Authors: Justin Cronin
¿Por qué no hay virales?
DÍA 36
Olimos los incendios anoche, y por la mañana nos enteramos de que el bosque estaba ardiendo hacia el este de la cordillera. Discutimos si debíamos dar media vuelta, esperar, o intentar rodearlos, pero eso significaría abandonar la autopista, cosa que nadie desea hacer. Hemos decidido seguir adelante, y si la atmósfera empeora habrá que tomar una decisión.
DÍA 36 (otra vez)
Ha sido un error. Los incendios están cerca, y no hay forma de huir de ellos. Nos hemos refugiado en un garaje alejado de la autopista. Peter no está seguro de qué ciudad es, ni siquiera de si es una ciudad. Utilizamos las lonas, algunos clavos y un martillo que encontramos para tapar las ventanas rotas de delante, y ahora todo lo que podemos hacer es esperar a que el viento cambie de dirección. El aire es tan espeso que apenas puedo ver lo que estoy escribiendo.
[Faltan páginas.]
DÍA 38
Hemos dejado atrás Richfield, por la autopista 70. En algunos puntos desaparecía, pero Hollis tenía razón acerca de las carreteras principales, que siguen los desfiladeros. El fuego llegó hasta aquí. Hay animales muertos por todas partes, y el aire huele a carne chamuscada.
Todo el mundo cree que el sonido que oímos anoche eran gritos de virales que habían quedado atrapados en el incendio.
DÍA 39
Los primeros virales muertos. Estaban debajo de un puente, tres de ellos acurrucados juntos. Peter cree que no los habíamos visto antes porque han expulsado la caza hacia altitudes superiores. Cuando el viento cambió, quedaron atrapados por el fuego.
Tal vez fuera por su aspecto, quemados por completo con la cara apretada contra el suelo, pero descubrí que sentía pena por ellos. De no haber sabido que eran virales, habría jurado que eran humanos, y sé que habríamos podido ser nosotros. Pregunté a Amy si creía que habían tenido miedo, y dijo que sí, que creía que sí.
Vamos a quedarnos un día más en la siguiente ciudad a la que lleguemos, para descansar y saquear provisiones. (Amy tenía razón acerca de las latas. Mientras estén bien cerradas y se noten pesadas en la mano, están en buen estado.)
[Faltan páginas.]
DÍA 48
Hacia el este de nuevo, con las montañas a nuestra espalda. Hollis cree que tardaremos en ver caza de nuevo. Estamos cruzando una meseta seca, sembrada de barrancos profundos. Hay huesos por todas partes, no sólo de caza menor, sino de ciervos, antílopes y ovejas, y algo que parece una vaca, aunque más grande, con un cráneo grande y abultado. (Michael dice que son búfalos.) A mediodía nos detuvimos a descansar junto a un saliente rocoso y vimos, grabado en las piedras,
DARREN KIERE A LEXIE XA SIEMPRE INSTITUTO GREEN RIVER ’16, ¡¡¡QUE SE JODAN LOS PIRATAS!!!
. Todo el mundo entendió la primera parte, pero nadie supo qué significaba el resto. Me entristeció un poco, no puedo decir por qué, tal vez porque las palabras llevaban allí tanto tiempo, sin que nadie pudiera leerlas. Me pregunto si Lexie también quería a Darren.
Salimos de la autopista y nos hemos refugiado cerca de la ciudad de Emery. No queda nada, sólo cimientos y algunos cobertizos con maquinaria de granja herrumbrada, plagada de ratones. No hemos encontrado ninguna bomba, pero Peter dice que hay un río cerca y mañana iremos a echar un vistazo.
Estrellas por todas partes. Una hermosa noche.
DÍA 49
He decidido casarme con Hollis Wilson.
DÍA 52
Vamos hacia el sur desde Crescent Junction, por la autopista 191. Al menos, creemos que es la 191. Cruzamos la desviación hace cinco clics, como mínimo, y tuvimos que dar media vuelta. No queda mucha carretera que seguir, por eso nos la saltamos. Pregunté a Peter por qué teníamos que salirnos de la 70, y dijo que estamos demasiado al norte con relación adónde vamos. Tarde o temprano tendremos que desviarnos hacia el sur, de modo que da igual que sea ahora.
Hollis y yo hemos decidido no contar a nadie lo sucedido. Es curioso que, cuando tomé la decisión sobre qué hacer con él, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que lo pensaba sin darme cuenta. Deseo en todo momento volver a besarlo, pero siempre hay alguien cerca o estamos de guardia. Aún me siento un poco culpable por lo de la otra noche. Además, necesita un baño (y yo también).
Ninguna ciudad. Peter cree que no veremos ninguna hasta llegar a Moab. Vamos a pasar la noche en una cueva, en realidad un hueco con un saliente, aunque es mejor eso que nada. Las rocas son de un color rosa anaranjado, muy bonito y raro.
DÍA 53
Hoy ha sido el día en que encontramos la alquería.
Al principio pensamos que era sólo ruinas, como las otras que hemos visto, pero a medida que nos acercamos, vimos que se encontraba en mucho mejor estado, un grupo de casas con armazón de madera, establos, dependencias y cercados para animales. Dos de las casas están vacías, pero una de ellas, la más grande, parece que estuvo habitada hasta hace poco. De hecho, la mesa de la cocina estaba puesta con cubiertos y vasos. Hay cortinas en las ventanas, y ropa doblada en los cajones. Además hay muebles, ollas, sartenes y libros en las estanterías. En el establo encontramos un coche antiguo, cubierto de polvo. En las estanterías había jarras de combustible para faroles, tarros vacíos para conservas, y herramientas. Hay algo que parece un cementerio, cuatro parcelas marcadas con círculos de piedras. Michael dijo que deberíamos cavar en una para ver lo que hay debajo, pero nadie se tomó en serio la sugerencia.
Encontramos el pozo, pero la bomba estaba atorada debido a la herrumbre. Tuvimos que desatascarla entre tres, pero en cuanto lo logramos el agua salió fresca y transparente, la mejor que hemos bebido en mucho tiempo. Hay una bomba en la cocina, que Hollis está intentando desatascar, y una hornillo para cocinar. En el sótano encontramos más estanterías llenas de latas de judías, calabazas y maíz, bien cerradas. Aún conservamos las latas que saqueamos en Green River, más algo de ciervo ahumado y un poco de manteca de cerdo que reservamos. Es nuestra primera comida de verdad en semanas. Peter dice que hay un río cerca, y mañana iremos a echar un vistazo. Todos dormimos en la casa más grande, utilizando colchones que hemos bajado del piso de arriba y dispuesto alrededor de la chimenea.
Peter cree que el lugar fue abandonado hace diez años, como mínimo, pero puede que sean más de veinte. ¿Quién vivió aquí? ¿Cómo sobrevivieron? Es como si el lugar estuviera hechizado, más que cualquiera de las ciudades que hemos visto. Es como si los que vivían aquí se hubieran ido un día, esperando volver a la hora de cenar, pero nunca hubieran regresado.
DÍA 54
Nos quedamos un día más. Theo insiste, dice que Maus no puede seguir nuestro ritmo, pero Peter dice que tendremos que irnos pronto, si queremos llegar a Colorado antes de que nieve. La nieve. No había pensado en eso.
DÍA 56
Todavía en la alquería. Decidimos quedarnos unos días más, aunque Peter está nervioso y quiere ponerse en marcha. Theo y él discutieron al respecto. Creo
[indescifrable].
[Faltan páginas.]
DÍA 59
Nos iremos por la mañana, pero Theo y Maus van a quedarse. Creo que todo el mundo lo sabía. Lo anunciaron después de cenar. Peter protestó, pero nada de lo que se dijo consiguió que Theo cambiara de parecer. Tienen refugio, hay mucha caza menor en los alrededores (además de las latas del sótano) y pueden pasar el invierno aquí hasta que nazca el niño. «Nos veremos en primavera, hermano —dijo Theo—. No olvides parar por aquí cuando volváis del lugar adonde vais.»
Tengo que empezar mi guardia dentro de unas pocas horas, y debería estar durmiendo. Creo que Maus y Theo están haciendo lo correcto, eso lo sabe hasta Peter. Pero es triste dejarlos atrás. Creo que todos estamos pensando en Caleb, sobre todo Alicia, quien no dijo ni pío después de que Maus y Theo anunciaran la noticia, y aún no ha dirigido la palabra a nadie. Creo que todo el mundo se acuerda de aquellas cruces en el patio, se pregunta si volveremos a ver a Maus y Theo.
Ojalá Hollis estuviera despierto. Me dije que no lloraría. Maldita sea, maldita sea.
DÍA 60
En ruta de nuevo. Theo tenía razón en una cosa: sin Maus, corremos más. Los seis llegamos a Moab antes de anochecer. Aquí no hay nada. El río se lo ha llevado todo. Una enorme pared de cascotes bloquea el camino, árboles, casas, coches, neumáticos viejos y todo tipo de cosas, que llenan el estrecho cañón donde estaba la ciudad. Nos hemos refugiado para pasar la noche en uno de los edificios que siguen en pie, en las colinas. Un edificio en ruinas, apenas el armazón y parte del techo sobre nuestras cabezas. Es como si fuéramos a dormir al raso, y dudo que alguien duerma mucho esta noche. Mañana vamos a ascender a la cordillera, con el fin de encontrar una ruta que nos lleve al otro lado.
[Faltan páginas.]
DÍA 64
Hoy hemos encontrado otro cadáver de animal, una especie de gato grande. Colgaba de las ramas de un árbol, como los demás. El cuerpo estaba demasiado podrido como para estar seguros, pero todo el mundo cree que lo mató un viral.
DÍA 65
Todavía en La Salle Mountains, en dirección este. El cielo ha cambiado del blanco al azul, el color del otoño. Todo huele delicioso. Las hojas caen, y por la noche se forma escarcha, y por la mañana una niebla espesa abraza las colinas. Creo que nunca había visto nada tan hermoso.
DÍA 66
Anoche Amy tuvo otra pesadilla. Estábamos durmiendo al raso de nuevo, bajo las lonas. Acababa de terminar mi guardia con Hollis, y me estaba quitando las botas, cuando la oí murmurar en sueños. Estaba pensando que tal vez debería despertarla, cuando se enderezó de repente. Estaba envuelta en su saco y sólo se le veía la cara. Me miró durante un buen rato, con los ojos desenfocados, como si no supiera quién era. «Él está muriendo —dijo—. Sigue agonizando y no puede parar.» «¿Quién está muriendo —dije—, Amy, quién?» «El hombre —dijo—. El hombre está muriendo.» «¿Qué hombre?», le pregunté. Pero entonces se tumbó y se durmió enseguida.
A veces me pregunto si nos estamos dirigiendo hacia algo terrible, más terrible de lo que cualquiera de nosotros es capaz de imaginar.
DÍA 67
Hoy hemos topado con un letrero herrumbrado al lado de la carretera que anunciaba:
PARADOX, POB.
2.387. «Creo que hemos llegado», dijo Peter, y nos lo enseñó en el plano.
Estamos en Colorado.
Las montañas desembocaron por fin en un amplio valle, iluminado por el sol de otoño, bajo una cúpula de cielo azul. La hierba era alta y reseca; las ramas de los árboles, desnudas o punteadas en las hojas supervivientes, y las rezagadas, del color del hueso. Se alzaban en la brisa como manos que saludaran, y crujían como papel viejo. La tierra estaba seca, pero en los arroyuelos el agua corría en abundancia. Llenaron las cantimploras con ella, y la sintieron fría como el hielo contra sus dientes. El invierno se insinuaba en el aire.
Ahora eran seis. Atravesaban la tierra desierta como visitantes de un mundo olvidado, un mundo sin memoria, detenido en el tiempo. Aquí y allá, veían las ruinas de una granja, o la parrilla similar a un cráneo de un camión herrumbrado. No había ningún otro sonido que no fuera el del viento y el canto de los grillos que saltaban entre la hierba mientras ellos caminaban. Era fácil conducir en aquel terreno, pero eso no duraría mucho. Una forma blanca lejana, pintada en el horizonte, permitía adivinar las montañas que se avecinaban.
Descansaron por la noche en un cobertizo junto al río. De las paredes colgaban aperos antiguos, cubos para la leche y cadenas. Un viejo tractor descansaba sobre sus neumáticos desinflados. La casa había desaparecido, derrumbada sobre sus cimientos, las paredes caídas unas sobre otras de manera improbable, como si fueran las tapas de una caja, no tanto destruidas como embaladas. Dividieron las latas que encontraron y se sentaron en el suelo a comer el contenido frío. A través de las lágrimas dentadas del techo vieron las estrellas y, a medida que avanzaba la noche, la luna, rodeada de nubes. Peter se encargó de hacer la primera guardia con Michael. Cuando Hollis y Sara los relevaron, las estrellas habían desaparecido, y la luna no era más que una región pálida en el cielo cubierto de nubes. Durmió, sin soñar con nada, y cuando despertó por la mañana, vio que había nevado por la noche.
A media mañana el aire se había entibiado de nuevo. La nieve se había derretido. En el plano, la siguiente ciudad se llamaba Placerville. Habían transcurrido ocho días desde que vieran el cadáver de un felino en los árboles. La sensación de que algo los estaba siguiendo se había disipado durante los largos días de marcha, las noches silenciosas cuajadas de estrellas. La alquería era un recuerdo lejano. Parecía que habían transcurrido varios años desde el Refugio, y todo lo que había ocurrido allí.
Estaban siguiendo un río. Peter creía que era el Dolores, o el San Miguel. La carretera había desaparecido hacía mucho tiempo, invadida por la hierba, la erosión de la tierra y el tiempo. Marchaban en silencio, en dos filas de tres. ¿Qué estaban buscando? ¿Qué iban a encontrar? El viaje había adquirido un significado propio e intrínseco: moverse, seguir moviéndose. A Peter le resultaba inimaginable la idea de parar, de llegar al final. Amy caminaba a su lado, con la espalda encorvada debido al peso de su mochila, el saco de dormir y la chaqueta de invierno atados en la parte inferior de la bolsa. Iba vestida, como todos los demás, con las ropas que habían saqueado en el Outdoor World: un par de pantalones ceñidos a las caderas y una blusa holgada a cuadros rojos y blancos, las mangas sin abotonar y sueltas alrededor de sus muñecas. Iba calzada con unas zapatillas de piel. Llevaba la cabeza descubierta. Hacía mucho tiempo que había renunciado a las gafas. Mantenía la mirada clavada en el frente, y los ojos entornados a causa del resplandor. Se había producido un cambio, sutil pero inconfundible, desde que salieran de la alquería. A cada día que pasaba, la sensación aumentaba de intensidad. Peter solía pensar en el mensaje que Michael le había enseñado aquella noche lejana en el Faro. Sus palabras eran un eco del ritmo de su marcha, y cada paso los transportaba hacia adelante, hacia un mundo que él no conocía, al corazón oculto del pasado, al lugar del que procedía Amy.