretaña. ¿Cuál era la alternativa? Al llegar a este punto, debe de haber pensado en los Estados Unidos.

Los Estados Unidos se enteraron del tratado secreto por el cual se transfería la Luisiana a Francia en mayo de 1801, poco después de la investidura de Jefferson. De un extremo a otro, la nación se sintió horrorizada. Tener a una España relativamente débil como dominadora de la desembocadura del Mississippi era bastante malo; pero tener en su lugar a una Francia poderosa y victoriosa era intolerable.

Jefferson, aunque era profrancés y antibritánico, no podía por menos de pensar que si se efectuaba realmente la transferencia de Luisiana, Estados Unidos tendría que formar una alianza con Gran Bretaña contra Francia. Pero, entre tanto, no se hizo nada por hacer efectiva la transferencia, y Jefferson vacilaba.

A fines de 1802, cuando Bonaparte comprendió cada vez más claramente que no podía retener Luisiana, decidió poner en un aprieto a Jefferson. España había permitido el comercio por el río Mississippi desde el Tratado de Pinckney de 1795. Ahora, como resultado de una secreta presión francesa, España violó el tratado y cerró el Mississippi al comercio americano, el 16 de octubre de 1802.

Esto suponía la guerra a las negociaciones, pues Estados Unidos no podían tolerar un Mississippi cerrado. Jefferson, el apóstol de la paz, optó por la negociación. Tal vez los Estados Unidos podían comprar la desembocadura del Misisippí, algo que era más seguro y, a largo plazo, menos costoso (aunque menos «glorioso») que luchar por ella.

El ministro americano en Francia, a la sazón, era Livingston, quien había estado con Jefferson en la comisión que redactó la Declaración de la Independencia, un cuarto de siglo antes. Jefferson envió a su paisano virginiano James Monroe (nacido en el condado de Westmoreland el 28 de abril de 1758) a Francia, con instrucciones para Livingston de que ofreciese dos millones de dólares por Nueva Orleáns y la desembocadura del Mississippi, y se preparase a subir la oferta hasta diez millones.

Sin duda, Livingston y Monroe esperaban considerables dificultades en la negociación de la compra de la desembocadura del Mississippi. Frente a ellos estaba nada menos que el astuto y consumado diplomático Talleyrand, quien era ministro de Asuntos Exteriores bajo Napoleón, como lo había sido bajo el Directorio, y como lo sería también después de Napoleón.

Lo que los americanos no comprendieron fue que Bonaparte estaba irritado por su moderación. ¿Sólo la desembocadura del Mississippi? Talleyrand dejó esto de lado y, sonriendo afablemente, preguntó qué darían los americanos por toda Luisiana.

Los negociadores americanos deben de haberse quedado sin habla por un momento. No tenían ninguna autorización para negociar la compra de toda Luisiana. Sin embargo, cuando pasó el vértigo, comprendieron que, con autorización o sin ella, no podían desperdiciar la oportunidad absolutamente magnífica que se les presentaba. Regatearon un poco y luego, finalmente, accedieron a pagar un precio de quince millones de dólares por un territorio de unos 2.150.000 kilómetros cuadrados, o sea a tres céntimos el acre. La adquisición de Luisiana doblaría la superficie de los Estados Unidos de golpe, y proporcionaría un territorio que podía ser dividido entre todos o parte de los trece Estados.

El acuerdo se firmó el 30 de abril de 1803, justo a tiempo, pues a las dos semanas estalló nuevamente la guerra entre Gran Bretaña y Francia. Si el territorio aún hubiese sido francés una vez iniciada la guerra, Gran Bretaña podía haberse sentido tentada a ocuparlo. Tal como sucedió, Gran Bretaña, prefiriendo que lo tuviese Estados Unidos a arriesgarse a una guerra con Francia y España en aquellas soledades, en realidad facilitó la transferencia. Banqueros británicos prestaron a Estados Unidos el dinero con el cual pagar a Napoleón. (En verdad, la fortuna parecía sonreír a Estados Unidos en 1803.)

Por supuesto, la «compra de Luisiana» planteó un problema a Jefferson. Como construccionista estricto, no creía que el gobierno federal tuviese poder constitucional para comprar territorio de esta manera. Los federalistas, como construccionistas vagos, creían que el gobierno federal tenía tal poder.

En esta ocasión, como era de esperar, los principios resultaron vapuleados. Jefferson decidió que, pese a las consideraciones constitucionales, no podía desaprovechar la oportunidad y aceptó Luisiana. Los federalistas, decidiendo que odiaban a Jefferson más de lo que amaban a sus propias ideas, pronto se opusieron a la compra. Pero fue aprobada por el Congreso demócrata republicano a pesar de su oposición, y el 20 de diciembre de 1803 el territorio de Luisiana fue entregado legalmente por Francia a Estados Unidos.

Jefferson, que quizá fue el hombre de mente más científica de todos nuestros presidentes, dispuso inmediatamente la exploración del nuevo territorio. En realidad, había planeado algo semejante aún antes de que se pensase siquiera en comprar el territorio. A tal fin, había estado preparando a Meriwether Lewis de Virginia (nacido cerca de Charlottesville, el 18 de agosto de 1774), quien tenía mucha experiencia de las regiones solitarias.

Jefferson nombró a Lewis su secretario privado en 1801 y lo estimuló a que adquiriese conocimientos en aquellos temas necesarios para la exploración.

Al parecer, Lewis no quería asumir solo la responsabilidad por la expedición y sugirió que se nombrase jefe conjunto de la misma a un paisano virginiano, William Clark (nacido en el condado de Carolina el 1 de agosto del770). Clark era un hermano menor de George Rogers Clark y había combatido en la batalla de los Arboles Caídos.

Unos cuarenta hombres fueron elegidos para acompañarlos, todos jóvenes. Clark, quien tenía treinta y tres años cuando se inició la expedición, era el mayor de todos. La partida se dirigió a Saint Louis (fundada por los franceses en 1764, antes de que los hombres del lugar se enterasen de que el territorio había sido cedido a España el año anterior), y allí permanecieron durante el invierno. Más tarde, el 4 de mayo de 1804, se dirigieron al oeste desde el río Mississippi, al territorio prácticamente desconocido que ahora forma parte de los Estados Unidos. En tres botes, remontaron el río Missouri.

En lo que es ahora el oeste de Montana, hallaron que el río Missouri se divide en tres corrientes a las que llamaron río Jefferson, río Madison y río Gallatin en honor a los tres jefes del gobierno. El río Jefferson era el más occidental, y lo siguieron hasta su fuente.

Hablando en términos estrictos, ese punto era el fin de Luisiana, pero más allá estaba una región inexplorada llamada el «territorio de Oregón» que no tenía propietario. En verdad, era la última parte de las costas de los continentes americanos que aún no había sido asignada. Al norte estaban los rusos, en Alaska; al sur, los españoles, en California; pero ni unos ni otros habían hecho efectivas sus vagas reclamaciones sobre el territorio.

Otros también lo habían reclamado. El capitán Cook, el explorador británico, había navegado a lo largo de la costa en 1778. Barcos americanos también habían estado en esas aguas. El navegante americano Robert Gray (nacido en Tiverton, Rhode Island, en 1755), fue el primero en llevar la bandera americana alrededor del mundo, completando la circunnavegación de éste en 1790 y por segunda vez en 1793. En el curso de su segunda circunnavegación, en el barco
Columbia
, se internó en un río de la costa de Oregón y lo llamó el río Columbia, por su barco. Ahora Lewis y Clark entraron en el territorio de Oregón. Cruzaron la Divisoria Continental de aguas, más allá de la cual los ríos ya no fluyen al Atlántico sino al océano Pacífico. Llegaron a la cabecera del río Columbia y descendieron por él hasta el océano, al que llegaron el 15 de noviembre de 1805. Fue basándose en las exploraciones de Grey y de Lewis y Clark por lo que Estados Unidos iba a reclamar el territorio de Oregón cuarenta años más tarde.

Lewis y Clark iniciaron su viaje de retorno el 23 de marzo de 1806 y estuvieron de vuelta en Saint Louis el 23 de septiembre. Fueron los primeros en hacer el viaje terrestre de ida y vuelta al océano Pacífico a través del continente norteamericano.

De acuerdo con instrucciones de Jefferson, Lewis y Clark llevaron extensos diarios, haciendo mapas y descripciones del territorio y elaborando prácticamente una enciclopedia del conocimiento de un territorio que por entonces era casi desconocido, excepto para los indios que vivían en él.

Otro explorador del territorio de Luisiana fue Zebulon Montgomery Pike (nacido en Lamberton, Nueva Jersey, el 5 de enero de 1779, la primera persona mencionada en este libro que nació después de que los Estados Unidos declarasen su independencia). Con instrucciones de explorar la cabecera del río Mississippi, Pike se dirigió al norte desde Saint Louis, el 9 de agosto de 1805. Viajó por lo que es ahora Minnesota y allí, en febrero de 1806, halló comerciantes británicos. Les dijo muy firmemente que estaban operando en territorio estadounidense y que serían responsables de sus acciones ante la ley americana.

En julio de 1806, Pike fue enviado nuevamente a explorar, esta vez las partes sudoccidentales del territorio de Luisiana. Penetró en Colorado, donde, el 15 de noviembre, avistó la montaña hoy llamada el Pico de Pike. Pike trató de escalarla, pero la falta de adecuadas ropas de abrigo le obligó a desistir.

Siguió hacia el oeste, ignorando las advertencias españolas de que estaba violando su territorio, y finalmente fue capturado por los españoles en lo que es ahora Nuevo México. Su papeles fueron confiscados y sólo fue liberado el 1 de julio de 1807.

Jueces y traidores

El gobierno de Jefferson funcionó interiormente a las mil maravillas. Gallatin, secretario del Tesoro, impuso una rigurosa economía en los gastos del gobierno, incluido el presupuesto militar. Pese a la guerra de Trípoli y la compra de Luisiana, los impuestos fueron reducidos y la deuda nacional disminuyó de 83 a 57 millones de dólares.

Se aprobaron leyes sobre tierras que permitieron al gobierno vender tierra barata a los colonos y darles también ayuda financiera. Los colonos afluyeron al oeste, y Cleveland (fundada en 1796) creció rápidamente. El Estado de Ohio fue formado con la parte más oriental del viejo territorio del Noroeste, y entró en la Unión el 1 de marzo de 1803 como el decimoséptimo Estado.

Pero Jefferson, pese a los éxitos de su gobierno, se vio continuamente frustrado por la dominación federalista del poder judicial, algo de lo que Adams se aseguró en los últimos días de su mandato. El gobierno de Jefferson abordó este problema desde todos los ángulos.

Entre otras cosas, Madison, en su cargo de secretario de Estado, se negó a permitir que ocupasen sus cargos los nuevos jueces de paz nombrados por Adams para el Distrito de Columbia. Uno de ellos, William Marbury, entabló juicio, y el caso de «Marbury contra Madison» fue llevado ante el Tribunal Supremo, ahora presidido por el archienemigo de Jefferson, el federalista John Marshall.

El tribunal de Marshall despachó el caso el 24 de febrero de 1803, pero, al hacerlo, declaró que el Congreso no podía aprobar ni el presidente aplicar una ley que violase la Constitución de los Estados Unidos. Más aún, Marshall negó que el presidente o el Congreso pudiesen juzgar la constitucionalidad de una ley, y sostuvo que esto concernía exclusivamente al Tribunal Supremo. Para dar fuerza a su afirmación, el Tribunal Supremo de Marshall señaló que una de las secciones de la Ley Judicial era inconstitucional.

Fue la primera vez que el Tribunal Supremo declaraba inconstitucional una ley federal, y no iba a volver a ocurrir por más de medio siglo, pero se había sentado el precedente.

Se dio otro paso en 1810, cuando surgieron cuestiones sobre las medidas tomadas por la legislatura de Georgia para oponerse a algunos turbios negocios con tierras realizados por ex miembros de esa legislatura. La cuestión llegó al Tribunal Supremo en un caso conocido como «Fletcher contra Peck», y John Marshall adopto una decisión que, en parte, declaraba inconstitucional y por ende nula una ley del Estado de Georgia. Así, extendió el poder del Tribunal Supremo sobre los Estados, tanto como sobre el gobierno federal. De este modo, el Tribunal Supremo asumió su forma actual.

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