El protector (12 page)

Read El protector Online

Authors: Larry Niven

El polvo se había asentado sobre los botes, dejando únicamente unas planas y anchas formas, del mismo color que todo lo demás. Por doce años habían estado esperando otra ola de exploradores…; exploradores que habían perdido el interés y vuelto a casa.

Era como ver fantasmas. Un faraón egipcio pudo haber encontrado tales fantasmas esperándolo en el más allá: fila tras fila de mudos, fieles seguidores, muertos antes que él y esperando, esperando.

—Desde aquí se ven bien —dijo Luke, acomodándose sobre los hombros de Nick—. Estamos de suerte, Simbad.

—No cuentes tu dinero aún.

Nick comenzó a moverse, cruzando cuidadosamente la piscina de polvo hacia la cúpula. Luke era liviano en sus hombros y su propio cuerpo era liviano allí, pero juntos formaban una figura inestable, con un elevado centro de gravedad.

—Si comienzo a caer, trataré de volcarme de lado. Ese polvo no nos lastimará mucho.

—Mejor no caigas.

—La flota de la ONU probablemente vendrá aquí, para hacerse con los botes.

—Están a días detrás de nosotros. Vamos.

—El sendero es resbaloso. Hay polvo en todas partes.

Tres de los botes estaban alineados a lo largo del lado oeste. Cada uno tenía cuatro asientos y un par de turbinas en la popa, bajo la línea del polvo, enjauladas para protegerlas contra las rocas sumergidas. Los botes eran tan planos que cualquier pequeña ola en un océano los hubiera hundido, pero en el pesado polvo flotaban bien.

Nick depositó su carga no demasiado gentilmente en uno de los asientos.

—Verifica que funcione, Luke. Voy a la cúpula por combustible.

—Será hidracina, con aire marciano comprimido como oxidante.

—Sólo buscaré algo marcado «combustible».

Luke pudo iniciar el compresor, pero el motor no encendía. Probablemente los tanques estaban vacíos, pensó, y desconectó todo. Halló una cúpula burbuja desinflada en la parte trasera. Luego de asegurarse de que estaba diseñada para usarse manualmente, luchó para ponerla en su lugar y sellarla, sujetándose en su sitio con el cinturón de seguridad para obtener apoyo. Sus largos brazos y anchas manos no habían perdido nunca una competencia de pulseadas. Los bordes de la burbuja probablemente perderían, supuso, pero no seriamente. Siguió buscando, y encontró el convertidor de aire que cambiaba los óxidos de nitrógeno de afuera en nitrógeno y oxígenos respirables.

Nick regresaba ya, con un tanque verde balanceándose en uno de sus hombros. Cargó el combustible en el bote a través de una boquilla inyectora. Luke trató de arrancar otra vez. Funcionó; el bote trató de despegar. Luke encontró el neutral, luego la marcha atrás. Nick esperó mientras él retrocedía.

—¿Cómo pasaré a través de la burbuja?

—Imagino que no lo harás.

Luke colapsó la burbuja, abrió un borde para Nick, luego lo selló tras él. La burbuja comenzó a llenarse de nuevo, lentamente.

—Mejor déjate el traje puesto —dijo Luke—. Puede pasar una hora hasta que tengamos aire respirable.

—Entonces puedes desinflarla ahora; debemos volver a la nave por provisiones.

Pasaron dos horas más antes de que se elevaran y partieran hacia la abertura en la pared del cráter.

Los oscuros acantilados de piedra arenisca que enmarcaban la abertura eran nítidos y afilados, claramente dinamitados, tan artificiales como la huella cristalina entre la cúpula y la pared del cráter. Nick estaba cómodamente afirmado en uno de los asientos de pasajeros, sus pies apoyados en otro, sus ojos en la pantalla del desmontado radar de profundidad.

—Parece bastante profundo ahora —dijo.

—Entonces abriré la cúpula —respondió Luke.

Las turbinas giraron, la popa se hundió profundamente, luego se enderezó. Se deslizaron por el polvo a diez nudos, dejando dos rectas, planas, regulares hinchazones como estela.

El radar de profundidad registraba un patrón de densidad en tres dimensiones. Mostraba un fondo liso, colinas y valles de los que millones de años de lenta erosión habían eliminado todas las líneas y puntas filosas. Había poca actividad volcánica en Marte.

El desierto era tan plano como un espejo. Rocas redondeadas se asomaban a través de su superficie, incongruentes, como en un cuadro de Dalí. Los cráteres se asentaban en el polvo como ceniceros mal moldeados; algunos tenían pocos centímetros de diámetro, pero otros eran tan grandes que sólo se veían desde la órbita. El horizonte era recto y cercano como una navaja afilada, brillando de color amarillo abajo y rojo arterial arriba. Nick giró su cabeza para ver alejarse el cráter.

Sus ojos se ensancharon, luego se entornaron. ¿Algo?

—¡Maldición! ¡Frénalo! —gritó— ¡Gira! ¡Gira fuerte a la izquierda!

—¿De vuelta al cráter?

—¡Sí!

Luke cortó la potencia de un motor. El bote giró su proa a la izquierda pero continuó deslizándose de costado por el polvo. Luego la turbina derecha mordió, y el bote hizo una curva.

—Lo veo —dijo Luke.

Era poco más que un punto a esa distancia, pero se lo veía claramente contra el calmo mar monocromo a su alrededor. Y se movía. Daba un tirón, una pausa para descansar, otro tirón, rolando hacia los lados. Estaba a varios cientos de metros de la pared del cráter.

Mientras se aproximaban, creció en claridad. Era cilíndrico, con la forma de una oruga corta, y traslúcido; y blando, porque veían que se doblaba al moverse. Estaba tratando de alcanzar la abertura en la pared del cráter.

Luke bajó la potencia. El bote de arena frenó y bajó hasta asentarse. Mientras se aparejaban, Luke vio que Nick se había armado con la pistola de señales.

—Es él —dijo Nick.

Sonaba asustado. Se apoyó sobre la borda, con el arma lista.

La oruga era una bolsa transparente e inflada. Dentro había algo que giraba y giraba, lenta, dolorosamente, ahora tratando de llegar más cerca del costado del bote en que estaban. Era tan claramente extraño como cualquier cosa creada en los días de la televisión plana.

Era humanoide, tanto como una figura hecha con palotes es humanoide. Y era todo protuberancias. Codos, rodillas, hombros, pómulos, se abultaban como rulemanes o pomelos o sandías. La cabeza calva se hinchaba y se elevaba atrás como la de un hidrocefálico.

Dejo de rodar cuando golpeó contra el bote, con un ruido seco.

—Se ve bastante indefenso —dijo Nick dubitativamente.

—Bien, aquí va nuestro aire de nuevo.

Luke desinfló la burbuja. Los dos hombres se estiraron sobre la borda, tomaron el saco presurizado con el ser adentro y lo alzaron, dejándolo caer en el fondo del bote. La expresión del extraño no cambió, y probablemente no podía. Esa cara se veía dura. Pero hizo algo extraño: con el pulgar y el índice de una mano —como un montón de nueces atadas— hizo un círculo.

—Debe haberlo aprendido de Brennan.

—Mira los huesos, Nick. Los huesos corresponden a un esqueleto humano.

—Sus brazos son demasiado largos para un ser humano. Y su espalda aún más.

—Sí. Bien, no podemos llevarlo hasta la nave, y no podemos hablarle como está ahora. Tendremos que esperar aquí mientras se infla la burbuja.

—Parece que gastaremos la mayor parte de nuestro tiempo esperando —dijo Luke.

Nick asintió. Sus dedos redoblaban contra el respaldo de la silla. Por veinte minutos el pequeño convertidor del bote entró en marcha forzada, transformando la delgada y venenosa mezcla de afuera en aire respirable para llenar la burbuja.

El extraño no se había movido en absoluto; Luke lo había estado observando todo el tiempo. Yacía en su bolsa inflada en el fondo del bote, y esperaba. Sus ojos, muy humanos, los miraban desde el fondo de unos bolsillos de cuero resistente y arrugado. De la misma manera, con tal paciencia, un hombre muerto esperaría el Juicio Final.

—Al menos lo tenemos en desventaja —dijo Nick.

—No podrá secuestrarnos.

—Pienso que está loco.

—¿Loco? Sus motivos pueden ser un poco extraños, pero…

—Mira la evidencia —arguyó Nick—. Llega arrasando al Sistema Solar en una nave apenas adecuada para traerlo aquí. Su tanque de aire estaba en el último suspiro. No hay evidencias de sistemas de seguridad por ninguna parte. No hace intentos de contactar a nadie, por lo que podamos decir.

»Mata o secuestra a Brennan. Luego procede a abandonar su motor interestelar y huye a Marte, presumiblemente para esconderse. Ahora abandona su vehículo de reentrada, y lo que quede de Brennan también; está rodando por el desierto marciano en una bolsa para sándwiches, y sólo para alcanzar el primer lugar en que cualquier nave exploradora aterrizará. Está loco. Se ha escapado de alguna institución mental interestelar.

—Sigues llamándolo “él”. Es “eso”. Piensa en eso como en algo extraño, y estarás listo para extrañas conductas.

—No lo creo. El universo es racional; para poder sobrevivir, esta cosa debe ser racional también, sea él, ella o eso.

—Otro par de minutos y podremos…

El extraño se movió entonces. Su mano dio un tajo a todo lo largo de la bolsa. Instantáneamente Nick alzó la pistola de señales, pero el extraño se estiró velozmente a través del tajo en la bolsa y tomó la pistola de su mano antes de que Nick pudiera reaccionar. No mostraba ningún signo de apuro. Dejó la pistola en la parte trasera del bote y se sentó.

Habló. Su habla estaba llena de clics y susurros y de restallidos —el pico duro y plano podría haber sido un hándicap—, pero podía entenderse…

—Llévenme con sus líderes —dijo.

Nick se recuperó primero. Enderezó sus hombros, aclaró su garganta y dijo:

—Eso podría involucrar un viaje de varios días. Mientras tanto, le damos la bienvenida al espacio humano.

—Temo que no —dijo el monstruo—. Odio arruinar su día. Mi nombre es Jack Brennan, y soy un Espacial. ¿No es usted Nick Sohl?

Capítulo 3

E
l horrible silencio eruptó con el sonido de la risa de Luke.

—Piensa en eso como en algo extraño y estarás listo para extrañas… ¡Ja ja!

Nick sintió el pánico cerrarse sobre su garganta:

—Usted… ¿Usted es Brennan?

—Sí. Y usted es Nick Sohl. Lo vi una vez en Confinamiento. Pero no reconozco a su amigo.

—Lucas Garner —Luke se había controlado nuevamente—. Sus fotografías no le hacen justicia, Brennan.

—Hice algo estúpido —dijo el monstruo Brennan; su voz no era más humana, su apariencia no menos intimidante—. Fui a encontrarme con el Exterior. Estaban tratando de hacer lo mismo, ¿verdad?

—Sí —había una diversión sardónica en los ojos y la voz de Luke. Creyera o no lo que el monstruo Brennan decía, estaba disfrutando la situación—. ¿Había realmente un Exterior, Brennan?

—Sí, si no desea ponerse sutil con las definiciones…

Sohl interrumpió.

—¡Por el amor de Dios, Brennan! ¿Qué le ha pasado?

—Es una larga historia. ¿Estamos cortos de tiempo? Por supuesto que no, o hubieran encendido el motor. Está bien, quisiera contar esto a mi propia manera, de modo que mantengan un silencio respetuoso, recordando que si yo no me hubiera interpuesto en el camino, ustedes se verían exactamente así, y también servirían —miró intensamente a los dos hombres—. No, me equivocaba. No servirían. Los dos se han pasado de la edad.

»Bien, volvamos a mí. Existe una especie de bípedos que vive cerca del borde de ese globo de soles amontonados en el núcleo de la galaxia. Lo más importante acerca de ellos es que viven en tres estados de madurez. Está la infancia, lo que es auto explicativo. Existe un estado de criador, un bípedo de poca inteligencia, cuyo propósito es producir más niños. Y está el protector.

»Alrededor de los cuarenta y dos de nuestros años, el criador siente la urgencia de comer la raíz de cierto arbusto. Hasta entonces se mantiene alejado, porque su olor le repugna. Pero súbitamente huele delicioso. El arbusto crece sobre todo el planeta; no hay oportunidad de que la raíz no se encuentre accesible para todo criador que viva lo bastante como para caer en su hechizo olfativo.

»La raíz inicia ciertos cambios, tanto fisiológicos como emocionales. Antes de entrar en detalles, les daré el gran secreto. La especie de la que hablo se llama a sí misma… —el monstruo Brennan hizo un extraño clic con su duro pico— Pak. Pero nosotros los hemos llamado Homo Habilis.

—¿Qué?

Nick parecía forzado a hacer el papel del ingenuo, y no le gustaba. Pero Luke se sentaba abrazando sus inútiles piernas contra su pecho, mientras sonreía con enorme diversión.

—Hubo una expedición que llegó a la Tierra, cerca de dos millones y medio de años atrás. El arbusto que trajeron no podía crecer correctamente, de modo que no ha habido protectores Pak en la Tierra. Volveré luego a eso.

»Cuando un criador come la raíz, esos cambios toman lugar. Sus gónadas y los caracteres sexuales secundarios desaparecen. Su cráneo se ablanda y su cerebro comienza a crecer, hasta ser mayor y más complejo que el vuestro, caballeros. El cráneo luego se endurece, y desarrolla una cresta ósea. Los dientes se caen, cualquier diente que quede; las encías y los labios crecen juntos y desarrollan un pico duro, casi plano. Mi cara era demasiado plana; funciona mejor con el Homo Habilis. Todo el cabello desaparece. Algunas articulaciones aumentan enormemente de tamaño, para dar mayor apoyo a músculos más fuertes. El brazo de palanca se agranda. ¿Me siguen? Las uñas se vuelven garras retráctiles, de modo que las puntas de los dedos son más sensibles que antes, y mejores constructoras de herramientas. Un segundo corazón simple de dos cámaras se forma donde las dos arterias de las piernas, cualquiera que sea su nombre, se juntan en el vientre. ¿Ven que mi piel es mucho más gruesa allí? Bien, hay cambios menos dramáticos, pero todos juntos contribuyen a hacer del protector una poderosa e inteligente máquina de lucha. Garner, ya no parece usted divertido.

—Todo eso suena horriblemente familiar.

—Me preguntaba si lo notaría. Los cambios emocionales son drásticos. Un protector que tiene descendientes no siente ninguna otra urgencia excepto la de cuidar a los de su línea de sangre. Los reconoce por el olor. Su inteligencia aumentada no le hace ningún bien, porque sus hormonas rigen sus motivos. Nick, ¿se te ha ocurrido que todos esos cambios son una especie de exageración de lo que ocurre a hombres y mujeres al envejecer? Garner lo vio enseguida.

—Sí, pero…

—El corazón extra… —interrumpió Luke.

Other books

Rainbow for Megan by Corrie, Jane
Magic Nights by Ella Summers
Them Bones by Carolyn Haines
Protect and defend by Vince Flynn
Religion 101 by Peter Archer
Prudence by Jilly Cooper
The Bees: A Novel by Laline Paull
The Tin Box by Kim Fielding