El planeta misterioso (12 page)

—Dispongo de algunas imágenes —dijo Tarkin—. Naves repostando en puertos de la periferia.

—Y alimentándose, sin duda —dijo Sienar, que probablemente había visto las mismas imágenes.

— ¿Es una planta o un animal?

—Ninguna de las dos cosas. No puede reproducirse por sí misma. Carece de estructura celular, y está formada por toda una serie de tejidos densos que pueden incorporar tanto metales como una amplia gama de polímeros resistentes al calor y de una enorme solidez... Un prodigio. Pero sin su dueño, muere rápidamente y no tarda en pudrirse.

— ¿No te recuerda un poco a la tecnología gungana de Naboo? —sugirió Tarkin.

—Tal vez —dijo Sienar—. Tal vez no. Los gungan manufacturan sus naves a partir de materia orgánica, pero las naves no están vivas. Ésta... parece ser muy distinta. Antes de tu generosa oferta, andaba buscando un propietario que estuviera dispuesto a permitirme acceder a una nave sekotana plenamente operacional. Pero hasta el momento nadie se ha ofrecido a ello. Al parecer el secreto forma parte del contrato, y la traición podría poner fin a la relación de un dueño con su nave. Es todo lo que he conseguido averiguar.

—Comprendo —dijo Tarkin—. He elegido al hombre adecuado para esta misión, Raith. Tenía el presentimiento de que ya habrías hecho tus propias averiguaciones.

—Y ahora que has visto mi caro pero decepcionante trofeo —dijo Raith—, ¿puedo ofrecerte algo para desayunar? Es tarde, y no tuve tiempo de cenar.

—No, gracias —dijo Tarkin—. Todavía me quedan muchas visitas por hacer. No hagas demasiados planes, amigo mío. Podría ocurrir algo en cualquier momento.

—Por supuesto —dijo Raith.

«Mi tiempo es tuyo, Tarkin. Soy un hombre paciente.»

12

O
bi-Wan hizo un alto de camino al puente y echó un vistazo al pequeño cubículo donde los parientes-comida, las pequeñas criaturas parecidas a cangrejos, se retiraban a descansar cuando no estaban trabajando. Anakin estaba sentado en un taburete rodeado por un círculo de parientes-comida, con el ceño fruncido en profunda concentración.

El muchacho alzó la mirada hacia Obi-Wan.

—No consigo decidir si esto me gusta o no —dijo.

— ¿A qué te refieres?

—A ese acuerdo que tienen con Charza. Parecen reverenciarlo, pero él se los come.

—En este caso, yo confiaría en su opinión antes que en la tuya —dijo Obi-Wan.

Anakin no estaba convencido.

—No me siento muy a gusto con Charza.

—Es un ser honorable —dijo Obi-Wan.

Anakin se levantó con un suave chapoteo de sus botas impermeables. Los parientes-comida retrocedieron haciendo chasquear sus pinzas.

—Entiendo una gran parte de lo que dicen. Para ser tan pequeños, son bastante inteligentes. Me dicen que están orgullosos de que Charza sólo se los coma a ellos.

—Ingerir alimentos o ser alimentos es algo que depende de la suerte y el momento —dijo Obi-Wan, quizá un poco demasiado alegremente. Admiraba la disciplina y el autosacrificio que veía en la tripulación del
Flor del Mar Estelar—.
Dentro de unos minutos tenemos que hablar con Charza. Y dentro de una hora ejecutaremos nuestra primera salida del hiperespacio.

Anakin se despidió de los pequeños parientes-comida con un chasquido de dedos y salió chapoteando del cubículo para reunirse con Obi-Wan en el pasillo central.

—Te gusta el acuerdo porque obedecen las órdenes sin rechistar —dijo.

Obi-Wan se irguió, muy indignado.

—Es algo más profundo que eso —dijo—. Supongo que percibes la estructura subyacente que hay en este lugar, ¿no?

—Por supuesto —dijo Anakin, echando a andar delante de él.

Pasaron junto a una cascada de agua de mar constantemente renovada. El agua resbalaba por una pared después de salir de un conducto situado junto al techo, y estaba llena de una especie de diminutos crustáceos no más grandes que la yema de un dedo. Tres parientes-comida estaban alineados junto a la base de la cascada, donde ésta caía en un pequeño estanque y desaparecía detrás del mamparo. Las criaturas pescaban crustáceos con sus pinzas y comían ávidamente.

Después de haber dejado atrás la cascada, el padawan y su maestro entraron en la timonera. Charza Kwinn estaba rodeado por una hueste de auxiliares y parientes. Obi-Wan nunca los había visto a todos juntos antes. El espectáculo era impresionante. No parecía haber ni un solo centímetro cuadrado del puente que no estuviera siendo atendido por varias criaturas, cuyo tamaño iba desde el de los parientes-comida hasta réplicas de Charza de un metro de largo pasando por otras que tendrían un palmo de anchura.

Charza estaba sentado en su diván sin respaldo enarbolando herramientas sujetadas por sus espinas. Los pinchos de su «cabeza» rozaban la curva superior del pie, produciendo un potente sonido rítmico que hacía pensar en olas oceánicas chocando con un acantilado.

El priapulino se dio cuenta de que sus pasajeros habían llegado y se quedó inmóvil. Los parientes-comida chasquearon sus pinzas, muy desilusionados. Charza, que al parecer les había estado cantando, desplazó ligeramente sus pinchos alrededor de los espiráculos para imitar el habla humana.

—Bienvenidos. ¿Los alojamientos son cómodos?

—Mucho —dijo Obi-Wan.

—Ahora os contaré algo más sobre este lugar al que vais. En primer lugar, tamaño. Zonama Sekot tiene nueve mil cuencas de sal de anchura, lo que en medidas de la República equivale a... —conferenció con uno de sus duplicados más pequeños—. Once mil kilómetros. Su sistema estelar es un triple, en una región escondida de la Fisura de Gardaji, que está rodeado por grandes nubes de polvo. Dos estrellas, una gigante roja y una enana blanca, orbitan muy cerca la una de la otra. Zonama Sekot gira alrededor de la tercera estrella, un sol amarillo, que describe su órbita mucho más hacia fuera, a varios meses luz de distancia. Si no se conoce el camino es casi imposible dar con él.

Charza hizo una pausa cuando dos parientes-comida se ofrecieron entusiásticamente para servirle de desayuno. El priapulino sacudió delicadamente la cabeza, y los parientes-comida se retiraron con aparente desilusión.

—Su reloj biológico ha sonado —explicó Charza—. He de comerlos antes de que termine el día, o sus niños se echarán a perder. ¡Pero ahora estoy tan lleno!

Obi-Wan observó la reacción de Anakin. Charza tal vez no fuera la figura paterna más apropiada que ofrecer como ejemplo al muchacho en aquel momento de su vida.

—Ahora salimos del hiperespacio —dijo Charza, inclinándose hacía un lado y tirando de dos gruesas palancas dispuestas en paralelo.

Las portillas delanteras volvieron a abrirse. El extraño paisaje exterior se colapso en un punto deslumbrante. Las estrellas volvieron a aparecer con una brusca sacudida y, con ellas, apareció la inconfundible rueda de fuego rojo y púrpura que dominaba los cielos de Zonama Sekot.

—Uf —dijo Anakin con los ojos muy abiertos. El espectáculo era impresionante, quizá el más hermoso que hubiera visto nunca—, ¿Dónde está nuestro planeta? —se apresuró a preguntar.

—El sol de Zonama Sekot se encuentra detrás de nosotros —dijo Charza—. Esas dos espectaculares danzarinas, la gigante roja y la enana blanca, con su larga cola espiral, son sus compañeras.

La rueda de fuego empezaba siendo una cinta de sustancia estelar extraída de la gigante roja. Después se curvaba alrededor de la enana blanca, la cual la proyectaba hacia fuera en trenzas entrelazadas de gas ionizado.

—Puedes ver el mismo Zonama Sekot: es ese minúsculo puntito verde que tenemos delante. —Charza cogió una larga varilla con sus pinchos y rozó la portilla con su extremo—. Ahí. ¿Lo ves?

—Lo veo —dijo Anakin.

Los pequeños parientes-comida se empujaron unos a otros para ver mejor y prorrumpieron en un coro de chasquidos admirativos. Dos de ellos se encaramaron a los hombros de Anakin. Una especie de gusano más pequeño se enroscó alrededor de una de las piernas del muchacho y empezó a emitir gorgoteos de satisfacción.

— ¿No te molestan? —le preguntó Charza.

—Son encantadores —dijo Anakin.

—Saben que contigo están a salvo —dijo Charza con aprobación—. ¡Sienten una rara atracción por ti! —Hizo girar su diván y deslizó unos cuantos pinchos por encima de otro panel de instrumentos. El planeta verde ya era tan ancho como la punta de un pulgar visto con el brazo extendido—. La última vez que vine a Zonama Sekot, dejé a Vergere en una meseta montañosa al final del hemisferio norte, cerca del polo. Espero fervientemente que aún esté viva.

—Se cree que lo está —dijo Obi-Wan.

—Quizá —dijo Charza con una agitación de espinas—. Allí no hay piratas ni centros de comercio: de hecho, Zonama Sekot es el único planeta habitado en muchos años luz a la redonda. Pero Zonama Sekot se encuentra muy cerca del extremo de la galaxia. Más allá de ese punto, hay mucho sobre lo que apenas se sabe nada. Cualquier cosa podría ocurrir.

— ¡El extremo de la galaxia! —exclamó Anakin, todavía fascinado por el espectáculo—. ¡Podríamos ser los primeros seres que fuesen más allá del límite! —Miró a Obi-Wan—. Si quisiéramos.

—Todavía quedan fronteras, y reconforta pensarlo —asintió Obi-Wan.

— ¿Que tiene de reconfortante el hecho de que aún haya fronteras? —preguntó Charza—. ¡Los lugares vacíos donde no hay amigos no son buenos!

Obi-Wan sonrió y meneó la cabeza.

—Lo desconocido es un lugar donde podemos descubrir quiénes somos realmente.

Anakin miró a su maestro con cierta sorpresa.

—Eso me enseñó Qui-Gon —concluyó Obi-Wan, extendiendo las largas mangas de su túnica sobre sus rodillas cubiertas por las botas.

—Zonama Sekot no está vacío —dijo Charza—. Hay seres allí, pero no son nativos del planeta. Llegaron hace muchos años, no se sabe cuántos. Pero sólo recientemente han empezado a invitar a visitantes, la mayoría ricos compradores de mundos que no son leales a la República ni comercian con la Federación de Comercio. Ahora os mostraré una imagen que Vergere envió a mi nave antes de que saliera del sistema.

Charza dio una serie de órdenes a unos cuantos parientes-comida agrupados encima de una consola. Estos danzaron sobre los botones y tiraron de varías palancas, y un visor surgió de la consola.

—Mejor para humanos —murmuró Charza, y los parientes-comida ajustaron la vivida pero un tanto borrosa imagen que flotaba sobre el centro del puente, haciendo que cobrara nitidez y adquiriera movimiento.

Obi-Wan y Anakin se inclinaron hacia adelante y miraron.

Un paisaje intensamente verde, visto a la hora del crepúsculo, se desplegó ante ellos. Las auténticas dimensiones de los brotes parecidos a árboles que llenaban la mayor parte de la imagen no quedaron claras hasta que Anakin divisó una estructura en la esquina inferior izquierda, una especie de balcón con lo que parecían humanos de píe en él. Entonces fue evidente que los árboles tenían entre quinientos y seiscientos metros de altura, y que las grandes cúpulas verdes de follaje de la parte superior derecha de la imagen medían varios centenares de metros de anchura. El verde era el color dominante, pero en el follaje también abundaban el oro, el azul, el púrpura y el rojo.

—No parecen árboles —comentó Obi-Wan.

—No lo son —dijo Charza—. No son árboles, no. Vergere los llamaba boras.

El sol amarillo del planeta, poniéndose entre las hileras de enormes brotes envuelto en una calima dorada, no era la única luz que había en el cielo. La vasta rueda de gases púrpura y rojo cubría todo lo que podían ver del cielo por el norte más allá de los boras.

—Eso es todo lo que sé —prosiguió Charza—. Dejé a Vergere, después esperé hasta que me dijo que me fuera y volví a la órbita. No me llegó ningún mensaje para que fuera a buscarla, así que partí, tal como me había ordenado ella. Cuando me iba detecté seis tipos de naves conocidas en la región. Todas eran naves particulares, y creo que pertenecían a clientes de los constructores de naves de Zonama Sekot.

—Hiciste bien, Charza —dijo Obi-Wan, poniéndose en pie—. Quizá no haya pasado nada grave.

—Puede que Vergere esté viva —dijo Charza—, pero no creo que todo vaya bien.

— ¿Tu instinto?

Charza agitó sus pinchos y alzó la cabeza hacia el techo, y después se volvió para mirarlos con todos sus ojos.

—Simple observación. Allí donde un Jedi viaja solo, quizá no haya motivo para alarmarse. Allí donde un Jedi deja de comunicarse, y otro Jedi le sigue..., infortunio y aventura.

13

T
arkin precedía a Raith Sienar por el túnel que llevaba a la lanzadera que los estaba esperando.

— ¡No hay tiempo que perder! —gritó por encima del hombro—. Han salido del hiperespacio y hemos recibido la señal del localizador. Disponemos de menos de una hora antes de que debas reunirte con tu escuadrón y despegar de Coruscant.

Sienar cogió su bolsa de viaje y dio las últimas instrucciones a su androide de protocolo, que los seguía con andares rápidos si bien un tanto vacilantes a unos pasos de distancia.

— ¡Venga, hombre! —gritó Tarkin.

Sienar entregó al androide el último objeto que había añadio a su equipaje a primera hora de la mañana: un pequeño disco que contenía instrucciones especiales en el caso de que no volviera.

El androide se detuvo en la tira de embarque y se despidió agitando solemnemente la mano mientras Sienar se reunía con Tarkin en el lujoso salón de la lanzadera. La escotilla se cerró con un estridente silbido, y la lanzadera se apartó inmediatamente de la torre en la que había estado atracada y se lanzó por un carril despejado en las calzadas de tráfico.

Después se elevó rápidamente hacia la órbita.

—Espero que comprendas lo que podría estar en juego aquí —dijo Tarkin, su delgado rostro muy sombrío. Sus azules ojos se abrieron como platos y adquirieron una expresión terriblemente seria mientras miraban a Sienar. Con los ojos tan abiertos, su rostro volvió a cobrar el aspecto de una calavera animada—. Por el momento no somos más que unos lacayos útiles. Nos encontramos por debajo del nivel de consciencia de aquellos que gobernarán la galaxia. Si ese planeta y sus naves son tan útiles como parecen serlo, seremos espléndidamente recompensados. Se darán cuenta de que existimos. Algunos ya comparten mi creencia de que esto podría ser algo muy serio. Todos compartirán nuestro éxito, por lo que a nuestra misión se le ha asignado el segundo nivel de prioridad. ¡El segundo nivel, Raith!

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