El pasaje (102 page)

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Authors: Justin Cronin

—¡La leche, Peter! —dijo Michael, al tiempo que giraba en su silla—. ¿De dónde coño ha salido Theo?

El hermano de Peter estaba derrumbado en el suelo del pasillo. Mausami apoyaba su cabeza contra el pecho, su pierna ensangrentada doblada debajo del cuerpo.

Peter habló hacia la parte delantera de la cabina.

—¿Lleváis algún botiquín?

Billie le pasó una caja metálica. Peter la abrió y sacó vendas de tela, que convirtió en una compresa. Rasgó la pernera del pantalón de Mausami para dejar al descubierto la herida, un cráter de piel desgarrada y carne ensangrentada, apoyó el vendaje sobre la zona y le indicó que lo mantuviera así.

Theo levantó la cabeza y sus ojos parpadearon.

—¿Estoy soñando contigo?

Peter negó con la cabeza.

—¿Quién es ella? La chica. Pensaba...

Su voz enmudeció.

Por primera vez, se dio cuenta: lo había hecho.

«Cuida de tu hermano.»

—Ya habrá tiempo más tarde, ¿de acuerdo?

Theo forzó una débil sonrisa.

—Lo que tú digas.

Peter avanzó hacia la parte delantera de la cabina, entre los dos asientos. A través de la rendija entre las planchas que protegían el parabrisas vio el desierto, a la luz del foco, y las vías sobre las que circulaban.

—¿Babcock ha muerto? —preguntó Billie.

Negó con la cabeza.

—¿No lo habéis matado?

Ver a la mujer le provocó una furia repentina.

—¿Dónde coño estaba Olson?

Antes de que pudiera contestar, Michael lo interrumpió.

—Peter, ¿dónde están los demás? ¿Dónde está Sara?

La última vez que Peter la había visto, estaba con Alicia en la puerta.

—Creo que irá en alguno de los vagones.

Billie había vuelto a abrir la puerta de la cabina y se asomó. Volvió a meter la cabeza dentro.

—Confío en que todo el mundo esté a bordo —dijo—, porque ya vienen. Acelera, Michael.

—¡Mi hermana podría estar ahí fuera! —gritó Michael—. ¡Dijiste que no abandonaríamos a nadie!

Billie no esperó. Sentó a Michael de un empujón y empujó hacia adelante una palanca del panel. Peter notó que el tren aceleraba. Un lector digital del panel cobró vida, y los números aumentaron a toda velocidad: 30..., 35..., 40. Después, la mujer salió al pasillo, donde una escalerilla apoyada en la pared conducía a una segunda escotilla, en el techo. Ascendió a toda prisa, giró la rueda y dirigió la voz hacia la parte posterior del tren.

—¡Gus! ¡Procedamos!

Gus corrió hacia adelante, arrastrando una bolsa de lona, cuya cremallera descorrió hasta revelar una pila de escopetas de cañón corto. Entregó una a Billie y se quedó otra. Después, levantó su cara manchada de grasa hacia Peter, a quien dio un arma.

—Si venís —dijo con voz ronca—, no os olvidéis de mantener la cabeza agachada.

Subieron las escaleras, Billie primero, y después Gus. Cuando Peter asomó la cabeza por la escotilla, una ráfaga de viento lo abofeteó en la cara, de modo que se agachó. Tragó saliva, reprimió el miedo e hizo un segundo intento. Pasó a través de la abertura con la cara vuelta hacia la parte delantera del tren, y se tumbó cabeza abajo sobre el techo. Michael le pasó una escopeta desde abajo. Se acuclilló, intentando conservar el equilibrio al tiempo que acunaba la escopeta. El viento lo estaba azotando, una presión continua que amenazaba con derribarlo. El techo de la locomotora estaba arqueado, con una franja lisa en el centro. Ahora estaba de cara hacia la parte posterior del tren, con su peso a merced del viento. Billie y Gus se le habían adelantado bastante. Mientras Peter miraba, saltaron el hueco entre el primero y el segundo furgón, en dirección a la oscuridad.

Distinguió a los virales como una región de luz verde pulsátil desde atrás. Por encima del estruendo de la locomotora y el chirrido de las ruedas sobre los raíles oyó a Billie gritar algo. Respiró hondo, contuvo el aliento y saltó el hueco del primer furgón. En parte, se estaba preguntando: «¿Qué hago yo aquí, qué hago en el techo de un tren en marcha?», mientras que por otra aceptaba la realidad, por extraña que pareciera, como una consecuencia inevitable de los acontecimientos de la noche anterior. El resplandor verde estaba más cerca, y se dividió al tiempo que aumentaba de tamaño hasta formar una masa de puntos saltarines en forma de cuña, y Peter comprendió lo que estaba viendo: no se trataba tan sólo de diez o veinte virales, sino de un ejército de cientos.

Los Muchos.

Los Muchos de Babcock.

Cuando el primero cobró forma, saltando en el aire hacia la parte posterior del tren. Billie y Gus dispararon. Peter había llegado a la mitad del primer furgón. El tren se estremeció y notó que sus pies empezaban a resbalar, y de repente perdió la escopeta. Oyó un grito y, cuando alzó la vista, no vio a nadie: el lugar donde habían estado Billie y Gus se encontraba vacío.

Apenas había recuperado el equilibrio cuando se oyó un enorme estruendo en la parte delantera del tren, que lo empujó hacia adelante. El horizonte se derrumbó, el cielo desapareció. Estaba caído sobre el estómago, resbalaba sobre el techo inclinado del furgón. Justo cuando parecía que iba a caer, sus manos encontraron un estrecho reborde metálico en lo alto de una de las planchas acorazadas. No había tiempo de tener miedo. En la oscuridad remolineante presintió la presencia de una pared que pasaba de largo. Estaban en una especie de túnel que atravesaba la montaña. Se aferró con fuerza, los pies colgando en el aire, agarrado al costado del tren, y después notó que el aire se ahuecaba debajo de él cuando se abrió la puerta del furgón y unas manos lo asieron y tiraron de él hacia abajo.

Las manos pertenecían a Caleb y Hollis. Cayeron sobre el suelo del furgón en una confusión de brazos y piernas. El interior estaba iluminado por un solo farol, que oscilaba colgado de un gancho. El furgón estaba casi vacío, sólo unas pocas figuras acurrucadas contra las paredes, al parecer paralizadas por el miedo. Al otro lado de la puerta abierta estaban desfilando las paredes de un túnel, que llenaban el espacio de sonido y viento. Cuando Peter se puso en pie, una figura de aspecto familiar emergió de entre las sombras: Olson Hand.

Una ira incontenible se desató en el interior de Peter. Agarró al hombre por el cuello del mono, lo arrojó contra la pared del furgón y apretó el brazo contra su garganta.

—¿Dónde coño estabas? ¡Nos dejaste tirados!

El color había huido del rostro de Olson.

—Lo siento. Era la única forma.

Comprendió al instante. Olson les había enviado al Ruedo como cebo.

—Sabías quién era, ¿verdad? Sabías desde el primer momento que era mi hermano.

Olson tragó saliva, y la punta de su nuez de Adán se agitó contra el brazo de Peter.

—Sí. Jude dijo que creía que los demás acudirían. Por eso os estábamos esperando en Las Vegas.

Se produjo otro estruendo en la parte delantera del tren. Todo el mundo salió lanzado hacia adelante. Olson se liberó del apretón de Peter. Salieron del túnel y estaban en campo abierto. Peter oyó disparos fuera y vio que el Humvee pasaba a toda velocidad, con Sara en el asiento del conductor, las manos cerradas alrededor del volante, Alicia en el techo con la ametralladora, disparando en ráfagas concentradas contra la parte posterior del tren.

—¡Saltad! —Alicia estaba agitando los brazos frenéticamente hacia el último furgón—. ¡Los lleváis detrás!

De pronto, toda la gente del furgón se puso a chillar y empujar, con la intención de huir por la puerta abierta. Olson agarró del brazo a una de las figuras y la empujó hacia adelante. Era Mira.

—¡Llévatela! —gritó—. Llévala a la locomotora. Aunque invadan los furgones, estará a salvo allí.

Sara había acompasado la velocidad del Humvee a la del tren, con la intención de acortar el espacio que los separaba.

Alicia les estaba haciendo señas.

—¡Saltad!

Peter se asomó a la puerta.

—¡Acércate más!

Sara obedeció. Menos de dos metros separaban los dos vehículos, y el Humvee se situó debajo de ellos.

—¡Dame la mano! —gritó Alicia a Mira—. ¡Yo te cogeré!

La chica, parada en el borde de la puerta, estaba petrificada de miedo.

—¡No puedo! —gimió.

Otro estruendo. Peter cayó en la cuenta de que el tren estaba corriendo a través de los cascotes que sembraban las vías. El Humvee se apartó cuando algo grande y metálico atravesó volando el espacio que separaba ambos vehículos, y justo en ese momento una de las figuras acurrucadas se puso en pie de un brinco y corrió hacia la puerta. Antes de que Peter pudiera decir algo, el hombre se había arrojado hacia la brecha, una zambullida desesperada. Su cuerpo se estrelló contra el costado del Humvee, y sus manos extendidas arañaron el techo. Por un momento pareció posible que pudiera sujetarse. Pero entonces, uno de sus pies tocó el suelo, se arrastró en el polvo y, con un grito mudo, cayó al suelo.

—¡Mantén el rumbo! —gritó Peter.

El Humvee se acercó dos veces más. En cada ocasión, Mira se negó a saltar.

—Esto no va a salir bien —dijo Peter—. Tendremos que subir al techo. —Se volvió hacia Hollis—. Ve tú primero. Olson y yo te empujaremos hacia arriba.

—Peso demasiado. Debería ir Zapatillas, y después tú. Yo subiré a Mira.

Hollis se acuclilló y Caleb subió sobre sus hombros. El Humvee se había alejado de nuevo, mientras Alicia disparaba breves ráfagas contra la parte posterior del tren. Con Zapatillas sobre los hombros, Hollis se situó en el umbral.

—Espera. ¡Vale! ¡Allá voy!

Hollis se agachó, mientras con una mano asía el pie de Caleb. Peter se encargó del otro. Juntos empujaron al muchacho hacia arriba y lo impulsaron por encima de la puerta.

Peter subió de la misma forma. Desde el techo del furgón vio la masa de virales que, tras atravesar el túnel, se habían dividido en tres grupos, uno debajo de ellos, y dos que les seguían a cada lado. Corrían a una especie de galope, utilizando las manos y los pies para propulsarse hacia adelante a base de largas zancadas. Alicia estaba disparando contra la cabeza del grupo central, que se hallaba a unos diez metros de distancia. Algunos cayeron, muertos, heridos o tan sólo atontados. El grupo siguió acortando distancias. Detrás de ellos, dos grupos más empezaron a fundirse, entrecruzándose como corrientes de agua, y se separaron de nuevo para retomar su forma original.

Se tendió sobre el estómago al lado de Caleb y extendió la mano cuando Hollis izó a Mira. Encontraron las manos de la aterrorizada muchacha y tiraron hasta depositarla sobre el techo.

—¡Agachaos! —gritó Alicia desde abajo.

Tres virales habían saltado al techo del último vagón. Una llamarada de fuego surgió del Humvee y saltaron al suelo. Caleb ya se estaba dirigiendo hacia la locomotora. Peter quiso coger la mano de Mira, pero la chica estaba paralizada, el cuerpo apretado contra el techo del vagón, abrazándolo como si le fuera la vida en ello.

—Mira —dijo Peter, en un intento de soltarla—, por favor.

La chica no se movió.

—No puedo, no puedo, no puedo.

Una mano similar a una garra la asió desde abajo y se cerró alrededor de su tobillo.

—¡Papá!

Entonces desapareció.

No podía hacer nada. Peter corrió hacia el hueco, lo saltó y atravesó la escotilla detrás de Caleb. Ordenó a Michael que mantuviera fija la velocidad del tren, abrió la puerta de la cabina y miró hacia la popa.

Los virales habían invadido el tercer furgón, aferrados a los costados como un enjambre de insectos. Su frenesí era tan intenso que daba la impresión de que estaban peleando por el derecho a ser los primeros en entrar. Pese al rugido del viento, Peter oyó los chillidos de las aterrorizadas almas de dentro.

¿Dónde estaba el Humvee?

Entonces lo vio, corriendo hacia ellos en ángulo, rebotando sobre el suelo. Hollis y Olson iban sujetos al techo del vehículo. Las municiones de la ametralladora se habían agotado. Los virales los atacarían de un momento a otro.

Peter se asomó por la puerta.

—¡Acercaos más!

Sara conducía el vehículo. Hollis fue el primero en asir la escalera, y después Olson. Peter los introdujo en la cabina.

—¡Ahora tú, Alicia!

—¿Y Sara?

El Humvee se estaba alejando de nuevo, mientras Sara se esforzaba por mantenerse cerca sin colisionar. Peter oyó un estruendo cuando se desprendió la puerta del último vagón, que desapareció dando vueltas en la oscuridad.

—¡Yo la cogeré! ¡Agárrate a la escalera!

Alicia saltó desde el techo del Humvee, pero de pronto, la distancia era demasiado grande. Peter se imaginó que ella iba a caer, las manos aferrando el vacío, el cuerpo estrellándose en el espacio que separaba ambos vehículos. Pero ella lo había conseguido. Sus manos habían encontrado la escalera, y Alicia estaba subiendo al tren. Cuando sus pies tocaron el escalón de abajo, se volvió y estiró el cuerpo por encima del hueco.

Sara sujetaba el volante con una mano. Con la otra estaba intentando apuntalar un rifle contra el acelerador.

—¡No se queda trabado!

—¡Olvídalo, yo te cogeré! —gritó Alicia—. ¡Abre la puerta y agarra mi mano!

—¡No voy a poder!

De pronto, Sara aceleró el motor. El Humvee saltó y adelantó al tren. Sara se encontraba al borde de la vía. La puerta del conductor se abrió. Entonces pisó el freno.

El borde del arado del tren pilló la puerta y la rebanó como un cuchillo. Durante un instante estremecedor, el Humvee osciló sobre las dos ruedas de la derecha y resbaló por el terraplén. Pero entonces el lado izquierdo del vehículo cayó. Sara se estaba alejando, corriendo sobre el suelo en un ángulo de cuarenta y cinco grados con relación al tren. Peter vio la marca del patinazo en el polvo, y después Sara volvió a colocarse en paralelo al tren. Alicia extendió una mano hacia el hueco.

—¡Lish, lo que vayas a hacer, hazlo ya! —gritó Peter.

Peter no llegó a comprender cómo lo había conseguido Alicia. Cuando después la interrogó al respecto, Alicia se limitó a encogerse de hombros. «No había pensado en ello», le dijo. Tan sólo había obedecido a su instinto. De hecho, llegaría un tiempo, no muy lejano, en que Peter aprendería de ella cosas como ésa, cosas extraordinarias, cosas increíbles. Pero aquella noche, en el espacio lleno de alaridos que separaba el Humvee del tren, lo que hizo Alicia se le antojó milagroso e inconcebible. Ninguno de ellos sabía tampoco lo que Amy estaba a punto de hacer en el compartimento trasero de la locomotora, ni lo que había entre ésa y el primer vagón. Ni siquiera Michael se enteró. Tal vez Olson sí. Tal vez por eso dijo a Peter que se llevara a su hija a la locomotora, porque allí estaría más segura. O eso razonó Peter después. Pero Olson no dijo nada acerca de aquello, y si se tenían en cuenta las circunstancias, durante el breve tiempo que estuvo con ellos a continuación, ninguno tuvo ánimos para preguntar.

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