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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

El rebaño ciego

 

En este libro, escrito en 1970, se describe el mundo de principios del Siglo XXI (nuestra época actual). Este mundo imaginado se aboca el desatre total por la contaminación química y biológica. Los niños mueren de disentería, malaria, tifus, avitaminosis (y no sólo en los países del Tercer Mundo, también Europa sufre una gran hambruna por la contaminación definitiva y total del Mediterráneo). Mientras, los adultos contemplan cómo su esperanza de vida se acorta cada día que pasa y son cada vez más conscientes que no habrá una nueva generación. «El rebaño ciego», sin embargo, no es panfletario en la denuncia del consumo desenfrenado y la amoralidad empresarial y política. Todos los datos están documentados y son presentados de manera rigurosa. Es un libro que está viendo como muchos de sus presupuestos se están cumpliendo cuarenta años después. En el que no da tiempo para coger cariño a los personajes pues estos circulan luchando en guerras sin sentido y son mutilados y muertos por las bombas de su propio gobierno o por catástofes naturales y enfermedades. En la cúpula de ese gobierno está el Prexy, un presidente de EE. UU. que es inútil. La única esperanza es un antiguo lider universitario, Austin Train, que se esconde bajo falsas identidades, y que tiene una teoría crítica con su presente que cala en grupos de jóvenes idealistas y adultos desencantados.

Trilogía del desastre:

Denominada así por el propio autor, John Brunner, está formada por tres libros completamente independientes cuyo vínculo común es la presentación de un futuro donde la humanidad se ha encaminado al desastre. En
Todos sobre Zanzíbar
aborda los peligros de la superpoblación y los descubrimientos genéticos.
Órbita inestable
, el menos conocido de la trilogía, critica la carrera de armas, el individualismo, la segregación racial y los medios de comunicación. Por último,
El rebaño ciego
describe un mundo destruido por la polución.

John Brunner

El rebaño ciego

Trilogía del desastre III

ePUB v1.1

Chachín
09.08.12

Título original:
The Sheep Look Up

John Brunner, 1972

Traducción: Domingo Santos

Editor original: Nibbler (v1.0) Chachin (v1.1)

ePub base v2.0

A

ISOBEL GRACE SAUER (nacida ROSAMOND)

1887-1970

IN MEMORIAM

POR FAVOR,

CONTRIBUYA A MANTENER EL MUELLE LIMPIO:

ECHE SU BASURA AL AGUA.

—Cartel reproducido en
El basurero de Dios
, editado por Peter Blake.

DICIEMBRE
FOLLETO

Vendrá el día en que incluso los niños

podrán jugar seguros en el césped.

Ningún lobo cruel acudirá a molestarles,

sabrán del león tan solo por los libros de estampas.

Ningún viejo árbol dejará caer una de sus ramas

para golpear por sorpresa la confiada cabeza del infante.

De los bosques nacerán cuidados bosquecillos,

y cada desierto se convertirá en un prado.

Ceceando sus historias con impulsivo deleite,

uno declarará: «Yo vengo del Oeste,

donde Abuelito se afanó sobre el mar indomable

¡para convertirlo en un dócil lago!».

Y otro responderá: «Mi hogar es el Este,

donde, dice mamá, vivía en un tiempo una bestia salvaje,

cuyos colmillos se desnudaban a menudo en una horrible rabia…

¡Vi una, de veras, a buen recaudo en una jaula!»

Del mismo modo el Norte, donde antes solo había nieve,

conocerá la regla de las residencias y los cottages,

la encantadora música de la risa de un niño,

la carretera, el ferrocarril y el telégrafo,

y también el Sur; los océanos en torno al Polo

serán domesticados. ¡Qué noble empeño!

Tales son los sueños que infatigablemente inspira el cerebro

e inflaman a los exploradores ingleses…

—«Navidad en la Nueva Roma», 1862.

CARNICERÍA

¿Perseguido?

¿Por fieras salvajes?

¿En pleno día, en la autopista de Santa Mónica? ¡Loco! ¡Loco!

Este era el arquetipo de la pesadilla: atrapado, incapaz de moverse, con monstruosas bestias amenazadoras rodeándole. Un embotellamiento de casi dos kilómetros, tres carriles intentando meterse en una salida diseñada únicamente para dos, zumbando y humeando y rugiendo. Por el momento, de todos modos, estaba más asustado de correr que de quedarse donde estaba.

Brillantes colmillos reflejando el gris resplandor de las nubes, un puma.

Garras libres de toda funda, un jaguar.

Tensándose para golpear, una cobra.

Planeando, un halcón. Hambrienta, una barracuda.

Sin embargo, cuando finalmente sus nervios le fallaron e intentó echar a correr, no fue ninguno de esos animales el que lo alcanzó, sino una pastinaca.

SIGNOS DE LOS TIEMPOS

ES PELIGROSO BAÑARSE EN ESTA PLAYA

agua NO potable

NO APTO PARA EL CONSUMO HUMANO

Lávese aquí sus manos

(Multa por no hacerlo, 50 $)

EXPENDEDOR DE MASCARILLAS FILTRO

(a utilizar una sola vez - máximo, una hora)

OXIGENO

25 cents.

NO EN NUESTRAS ESTRELLAS

La radio estaba diciendo:

—¡Usted merece seguridad, estilo Fortaleza!

Bloqueando el acceso al aparcamiento de la compañía, a la izquierda de la calle, había un autobús, enorme, alemán, articulado, eléctrico, descargando pasajeros. Aguardando impacientemente a que se apartara, Philip Mason escuchó. ¿Un anuncio de una compañía rival?

La untuosa voz decía, sobre un fondo de no-música de violas y contrabajos:

—Usted merece dormir sin que le molesten. Irse de vacaciones tanto tiempo como pueda permitirse, sin tener que preocuparse de la casa que ha dejado atrás. ¿No dicen que el hogar de un hombre es su castillo… y eso debería ser cierto también para usted?

No. No era una compañía de seguros. Algún sucio promotor. ¿Qué infiernos estaba haciendo aquel autocar estacionado allí? Pertenecía a la ciudad de Los Ángeles, de acuerdo… lo indicaba el color, el nombre pintado a un lado. Pero en vez de una placa con su destino llevaba el cartel de RESERVADO, y no podía ver con detalle a sus ocupantes a través de las sucias ventanillas. Pero aquello no era demasiado sorprendente, pues sus propios cristales estaban igual de sucios. Iba a pulsar la bocina; pero su dedo apretó el botón del limpiaparabrisas, y un momento más tarde se alegró de su elección. Ahora podía divisar a media docena de niños de rostros tristones, tres negros, dos amarillos, uno blanco, y la parte superior de unas muletas. Oh.

El locutor de la radio proseguía:

—Lo que nosotros hemos hecho por usted ha sido construir ese castillo. Todas las noches, hombres armados montarán guardia en todas sus puertas, los únicos puntos de acceso entre nuestras paredes erizadas de púas. Residencias Fortaleza emplea al personal mejor adiestrado. Nuestros vigilantes son reclutados de entre la policía, nuestros tiradores de primera son todos ex-marines.

De esos sí no debían faltarles, desde que nos habían pateado fuera de Asia. Ah, el autobús señalaba que se iba. Avanzó con precaución pasando por detrás y notando con el rabillo del ojo una pancarta en su ventanilla trasera que identificaba a la organización que lo había alquilado como la Fundación de la Comunidad de la Tierra; lanzó una ráfaga de sus luces al coche que estaba detrás, pidiendo permiso para meterse. Le fue concedido, aceleró… y un instante después tenía que apretar brutalmente el freno. Un inválido estaba cruzando la entrada del aparcamiento, un chico asiático de poco más de diez años, probablemente un vietnamita, con una pierna atrofiada y doblada bajo la cadera, los brazos abiertos para ayudarse a mantener el equilibrio sobre una especie de jaula abierta de aluminio con numerosas correas.

Harold, gracias a Dios, no está
tan
mal.

Todos los guardias de las puertas negros. Un prurito de helado sudor ante la idea de que podía haber atropellado al chico directamente delante de las bocas de sus armas. Amarillo significa negro honorario. Es bueno tener compañeros en la universidad. Y, pensando en compañeros… ¡Oh,
cállate
!

—Nada que temer respecto a sus hijos —desgranaba la radio—. Diariamente, autobuses blindados los recogerán a su puerta y los llevarán a la escuela elegida por usted. Ni un segundo estarán lejos del cuidado de responsables y afectuosos adultos.

El muchacho completó su tambaleante trayecto hasta la acera, y Philip pudo seguir finalmente adelante con su coche. Un guardia reconoció la pegatina de la compañía en su parabrisas y alzó la barrera roja y blanca que cerraba el aparcamiento. Sudando más que nunca, porque llegaba horriblemente tarde y aunque no era culpa suya se sentía inundado por un sentimiento abstracto de culpabilidad que le hacía sentir vagamente que
todo
lo que ocurría hoy era culpa suya, desde las bombas de los atentados de Baltimore hasta la toma del poder por los comunistas en Bali, miró a su alrededor. Oh, mierda. Lleno a tope. No había ningún agujero donde pudiera meterse sin que le guiaran a menos que perdiera un tiempo precioso maniobrando adelante y atrás a escasos centímetros de los otros coches.

—Jugarán en salas de recreo con aire acondicionado —prometía la radio—. Y cualquier atención médica que puedan necesitar estará disponible las veinticuatro horas del día… ¡a un precio contractual realmente bajo, bajo, bajo!

Estupendo para alguien que gane cien mil al año. Para la mayoría de nosotros esos precios son prohibitivos; lo sé muy bien. ¿No habrá ninguno de esos guardias dispuestos a ayudarme a aparcar? Infiernos, no, todos han vuelto al parecer a sus puestos.

Furioso, bajó su ventanilla e hizo señas violentas. Inmediatamente el aire le hizo toser y sus ojos empezaron a lagrimear. Simplemente no estaba acostumbrado a aquellas condiciones atmosféricas.

—Y ahora un comunicado de la policía —dijo la radio.

Sin mascarilla, con una expresión que revelaba un rastro de… ¿qué? ¿Sorpresa? ¿Desdén?… algo, de todos modos, que era un comentario mudo sobre aquel tipo que ni siquiera era capaz de respirar directamente el aire sin ahogarse, el guardia más cercano avanzó hacia él, suspirando.

—Los rumores de que el sol ha sido visto en Santa Ynez carecen de fundamento —decía la radio—. Repetimos. —Y lo hizo, apenas audible contra el zumbido de un avión invisible sobre las nubes. Philip salió del coche, con un billete de cinco dólares, sacado apresuradamente de su bolsillo en la mano.

—Ocúpese de esto por mí, ¿quiere? Soy Mason, director de la zona de Denver. Llego tarde a mi conferencia con el señor Chalmers.

Apenas pudo terminar de pronunciar esto antes de doblarse en dos a causa de otro acceso de tos. El denso aire raspaba el fondo de su garganta; podía imaginar los tejidos volviéndose callosos, densos, impermeables. Si este trabajo me obliga a viajar frecuentemente a Los Angeles tendré que comprarme una mascarilla filtro. Y al infierno si parezco afeminado. Aunque he visto que aquí tan solo las llevan las chicas.

La radio murmuró algo acerca de una enorme congestión de tráfico afectando a todas las carreteras del norte.

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