El reino de las sombras (3 page)

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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

A medida que la ciudad que me vio nacer, la ciudad en la que vivo, va empequeñeciendo en la distancia, me alejo del mundo conocido, el mundo en el que transcurren nuestras breves historias entre lo Negro y lo Rojo, entre la tierra de los vivos y el sol naciente y la tierra de las largas sombras y la muerte, entre los pequeños momentos y los lujos de nuestra vida y el desierto occidental, ese territorio salvaje al que enviamos a morir a nuestros delincuentes, del que regresan convertidos en demonios dispuestos a atormentarnos en sueños. Hubo una época, según dicen, antes de que diese comienzo el tiempo, en la que la tierra era verde y la recorrían manadas de búfalos, gacelas y elefantes. De repente, recuerdo que hace unos años mi padre y yo nos adentramos en el desierto. Una gran tormenta había vuelto a cambiar el paisaje y las dunas. Encontramos el esqueleto de un cocodrilo, muy alejado de cualquier fuente de agua. ¿Qué otra cosa se esconde allí? Grandes ciudades, extrañas estatuas, personas perdidas, barcos construidos para surcar las eternas aguas de arena del Otro Mundo.

En cualquier caso, de nuevo me llevan lejos de casa. Tengo que estar atento, pues esta gran serpiente de agua me aparta de todo lo que conozco, de todo lo que amo, con su negrura, con sus destellos, con su escasa memoria del largo viaje que la ha traído desde las desconocidas piedras de Nubia, formando grandes cataratas, atravesando campos de verduras y frutas, de viñedos, para llevarla hasta el mar; y también a algún lugar con nieve.

3

Admiro la pulcritud del bote. La simplicidad de la necesidad. Las mantas se doblan y se guardan al llegar la mañana. Los objetos son pequeños y precisos para que cumplan su propósito. Todo está donde tiene que estar. El capitán tiene los ojos azules y un puñado de retorcidos dientes blancos; parece confiar en sí mismo y sabe mandar. Da la impresión de disponer de una inteligencia que le hace sentirse como en casa sobre el agua, una inteligencia que le permite mirar a las personas y descubrir sus motivaciones y pensamientos con tanta sencillez como si atisbara un pequeño pez en aguas poco profundas. El bote es una maravillosa construcción; una ecuación entre viento y agua que ha dado como resultado unas velas perfectamente curvadas, sogas de una tensión inmaculada y geométrica que generan el milagroso poder necesario para empujar la nave y a sus temporales pasajeros sobre el agua. Miro cómo la proa corta con precisión la piel del agua, que cicatriza al instante una vez hemos pasado. La estela es como ciegos dedos blancos abriéndose paso por el borde de un material desconocido, cediendo después con leves encogimientos y gestos de despedida, para hundirse de nuevo en la negrura de la que, durante apenas un instante, emergieron.

Aquí estoy, un detective veterano de los medjay, dedicando mi tiempo a reflexionar sobre el enigma del agua que pasa mientras la corriente nos lleva y dejamos atrás Coptos, Dendera, el templo de Hator y el templo de Osiris en Abidos. Mi mente, al igual que el agua, fluye, sin detenerse en nada concreto, cuando lo que tendría que hacer es prepararme para el inminente misterio que voy a tener que afrontar.

El capitán ha invitado a los pasajeros a cenar con él esta noche, alrededor del brasero, porque hace frío en el río una vez se oculta el sol. Detesto las cenas; suelo pedirle a Tanefert que haga todo lo posible para librarme de esa clase de invitaciones. En parte se debe a que no puedo hablar, en la mesa o en cualquier otro lugar, de mi trabajo. ¿Quién quiere oír hablar de asesinatos cuando lo que desea es disfrutar de la comida? Y, en parte, porque no puedo denunciar los peligros y las amenazas del mundo desde una mesa cubierta de cosas buenas, como si se tratase simplemente de un trivial tema de conversación.

Acudimos amablemente a casa de otras personas cuando nos invitan, pero nos instalamos en un incómodo silencio. Bien es cierto que los Grandes Cambios han incorporado una mayor dosis de precaución, en ocasiones casi de recelo, a la vida diaria. Hubo un tiempo en el que podíamos hablar con total libertad. Ahora la gente se lo piensa dos veces antes de expresar una opinión personal. Hubo un tiempo en el que la gente podía reír y divertirse al oír una opinión herética. Ahora ese tipo de comentarios provocan silencio y malestar.

Me senté junto a un corpulento caballero cuyo vientre era la parte más notable de su anatomía; era como un gran globo con una cabeza redonda y blanca como la luna que inclinaba una y otra vez para mirarse sorprendido el vientre. La comida, sencilla pero abundante, le llevaba a hacer gestos de aprobación y agrado; dibujaba amplios gestos en el aire con sus pequeñas manos para describir el placer que sentía. Se inclinó hacia mí y rompió su silencio:

—Y, dime señor, ¿qué propósito te lleva a nuestra nueva Ciudad del Horizonte de Atón?

Parecía agradarle nombrar la nueva capital con su pomposo nombre. En esas circunstancias, me gusta hacer de actor aficionado que adopta una identidad ficticia.

—Soy funcionario del Ministerio de Finanzas —contesté.

—Pues tendremos que hacernos amigos, ¡de lo contrario nunca nos pagarán! —Miró a su alrededor en busca de aprobación para su chiste.

—De hecho, las finanzas de nuestro señor son un gran misterio, pero el mayor de todos ellos es que son inagotables, y siempre abundantes.

Me analizó atentamente a mí y a mi adecuada respuesta. Antes de que pudiese proseguir, me apresuré a preguntarle:

—¿Y qué asuntos te llevan a ti a Ajtatón?

—Soy director de la orquesta y los bailarines de la corte. Es un cargo que otorga una posición considerable; estoy convencido de que a muchos les gustaría ocupar ese puesto. Dirigiré la representación que inaugurará la ciudad. ¿Sabías que todos los miembros de la orquesta son mujeres?

—¿Acaso insinúas, señor, que las mujeres están menos capacitadas que los hombres en los menesteres del baile y la música?

Así habló una mujer hermosa e inteligente desde el lado opuesto de la mesa. Su marido, un hombre de mediana edad, más bajo, de algún modo empequeñecido, con la apariencia de un burócrata nato, le echó una mirada a su esposa como queriendo decir: «No te corresponde a ti hablar de eso ahora». Pero ella fijó su mirada muy tranquilamente en Cara de Luna Blanca.

El tomó aire y dijo:

—Bailar siempre ha sido un arte propio de mujeres. Pero la música exige una gran técnica y una profunda espiritualidad. No hablo de elementos decorativos sino de la profundidad del alma. —Cogió una gamba, la peló y la colocó entre sus pedantes y ambiciosos labios.

—Entiendo. Entonces, ¿nuestra reina Nefertiti es un objeto decorativo? ¿O tiene un alma profunda? —La mujer me sonrió, como si pretendiese invitarme con ello a compartir su gracia.

—Sabemos muy poco de ella —respondió él.

—Oh, no, señor —replicó la mujer—. Sabemos que es hermosa. Sabemos que es inteligente. Y sabemos que, actualmente, es la mujer más poderosa. Conduce su propio carro y lleva el cabello como le viene en gana, no como dicta la tradición. Castiga a sus enemigos como un rey Y nadie le dice lo que tiene que hacer. Ella es, de hecho, la personificación de la mujer moderna.

Un curioso silencio se impuso en la mesa. Finalmente, Cara de Luna habló:

—Así es, y eso podría explicar por qué nos encontramos en un mundo que cambia con tanta rapidez que nadie está satisfecho.

La conversación se hizo más tensa, las réplicas se agudizaron. Ella contraatacó.

—¿No apruebas la nueva religión?

Ese era un tema que había que tratar con extremo cuidado cuando se estaba entre extraños. Cara de Luna se removió en su asiento, incómodo e inquieto, atrapado entre su deseo de decir lo que pensaba y el miedo a poner en peligro su futuro.

—La apruebo de todo corazón. Claro que sí. Yo no soy más que un músico. No es asunto mío hacer preguntas, me limito a hacer lo que me piden y a lograr que suene del modo más armónico posible. Pero en privado me pregunto, y no soy el único, si nuestro señor y su señora, esa a la que nadie le dice lo que tiene que hacer, no habrán estirado más el brazo que la manga. —Tras decir eso, se llevó un arenque a la boca y arrancó la carne de la espina como si estuviese tocando una melodía con una pequeña flauta roja.

Los ojos de la hermosa mujer centellearon divertidos ante aquella absurda respuesta, una diversión que parecía querer compartir conmigo.

—Vivimos una época de grandes turbulencias —dijo su marido—. ¿Se trata de una maldición o de una bendición? ¿Echará de menos la gente a sus viejos dioses y los sacerdotes sus cuantiosas riquezas? ¿O acaso estamos avanzando, juntos, como sociedad, hacia una verdad superior, una verdad que entraña un desafío?

Cara de Luna habló de nuevo:

—Las verdades superiores requieren la inversión adecuada. Alcanzar la iluminación sale caro. Así pues, me alegra oírle decir —en ese momento me señaló con un dedo grasiento— que las finanzas de nuestro señor manan de una inagotable fuente de la abundancia. He oído que este año la cosecha vuelve a ser mala. También he oído decir que el pago de los salarios lleva un gran retraso, en ocasiones de años. A decir verdad, que Ajnatón me haya garantizado la entrega regular de regalos es lo que me ha convencido para abandonar mi vida y mi fortuna en busca del éxito en la nueva capital.

No respondí. Curiosamente, la mujer hermosa cambió de tema con gran desparpajo. Se volvió hacia el joven que estaba sentado a su izquierda y que no había abierto la boca durante todo ese rato. Era aprendiz de arquitecto.

—Y tú ¿qué puedes contarnos de la construcción de la ciudad? —le preguntó—. Y una cuestión más importante, me gustaría saber si las casas más grandes disponen de jardín, porque de no ser así habría sacrificado mi casa y mis amigos por el desierto.

—Creo que las villas son lujosas. Y el suministro de agua para los jardines es prodigioso. Así pues, si bien la ciudad está rodeada por el desierto, lo cual llevaba a pensar que se trataba de un lugar árido muy poco apropiado para la construcción de una nueva ciudad, el lugar es ahora verde y fértil. Pero, a decir verdad, mi puesto es de una relevancia mucho menor.

—¿A qué te dedicas? —pregunté yo.

—Diseño la zona de lavabos cerca del Gran Templo de Atón. —Todos rieron. Espoleado, el joven añadió—: ¡Incluso para lavarse la mierda los sacerdotes deben hallarse en un entorno sagrado!

—No me hables de los sacerdotes —dijo Cara de Luna—. Su única fe es la riqueza. Y están ahí para eso. ¡Ajnatón tendría que echar abajo esos grandes templos dedicados a los dioses del beneficio propio!

Todos guardamos silencio. Resultaba peligroso criticar a los sacerdotes, o permitirse decir que las viejas familias, que tanto poder heredado gestionaban desde hacía generaciones, estaban ahora confundidas, como monstruos heridos debido a la pérdida de tierras, de estatus y de ingresos. Al igual que sucedía entre los medjay. Muchos creían que algunos de sus integrantes estaban intentando convertir a la nueva religión a los miembros menos ortodoxos de la sociedad mediante el uso de antiguas técnicas: intimidación, violencia y sufrimiento. Había oído contar historias sobre gente desaparecida, sobre cuerpos sin identificar tirados al río, con las manos cortadas y las cuencas de los ojos vacías. Pero eran habladurías. Nosotros formábamos una fuerza destinada a imponer el orden sobre el caos, la armonía del
maat
y mantener la rectitud de todas las cosas. Así era como tenía que ser.

Todos nos retiramos, tras darnos las buenas noches, a nuestras hamacas y mantas. Encuentro algo de soledad en mi diván, en la popa del bote, entre rollos de cuerda, bajo los grandes remos del timón que ahora se clavan en el fango del lecho del río. El capitán se tumba en una hamaca, en la proa, con una vela. Pronto los pasajeros empezarán a roncar dentro de sus tiendas de tela o bajo sus mosquiteras.

Y aquí estoy yo, sentado con este diario y pensando en qué me encontraré en la ciudad de Ajtatón. Lo cierto es que no tengo ni idea. No puedo imaginarlo. La aparente gran idea de Ajnatón de crear una nueva religión y olvidar la vieja me parece una completa locura. Es una revolución contra el sentido común. No se trata de un pensamiento muy original, pues dudo que a excepción de un puñado de gente —el círculo más próximo al rey y los constructores y arquitectos que han logrado trabajos de por vida— haya alguien más que no opine que Ajnatón ha perdido la cabeza. ¿Una nueva religión basada en sí mismo y en Nefertiti como encarnaciones y únicos intermediarios de Atón, el dios sol? Ajnatón ha despreciado a los dioses menores que la gente ha adorado durante toda su vida, así como a las deidades mayores del Otro Mundo, el Mundo y el Cielo. En la actualidad, solo creo en aquello que puedo ver con mis propios ojos, o descubrir mediante las pistas que encuentro en este mundo, o sea que tal vez él haya hecho bien al renunciar al poder de lo invisible. Tal vez incluso haya obrado bien al jugar el mismo juego que los sacerdotes, un juego que ellos dominaban y con el que lograron enormes beneficios personales durante generaciones. Pero quitarles todo el poder de golpe, sacarlos de sus antiguos templos de Karnak y, lo peor de todo, dejarlos vagando por todo el país sin empleo o propósito alguno, ¿qué otro sentimiento podría generar aparte del de venganza? ¿Qué resultado tendrá? ¿Es posible que no acabe en desastre? Hemos oído decir que difícilmente se le puede considerar un dios físicamente hablando. Dicen que su cuerpo es tan extraño como curiosa es su mente, que sus extremidades son largas y retorcidas como las de un saltamontes y que su vientre es como un tonel de agua. Pero pertenece a ese tipo de personas que no se fijan solo en la apariencia. Su única virtud es haber nacido de un padre y una madre poderosos y casarse bien. Nefertiti. La Perfecta. Dicen que su ascendencia es misteriosa, pero que es profundamente admirada.

Tal vez pueda comprobar todas esas cosas por mí mismo. Lo que está claro es que vivimos en una época cambiante y que nosotros debemos evolucionar con ella o perecer; al menos hasta que el máximo representante del poder provoque una inversión total y lo que parece haber quedado atrás regrese de las cenizas. Sin duda, Ajnatón no vivirá mucho tiempo. Los sacerdotes no permitirán que nadie les prive de sus riquezas ni de sus poderes terrenales.

Pero lo que no puedo saber ahora es si todo ello tiene algo que ver con el misterio que me han encargado resolver.

4

Estoy tumbado bajo la luna y observo las serenas e imperecederas estrellas del Otro Mundo. Pero la noche siempre esconde luchas ocultas. Desde la orilla llega el sonido de pájaros y bestias enfrascados en su vida nocturna. Recuerdo que cuando nos conocimos en aquella fiesta, Tanefert y yo nos apartamos de las luces y el ruido y echamos a andar junto a la orilla del río. Nuestras manos empezaron a arriesgar algún roce de vez en cuando, y cada contacto casual de la piel provocaba que suaves escalofríos recorriesen todo mi cuerpo. Fue como si pudiésemos completar los pensamientos del otro, sin hablar. Nos sentamos en un banco y observamos la luna. Yo dije que era como una vieja mujer que ha perdido el juicio y a la que han dejado sola en el cielo, pero Tanefert replicó:

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