El pasaje (73 page)

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Authors: Justin Cronin

—Michael tenía razón. No he tenido que buscar mucho —dijo Sara. Levantó la maraña de pelo para enseñarlo: una línea blanca nítida en la base del cuello, de apenas dos centímetros de longitud. Encima se veía el bulto revelador de un objeto extraño—. Puedo palpar los bordes. —Sara apretó los dedos sobre el objeto para mostrarlo—. A menos que haya algo más, creo que saldrá sin dificultades.

—¿Le dolerá? —preguntó Peter.

Sara asintió.

—Pero será rápido. Después de lo de anoche, pan comido. Como extraer una astilla grande.

Peter se sentó en un catre y habló a la chica.

—Sara tiene que quitarte algo que llevas bajo la piel. Es una especie de radio. ¿Te parece bien?

Vio un destello de agradecimiento en su cara. Después, la chica asintió.

—Ve con cuidado —dijo Peter.

Sara de dirigió al armario de material, y regresó con una palangana, un escalpelo y una botella de alcohol. Humedeció un paño y limpió la zona. Después, se colocó detrás de la chica una vez más, le apartó el pelo y tomó el escalpelo de la palangana.

—Ahora vas a sentir un pinchazo.

Siguió la línea de la cicatriz con el escalpelo. Si la chica notó algún dolor, no lo demostró. En la herida apareció una sola gota de sangre, que resbaló sobre el cuello de la chica y desapareció bajo la bata. Sara enjugó la herida con el paño y ladeó la cabeza hacia la palangana.

—Que alguien me acerque las pinzas. No toquéis las puntas.

Alicia se encargó de ello. Sara pasó los extremos de las pinzas a través de la abertura de la piel y sostuvo debajo el paño manchado de sangre. Peter estaba tan concentrado que pudo sentir (en las yemas de los dedos) el momento en que los extremos de las pinzas aferraban el objeto. Con un lento tirón, Sara lo extrajo, una sombra oscura, y lo depositó sobre el paño. Lo alzó para que Michael lo viera.

—¿Es esto lo que estabas buscando?

Sobre el paño había un pequeño disco alargado, hecho de un metal reluciente. Un fleco de cables diminutos, similares a pelos, con cuentas en los extremos, rodeaba sus bordes. A Peter se le antojó una especie de araña aplastada.

—¿Eso es una radio? —preguntó Alicia.

Michael tenía el ceño fruncido.

—No estoy seguro —confesó.

—¿No estás seguro? ¿Conseguiste que sonara el teléfono, pero no sabes qué es esto?

Michael frotó el objeto con un trapo limpio y lo alzó a la luz.

—Bien, es una especie de transmisor. Para eso deben de ser los cables.

—¿Qué estaba haciendo dentro de ella? —preguntó Alicia—. ¿Quién pudo hacer algo semejante?

—Tal vez deberíamos preguntarle a ella qué es —replicó Michael.

Pero cuando le enseñó el objeto, la chica respondió con una mirada de perplejidad. Peter tuvo la impresión de que la existencia del objeto en su cuello le resultaba tan misteriosa como a ellos.

—¿Crees que se lo implantó el ejército? —preguntó Peter.

—Es posible —dijo Michael—. Estaba transmitiendo en una frecuencia militar.

—Pero no lo sabes por su aspecto.

—Peter, ni siquiera sé qué está transmitiendo. Por lo que sé, podría estar recitando el alfabeto.

Alicia frunció el ceño.

—¿Por qué estaría recitando el alfabeto?

Michael no hizo comentarios. Miró a Peter de nuevo.

—Es lo único que puedo decirte. Si quieres saber más, tendré que abrirlo.

—Pues ábrelo —dijo Peter.

31

Sanjay Patal se había ido del hospital con la intención de localizar a Old Chou. Tenían que tomar decisiones, discutir cosas. Sam y Milo, para empezar (no había previsto aquel problema), y qué debían hacer con Caleb, y con la chica.

La chica. Había algo en su mirada.

Pero mientras se alejaba del hospital y se internaba en la tarde, una enorme pesadez se apoderó de él. Imaginaba que era normal, en pie la mitad de la noche, y después una mañana como la que habían tenido, tanto que hacer y decir y de qué preocuparse, tantas cosas que tener en cuenta. La gente bromeaba a menudo acerca del Hogar, que no era un verdadero trabajo, uno de los oficios, la Guardia, Maquinaria Pesada o Agricultura (Theo Jaxon lo había bautizado el «comité de fontanería», una broma cruel que había hecho fortuna), pero eso era porque no sabían de la misa la mitad, la responsabilidad. Abrumaba a una persona. Era una carga que llevabas encima y nunca te abandonaba. Sanjay ya no era joven, tenía cuarenta y cinco años, pero a medida que avanzaba por el sendero de grava se sentía mucho mayor.

A esa hora del día Old Chou estaría en el colmenar. Daba igual que las puertas estuvieran cerradas; a las abejas les daba lo mismo. Pero la idea de la larga caminata bajo el ardiente sol de mediodía, y de que podía cruzarse con alguien en el camino y verse obligado a hablar, le produjo un repentino cansancio, era como una niebla gris en su cerebro. Tenía que descansar. Old Chou seguiría en su sitio. Casi sin darse cuenta, Sanjay se descubrió atravesando con parsimonia el claro en sombras en dirección a su casa, después cruzó la puerta (no detectó sonidos que indicaran la presencia de Gloria en la casa), subió los crujientes escalones bajo el alero, con sus esquinas habitadas por telarañas, y se tumbó en la cama. Estaba cansado, muy cansado. Quién sabía cuánto tiempo había pasado desde la última vez en que se había permitido echar una siesta en pleno día.

Se quedó dormido casi antes de haberse formulado la pregunta.

Despertó un rato después con un intenso sabor agrio en la boca y un torrente de sangre en los oídos. Más que despierto se sentía como expulsado del sueño. Notó la mente limpia como una patena. ¡La leche, cómo había dormido! Se quedó inmóvil, saboreando la sensación, flotando en ella. Reparó en que estaba oyendo voces abajo, la de Gloria y la de otra persona, más profunda, una voz de hombre. Pensó que podría ser Jimmy, Ian o quizá Galen, pero mientras escuchaba cayó en la cuenta de que había pasado más tiempo, y las voces se habían alejado. Era tan agradable estar acostado... Agradable y un poco raro, porque le parecía que tendría que haberse levantado bastante antes. Estaba cayendo la noche, lo veía por la ventana, el ocaso estaba tiñendo de rosa la blancura del cielo veraniego, y había cosas que hacer. Jimmy querría saber algo acerca de la central eléctrica, quién debería ir por la mañana (aunque en aquel momento Sanjay era incapaz de recordar por qué debía tomarse aquella decisión), y aún había que solucionar la cuestión del chico, Caleb, a quien por algún motivo todo el mundo llamaba Zapatillas, suponía que por algo relacionado con su calzado. Tantas cosas por el estilo. Y no obstante, cuanto más seguía tumbado, más lejanas y confusas se le antojaban aquellas preocupaciones, como si fueran pertinentes de otra persona.

—¿Sanjay?

Por lo visto, Gloria estaba en la puerta. Su presencia se le antojó más como si procediera de una voz que como si lo hiciera de una persona. Era una voz incorpórea, que pronunciaba su nombre en la oscuridad.

—¿Por qué estás en la cama?

«No lo sé —pensó—. Es extraño que no sepa por qué estoy tumbado en la cama.

—Es tarde, Sanjay. La gente te está buscando.

—Estaba... sesteando.

—¿Sesteando?

—Sí, Gloria. Sesteando. Echando una siesta.

Su mujer apareció sobre él, la imagen de su suave cara redonda flotaba sin cuerpo en el mar gris de su visión.

—¿Por qué sujetas la manta así?

—¿Cómo la estoy sujetando?

—No lo sé. Dímelo tú.

El esfuerzo, imaginado por anticipado, se le antojó enorme, algo que no deseaba llevar a cabo. No obstante, lo consiguió, inclinó la cabeza hacia adelante y recorrió con la vista la longitud de su cuerpo. Por lo visto, mientras dormía había apartado la manta de la cama para retorcerla como si fuera una cuerda, que ahora sujetaba con ambas manos sobre la cintura.

—¿Qué te pasa, Sanjay? ¿Por qué hablas así?

Seguía mirándola a la cara, pero no podía enfocarla, ni verla con claridad.

—Estoy bien. Sólo cansado.

—Pero ya no estás cansado.

—No, creo que no. Pero puede que duerma un poco más.

—Jimmy estuvo aquí. Quería saber qué hay que hacer con la central eléctrica.

La central eléctrica. ¿Qué central eléctrica?

—¿Qué debo decirle si vuelve?

Entonces recordó. Alguien tenía que ir a la central eléctrica para protegerla de lo que estuviera ocurriendo allí.

—Galen —dijo.

—¿Galen? ¿Qué quieres de él?

Pero apenas hizo caso de la pregunta. Sus ojos se cerraron de nuevo, la imagen del rostro de Gloria cambió frente a él y, en su lugar, apareció la cara de una chica, muy pequeña. Sus ojos. Había algo en sus ojos.

—¿Qué hay de Galen, Sanjay?

—Sería positivo para él, ¿no crees? —oyó decir a una voz, pues una parte de él seguía en la habitación, mientras la otra, la que soñaba, no—.

Dile que envíe a Galen.

32

Las horas pasaron y la noche llegó.

Aún no sabían nada de Michael. Después de que los tres salieran por la puerta trasera del Hospital, el grupo se había separado: Michael había ido al Faro, y Alicia y Peter al aparcamiento de remolques, para vigilar a Caleb desde uno de los armatostes vacíos, por si Milo y Sam regresaban. Sara continuaba dentro con la chica. A partir de aquel momento, sólo cabía esperar.

El remolque donde se escondían se encontraba a dos filas de distancia de la cárcel, lo bastante lejos como para que nadie los viera, pero con una buena perspectiva de la puerta. Decían que los Constructores habían abandonado los remolques, y los habían utilizado para alojar a los obreros que habían construido las murallas y los focos. Por lo que Peter sabía, nadie había vivido en ellos. Casi todos los paneles habían sido arrancados para poder acceder a las tuberías y los cables, y se habían llevado todos los complementos y aparatos, para luego desmontarlos y dispersarlos. Había un espacio en la parte posterior con un colchón sobre una plataforma, separado mediante una puerta flexible montada sobre una vía, y un par de compartimentos para dormir encajados en las paredes. Había una mesa diminuta en el otro extremo, con un par de bancos a cada lado de la mesa. Estaban cubiertos de vinilo agrietado, y los huecos de la tela vomitaban una espuma quebradiza que se convertía en polvo al tocarla.

Alicia había llevado un mazo de cartas para pasar el rato. Entre mano y mano, se removía incansable en su banquillo y miraba por la ventana hacia la cárcel. Dale y Sunny se habían ido, y los habían sustituido Gar Phillips y Hollis Wilson, quien por lo visto había decidido no dimitir. Ya avanzada la tarde, había aparecido Kip Darrell con una bandeja de comida. Por lo demás, no habían visto a nadie.

Peter repartió cartas. Alicia levantó sus cartas y las miró con el ceño fruncido.

—¡Joder! ¿Por qué me has dado esta porquería?

Ordenó las cartas, mientras Peter hacía lo mismo, y empezó con una jota roja. Peter igualó el envite y contraatacó con un ocho de picas.

—Lo veo.

Peter no tenía más picas. Robó del montón. Alicia estaba mirando por la ventana de nuevo.

—Basta, ¿quieres? —dijo él—. Me estás poniendo nervioso.

Alicia no dijo nada. Peter tuvo que robar varias veces para igualar el envite. Ahora tenía las manos llenas de cartas y pocas esperanzas. Jugó un dos y miró mientras Alicia jugaba el dos de corazones, rodaba el palo y corría con cuatro cartas seguidas, descubría una reina para devolverle a picas.

Peter repartió de nuevo. Intuyó que ella iba servida de picas, pero no podía hacer nada. Le tenía acorralado. Jugó un seis y miró mientras ella desplegaba una secuencia de cartas, cambiando a diamantes sobre un nueve, y se liberaba del resto de su mano.

—Siempre haces lo mismo —dijo ella, mientras recogía las cartas—. Antes tienes que jugar tu palo más débil.

Peter estaba contemplando su mano, como si le quedara algo por jugar.

—No lo sabía.

—Siempre.

Faltaban escasos momentos para el primer toque. Sería extraño no pasar la noche en la pasarela, pensó Peter.

—¿Qué harás si Sam vuelve? —preguntó.

—La verdad es que no lo sé. Intentar disuadirlo, supongo.

—¿Y si no puedes?

Ella inclinó un hombro con el ceño fruncido.

—En ese caso, me ocuparé de él.

Oyeron el primer toque.

—No debes hacerlo —dijo Alicia.

Peter tuvo ganas de contestar, ni tú tampoco. Pero sabía que no era así.

—Confía en mí —dijo Alicia—, no pasará nada después del segundo toque. Después de lo de anoche, todo el mundo se esconderá en casa. Deberías ir a ver a Sara. Y también a Circuito. A ver si ha descubierto algo.

—¿Qué crees que es ella?

Alicia se encogió de hombros.

—Por lo que he visto, una cría asustada. Eso no explica la cosa que llevaba en el cuello, ni cómo sobrevivió ahí fuera. Tal vez no lo sepamos nunca. Veremos qué descubre Michael.

—Pero ¿crees lo que te conté acerca de lo ocurrido en el centro comercial?

—Pues claro que te creo, Peter. —Alicia le miró ceñuda—. ¿Por qué no iba a creerte?

—Es una historia inverosímil.

—Si tú dices que pasó, es que pasó. Nunca he dudado de ti, y a estas alturas no voy a empezar a hacerlo. —Le examinó un momento—. Pero no era eso lo que estabas preguntando, ¿verdad?

Peter dejó que se hiciera un silencio.

—Cuando la miras, ¿qué ves? —preguntó.

—No lo sé, Peter. ¿Qué debería ver?

Empezó a sonar el segundo toque. Alicia continuaba estudiándolo, a la espera de su respuesta. Pero carecía de palabras para definir lo que sentía, al menos ninguna en la que confiara.

Se vio un resplandor fuera: acababan de encender los focos. Peter flexionó las rodillas y se puso en pie.

—¿De veras habrías disparado a Sam con esa ballesta? —le preguntó.

Alicia estaba iluminada desde atrás, su rostro sumido en las sombras.

—¿Quieres que te diga la verdad? No lo sé. Supongo que sí. Estoy segura de que lo habría lamentado.

Peter esperó inmóvil un momento, sin decir nada. Tenían la mochila, comida, agua y un saco de dormir de Alicia, con la ballesta al lado.

—Vete —le urgió ella, y ladeó la cabeza en dirección a la puerta—. Lárgate de aquí.

—¿Estás segura de que no te va a pasar nada?

—Peter —dijo ella con una carcajada—, ¿cuándo he tenido problemas?

En el Faro, a Michael Fisher le estaban creciendo los enanos. Pero lo peor era el olor.

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