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Authors: Joseph Campbell

Tags: #Ensayo, Referencia

El poder del mito (23 page)

M
OYERS
: Has escrito que «el signo de la cruz debe ser visto como signo de una eterna afirmación de todo lo que ha sido o será. Simboliza no sólo el momento histórico del Calvario sino el misterio a través de todo el tiempo y el espacio de la presencia y participación de Dios en la agonía de todos los seres vivos».

C
AMPBELL
: El gran momento en el mito medieval lo constituye el despertar del corazón a la compasión, la transformación de la pasión en compasión. Este es el problema, en general, de las historias del Grial, compasión por el rey herido. Y aparte de eso también tienes la idea que postuló Abelardo como explicación de la crucifixión: que el Hijo de Dios bajó a este mundo para ser crucificado y despertar nuestros corazones a la compasión, y así apartar nuestros pensamientos de los intereses groseros de la vida material y volverlos hacia los valores específicamente humanos de la entrega de uno mismo en el sufrimiento compartido. En ese sentido el rey herido, el rey mutilado de la leyenda del Grial, es el equivalente del Cristo. Está ahí para evocar la compasión y así devolver vida a una tierra baldía y muerta. Ahí nos encontramos con una idea mística de la función espiritual del sufrimiento en este mundo. El que sufre es el Cristo, que ha venido ante nosotros para evocar eso que transforma al animal de presa humano en un ser humano válido. Esa cosa es la compasión. Es el mismo tema que toma y desarrolla James Joyce en
Ulises
: el despertar de su héroe, Stephen Dedalus, a la virilidad, merced a la compasión compartida con Leopold Bloom. El despertar de su corazón al amor y la apertura del camino.

En la siguiente gran obra de Joyce,
Finnegans Wake
, hay un número misterioso que se repite constantemente. Es el 1132. Aparece como una fecha, por ejemplo, o invertido, como una dirección: 32 Oeste, calle 11. En cada capítulo del libro, de una forma u otra, reaparece el 1132. Cuando yo estaba escribiendo
A Skeleton Key to Finnegans Wake
, probé cualquier método imaginable para dar con el sentido de ese bendito número 1132. Recordé que en
Ulises
, cuando Bloom vaga por las calles de Dublín, cae una bola de la torre para indicar el mediodía, y él piensa: «La ley de la caída de los cuerpos, 32 pies por segundo». Treinta y dos, pensé, debe de ser el número de la Caída; en ese caso 11 podría ser el de la renovación de la década, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10… y entonces, 11, y todo comienza de nuevo. Había tal cantidad de sugerencias complementarias en
Ulises
que me hicieron pensar: «Bueno, lo que aquí tenemos es quizás el número de la Caída, el 32, y el de la Redención, el 11; el pecado y el perdón, la muerte y la renovación».
Finnegans Wake
tiene que ver con un hecho que ocurrió en el Phoenix Park, un importante parque de Dublín. El fénix es el ave que se quema a sí misma hasta morir y vuelve renovada a la vida. El Phoenix Park entonces se transforma en el Jardín del Edén donde tuvo lugar la Caída, y donde se plantó la cruz sobre el cráneo de Adán:
O felix culpa
(«O Phoenix culprit!», dice Joyce). De modo que tenemos la muerte y la redención. Parecía una buena respuesta, y es la que di en
A Skeleton Key
.

Pero una noche, cuando preparaba una clase para mis estudiantes de mitología comparada, estaba releyendo la Epístola de San Pablo a los Romanos y tropecé con una curiosa frase que parecía resumir todo lo que había tenido en mente Joyce al escribir
Finnegans Wake
. San Pablo había escrito: «Porque Dios hizo a los hombres desobedientes para así poder mostrar su misericordia con todos ellos». No se puede ser tan desobediente como para que la misericordia de Dios no te alcance. «Peca con valor», dice Lutero, y comprueba cuánta de la misericordia de Dios puedes invocar. El gran pecador es el que más despierta la compasión divina. Esta idea es esencial en relación con la paradoja entre la moralidad y los valores de la vida.

Así que me dije: «Bueno, vaya, era de esto de lo que estaba hablando Joyce». Así que lo anoté en mi cuaderno de notas sobre Joyce: «Romanos, capítulo 11, versículo 32». ¿Te imaginas mi sorpresa? ¡Ahí estaba otra vez el mismo número, el 1132, y sacado directamente del Libro Sagrado! Joyce había tomado esa paradoja de la fe cristiana como lema para el gran trabajo de su vida, el libro en el que describe sin piedad las profundidades de la monstruosidad pública y privada de la vida y la acción humanas en la carrera pecaminosa de la historia del hombre. Está todo ahí… contado con amor.

M
OYERS
: ¿Los occidentales pueden captar la experiencia mística que deja atrás a la teología? Si estás aprisionado en la imagen de Dios de una cultura donde la ciencia determina tus percepciones de la realidad, ¿cómo puedes experiementar este último terreno del que hablan los chamanes?

C
AMPBELL
: Bueno, la gente lo experimenta. Los que lo experimentaron en la Edad Media en general fueron quemados como herejes. Una de las grandes herejías de Occidente es la que pronunció Cristo al decir «Yo y el Padre somos uno». Fue crucificado por decirlo. En la Edad Media, novecientos años después de Cristo, un gran místico sufí dijo: «Yo y mi amado somos uno», y él también fue crucificado. Y camino de la cruz, rezaba: «Oh Señor, si les hubieras enseñado a ellos lo que me enseñaste a mí, no me estarían haciendo esto. Y si no me hubieras enseñado, no estaría pasándome. Bendito sea el Señor y todas sus obras». Otro de los místicos sufies dijo: «La función de la comunidad ortodoxa es dar al místico su deseo, que es una unión con Dios, mediante la mortificación y la muerte.»

M
OYERS
: ¿Qué es lo que ha derribado esta experiencia hoy?

C
AMPBELL
: Es característico de la democracia que la regla de la mayoría sea vista como efectiva no sólo en política sino también en pensamiento. En pensamiento, por supuesto, la mayoría siempre se equivoca.

M
OYERS
: ¿Siempre se equivoca?

C
AMPBELL
: En asuntos de este tipo, sí. La función de la mayoría en relación con el espíritu es tratar de escuchar y abrirse a alguien que haya tenido una experiencia más allá de la comida, el abrigo, la progenie y la salud.

¿Has leído
Babbitt
de Sinclair Lewis?

M
OYERS
: Lo leí hace muchos años.

C
AMPBELL
: ¿Recuerdas la última línea? «Nunca he hecho lo que quería en toda mi vida.» He ahí un hombre que nunca siguió el camino de su felicidad. Bueno, yo oí realmente esa frase cuando estaba enseñando en la Universidad Sarah Lawrence. Antes de casarme almorzaba y cenaba en restaurantes de la ciudad. El jueves por la noche era el día libre de las criadas en Bronxville, por lo que muchas familias salían a cenar fuera. Una noche estaba yo en mi resturante favorito, y en la mesa vecina había un padre, una madre y un niño flaco de unos doce años. El padre le dijo al pequeño:

«Bébete el zumo de tomate».

Y el niño dijo: «No quiero».

Entonces el padre, en voz más alta, le dijo: «¡Bébete el zumo de tomate!».

Intervino la madre: «No lo óbligues a tomarlo si no quiere».

El padre la miró y dijo: «No puede ir por la vida haciendo lo que quiera. Si hace sólo lo que quiere hacer, está muerto. Mírame a mí. Nunca he hecho nada que haya querido hacer en toda mi vida».

Y yo pensé: «Cielo santo. He aquí la viva encarnación de Babbitt».

Ese es el hombre que nunca siguió el dictado de su corazón. Puedes tener éxito en la vida, pero después lo piensas… ¿qué clase de vida ha sido? De qué ha servido… si nunca has hecho lo que quisiste hacer, en toda tu vida. Siempre les digo a mis estudiantes: Id donde vuestros cuerpos y almas quieran ir. Cuando tengan un sentimiento, no lo soltéis, y no dejéis que nadie lo destruya.

M
OYERS
: ¿Qué pasa cuando obedeces a tu corazón?

C
AMPBELL
: Llegas a la felicidad. En la Edad Media, una imagen favorita, que aparece en muchos, muchos contextos, es la rueda de la fortuna. Está el eje de la rueda, y el aro que da vueltas. Por ejemplo, si estás atado al aro de la rueda de la fortuna, estarás, o bien arriba, bajando, o bien abajo, subiendo. Pero si te has situado en el eje, estarás en el mismo lugar todo el tiempo. Tal es el sentido del voto de matrimonio: te tomo en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, subiendo o bajando. Pero te tomo como mi centro, tú eres mi bienaventuranza, no la riqueza que podrías darme, ni el prestigio social, sino tú. Eso es obedecer a tu corazón.

M
OYERS
: ¿Cómo le aconsejarías a alguien abrir esa fuente de vida eterna, esa bienaventuranza que está ahí, a nuestro alcance?

C
AMPBELL
: Continuamente tenemos experiencias que pueden guiarnos, una pequeña intuición de dónde está la bienaventuranza. Es preciso aferrarse a ella. Nadie podrá decirte qué aspecto tendrá. Tienes que aprender a reconocer tu propia profundidad.

M
OYERS
: ¿Cuándo conociste la tuya?

C
AMPBELL
: Oh, cuando era niño. Nunca dejé que nadie me apartara de mi camino. Mi familia me ayudó, siempre, a hacer aquello que en lo más profundo de mi ser yo quería hacer. Ni siquiera advertí que hubiera algún problema.

M
OYERS
: ¿Qué podemos hacer los que somos padres para ayudar a nuestros hijos a reconocer su bienaventuranza?

C
AMPBELL
: Debes conocer a tu hijo y estar atento a él. Puedes ayudar. Cuando yo enseñaba en la Universidad Sarah Lawrence, tenía una reunión individual con cada una de mis estudiantes por lo menos una vez cada quince días, durante media hora más o menos. Si estás hablando sobre cosas que los estudiantes deberían leer, y de pronto tropiezas con algo a lo que un estudiante realmente responde, puedes ver cómo sus ojos se abren y le cambia la expresión. Allí se ha abierto una posibilidad de vida. Todo lo que puedes decirte es: «Espero que este chico no deje escapar eso». Cuando lo conservan, han encontrado la vida allí mismo, en el aula, en medio de ellos.

M
OYERS
: Y no es necesario ser un poeta para hacerlo. CAMPBELL: Los poetas son simplemente los que han hecho una profesión y un estilo de vida de estar en contacto con su bienaventuranza. La mayoría de la gente se interesa en otras cosas. Se interesan en actividades económicas y políticas, o se ven involucrados en una guerra que no es la que les interesa, y bajo esas circunstancias puede ser difícil aferrarse a este centro umbilical. Es una técnica que cada cual debe inventarse de algún modo.

Pero la mayoría de gente que vive en ese reino de lo que podría llamarse intereses ocasionales posee la capacidad, que está esperando a ser despertada, para pasar al otro campo. Lo sé, porque lo he visto en muchos estudiantes.

Cuando enseñaba en una escuela secundaría sólo para varones, les hablaba a los jóvenes que estaban tratando de decidirse respecto de la carrera a seguir. Venía a verme un muchacho y me preguntaba: «¿Le parece que puedo hacer esto? ¿Le parece que puedo hacer aquello? ¿Le parece que puedo ser escritor?».

«Bueno», les respondía, «no sé. ¿Puedes soportar diez años de desilusiones sin que nadie te responda, o piensas escribir de entrada un
best-seller
? Si tienes agallas como para seguir en lo que realmente quieres, sin importarte lo que pase, entonces adelante.»

Después venía el padre y decía: «No, debes estudiar Derecho, porque ganarás más dinero, ya sabes». Pues bien, éste es el aro exterior de la rueda, no el eje. No obedecer a tu corazón. ¿Pensarás en la fortuna, o pensarás en tu felicidad?

En 1929 volví de Europa como estudiante, tres semanas antes del crac de Wall Street, así que estuve cinco años sin trabajo. Simplemente no había empleos. Para mí fue un gran momento.

M
OYERS
: ¿Un gran momento, la Depresión? ¿Qué tuvo de bueno?

C
AMPBELL
: No me sentía pobre, sólo sentía que no tenía dinero. En aquel entonces la gente era muy buena entre sí. Por ejemplo, yo descubrí a Frobenius. Me asaltó repentinamente, y tuve que leer todo lo que hubiera escrito Frobenius. Así que escribí a una librería que había conocido en la ciudad de Nueva York, y me mandaron todos aquellos libros diciéndome que no tenía que pagarlos hasta que tuviera un empleo… cosa que sucedió cuatro años después.

Había un viejo maravilloso en Woodstock, Nueva York, que tenía una propiedad con unas pequeñas chozas que alquilaba por veinte dólares anuales a cualquier joven que a su juicio tuviera un futuro en el arte. No había agua corriente, sólo un pozo y una bomba aquí y allá. El viejo decía que no instalaría agua corriente porque no le gustaba la clase de gente a quien atraía el agua corriente. Fue allí donde hice lo más básico de mis lecturas y mi trabajo. Fue grandioso. Entonces sí estaba consiguiendo mi bienaventuranza.

Pues bien, llegué a esta idea de la bienaventuranza porque en sánscrito, que es la gran lengua espiritual del mundo, hay tres términos que representan el borde, el sitio desde el cual lanzarse al océano de la trascendencia:
Sat, Chit, Ananda
. La palabra
Sat
significa «ser».
Chit
significa «conciencia».
Ananda
significa «bienaventuranza» o «éxtasis». Pensé: «No sé si mi conciencia es la adecuada o no; no sé si lo que sé sobre mi ser es lo correcto o no; pero sé dónde está mi éxtasis. Así que me aferraré a él, y eso me dará conciencia y ser». Creo que funcionó.

M
OYERS
: ¿Alguna vez llegamos a saber la verdad? ¿Alguna vez la hallamos?

C
AMPBELL
: Cada cual puede tener su propia profundidad, experiencia, y alguna convicción de estar en contacto con su propio
sat-chit-ananda
, su propio ser a través de la conciencia y la bienaventuranza. Las personas religiosas nos dicen que en realidad no experimentaremos la bienaventuranza hasta haber muerto y haber ido al cielo. Pero yo deseo acumular todo lo posible de esta experiencia mientras todavía estamos vivos.

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