El planeta misterioso (13 page)

— ¿No el primero? —preguntó Sienar inocentemente.

Tarkin frunció el ceño.

—Tu cinismo podría acabar creándote serios problemas, amigo mío.

—Me gusta llegar a mis propias conclusiones —dijo Sienar.

—A largo plazo, eso puede ser muy perjudicial —le dijo Tarkin, y sus ojos se convirtieron en dos rendijas.

14

C
harza Kwinn estacionó el
Flor del Mar Estelar
en una órbita a gran altura sobre Zonama Sekot. Mientras Obi-Wan y Anakin preparaban sus pertenencias en una cabina seca, Obi-Wan sacó una bolsa que había llevado escondida dentro de su túnica, soltó el cordón que la cerraba y la dejó encima de su equipo de viaje

Anakin la miró con ojos esperanzados.

— ¿Otra espada de luz? —preguntó.

Obi-Wan sonrió y sacudió la cabeza.

—Todavía no, padawan. Algo más adecuado para un planeta gobernado por comerciantes: créditos al viejo estilo en varios lingotes grandes de aurodio, por un valor total de tres mil millones.

— ¡Nunca he visto tanto dinero! —dijo Anakin, dando un paso adelante.

Obi-Wan sacudió un dedo en un gesto de advertencia, y después abrió la bolsa y le enseñó su contenido a Anakin.

Los diez lingotes de aurodio puro destellaban como minúsculas llamas. Cada uno encerraba un abismo de luz misteriosa que se negaba a fijarse en un solo color.

—Así que lo que dicen acerca del Templo es cierto —murmuró Anakin con voz pensativa.

— ¿Que está lleno de tesoros secretos? Difícilmente —dijo Obi-Wan—. Estos créditos han sido retirados de una cuenta conjunta en el Banco Galáctico de la Capital. Muchos seres de la galaxia aportan sus recursos para apoyar a los Jedi.

—No lo sabía —dijo Anakin, un tanto desilusionado.

—Esto representa una pequeña porción de esa cuenta. Eso no quiere decir que vayamos a gastarlos en cualquier cosa, naturalmente. Vergere llevaba una suma similar consigo. Se rumorea que es suficiente para comprar una nave sekotana. Esperemos que los rumores no se equivoquen.

—Pero Vergere quizá ya haya comprado una nave —dijo Anakin.

—Puede que debamos comportarnos como si no supiéramos nada sobre Vergere —dijo Obi-Wan—. Oh... Claro.

Obi-Wan ató el cordel y le entregó la bolsa a Anakin.

—No te separes de ella en ningún momento.

— ¡Gran mago! —se entusiasmó Anakin—. Nadie sospechará que un muchacho lleva encima tanto dinero en efectivo. Con esto podría comprar un YZ-1000..., ¡un centenar de YZ-1000!

— ¿Y qué harías con un centenar de viejos lanchones espaciales? —preguntó Obi-Wan con inocente curiosidad.

—Reconstruirlos. Sé cómo conseguir que vayan el doble de rápido de lo que van ahora..., ¡y son bastante veloces!

— ¿Y luego?

— ¡Los inscribiría en las carreras!

— ¿Y cuánto tiempo te dejaría eso para tu entrenamiento?

—No mucho —admitió Anakin ingenuamente, con los ojos brillándole de entusiasmo.

Obi-Wan frunció los labios en una mueca de desaprobación.

— ¡Te pillé! —chilló Anakin sonriendo, y cogió la bolsa. Se la metió debajo de la túnica y la sujetó a su cuerpo con el cordel restante—. Guardaré tu viejo dinero —dijo—. De todas maneras, ¿quién quiere ser rico?

Obi-Wan enarcó una ceja.

—Perderlo sería una auténtica desgracia —le advirtió.

Incluso visto desde treinta mil kilómetros de distancia, Zonama Sekot era un planeta de aspecto muy extraño.

Un punto de blancura perlina en la región polar norte se hallaba rodeado por todo un hemisferio de verdor moteado. Debajo del ecuador, el hemisferio sur estaba cubierto por una impenetrable nube plateada. A lo largo del ecuador, una delgada franja de gris y marrón más oscuros era interrumpida de vez en cuando por lo que parecían tramos de río y angostos lagos o mares. El borde de la masa de nubes del sur se curvaba en elegantes volutas, y las volutas se desprendían de él para formar tormentas rotatorias.

Mientras esperaban a que el planeta respondiera a su petición de permiso para descender, Charza estaba ocupado dando a luz en otra parte de la nave.

Anakin estaba sentado en el pequeño asiento lateral del puente con los codos apoyados en las rodillas y contemplaba Zonama Sekot. Había ejecutado su primera tanda de ejercicios del día, y sus pensamientos eran particularmente claros. A veces, cuando su mente estaba calmada, cuando había logrado domar su turbulencia por el momento, parecía como si Anakin ya no fuese un muchacho o ni siquiera un ser humano. Su perspectiva parecía volverse cristalina y universal, y tenía la sensación de poder ver toda su vida extendida ante él, llena de logros y heroísmo..., heroísmo altruista, por supuesto, tal como convenía a un Jedi. En algún lugar de aquella vida habría una mujer, aunque los Jedi no solían casarse. Anakin se imaginaba que la mujer sería como la reina Amidala de Naboo, una personalidad poderosa por derecho propio, hermosa y llena de dignidad, y sin embargo triste y abrumada por grandes cargas..., que él ayudaría a apartar de sus hombros.

Hacía años que no hablaba con Amidala y, naturalmente, con su madre, Shmi, pero en su actual estado de consciencia disciplinada, su recuerdo obraba sobre él como una música distante e inefable.

Meneó la cabeza y alzó los ojos, dirigiendo sus sentimientos hacia el exterior y concentrándolos hasta que estos parecieron crear un punto resplandeciente entre sus ojos, y después se concentró en Zonama Sekot para averiguar qué podía ver.

Muchos eran los caminos a muchos futuros que nacían de un solo instante, y sin embargo, estando en sintonía con la Fuerza, un adepto podía determinar cuál era el camino más probable y hacer que su consciencia lo siguiera. El que fuera posible preparar un camino hacia el futuro sin saber qué traería ese futuro podía parecer contradictorio, pero en última instancia eso era lo que ocurría, y era lo que un Maestro Jedi podía hacer.

Obi-Wan le había dicho que aún no poseía tal destreza, pero también le había dado a entender que antes de cualquier misión, cualquier Jedi disciplinado —incluso un mero padawan— podía lanzar una especie de mirada hacia adelante.

En aquel momento Anakin estaba seguro de estar haciendo algo semejante. Era como si las células de su cuerpo hubieran logrado entrar en sintonía con una señal severamente debilitada procedente del futuro, una voz, grande y pesada, como oprimida por un peso terrible, que no se parecía a ninguna voz que hubiera oído antes...

Sus ojos se fueron agrandando lentamente mientras contemplaba el planeta.

Anakin Skywalker, el muchacho hijo de Shmi, padawan Jedi de sólo doce años estándar de edad, redirigió el foco de toda su atención hacia Zonama Sekot. Su cuerpo se estremeció. Un ojo se cerró ligeramente, y su cabeza se inclinó hacia un lado. Después Anakin cerró ambos ojos y volvió a estremecerse. El hechizo se había roto. El momento había durado quizá tres segundos.

Anakin intentó recordar algo grande y hermoso, una emoción o estado mental que acababa de rozar, pero lo único que pudo conjurar fue el rostro de Shmi, sonriéndole melancólica y orgullosamente, como una pantalla protectora extendida sobre cualquier otro recuerdo.

Su madre, todavía tan importante y tan lejana.

Nunca podría ver la cara de un padre.

Obi-Wan pasó chapoteando junto a la cascada para ir a la timonera.

—Charza ha acabado de dar a luz a sus pequeños —dijo—. Ahora están aprendiendo a cuidar de la nave.

— ¿Tan deprisa? —preguntó Anakin.

—La vida es corta para algunos de los parientes de Charza —dijo Obi-Wan—. Pareces pensativo.

—Se me permite estarlo, ¿no? —preguntó Anakin.

—Siempre que eso no haga que acabes hundiéndote en la melancolía —dijo Obi-Wan, mirándolo con una mezcla de preocupación y enfado.

Anakin se levantó de un salto y abrazó a su maestro con una súbita pasión que pilló totalmente desprevenido a Obi-Wan.

Obi-Wan lo rodeó con sus brazos y dejó que el momento fluyera hasta adquirir su propia forma. Algunos padawans eran como lagunas tranquilas y sus mentes eran como textos sencillos. Sólo con el adiestramiento adquirían la profundidad y la complejidad indicadoras de la madurez. Anakin había sido un profundo y complejo misterio desde el día en que se conocieron, y sin embargo Obi-Wan nunca había sentido una conexión tan intensa con ningún otro ser..., ni siquiera con Qui-Gon Jinn.

Anakin dio un paso atrás y alzó la mirada hacia su maestro.

—Creo que tendremos que enfrentarnos a un auténtico problema allí abajo —dijo

— ¿Crees? —preguntó Obi-Wan.

Anakin torció el gesto.

—Puedo sentirlo. No sé qué es, pero... He estado mirando hacia adelante, tanteando un poco el futuro y... habrá problemas, eso está claro.

—Ya lo sospechaba —admitió Obi-Wan—. Incluso cuando Thracia Cho Leem estaba...

Una turbamulta de jóvenes parientes-comida de un rosa brillante invadió súbitamente el puente, llenándolo con sus entusiásticos parloteos y chasquidos de pinzas mientras ocupaban sus puestos. Charza entró en el puente vadeando el pequeño arroyo con gran dignidad y cansancio, como si acabara de hacer algo que era a la vez satisfactorio y agotador.

—La vida sigue —le dijo a Anakin mientras ocupaba su diván—. Y ahora, vamos a ver si el planeta ha respondido.

15

R
aith Sienar entró en la cubierta de observación de su nave insignia, el
Almirante Korvin, y
subió a la plataforma del comandante. Examinó las armas dispuestas dentro del hangar de montaje circular del antiguo crucero pesado de municiones de la Federación de Comercio, un cascarón anticuado. La selección no era de su agrado, y le consternó pensar que se esperaba de él que coordinara aquella fuerza improvisada.

Para empeorar las cosas, no había ni una sola nave salida de sus fábricas a bordo, un serio descuido, creía él, y que tal vez ocultara alguna traición.

Tarkin no había descrito la fuerza con demasiada exactitud, o quizá había permitido que un ciego optimismo deformara sus recuerdos de ella.

Sienar hizo aparecer la lista de armamento. Androides E-5... Frunció los labios.

El crucero transportaba tres vehículos de descenso, cíen soldados de la Federación de Comercio y más de tres mil androides. Tres naves más pequeñas y decididamente menos útiles completaban el escuadrón cuyo mando le había confiado Tarkin.

No era inconcebible que se pudiera conquistar un planeta con aquellas naves: un planeta perdido en los confines de la galaxia, sumido en las edades oscuras de la tecnología...

Pero nada más avanzado que eso. Y sólo conquistarlo, pero no controlarlo después de que hubiera sido conquistado.

—No estás muy impresionado —dijo Tarkin secamente, reuniéndose con él en la plataforma.

—Nunca he creído en los androides como combatientes de primera línea —le dijo Sienar— Ni siquiera en estos nuevos modelos. Naboo se perdió a pesar de que las fuerzas desplegadas por la Federación de Comercio eran centenares de veces más numerosas que éstas.

—Como ya te he dicho, estos androides han sido alterados para que puedan actuar de manera independiente, y son considerablemente más eficaces que los primeros modelos —dijo Tarkin con un tono de irritación.

— ¿Confiarías en ellos para que ejecutaran un complicado plan de batalla de su propia creación?

—Quizá lo haría —dijo Tarkin, poniendo cara de pez mientras contemplaba las hileras de armas y vehículos de transporte—. Debo decirte, Raith, que yo no valoro tanto la independencia completa como pareces hacerlo tú. Los neimoidianos dieron una pésima reputación al control central. Los controladores de esta nave son tan competentes como flexibles. Zonama Sekot no está muy poblado, como bien sabes. La mayor parte del planeta es bosque. Esta fuerza debería ser más que suficiente.

—Sé sincero conmigo —dijo Sienar, acercándose un poco más a su antiguo compañero de clase—. Por tu bien y por el mío, Tarkin: si Zonama Sekot fuera una presa tan fácil, podríamos tomarlo con una pequeña fuerza expedicionaria. Este escuadrón parece demasiado y al mismo tiempo quizá demasiado poco, y eso me preocupa.

—Es lo mejor que he podido reunir. Los escuadrones de la Federación de Comercio están quedando sometidos al control de la República, y esto es todo lo que han podido conservar.

—Quizá es todo lo que has podido persuadirlos de que enviaran, con tu rango y la calidad de tus contactos —dijo Sienar.

Tarkin le lanzó una mirada sorprendida, después de lo cual fingió sentirse ofendido y acabó soltando una risita.

—Tal vez tengas razón —dijo—. ¿Qué militar ha podido disponer de todo según sus deseos? Lo que gana las guerras es lo que haces con aquello que tienes. Los dos hubiésemos preferido diseñar y construir nuestra propia fuerza, usando un pensamiento estratégico más imaginativo. Pero este declive económico ha afectado a la Federación de Comercio tanto como lo ha hecho con la República. Un auténtico enjambre de villanos insignificantes ha salido de la nada con sus viejos cargueros para llevar ilegalmente las mercancías más lucrativas de un sistema a otro. Acabar con ellos y recuperar las rutas y los privilegios comerciales era una cuestión de vida o muerte para la Federación de Comercio. Ahora la Federación de Comercio tendrá que patrullar las vías comerciales. Y el armamento de la República es, suponiendo que eso sea posible, todavía más patético. Francamente, he tenido suerte de poder conseguir esto.

—Ahórrame los detalles lacrimógenos —dijo Sienar sin inmutarse—. Me has puesto al mando en vez de ir tú mismo, a pesar de que eres el que tiene más experiencia en las tácticas de combate. El fracaso de esta misión manchará al comandante —es decir, a mí— de manera irrevocable.

— ¿Quién está sacando a relucir los detalles lacrimógenos ahora? —preguntó Tarkin en un tono todavía más gélido—. Raith, llevas una década encerrado con tus colecciones, ejecutando pequeños contratos, intentando promover una estrategia de diseño de armas pequeñas y elegantes que ha quedado anticuada ya hace mucho tiempo, quejándote amargamente de las ocasiones perdidas y los compradores faltos de imaginación. Durante ese tiempo, yo he estado trepando por una escalera muy larga. Debemos arreglárnoslas con lo que tenemos. Te he escogido... porque en cuestión de tácticas eres casi tan bueno como yo, y entenderás las factorías de Zonama Sekot mejor de lo que jamás podría hacerlo yo.

Other books

Break Me by Evelyn Glass
Ella, The Slayer by A. W. Exley
04 - Shock and Awesome by Camilla Chafer
Forever Yours by Daniel Glattauer, Jamie Bulloch
An Unexpected Date by Susan Hatler
Incarnate by Ramsey Campbell
The Sailcloth Shroud by Charles Williams