Me di cuenta de que era Borden el que le estaba provocando este tipo de ira, tal vez deliberadamente. Di un paso hacia adelante, no hacia ninguno de los adultos, sino hacia Nicky. Aquel niño pequeño estaba atrapado en algo que de ninguna manera podría entender, y mi instinto era correr hacia él, tomar su mano y tal vez alejarlo del peligroso juego de los adultos.
Ya había caminado la mitad de la distancia que me separaba del grupo, sin que ninguno se percatara en lo más mínimo de mi presencia, cuando mi padre gritó:
—¡Retrocedan, todos!
Mi madre y Stimpson, que evidentemente sabían lo que iba a suceder, inmediatamente dieron unos pasos hacia atrás. Mi madre dijo algo en lo que para ella era una voz alta, pero sus palabras fueron ahogadas por un creciente estrépito que provenía del dispositivo. Zumbaba y chispeaba, incansablemente, peligrosamente.
Clive Borden no se había movido, y estaba a tan sólo cuarenta o cincuenta centímetros de distancia del borde del hoyo. Todavía nadie me miraba.
Una serie de fuertes estruendos estallaron de repente desde la cima del aparato, y con cada uno de ellos apareció un largo y serpenteante zarcillo de descarga eléctrica blanca. A medida que cada uno salía disparado, merodeaba como el tentáculo extendido de alguna terrible criatura del fondo del océano en busca de su presa. El ruido era tremendo; cada destello, cada ondulante tentáculo de energía pura, estaba acompañado de un silbido chirriante, lo suficientemente fuerte como para lastimar mis oídos. Mi padre levantó la vista para mirar a Borden, y pude ver una familiar expresión de triunfo en su rostro.
—¡Ahora lo sabes! —le gritó.
—¡Apágalo, Víctor! —gritó mi madre.
—¡Pero si el señor Borden insistió! ¡Bien, aquí está, señor Borden! ¿Satisface esto su insistencia?
Borden seguía de pie como si estuviera petrificado, a apenas una corta distancia de la serpenteante descarga eléctrica. Tenía al pequeño niño entre sus brazos. Pude ver la expresión del rostro de Nicky, y supe que estaba tan asustado como yo.
—¡Esto no prueba nada! —gritó Borden.
La respuesta de mi padre fue cerrar una gran palanca de metal pegada a uno de los pilares que estaban dentro del artilugio. Los zigzagueantes rayos de energía inmediatamente se doblaron en tamaño, y serpenteaban con más agilidad que nunca alrededor de los barrotes de madera de la jaula. El ruido era ensordecedor.
—¡Entra, Borden! —gritó mi padre—. ¡Entra y míralo tú mismo!
Para mi sorpresa, mi padre salió entonces del hoyo, pisando el suelo del sótano principal entre dos de los barrotes de madera. Instantáneamente, algunos de los rayos eléctricos se dirigieron hacia él, silbando horriblemente alrededor de su cuerpo.
Por un instante estuvo rodeado por ellos, consumido por el fuego. Parecía fundirse con la electricidad, iluminado desde su interior, una figura espantosamente amenazadora. Luego dio otro paso hacia adelante y se libró de todo.
—¿No estarás
asustado
, verdad, Borden? —gritó violentamente.
Estaba lo suficientemente cerca como para ver que el cabello de mi padre estaba erizado desde la raíz, y los vellos que asomaban de sus mangas estaban de punta. La ropa pendía extrañamente de su cuerpo, como si se estuviera inflando, separándose de él, y su piel parecía, ante mis mortificados ojos, estar brillando permanentemente de un color azul como resultado de los escasos segundos en que estuvo bañado por la electricidad.
—¡Maldito seas, maldito seas! —gritó Borden.
Se dirigió hacia donde estaba mi padre, y le arrojó bruscamente al horrorizado niño. Nicky trató de mantenerse pegado a su padre, pero Borden lo empujó para alejarlo de él. Mi padre aceptó al niño con desgana, agarrándolo torpemente. Nicky gritaba aterrorizado y luchaba para ser liberado.
—¡Salta ahora! —le gritó mi padre a Borden—. ¡Se irá en los próximos segundos!
Borden dio un paso hacia adelante hasta quedar en el borde de la zona de electricidad. Mi padre estaba junto a él, mientras Nicky intentaba alcanzarlo con sus brazos, gritando una y otra vez que quería a su papá. Azules víboras serpenteantes de descarga se movían disparatadamente a unos pocos milímetros de distancia de Borden. Sus cabellos se erizaron, y pude verlo apretando y soltando los puños. Su cabeza se inclinó brevemente hacia adelante, y al hacer esto uno de los zarcillos lo encontró instantáneamente, serpenteando por debajo de su cuello, alrededor de sus hombros y de su espalda, y estallando ruidosamente contra el suelo entre sus zapatos.
Saltó hacia atrás aterrorizado, y sentí pena por él.
—¡No puedo hacerlo! —dijo jadeando—. ¡Apaga la maldita cosa!
—Esto es lo que querías, ¿no es así?
Mi padre estaba lleno de locura. Dio un paso hacia delante, alejándose de Clive Borden, y metiéndose en medio del mortal bombardeo de electricidad. Media docena de tentáculos les rodearon instantáneamente a él y al niño, empapándolos a ambos con el letal brillo azul verdoso. Todos los pelos de su cabeza estaban de punta, parecía más terrible que nunca.
Arrojó a Nicky dentro del hoyo.
Mi padre dio un paso hacia atrás, alejándose del bombardeo mortal.
Cuando Nicky cayó, sus brazos y piernas moviéndose frenéticamente en el aire, gritó de nuevo, un alarido desesperado. Fue una única y sostenida explosión de puro terror, soledad y miedo a ser abandonado.
Antes de chocar contra el suelo, el aparato explotó en cientos de luces. Las llamas se disparaban desde los cables aéreos, y un estruendo sonó violentamente. Los puntales de madera parecían hincharse hacia afuera por la presión que venía desde adentro, y mientras los tentáculos de luz se retiraban sobre ellos mismos, lo hacían con un chirrido como el de un afilador deslizándose contra el acero.
Todo había terminado. En el aire quedaba un denso humo azul, que se esparcía hacia afuera a través del techo del sótano. El aparato por fin estaba en silencio, quieto; Nicky yacía inmóvil sobre el duro suelo debajo de la estructura.
En algún lugar a lo lejos, parecía, todavía podía escucharse el eco de su terrible grito resonando en nuestros oídos.
Mis ojos estaban casi enceguecidos por el brillante resplandor de las bengalas eléctricas; los oídos me zumbaban a causa del ataque de los ruidos; mi mente funcionaba delirantemente por el impacto que había significado lo que había presenciado.
Caminé hacia adelante, atraída por la visión de aquel hoyo humeante. Incluso ahora, y en principio inactivo, era muy amenazador. Sin embargo, a pesar de ello, me sentí impulsada inexorablemente hacia él. Enseguida estaba de pie en el borde, al lado de mi madre. Mi mano se levantó, como tantas otras veces, y se acurrucó entre sus dedos. Ella también estaba mirando hacia abajo con repulsión e incredulidad.
Nicky estaba muerto. Su rostro se había congelado en el momento de su muerte mientras gritaba, y sus brazos y piernas estaban retorcidos, una fotografía de la violenta sacudida que le provocó mi padre al lanzarlo dentro del hoyo. Yacía con la espalda contra el suelo. Sus cabellos se habían erizado horripilantemente al pasar a través del campo eléctrico y se alzaban alrededor de su petrificado rostro.
Clive Borden emitió un terrible alarido de tristeza, furia y desesperación, y saltó dentro del hoyo. Se tiró al suelo, envolvió el cuerpo de su hijo con los brazos, trató tiernamente de colocar las extremidades del niño otra vez en su posición normal, acercó la cabeza del niño a su pecho con una mano, presionó su rostro contra la mejilla del niño, temblando todo el tiempo con terribles sollozos que venían desde el fondo de su ser.
Y mi madre, como si se diera cuenta por primera vez de que yo estaba allí a su lado, de repente me rodeó con sus brazos, presionó mi cara contra su falda y luego me alzó. Caminó rápidamente hacia el otro lado del sótano, alejándome de la escena del desastre.
Yo miraba hacia atrás por encima de su hombro, y mientras íbamos rápidamente hacia la escalera, lo último que vi fue a mi padre. Estaba mirando fijamente dentro del hoyo, y su rostro tenía tal expresión de macabra satisfacción que más de dos décadas más tarde aún puedo recordarla únicamente con un escalofrío de repulsión.
Mi padre sabía lo que ocurriría, había permitido que ocurriera, había hecho que ocurriera. Tanto su postura como su expresión decían:
He demostrado que tenía razón.
También noté que Stimpson, el sirviente, estaba agachado sobre el suelo, balanceándose con las manos. Su cabeza estaba inclinada hacia delante.
En el período posterior inmediato perdí, o reprimí, todos los recuerdos de lo que sucedió. Únicamente recuerdo haber ido al colegio durante el año siguiente, y luego cambiar de colegio, hacer nuevos amigos y crecer gradualmente a lo largo de mi infancia. Había un torrente de normalidad a mi alrededor, casi como una inundación de avergonzada compensación por la escena de la que había sido testigo.
Tampoco puedo recordar el momento en que mi padre nos abandonó. Sé la fecha en que sucedió, porque la encontré en el diario en el cual mi madre escribió durante los últimos años de su vida, pero mis propios recuerdos de aquella época están perdidos. Gracias a su diario, también conozco muchos de sus sentimientos acerca de la separación, y algunas de sus circunstancias. Por mi parte recuerdo una sensación general de que él estaba allí cuando yo era pequeña, una figura desconcertante e impredecible, afortunadamente alejado de las vidas de sus dos jóvenes hijas.
También recuerdo la vida posterior sin él, una intensa sensación de ausencia, una paz a la que Rosalie y yo le sacamos el mejor provecho posible y que ha continuado desde entonces.
Al principio estaba contenta de que se hubiera ido. Comencé a extrañarlo en cuanto fui creciendo, tal como lo hago ahora. Creo que todavía debe de estar vivo, porque de lo contrario nos habríamos enterado. Nuestra finca es difícil de administrar, y mi padre todavía carga con esa responsabilidad. Hay un fideicomiso de familia, administrado por abogados y notarios en Derby, y al parecer están en contacto con él. La casa, las tierras y los títulos de propiedad todavía están a su nombre. Muchos de los costes directos, como por ejemplo los impuestos, son manejados y pagados por el fideicomiso, y todavía se nos entrega dinero a Rosalie y a mí.
Nuestro último contacto directo con él fue hace aproximadamente cinco años, cuando escribió una carta desde Sudáfrica. Dijo que pasaba por ahí, aunque sin mencionar desde dónde o hacia dónde. Ahora tiene más de setenta años, y estará sin duda pasando el rato en alguna parte con otros exiliados ingleses, sin hablar acerca de su pasado. Inofensivo, un poco chiflado, impreciso en los detalles, un antiguo empleado del Ministerio de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña. No puedo olvidarlo.
No importa cuánto tiempo pase, siempre lo recuerdo como al hombre de rostro cruel que arrojó a un niño pequeño dentro de una máquina que seguramente sabía que lo mataría.
Clive Borden abandonó la casa esa misma noche. No tengo idea de lo que sucedió con el cuerpo de Nicky, a pesar de que siempre supuse que Borden se lo llevó con él.
Debido a mi juventud, acepté la autoridad de mis padres como definitiva, y cuando me dijeron que la policía no estaría interesada en la muerte del niño, les creí.
En aquel momento, parecían tener razón.
Años más tarde, cuando era lo suficientemente mayor como para darme cuenta de lo mal que estaba, traté de preguntarle a mi madre lo que había sucedido. Esto fue después de que mi padre hubiera abandonado el hogar, y alrededor de dos años antes de que ella muriera.
Me parecía que había llegado el momento de aclarar los misterios del pasado, de dejar atrás parte de la oscuridad. También lo veía como un símbolo de mi crecimiento. Quería que fuera honesta conmigo y que me tratara como a un adulto.
Sabía que ella había recibido una carta de mi padre a principios de aquella semana, y me dio una excusa para sacar el tema.
—¿Por qué nunca vino la policía por aquí a hacer preguntas? —le pregunté, cuando dejé claro que quería hablar acerca de aquella noche.
—Nunca hablamos de eso, Katherine —me dijo.
—Querrás decir que tú nunca lo haces —dije—. Pero ¿por qué nos abandonó papá?
—Eso tendrías que preguntárselo a él.
—Sabes que no puedo —le dije—. Tú eres la única que lo sabe. Hizo algo malo aquella noche, pero no estoy segura de por qué, y ni siquiera estoy segura de cómo lo hizo. ¿La policía lo está buscando?
—La policía no está involucrada en nuestras vidas.
—¿Por qué no? —pregunté—. ¿Acaso no mató papá a ese niño? ¿No fue eso un asesinato?
—Fue resuelto en aquel entonces. No hay nada que ocultar, nada por lo que sentirse culpable. Ya pagamos el precio de lo que pasó aquella noche. El señor Borden fue el que más sufrió, por supuesto, pero mira lo que ha hecho con nuestras vidas. No puedo decirte nada que quieras saber. Tú misma viste lo que ocurrió.
—No puedo creer que ahí se termine todo —dije.
—Katherine, sabes muy bien que no deberías hacer estas preguntas. Tú también estuviste allí. Eres tan culpable como el resto de nosotros.
—¡Tenía solamente cinco años! —dije—. ¿Cómo puede eso hacerme culpable de algo?
—Si tienes alguna duda podrías comprobarlo yendo tú misma a la policía.
Mi valor flaqueó frente a su frío e insensible comportamiento. El señor y la señora Stimpson aún trabajaban para nosotros en aquel entonces, y más tarde le hice a Stimpson las mismas preguntas. Amable, rígida, secamente, negó todo conocimiento de cualquier cosa que pudiera haber sucedido.
Mi madre murió cuando yo tenía dieciocho años. Rosalie y yo esperábamos en parte la noticia para obligar a nuestro padre a que regresara al fin de su exilio, pero no lo hizo. Continuamos viviendo en la casa, y poco a poco fuimos cayendo en la cuenta de que el lugar era nuestro. Reaccionamos de maneras distintas. Rosalie se libró gradualmente del lugar, y al final se mudó. Yo comencé a sentirme atrapada por él, y todavía estoy aquí. Gran parte de lo que me retenía era un sentimiento de culpa del que no pude deshacerme, por lo que había ocurrido allí abajo en el sótano. Todo giraba alrededor de aquellos acontecimientos, y al final me di cuenta de que tendría que hacer algo para superar lo que había sucedido.
Finalmente me armé de valor y bajé al sótano para descubrir si todavía había algo allí de lo que yo había visto.