El planeta misterioso (11 page)

—Impresionante —observó Sienar después de que la estrecha puerta se hubiera cerrado.

El espacio era un recurso muy escaso en Coruscant e incluso ahora, con el declive de la economía, los aposentos de Tarkin, si bien situados a gran altura por encima de la ciudad, eran mucho menos espaciosos y ciertamente no tan bien acondicionados como los de Sienar.

—Quizá hagan falta décadas para que los humanos lleguen a ser la raza dominante en la galaxia —dijo Tarkin con un bufido—. La tolerancia y la debilidad de nuestros predecesores han hecho necesario ser magnánimo, al menos por el momento. —Escuchó el tenue zumbido del intercomunicador que estrechaba entre los dedos de una mano—. Nuestro objetivo ha abandonado la órbita de Coruscant. El localizador ha sido ubicado y se está comunicando con tu unidad.

— ¿Y qué harán los neimoidianos, y todos los otros miembros fundadores de la Federación de Comercio, cuando descubran que se puede prescindir de ellos? Por sí solo, este nuevo acuerdo con el Senado podría causar serios problemas.

—Baste con decir que estamos respaldados por fuerzas muy poderosas. Fuerzas en las que ni siquiera yo puedo pensar sin estremecerme... —Tarkin bajó el comunicador y se frotó el antebrazo con la otra mano—. Pero ahora deberíamos hablar de asuntos más acuciantes. Vamos a tomar parte en un juego donde las apuestas son muy elevadas. Como ya habrás notado, todavía me queda por cubrir cierta distancia en esta nueva jerarquía. Con el paso del tiempo, espero ser recompensado con el gobierno de una provincia y poder controlar muchos sistemas estelares. Tú... Tú venderás equipo a la fuerza política que acabe emergiendo de todo este torbellino. Juntos podemos encontrar ese planeta misterioso y explotarlo en nuestro mutuo beneficio.

—Estoy muy interesado —dijo Sienar—. Naves con un índice de cero-coma-cuatro podrían ser un descubrimiento realmente notable.

«Desde luego», pensó. Con semejante avance tecnológico y diez años de desarrollo incesante, el mismo Sienar hubiese podido llegar a hacerse lo bastante rico para escoger personalmente el liderazgo de cualquier nuevo gobierno galáctico.

Lo que habría podido ser, no obstante, carecía de importancia en aquel momento.

—Desgraciadamente no podré ir contigo —dijo Tarkin—. Por el momento he de seguir con mis números de malabarismo en Coruscant. Pero estarás bien equipado.

Su comunicador volvió a sonar.

—Los próximos días serán un tanto tensos —prosiguió Tarkin—. La nave que nos interesa ha entrado en el hiperespacio. Hemos estacionado transductores espaciales en vanos lugares dentro de una esfera de vanos centenares de años luz centrada en el punto donde es más probable que se encuentre dicho planeta.

—Ya. ¿Significa eso que tendré que vérmelas con todo un planeta, como comandante de unas fuerzas que habían servido a la Federación de Comercio?

—De androides, con un pequeño contingente de dotaciones de navío y tropas —dijo Tarkin—. Tu tripulación
y
tus ayudantes han sido adiestrados por la Federación, naturalmente. La República todavía no se ha hecho cargo de ciertas naves que se encuentran en reserva. Ke Daiv irá contigo. Tiene experiencia en el manejo del armamento de la Federación de Comercio, y responderá directamente ante mí.

—Perfecto —dijo Sienar.

Pero en su fuero interno no pensaba lo mismo. Los ejércitos de androides nunca le habían gustado. En su opinión, los androides no podían sustituir a las tropas vivas. Eran limitados tanto en inteligencia como en flexibilidad.

Tarkin pareció percibir su disgusto.

—Emplearás una nueva variedad de androide de combate —dijo—. Su inteligencia ha sido aumentada y ya no dependen de un control central. La Federación de Comercio ha aprendido de las últimas catástrofes.

—Me alegro —dijo Sienar, aunque la perspectiva seguía sin entusiasmarle.

—Pondrás en orden tus asuntos, por supuesto —dijo Tarkin.

—Eso podría requerir un par de meses.

—Espero que estarás listo para partir en un par de días.

—Claro —dijo Sienar, acariciándose el mentón con expresión pensativa—. Ke Daiv fracasó en una misión. Y sin embargo esto tiene todo el aspecto de ser un ascenso, ya que estamos hablando de pasar de asesino fracasado a ser subcomandante de... ¿qué? ¿Una flota?

—Un escuadrón, de hecho —repuso Tarkin, e hizo una mueca—. Ke Daiv no ocupará ninguna posición dentro de tu estructura de mando. Aun así, estoy de acuerdo contigo. En ciertos aspectos, dista mucho de ser la solución ideal.

—Deja que lo adivine. ¿Fuerzas oscuras están jugando con todos nosotros, y Ke Daiv tiene conexiones? ¿Conexiones no humanas que todavía resultan útiles?

Tarkin puso cara de disgusto, pero no respondió a su pregunta.

—Limítate a prepararte, Raith —dijo—. Y por el bien de todos, no hagas demasiadas preguntas.

10

O
bi-Wan escuchaba el ritmo lento y regular de la respiración del muchacho. Los acontecimientos del día habían agotado a Anakin, que dormía profundamente. Su rostro, delicadamente delineado por la suave claridad azulada de las luces de emergencia de la cabina, era joven, perfecto
y
muy hermoso.

Obi-Wan se acostó en su litera, oyendo y sintiendo al mismo tiempo la palpitante vibración del hiperimpulsor. Ya estaban lejos de Coruscant, pero Obi-Wan sentía una clara inquietud. Había algo raro en aquella misión que, en realidad, no era más que una simple aventura, un viaje a los confines de la galaxia para contactar con un planeta que al parecer era desconocido para la República y, por supuesto, para los enemigos de la República. Obi-Wan ya había estado en muchas regiones a las que no llegaba el largo brazo de la ley. La misión no estaba exenta de peligros, naturalmente, pero al menos les permitiría alejarse de los peligros inmediatos de Coruscant.

Lo que le preocupaba quizá fuera que Anakin quedaría totalmente a su cargo. En el Templo, Anakin había estado rodeado por muchos Jedi y auxiliares de los Jedi, incluido el personal, que aliviaban a Obi-Wan de una parte de su carga. Habían interpretado el papel de una familia, y Anakin había absorbido ávidamente sus atenciones.

Lo cierto era que Obi-Wan no estaba seguro de hallarse a la altura de su labor. Siempre había tendido a disponer sus pensamientos y su vida en hileras ordenadas, y Anakin Skywalker las derribaba a patadas siempre que tenía ocasión de hacerlo.

Estaban las travesuras. En una ocasión Anakin cogió a un maltrecho androide de protocolo que había encontrado abandonado nadie sabía dónde, reparó su motivador y lo vistió con una túnica Jedi. La capacidad intelectual del androide había sido aniquilada por algún accidente, y Anakin lo había provisto con el nada sofisticado verbocerebro de un androide de cocina, después de lo cual lo dejó suelto en el pasillo delante de los aposentos de Obi-Wan. Incapaz de ver su rostro de androide bajo la capucha, Obi-Wan estuvo hablando con él durante dos minutos antes de darse cuenta de que aquella silueta no era un Jedi y, de hecho, de que ni siquiera estaba viva. Al estar dentro del Templo, Obi-Wan había bajado sus percepciones y su guardia. Anakin había llegado a reírse de él por ello: ¡el aprendiz se había burlado del maestro!

Obi-Wan sonrió. Era algo que Qui-Gon hubiese podido hacer. Con Anakin, las distinciones entre maestro y aprendiz solían verse borradas. Más de una vez había caído en la cuenta de que podía aprender del muchacho. En sus horas bajas, Obi-Wan tenía la vaga sensación de que las cosas no hubieran debido ser así.

Pero así eran.

El peligro —y se trataba de un peligro real— radicaba en que Anakin no podía controlar adecuadamente sus talentos, su brillantez, su poder. La mayor parte del tiempo sólo era un muchacho en el umbral de la edad adulta, por lo que tendía a cometer todos los errores que se podían esperar en aquellas circunstancias.

Aún no había ocurrido, pero Obi-Wan estaba seguro de que algún día no muy lejano el peligro vendría no de las energías juveniles y la búsqueda de aventuras emocionantes, sino de una aplicación indebida de la Fuerza.

Quizá ésa fuera la causa de su inquietud.

O quizá no.

Se sumió en un estado de meditación vigilante. Durante los dos últimos años, Obi-Wan había intentado reducir al máximo su necesidad de dormir. Todos los Jedi a los que conocía dormían, pero había oído decir que algunos no lo hacían. Estaba seguro de que la meditación vigilante desempeñaba todas las funciones del sueño, y le daría tiempo de examinar sus pensamientos en sus niveles más profundos, permitiéndole mantenerse alerta.

«Todavía no confías en ti, Jedi. No confías en tu conexión inconsciente con la Fuerza.»

Obi-Wan volvió la cabeza y recorrió la oscura cabina con la mirada. Hubiese podido jurar que Qui-Gon Jinn acababa de hablarle, pero no había oído nada. Y el muchacho tampoco había emitido el menor sonido.

Lo más curioso de todo fue que aquello no agravó su inquietud.

—No, maestro, no confío en ella —le dijo Obi-Wan al vacío—. Ésa es mi mejor cualidad.

Qui-Gon habría debatido ese punto con fiereza. Pero no hubo replica alguna.

11

S
ienar intentó concentrarse en su montura e ignorar el hervidero de preocupaciones que habían estado agitándose dentro de su mente desde su último encuentro con Tarkin.

El animal, un danzarín trith gris azulado, trotaba sobre seis gráciles patas por la arena privada de Sienar, respondiendo a la más leve presión o tirón sobre los omóplatos que se elevaban por encima de su espalda. La grupa de un danzarín trith formaba una silla de montar natural, suponiendo que la manipulación genética de un millar de generaciones pudiera considerarse como algo natural. Los animales de Sienar —era dueño de tres danzarines— eran los mejores ejemplares que se podían comprar con dinero, otro lujo que no le apetecía nada arriesgar. «¡Demasiado blando, demasiado atado a las posesiones materiales, demasiado inflexible!»

A pesar de ello, Sienar siguió cabalgando e intentó pasarlo lo mejor posible.

Administró un suave tirón, y el trith se irguió sobre sus dos últimos pares de patas para hendir elegantemente el aire con sus pezuñas.

El animal emitió unos aflautados ruidos musicales que Sienar encontró deliciosos. Hubo un tiempo en el que habría podido cabalgar por la pradera a lomos de un trith durante días enteros sintiéndose inefablemente feliz..., hasta que se le ocurriera algún diseño para otra nave espacial, por supuesto.

Pero ahora todo indicaba que durante unos meses no podría cabalgar ni diseñar naves espaciales. Tarkin parecía pensar que podía alterar la vida de Sienar, entrometerse en sus negocios, amenazarlo y disfrutar de un suculento banquete en la mesa de sus secretos.

El problema era que Tarkin probablemente tuviese razón: enterrada en aquel amasijo de obligaciones y coerción había una auténtica oportunidad. Aun así, Tarkin era quien tenía más probabilidades de beneficiarse de la participación de Sienar.

Hizo volver grupas a su montura y le presionó los flancos con los tobillos para que iniciara un galope sobre sus dos últimos pares de patas. Era una conducta difícil, y Sienar estaba orgulloso de lo bien que se portaban sus animales. Habían ganado muchos premios en competiciones celebradas en vanos planetas.

De pronto hubo una agitación junto a la gran puerta doble de la arena. Varios androides de seguridad entraron en ella, andando hacia atrás mientras hacían gestos frenéticos. Sienar desmontó rápidamente y se escondió detrás del trith, mirando por encima del suave pelaje de su grupa.

Tarkin pasó por entre los androides sin hacer ningún caso de sus advertencias. Asombrosamente, empuñaba un disruptor iónico de nivel senatorial, el cual volvía inofensivos a todos los androides de seguridad.

Sienar sonrió sombríamente y salió de detrás del trith, el cual acogió la aparición del desconocido con un suave resoplido de alarma. Afortunadamente, esta vez Tarkin había venido sin su tallador de sangre.

— ¡Buenos días, Raith! —lo saludó Tarkin alegremente—. Necesito ver esa nave sekotana tuya. Ahora.

—Por supuesto —replicó Sienar afablemente—. La próxima vez deberías advertirme de tu visita. No todos mis androides de seguridad son vulnerables a los disruptores, ¿sabes? Es una suerte que preveyera tu falta de educación... y los programara para que te reconociesen.

De lo contrario te habrían fulminado tan pronto como entraste por esa puerta.

Tarkin miró por encima del hombro y palideció levemente.

—Comprendo —dijo, guardando el disruptor—. Bueno, no ha pasado nada.

—Esta vez no —masculló Sienar.

Sienar había conservado dos de sus viejos centros de fabricación en las antiguas profundidades de la ciudad capital, mucho después de que hubiera trasladado todas sus actividades a lugares más elegantes. El alquiler era muy bajo, y cualquier intruso curioso podía ser despachado con escasas dificultades legales. De hecho, allí era donde tenía apostados a la mayoría de sus androides de seguridad de máxima confianza procedentes de otros mundos, los mejores que el dinero podía introducir de contrabando. Aquellos androides sólo aceptaban órdenes de Sienar.

Como centinelas, los androides eran magníficos. Su mente no podía ser nublada por el aburrimiento.

Tarkin lo siguió, visiblemente nervioso por primera vez. Sus propios androides de seguridad parecían pequeños e insignificantes junto a las enormes máquinas plateadas aparatosamente blindadas que vigilaban los restos de la nave sekotana en su oscuro, reseco y cavernoso hangar.

—Sólo este cascarón me costó cien millones de créditos —dijo Sienar, pulsando unas cuantas teclas luminosas dentro del hangar lleno de ecos—. Como puedes ver, no se encuentra en muy buen estado.

Tarkin dio la vuelta a la escabrosa mole encerrada en su iridiscente campo de refrigeración. Las antaño gráciles curvas se habían desplomado en una masa arrugada, deshinchándose aparatosamente a pesar del frío y otros esfuerzos de preservación no tan obvios.

—Es biológica —observó arrugando la nariz.

—Pensaba que a estas alturas ya lo sabías.

—No me imaginaba que fuera tan..., tan orgánica —dijo Tarkin—. Me habían dicho que en cierto sentido las naves estaban vivas, pero.., Y una vez muertas no sirven de mucho, ¿verdad?

—Una curiosidad, como cualquier monstruosidad de los abismos marinos preservada y rara vez vista —dijo Sienar—. En cuanto a entender sus capacidades, bueno, no queda gran cosa que analizar.

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