La historia dice que había gente en las profundidades, que en realidad no era gente, que ni siquiera sabía que era gente. Uno de ellos rompe un tabú que nadie sabía que era un tabú, y empiezan las inundaciones. Tienen que ascender, salir trepando por una cuerda por el agujero en el techo del mundo… y entonces aparecen en otro mundo. En el relato de una historia, los chamanes se vuelven agresivos en su modo de pensar e insultan al sol y a la luna, que entonces desaparecen, de modo que todos quedan en la oscuridad.
Los chamanes dicen que, claro, ellos pueden hacer volver el sol, y tragan árboles y hacen salir los árboles a través de sus vientres, y se entierran a sí mismos en el suelo con sólo los ojos asomando, y hacen todos estos grandes trucos chamánicos. Pero los trucos no funcionan. El sol no vuelve.
Entonces los sacerdotes dicen, bueno, ahora que pruebe el pueblo. Y el pueblo son todos los animales. Este pueblo animal se pone en círculo, y bailan y bailan, y es la danza del pueblo la que hace surgir una colina que crece hasta ser una montaña, convirtiéndose en el centro elevado del mundo, del que nacen todos los humanos.
Y entonces sucede una cosa interesante, igual que en el Viejo Testamento: todo lo que hemos oído es la historia de este grupo particular, los navajos, digamos. Pero cuando salen, ya están allí los poblados y sus gentes. Es como cuando nos preguntamos de dónde sacaron esposas los hijos de Adán. Se trata de la creación de este pueblo, y el resto del mundo ya estaba allí por otro accidente.
M
OYERS
: Es la idea del Pueblo Elegido.
C
AMPBELL
: Claro que lo es. Cada pueblo es, según él mismo, un pueblo elegido. Y es más bien divertido que los nombres que se dan a sí mismos signifiquen, por lo general, humanidad. Para los otros pueblos tienen nombres más extraños, como Caras Raras o Narices Torcidas.
M
OYERS
: Los indios de los bosques del noreste norteamericano cuentan sobre una mujer que cayó del cielo y dio nacimiento a mellizos. Los indios del sudoeste cuentan una historia de mellizos nacidos de una madre virgen.
C
AMPBELL
: Sí. La mujer del cielo originalmente procede de una base cultural cazadora, y la mujer de la tierra de una cultura agrícola. Los mellizos representan dos principios contrarios, pero principios contrarios muy diferentes de los representados por Caín y Abel en la Biblia. En la historia iroquesa, un mellizo es Brote o Niño Planta, y el otro es llamado Pedernal. Pedernal le causa tanto daño a su madre cuando nace que ella muere. Ahora bien, Pedernal y Niño Planta representan las dos tradiciones. El pedernal es usado para afilar la hoja con la que se matan animales, por lo que el mellizo llamado Pedernal representa la tradición cazadora, y Niño Planta, por supuesto, representa el principio agrícola.
En la tradición bíblica, el niño planta es Caín y el niño pedernal es Abel, quien en realidad es un pastor más que un cazador. En la Biblia, entonces, tenemos el pastor contra el agricultor, siendo el agricultor el que resulta detestable. Se trata de un mito de cazadores o pastores que han llegado a un área de cultura agrícola y denigran al pueblo que han conquistado.
M
OYERS
: Suena como una guerra de colonos en el viejo Oeste.
C
AMPBELL
: Sí. En la tradición bíblica es siempre el segundo hijo el ganador, el bueno. El segundo hijo es el recién llegado, es decir, los hebreos. El hijo mayor, o los cananeos, ya estaba viviendo allí antes. Caín representa la postura de la ciudad de economía agrícola.
M
OYERS
: Estas historias nos dicen mucho sobre algunos conflictos contemporáneos, ¿no te parece?
C
AMPBELL
: Sí, así es. Resulta fascinante comparar la reunión de una sociedad agrícola invasora o de un pueblo invasor de cazadores o pastores en conflicto con los agricultores. Hay equivalentes exactos por todo el planeta: dos sistemas en conflicto y conjunción.
M
OYERS
: Has dicho que la mujer que cayó del cielo ya estaba embarazada y la mujer que dio a luz en la tierra a mellizos también lo estaba. ¿Qué te sugiere el hecho de que en tantas de estas culturas haya leyendas de vírgenes que dan a luz a héroes que mueren y renacen?
C
AMPBELL
: La muerte y resurrección de una figura de salvación es un tema común en todas estas leyendas. Por ejemplo, en la historia del origen del maíz tienes esta figura benigna que se le aparece al joven en una visión, y le da el maíz y muere. La planta sale de su cuerpo. Alguien tiene que morir para que la vida emerja. Empiezo a ver este increíble esquema de la muerte dando origen al nacimiento, y el nacimiento dando origen a la muerte. Cada generación tiene que morir para que la siguiente pueda nacer.
M
OYERS
: Tú escribes: «De los montones de ramas y hojas caídas, nacen brotes nuevos, cuya lección parece ser que de la muerte surge la vida, y de la muerte de esta vida un nuevo nacimiento. Y la tenebrosa conclusión que puede extraerse es que, para aumentar la vida hay que aumentar la muerte. De acuerdo con esto, todo el cinturón ecuatorial de este planeta se ha caracterizado por un frenesí de sacrificios: sacrificios vegetales, animales y humanos».
C
AMPBELL
: Hay un ritual asociado con las sociedades de hombres en Nueva Guinea que realmente pone en escena el mito de la muerte, la resurrección y el consumo canibalístico en una sociedad agrícola. Hay un campo sagrado con tambores que suenan, y cantos, y después pausas. Esto dura cuatro o cinco días, sin parar. Los rituales son aburridos, sabes, te agotan, pero luego te abren el camino a algo más.
Al fin viene el gran momento. Tras la celebración de una auténtica orgía sexual, se produce la quiebra de todas las reglas. Los jóvenes varones que son iniciados en la vida de hombres tienen en este momento su primera experiencia sexual. Hay un gran cobertizo de enormes troncos, apoyados en dos de ellos. Aparece una joven adornada como una divinidad, y la hacen acostar debajo del gran cobertizo. Los jóvenes, que son seis, más o menos, al ritmo de los tambores y cantos, tienen su primer coito, uno tras otro, con la muchacha. Y cuando el último de ellos está en pleno abrazo, los troncos de apoyo son retirados, los del techo caen, y la pareja muere aplastada. Una vez más se ha producido la unión de macho y hembra, tal y como eran en el comienzo, antes de que tuviera lugar la separación. Es la unión de la concepción y la muerte. Ambas son lo mismo.
Después la pequeña pareja es retirada y asada y comida esa misma noche. El ritual constituye la repetición del acto original del asesinato de un dios seguido por el don de la comida de parte del salvador muerto. En el sacrificio de la misa, te dicen que éste es el cuerpo y la sangre del Salvador. Tú lo incorporas, te recoges, y el divino alimento comienza a trabajar dentro de ti.
M
OYERS
: ¿Cuál es la verdad a la que apuntan los rituales?
C
AMPBELL
: La naturaleza de la vida misma debe ser hecha realidad en los actos de la vida. En las culturas cazadoras, allí donde se hace un sacrificio tiene lugar un don o un soborno a la deidad, que es invitada a hacer algo por nosotros o a darnos algo. Pero cuando se sacrifica una figura en las culturas agrícolas, esa figura en sí misma es el dios. La persona que muere es enterrada y se transforma en alimento. Cristo es crucificado, y de su cuerpo brota el alimento del espíritu.
La historia de Cristo implica una sublimación de lo que originalmente era una imagen vegetal muy sólida. Jesús está en la Rama Sagrada, el árbol, y él mismo es el fruto del árbol. Jesús es el fruto de la vida eterna, que estaba en el segundo árbol prohibido del Jardín del Edén. Cuando el hombre comió del fruto del primer árbol, el árbol del conocimiento del bien y el mal, fue expulsado del Jardín. El Jardín es el lugar de la unidad, de no dualidad de macho y hembra, bueno y malo, Dios y humanos. Comes la dualidad, y debes irte. El árbol del regreso al Jardín es el árbol de la vida inmortal, donde sabes que Yo y el Padre somos uno.
Regresar al Jardín es el objetivo de muchas religiones. Cuando Yahvé expulsó al hombre del Jardín, puso dos querubines en la puerta, con una espada en llamas entre ambos. Ahora bien, cuando te acercas a un santuario budista, con Buda sentado bajo el árbol de la vida inmortal, encuentras en la puerta dos guardianes: son los querubines, y tú pasas entre ellos rumbo al árbol de la vida inmortal. En la tradición cristiana, Jesús en la cruz está en un árbol, el árbol de la vida inmortal, y es el fruto del árbol. Jesús en la cruz, Buda bajo el árbol: son las mismas figuras. Y los querubines en la puerta, ¿quiénes son? En los santuarios budistas verás que uno tiene la boca abierta y el otro cerrada: miedo y deseo, un par de opuestos. Si vas hacia un jardín de esos, y esas dos figuras son reales para ti y te amenazan, si temes por tu vida, es que todavía estás fuera del jardín. Pero si ya no tienes ligaduras con la existencia de tu yo, sino que lo ves como una función de una totalidad más amplia, eterna, y te inclinas por lo más grande antes que por lo más pequeño, entonces no temerás a esas dos figuras, y pasarás.
Lo que nos mantiene fuera del Jardín es nuestro propio temor y nuestro deseo en relación con lo que pensamos que son los bienes de nuestra vida.
M
OYERS
: ¿Todos los hombres en todos los tiempos han tenido ese sentimiento de exclusión de una realidad última, de la bienaventuranza, del goce, de la perfección, de Dios?
C
AMPBELL
: Sí, pero también hay momentos de éxtasis. La diferencia entre la vida cotidiana y la vida en esos momentos de éxtasis es la diferencia entre estar fuera y dentro del Jardín. Vas más allá del temor y el deseo, más allá del par de opuestos.
M
OYERS
: ¿Entras en la armonía?
C
AMPBELL
: En la trascendencia. Se trata de una experiencia esencial en la mística. Mueres en la carne y naces en el espíritu. Te identificas con la conciencia y la vida de la que tu cuerpo no es más que el vehículo. Mueres como vehículo y te identificas en tu conciencia con aquello que el vehículo transporta. Es Dios.
Lo que tienes en las tradiciones de la vegetación es esta idea de la identidad detrás del despliegue superficial de dualidad. Detrás de todas estas manifestaciones está la luz única, que brilla a través de todas las cosas. La función del arte es revelar esta luz a través del objeto creado. Cuando ves la hermosa organización de una obra de arte bien compuesta, no dices más que «¡Ajá!». De algún modo esa obra se dirige al orden que hay en tu propia vida y te lleva a la comprensión de las mismas cosas de las que se ocupa la religión.
M
OYERS
: ¿Que la muerte es vida y la vida es muerte, y que las dos están en concordancia?
C
AMPBELL
: Que debes crear un equilibrio entre muerte y vida; son dos aspectos de la misma cosa, que es la existencia, el devenir.
M
OYERS
: ¿Y eso está en todas estas historias?
C
AMPBELL
: En todas. No sé de ninguna historia en que la muerte sea rechazada. La vieja idea de ser sacrificado no es en absoluto lo que pensamos. Los indios mayas jugaban a una especie de baloncesto en el que, al final, el capitán del equipo ganador era sacrificado en el campo de juego por el capitán del equipo perdedor. Le cortaba la cabeza. Ver el sacrificio como la última recompensa del triunfo en tu vida es la esencia de la idea sacrificial.
M
OYERS
: Esta idea de sacrificio, especialmente de los ganadores, no podría ser más ajena a nuestro mundo. Nuestro tema principal hoy es que el ganador se lleva los premios.
C
AMPBELL
: En este ritual maya, el juego tenía por objeto que el jugador fuera digno de ser sacrificado como un dios.
M
OYERS
: ¿Piensas que es cierto que el que pierde su vida, la gana?
C
AMPBELL
: Es lo que dice Jesús.
M
OYERS
: ¿Crees que es cierto?
C
AMPBELL
: Lo creo… si la pierdes en nombre de algo. Hay un relato, escrito por misioneros jesuítas del siglo XVIII en el este del Canadá, sobre un joven guerrero iroqués capturado por una tribu enemiga. Lo condenan a ser torturado hasta morir. Los indios del noreste tenían la costumbre de torturar sistemáticamente a los hombres cautivos. La prueba debía ser soportada sin quejas. Era la prueba última de la auténtica virilidad. El joven iroqués debe soportar esta horrible prueba; pero, para perplejidad de los jesuítas, él parece estar celebrando sus bodas. Va muy adornado y canta en voz alta. Sus torturadores lo tratan como si fueran sus anfitriones y él un huésped honrado. Y él juega el juego con ellos, sabiendo todo el tiempo qué fin le espera. Los sacerdotes franceses al describir el hecho se sienten horrorizados por lo que interpretan como una cruel parodia, y caracterizan a los torturadores del joven como bestias sanguinarias. ¡Pero no es así! Se disponían a ser los sacerdotes que sacrificarían al joven guerrero. La ceremonia sería un sacrificio en el altar, y el joven, por analogía, sería Jesús. Esos mismos sacerdotes franceses celebraban la misa todos los días, y la misa es una réplica del brutal sacrificio de la cruz.
Hay una escena equivalente, descrita en los Hechos de san Juan apócrifos, inmediatamente anterior a la crucifixión de Cristo. Es uno de los pasajes más conmovedores de la literatura cristiana. En los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, se menciona simplemente que, al concluir la celebración de la Ultima Cena, Jesús y sus discípulos cantaron un himno antes de que él se marchara. Pero en los Hechos de san Juan tenemos una transcripción palabra por palabra de todo lo que rodeó el canto del himno. Antes de salir al jardín, al final de la Cena, Jesús les dice a los presentes: «¡Bailemos!», y todos se toman de las manos formando un círculo, y mientras giran a su alrededor, Jesús canta: «¡Gloria a ti, Padre!».