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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

El rebaño ciego (3 page)

Luego, los coches embotellados habían visto sus parabrisas y sus ventanillas empañadas con un compuesto comercial barato utilizado para grabar cristal, y les habían pintado slogans en sus portezuelas. Algunos eran largos: E
STE VEHÍCULO ES UN PELIGRO PARA LA VIDA Y LOS MIEMBROS
. La mayoría eran cortos
:
¡A
PESTA
! Pero el más común de todos era la consigna universalmente conocida: ¡D
ETENEOS ME ESTÁIS MATANDO
!

Y en cada caso la inscripción terminaba con una especie de huevo encima de un aspa…, la versión ideográmica simplificada del invariable símbolo trainita, una calavera y dos tibias cruzadas reducidas a OX.

Luego, tras consultar listas de referencias multicopiadas algunas de las cuales fueron halladas horas más tarde en las alcantarillas o revoloteando al paso de los coches, la emprendieron con los escaparates de las tiendas cercanas y oscurecieron los artículos ofrecidos con slogans igualmente apropiados. Sin prejuicios de ninguna clase, hallaron algo apto para cada tienda en particular.

No era demasiado difícil. Encantados, los chicos que salían de las clases de la tarde les ayudaron en el trabajo de mantener irritados a los automovilistas, dependientes de establecimientos y otros entrometidos. Algunos de ellos no fueron lo bastante listos como para desaparecer cuando al fin llegaron los polis —en helicóptero, tras los frenéticos mensajes por radio—, y realizaron su primer viaje al Tribunal de Delincuencia Juvenil. ¿Pero qué diablos? Estaban en la edad de comprender que una condena no es algo necesariamente malo. Entre otras cosas, puede impedir que te llamen para el servicio militar. Puede salvar tu vida.

La mayoría de los conductores tuvieron el buen sentido de quedarse dentro de sus coches, echando espuma por la boca tras sus opacos cristales, mientras calculaban el costo de las reparaciones y la pintura. Prácticamente todos ellos estaban armados, pero ninguno era lo bastante estúpido como para sacar su pistola. Alguien lo había intentado durante una manifestación trainita en San Francisco el mes anterior. Una chica había resultado muerta. Otros, anónimos, con sus máscaras cubriéndoles la cabeza y sus ropas imitación hechas a mano, habían sacado al asesino de su coche y utilizado contra él el mismo violento ácido que aplicaban al cristal, para escribir A
SESINO
en toda su carne.

En cualquier caso, no era recomendable bajar el cristal de la ventanilla para insultar a los manifestantes. Las gargantas no resistían mucho rato el crudo aire.

ENTRENAMIENTO

—Es relativamente fácil hacer que la gente comprenda que los coches y las armas son peligrosas en sí.

Estadísticamente, casi cualquier ciudadano de este país tiene algún familiar muerto por un disparo, en su casa o fuera de ella, mientras que la asociación entre coches y accidentes de tráfico abre la mente del público al concepto de otras amenazas más sutiles.

MASTER MOTOR MART

Coches nuevos y usados

Plomo: causa subnormalidad en niños y otros desórdenes. Excede los 12 mg. por m
3
en la composición del agua en California. Probable factor de contribución en el declive del Imperio Romano, cuyas clases altas comían alimentos cocidos en recipientes de plomo y bebían vino fermentado en cubas forradas de plomo. Las fuentes contaminantes habituales son pintura, mezclas antidetonantes aún en uso en combustibles, caza de pantanos, etc., y a lo largo de generaciones el plomo arrojado a las aguas.

—Por otra parte resulta mucho más difícil convencer a la gente de que una firma de apariencia tan inocua como un salón de belleza es peligrosa. Y no me refiero a que algunas mujeres sean alérgicas a los cosméticos habituales.

Salón de belleza Nanette

Cosmética, perfumería y postizos

Bifenilos policlorurados: productos de desecho de los plásticos, lubricantes e industrias cosméticas. Distribución universal a niveles semejantes al DDT, menos tóxicos pero con un efecto más acentuado en las hormonas esteroides. Descubiertos en especímenes de museos que datan de 1944. Mortales para los pájaros.

—Del mismo modo, hay que dar un paso mental muy corto desde la idea de matar plantas o insectos a la de matar animales y gente. No fue necesario el desastre de Vietnam para comprender eso… estaba ya en las mentes de todos.

GRANJA & JARDIN, S. A.

Expertos en construcción de jardines & control de plagas

Pelícano pardo: dejó de reproducirse en California, donde era muy común, en 1969, debido al efecto estrogénico del DDT en la secreción de las cáscaras. Los huevos se aplastaban cuando las hembras intentaban incubarlos.

—Como contraste, ahora que raramente hacemos uso de las sustancias que se utilizaban normalmente en gran parte de la farmacopea y que eran claramente reconocibles como venenosas debido a su nombre —arsénico, estricnina, mercurio y así—, la gente parece asumir que cualquier medicamento es bueno, y punto. Malgasté más parte de mi vida de la que me gustaría admitir yendo de granja en granja intentando convencer a los criadores de cerdos y pollos de la peligrosidad de los alimentos que contenían antibióticos. Pero ninguno de ellos quiso escucharme. Creían que, cuanto más antibiótico esparciera uno por su alrededor, mejor sería. ¡De modo que la fabricación de nuevas sustancias destinadas a reemplazar las malgastadas en piensos para el ganado, cerdos y pollos se ha convertido en algo así como la carrera entre las armas y las armaduras!

Stacy & Schwartz, S. A.

PRODUCTOS ALIMENTICIOS IMPORTADOS

PARA GOURMETS

Train, Austin P. (Proudfoot): nac. Los Angeles 1938; e.UCLA (B. Sc. 1957), Univ. Londres (Dr. Filos, 1961); cas. 1960 Clara Alice nacida Shoolman, div. 1963, s/h.; dir. c/o editores. Pub: tesis, «Degradación Metabólica de los organofosfatos complejos» (Univ. of London Press 1962); «Las grandes epidemias» (Potter & Vlasarely 1965, reed. como «Muerte en el viento», Common Sense Books, 1972); «Estudios de ecología refractiva» (P&V 1968, reed. como «El movimiento de resistencia en la naturaleza», CSB 1972); «Preservativos y aditivos en la dieta americana» (P&V 1971, reed. como «Sepa lo que come sin saberlo», CSB 1972); «Guía para la supervivencia de la humanidad» (International Information Inc., hardcover 1972, pocket 1973); «Manual para el año 3000» (III, hardcover 1973, pocket 1975); colab. en J. Biol. Sci., J. Ecol., J. Biosph., Intl. Ecol. Rev., Nature, Sci. Am., Proc. Acad. Life Sci., Sat. Rev., New York, New Sci. (Londres), Envrmt. (Londres), Paris Match, Der Spiegel (Bonn), Blitz (India) Manchete (Rio) etc.,

ES UN GAS

Dejando tras él la mitad de su desayuno/almuerzo (no porque la cafetería, donde comía regularmente desde hacía casi un año, estuviera repleta de gente ya que siempre lo estaba, pero sentarse al lado de un poli no es nada agradable), Pete Goddard aguardó a que le devolvieron el cambio. Al otro lado de la calle, en los enormes paneles que delimitaban el emplazamiento de la tienda de Guarniciones y Forrajes Harrigan —había conservado su nombre pese a que desde años antes de ser demolida no vendía más que vehículos para la nieve, repuestos para motocicletas y prendas típicas del oeste para turistas, y además estaba previsto que ahora se transformara en un edificio de cuarenta y dos deseables apartamentos por encima de las oficinas de la American Express y del Colorado Chemical Bank—, alguien había pintado una docena de negras calaveras y tibias cruzadas.

Bien, él se sentía un poco así también. La última noche habían tenido una fiesta: el primer aniversario de boda. Su boca le sabía amarga y le dolía la cabeza, y además Jeannie había tenido que levantarse a la hora de costumbre porque ella también trabajaba, en la planta hidropónica Bamberley, y él había roto su promesa de recogerlo todo de modo que ella no tuviera que hacerlo por la noche. Además, esa mancha que le había salido en la pierna, aunque no le doliera… pero tenían buenos médicos en la planta. Tenían que tenerlos.

Nueva, no dispuesta a llevarse bien con él la cajera le devolvió las dos monedas en su palma y se giró para seguir conversando con una amiga.

El reloj de la pared concordaba con el suyo: tenía ocho minutos para recorrer los cuatro minutos que lo separaban de la comisaría. Además, hacía un frío mordiente fuera, unos menos seis grados, con un fuerte viento. Estupendo para los turistas en las laderas del monte Hawes, no tan estupendo para los policías que medían la temperatura en una gráfica de coches accidentados, daños causados por las heladas y pequeños delitos cometidos por hombres en paro estacional.

Y mujeres, por supuesto.

Así que quizá antes de ir… Junto a la puerta, un amplio objeto rojo con un espejo en la parte frontal superior. Instalado el otoño pasado. Japonés. En una placa en su costado:
Mitsuyama Corp., Osaka.
Con la forma de una báscula pública. Póngase aquí delante e introduzca 25 centavos. No fume mientras lo usa. Sitúe boca y nariz contra la mascarilla flexible. Como un obsceno beso de animal.

Normalmente eso le hacía reír porque aquí arriba en las montañas el aire nunca era tan malo como para que uno necesitara aspirar una buena bocanada de oxígeno para cruzar la calle. Por otra parte, había gente que decía que era una cura estupenda para la resaca…

Más detalles penetraron en su mente. Observar detalles era algo de lo que se sentía orgulloso; cuando acabara su período de prueba, iba a sacarse la licencia de detective. Tener una buena esposa podía despertar la ambición en la mente de cualquier hombre.

El espejo ligeramente curvado que rodeaba y sostenía la mascarilla: roto. La ranura para las monedas. Bajo ella una línea definiendo el receptáculo para recibirlas. Alrededor de esta línea, marcas de raspaduras. Como si alguien hubiera intentado forzar la caja sacándola con un cuchillo.

Pete pensó en los conductores de autobús asesinados por el contenido de su máquina de monedas para el cambio.

Girándose hacia la cajera, dijo:

—¡Señorita!

—¿Qué?

—Esa máquina de oxígeno de ustedes…

—¡Oh, mierda! —exclamó la chica, pulsando el botón «No registro» de su máquina registradora—. No me diga que esa asquerosa máquina ha vuelto a estropearse de nuevo. Tome su cuarto de dólar. Pruebe en el drugstore de Tremont… tienen tres.

LO OPUESTO A LOS HORNOS

Baldosas blancas, esmalte blanco, acero inoxidable… Uno habla aquí en tonos susurrantes, como en una iglesia. Pero es debido a los ecos de las desnudas paredes, del desnudo suelo, del desnudo techo, no por respeto a lo que está oculto tras las oblongas puertas, unas encima de las otras desde la altura de los tobillos hasta la de la cabeza de un hombre alto, una junto a la otra hasta casi tan lejos como un ojo puede ver. Como una interminable serie de hornos, excepto que no sirven para calentar, sino para enfriar.

El hombre que avanzaba ante ella era blanco también… bata, pantalones, mascarilla quirúrgica ahora colgando junto a su mandíbula, fea gorra encasquetada en su cabeza ocultando casi todo su pelo. Incluso los cubrezapatos de plástico eran blancos. Aparte los que ella había traído consigo, un pardo tristón, sólo había realmente otro color aparte del blanco imperante allí. El rojo sangre.

Un hombre avanzaba en sentido inverso tirando de una mesilla sobre ruedas con contenedores de papel encerado (blancos) etiquetados (en rojo) para ser entregados a los laboratorios anexos a aquella morgue. Mientras el hombre y su compañero intercambiaban saludos, Peg Mankiewicz leyó algunas indicaciones: 108562 SUSP. CULT. TIP. BAZO, 108563 VERIF. EVOL. DEGEN. HIGADO, 108565 TEST MARSH.

—¿Qué es un test Marsh? —dijo.

—Presencia de arsénico —respondió el doctor Stanway, apartándose para dejar pasar la mesilla y siguiendo su camino a lo largo de la interminable hilera de armarios para cadáveres. Era un hombre pálido, como si su entorno hubiera blanqueado todos sus rasgos; sus mejillas tenían el tinte y la textura de los contenedores de órganos, su cabello visible era de un blanco ceniciento, y sus ojos tenían el azul diluido de las aguas profundas. Peg lo encontraba más tolerable que el resto del personal de la morgue. Estaba desprovisto de emociones —o eso, o era un homosexual absoluto—, y nunca la atribulaba con las bromas macabras con que solían obsequiarla la mayoría de sus colegas.

Mierda. Quizá tenga que tomar un baño de vitriolo. Era hermosa delgada, metro sesenta y cinco, enormes ojos oscuros una boca tan jugosa como un melocotón. Especialmente los modernos melocotones. Pero ella odiaba todo eso porque significaba que siempre sería una presa codiciada para los hombres que coleccionaban cabelleras púbicas. Adoptar un aspecto hombruno no era ninguna ayuda; era aún mucho más provocativo para ellos, y además atraía la atención de las tortilleras. Sin maquillaje, perfumes o joyas, vestida con un deliberadamente poco atractivo abrigo pardo y unos zapatos casi descoloridos, seguía sintiéndose como un tarro de miel rodeado por zumbantes moscas.

Prestas a correr sus cremalleras si ella simplemente sonreía.

Para apartar aquellas ideas de su cabeza, dijo:

—¿Un caso de asesinato?

—No, un caso iniciado en el Condado de Orange. Un arboricultor acusado de utilizar un spray ilegal. —Sus ojos recorrieron las puertas numeradas—. Ah, aquí está.

Pero no abrió inmediatamente el compartimiento.

—No es agradable de ver, ya sabe —dijo tras una pausa—. El coche esparció sus sesos por todas partes.

Peg hundió sus manos en los bolsillos del abrigo para que él no pudiera vez la palidez de sus nudillos. Podía ser, había una posibilidad de que así fuera, que algún bandido le hubiera robado sus papeles de identidad…

—Adelante —dijo.

Y no era ningún bandido.

Toda la parte derecha de la negra cabeza estaba… bien,
borrosa
. El párpado inferior había sido arrancado y vuelto a colocar someramente en su sitio, de tal modo que la parte inferior del globo ocular quedaba al descubierto. Un corte lleno de cuajarones de sangre se prolongaba hacia abajo desde el nivel de la boca hasta desaparecer bajo la barbilla. Y el cráneo estaba tan aplastado que lo habían envuelto con una especie de bolsa de plástico para mantenerlo unido.

Pero era inútil pretender que no era Decimus.

—¿Y bien? —preguntó finalmente Stanway.

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