El rebaño ciego (18 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

Supo por Bertil la acusación de que los víveres enviados como auxilio contenían un alucinógeno; Bertil creía que los víveres habían resultado infectados por el cornezuelo del centeno o por algo parecido; decía que ése había sido precisamente el responsable de los ataques de Baile de San Vito en la edad media. Luego se lo dijeron también los oficiales del ejército que estaban investigando el desastre, los cuales creían que el veneno había sido añadido deliberadamente.

Ella no tenía opinión propia al respecto.

Naturalmente, los periodistas llegaron en enjambres. Aunque el valor como noticia de la guerra había descendido considerablemente con el armisticio, el general Kaika estaba ansioso de que todo el mundo pudiera ver la extensión del desastre que había dado como resultado, de modo que puso aviones del gobierno a disposición de los periodistas y equipos de filmación de las televisiones. Incluso paralizó el embargo sobre los americanos en beneficio de un equipo de la oficina parisiense de la ABS, a condición de que fuera dirigido por un francés. Cuando supieron de Lucy captaron el reportaje: la hermosa rubia presa de una noche de horror. Nadie sabía aparentemente dónde estaba con exactitud, así que salieron en su busca.

La encontraron rebuscando entre las ruinas de una casa. Había puesto al descubierto un cadáver que los soldados habían olvidado, el de un niño de unos diez años. Estaba desenterrándolo con una navajita.

Cuando supo que el entrevistador era americano le mostró los dientes y le atacó. Tuvieron que darle ocho puntos de sutura en un corte que iba desde su cuello hasta su esternón.

La repatriaron, bajo sedante, a Inglaterra, a un hospital mental en medio del campo, donde se despertó para descubrir extensiones verdes, las primeras flores de la primavera bajo un encapotado cielo, vacas pastando en un campo al otro lado de un encantador valle, y barrotes de hierro cruzando una ventana que no podía abrirse desde dentro.

COMA BIOLÓGICAMENTE
Calabaza de Okinawa, antes 0'89$
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Huevos de pingüino (bajos en DDT, PCB), antes 6'35$ la docena
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Patatas del Pacífico (no lavadas), antes 0'89$ la libra
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Mantequilla de la soleada Nueva Zelanda, antes 1'35$ el cuarto de libra
¡1'15$!

¡USTED TAMBIÉN PUEDE PERMITIRSE UNA BUENA ALIMENTACIÓN SANA Y BIOLÓGICA EN PURITAN!

LOS FUERTES SIGUEN ADELANTE

Sus pesadillas habían terminado finalmente, y Pete Goddard volvía a dormir bien de nuevo. Su primer despertar tras el derrumbamiento, sin embargo, había sido terrible: terror, parálisis, dolor.

Excepto que no estaba paralizado. Simplemente le habían puesto las piernas bajo tracción, sujetado toda la parte inferior de su tronco con un apretado vendaje plástico, y tirado de él con pesas que colgaban de poleas montadas en el techo. Tan pronto como estuvo en situación de comprenderlo le explicaron qué era lo que le hacían, y por qué, y el cómo aún no llegaban a explicárselo.

Le dijeron que él sólo había estado sosteniendo un peso de tres cuartos de tonelada.

Oh, no era ningún récord. El fisioterapeuta que lo atendía diariamente mencionó a una mujer, histérica por el miedo a que su hijo perdiera la vida, que había levantado un coche que pesaba una tonelada y media; y también a un atleta profesional que había desplazado en público un peso de dos toneladas, sujetándolo a su talle con un arnés. Era algo que tenía que ver con las propiedades mecánicas del fémur. Le mostró diagramas, y él luchó por comprenderlos.

Pero resultaba extraño el miedo que parecían mostrar las enfermeras hacia él, y como no dejaban de preguntarle si alguna vez se había entrenado para halterofilia. Bien, lo había hecho, aunque no desde hacía un año, no desde que había conocido a Jeannie. Y añadía débilmente que simplemente se había mantenido en forma.

Obviamente uno no podía realizar este tipo de proeza y salir con bien de ella. Toda la musculatura de sus hombros había sufrido hemorragias subcutáneas, de modo que lucía un colosal hematoma de treinta centímetros de ancho, y soportar el peso de sus brazos era algo que lo agotaba en unos segundos. Los discos cartilaginosos que separaban sus vértebras habían resultado aplastados cuando su espina dorsal se convirtió en una sólida columna capaz de permitirle soportar aquel peso. Todas las membranas sinoviales en las articulaciones de sus piernas se habían visto sobrecargadas, de modo que sus rodillas y tobillos se habían convertido en una masa rígida, y los puentes de sus pies habían quedado planos. Por un breve tiempo se había convertido en una columna de huesos, y no lo recordaba. Sólo recordaba una cosa de aquel terrible tiempo: no podía hacer otra cosa más que mantenerse rígido.

Durante los primeros días que permaneció tendido allí en el hospital estaba más asustado por lo mucho que iba a tener que pagar por todo lo que le estaban haciendo que ante la idea de no ser capaz de volver a andar de nuevo. Le drogaban para eliminar el dolor, por supuesto, y aquello hacía que su mente vagara, de modo que cuando permitieron a Jeannie verle no fue capaz de explicarle lo que le preocupaba y finalmente se echó a llorar de frustración, y las enfermeras creyeron que era dolor y le administraron doble dosis de drogas.

Pero, un día o dos más tarde —no era capaz por aquel entonces de controlar el paso del tiempo— le permitieron recibir a otras visitas, y todo quedó claro. Eran periodistas, y fotógrafos, y un hombre de California, el tío de los dos niños a los que había salvado. Harry se había arrastrado bajo la viga y los había sacado sanos y salvos, pero era él quien había sostenido el techo.

Sus padres habían muerto. De modo que su tío, un rico importador de abejas, anunció su propósito de adoptarlos, y que iba a pagar todos los gastos de su hospitalización… lo mejor de todo, dijo, hasta una suma de cincuenta mil dólares. Insistió en que podía permitírselo fácilmente; había montado su negocio al principio, cuando las abejas de California se extinguieron en los años sesenta, y ahora manejaba una empresa valorada en un millón de dólares.

Hizo notar también, con aire asombrado, que había intentado que Harry aceptara una recompensa, pero que el hombre no quiso aceptar ni un centavo. Dijo algo acerca de los ghouls. Alguna especie de prejuicio trainita.

Luego, una o dos semanas más tarde, un senador llamado Howard u Howell o algo así le trajo un pergamino primorosamente decorado, una citación al valor, firmado por el propio Prexy. Lo enmarcaron y lo colgaron a la cabecera de su cama.

—Hola, amor.

—Hola, muñeca.

Sus labios se rozaron. Jeannie había venido como siempre, puntual como un reloj. Pero había algo extraño en su aspecto. Rodeado de periódicos y de libros que le permitían pasar el tiempo —podía mover libremente sus brazos gracias a los masajes fisioterápicos y era capaz de girar las páginas—, la miró de nuevo. Su mano izquierda estaba vendada.

—¿Te cortaste, querida? —preguntó.

—¿Eh…? —Hizo ademán de ocultar su mano, luego cambió de opinión—. No, fui mordida.

—¡Mordida! ¿Por qué… un perro?

—No, una rata. Fui a tomar un paquete de harina de la alacena… He seguido llamando al exterminador, pero continúa sin poder venir. Tiene demasiadas llamadas… hey, ¿qué estás haciendo? —Pete había pulsado el botón que había a la cabecera de su cama.

—¡Llamando a la enfermera! ¿Te vendaste tú misma la mano?

—Bueno… sí.

—¡Tienes que hacértelo mirar inmediatamente! ¿Sabes las cosas que llevan las ratas? ¡A veces incluso la peste! Hay que desinfectarlo de inmediato.

La enfermera llegó rápidamente, movida por el dinero de su benefactor, y se llevó a Jeannie pese a sus protestas. Mientras estuvo fuera, Pete permaneció tendido en la cama, echando humo, pensando: ¿Ratas? ¿Tantas ratas que el exterminador no puede dar abasto? ¡Infiernos!

Y gracias a Dios que había insistido. Jeannie tenía una fiebre subclínica debida a la septicemia. Cuando supieron que él la había besado, le administraron también una inyección profiláctica.

Intentando despejar un poco el ambiente cuando ella volvió con su mano correctamente vendada y blanca, dijo:

—¿Sabes, querida?, buenas noticias. ¡Mañana van a dejarme andar un poco!

—¡Amor, eso es realmente estupendo! —Sus ojos resplandecieron. Pero era debido sobre todo a las lágrimas—. ¿Va a ser…? —Bajó la cabeza—. ¿Va a ser como antes?

—Creen que sí. Pero no inmediatamente. Al principio voy a tener que llevar como un corsé para la espalda.

—¿Durante cuánto tiempo?

Él dudó, luego repitió la estimación del fisioterapeuta.

—Dos años.

—¡Oh
, Pete
!

—¡Pero todo lo demás está bien! —Evocó su peor terror, su miedo más intenso—. No hay nada afectado por el lado de… Quiero decir, sigo siendo un hombre.

Gracias a Dios. Gracias a Dios. Había rezado, realmente rezado, desde que había pensado por primera vez en ello. Y uno de los doctores, al que recordaría cada vez que rezara en el futuro, se lo había dicho, que por lo que podía juzgar todo estaba bien por aquel lado, y que tan pronto como tuviera fuerza suficiente en sus brazos lo probara por sí mismo. Le enviaré algunos libros especializados en el tema por si pueden ayudarle.

Jeannie aferró su mano y se echó a llorar.

Finalmente ella fue capaz de preguntar por el futuro. Obviamente, un hombre impedido no podía volver a la policía. ¿O sí?

Él agitó la cabeza. Ahora podía hacerlo sin sentir dolor. Había sido maravilloso el trabajo que habían hecho con él.

—No. Pero ya he recibido una oferta de empleo. Un hombre llamó esta mañana tras oír que yo no podría volver a la policía. Es amigo de uno de los doctores, un tipo llamado Prosser. Quiere que le haga saber cuándo esté dado de alta, y me dará un trabajo de oficina que podré hacer fácilmente.

—¿Allá en Towerhill, quieres decir?

—No, aquí en Denver. Naturalmente vamos a tener que mudarnos, pero ha dicho que el sueldo iba a ser bueno… Oh, no te preocupes, querida. Todo va a ir bien.

MIS DEDOS SON VERDES Y A VECES SE CAEN

Muy señor mío: Gracias por su carta del 18 y sus anexos. La muestra de tierra contiene una proporción excepcionalmente alta de plomo y mercurio, rastros de molibdeno y selenio, y una pequeña cantidad de sales de plata. No hay cadmio detectable. La muestra de agua está contaminada con plomo, arsénico, selenio y compuestos de sodio y potasio, particularmente nitrito de sodio. Sospechamos que el jardín de la casa que ha adquirido usted se halla situado sobre el antiguo emplazamiento de una explotación minera, y le sugerimos que plantee el asunto con los anteriores propietarios. No menciona usted si tiene hijos o no, pero si los tuviera debe prestar atención a los peligros que para ellos representan la presencia en tales cantidades del plomo y del nitrito de sodio. Agradeceremos nos envíe lo antes posible el importe de la cuenta que le adjuntamos.

Atentamente,

EL ALZARSE DE LA HORRIBLE CABEZA

Después de dejar a Harold, Josie y el chico de los Henlowe en la escuela —los comportamientos sociales debían ser fomentados a una temprana edad, y al infierno con los peligros de infección que hacían que padres como Bill y Tania Chalmers (RIP, víctimas con Anton de la avalancha de Towerhill) mantuvieran a sus hijos en casa durante tanto tiempo como era legal hacerlo: ¡menuda personalidad había desarrollado el pobre Anton!—, Denise Mason prosiguió hacia la consulta del doctor Clayford.

La habitación era un cuadro perfecto de su personalidad. Estaba sentado tras un escritorio de caoba, antiguo, con un sobre de cuero repujado, en un sillón de piel montado sobre una masiva base giratoria. Era un hombre ceñudo, fanfarrón y testarudo. Se mostraba orgulloso de pertenecer a lo que, en un raro momento de jovialidad, Denise le había oído llamar en una ocasión la «generación de las sulfamidas». Era paciente suya desde hacía años, mucho antes de su matrimonio, aunque nunca le había gustado mucho debido a su distanciamiento y a la dificultad de comunicarse con él. De todos modos había algo tranquilizador en sus modales chapados a la antigua.

Le recordaba en muchos aspectos a su propio padre.

Por primera vez desde que le conocía no se alzó al verla entrar, sino que simplemente le hizo una seña indicándole la silla frente a él. Sorprendida, ella se sentó.

—Bien, ¿cuál es el problema?

—Bueno, esto… —Tontamente, se sintió enrojecer hasta parecer un pimiento—. Últimamente no me noto muy bien. Además tengo… pérdidas. E irritación.

—¿Vaginal, quiere decir? Oh, eso es la gonorrea que le ha transmitido su esposo.


¿Qué?

—Le dije que fuera a la clínica de la calle Market. Se especializan en este tipo de cosas. ¿No se lo dijo?

Ella sólo pudo agitar negativamente la cabeza, incapaz de hablar. Tantas cosas se aclaraban de repente.

—Típico —dijo Clayford despectivamente—. Absolutamente típico. Esos productos de la autoproclamada generación permisiva. Deshonestos. Ávidos, perezosos, egoístas, dispuestos a cualquier mentira con tal de protegerse de las consecuencias de sus actos. ¡Son la causa de todos los problemas de nuestro mundo actual!

Se inclinó bruscamente por encima de su escritorio, agitando una pluma hacia ella.

—¡Debería ver usted lo que yo tengo que ver cada día en la práctica de mi profesión! ¡Chicos de buena familia, subnormales por envenenamiento con plomo! ¡Ciegos a causa de la sífilis congénita, también! ¡Ahogándose bajo el asma! ¡Cáncer de huesos, leucemia, Dios sabe el qué! —Empezó a proyectar pequeños chorros de saliva con cada palabra.

Denise se lo quedó mirando como si lo viera por primera vez.

—¿Ha tratado usted a Philip de una enfermedad vergonzosa? —dijo finalmente.

—Por supuesto que no. Le dije dónde podía recibir tratamiento, tanto él como usted.
Yo
me niego a prestarme a ese tipo de simulaciones. ¡El mundo es lo que es por culpa de esas negaciones a admitir la propia responsabilidad!

—¿El le pidió su ayuda, y usted se la negó?

—Acabo de decírselo —gruñó Clayford—. Le recomendé una clínica adecuada.

Repentinamente, ella dejó de verle. Sus ojos estaban llenos de ardientes lágrimas. Se puso en pie en un solo movimiento que hizo chasquear su columna vertebral como la cuerda de un arco cuando es arrojada la flecha.

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