El reino de las sombras (5 page)

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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

6

Entré en una habitación grande, espaciosa y bien iluminada. La estancia estaba presidida por un gran escritorio; su superficie era de una madera pulida que me resultó desconocida. Sobre ella había varios objetos de fina artesanía: un jarrón con lotos azules, una estatuilla de Ajnatón, un decantador de alabastro con la delicada forma de un pájaro saliendo del agua, una colección de copas y dos bandejas de madera. Desde el otro lado del escritorio llegaba un extraño jadeo. Un hombre corpulento estaba sentado estudiando un documento que había cogido de la primera bandeja. Pareció no darse cuenta de mi presencia. Mahu.

Era un hombre de mediana edad, achaparrado y fuerte. Los movimientos y las proporciones de su cuerpo, así como la forma distintivamente brutal de su cabeza, con su fuerte cabello gris muy corto, denotaban su veteranía y su poder; por otra parte, su elegante vestuario hablaba de su riqueza y su gusto por el lujo. Lucía un extraordinario collar. Tuve tiempo de observarlo con detenimiento. Seis anillos de los que pendían multitud de anillos de oro más pequeños formando un cordón, unidos por un pesado broche decorado con un escarabajo alado y el disco solar, con incrustaciones de lapislázuli. Vestía una túnica con mangas del lino más selecto y calzaba sandalias.

Pero sus ojos aún resultaban más interesantes que todo ese teatral despliegue de lujo. Cuando finalmente se dignó alzar la mirada vi que no eran normales, no por su color topacio, sino por el ansioso modo en que brillaban. Tan cruel y tan aparentemente superior como un león o un dios. Sentí como si pudiese atravesarme con la mirada y descubrir las debilidades y las vulnerabilidades ocultas en mi interior. Me pregunté qué habría tomado para desayunar; si tenía hijos, mujer, amigos; si llevaba una vida en la que semejante poder podía aprovecharse para la ternura y el cuidado, o bien si toda la humanidad, con sus sueños, ambiciones y vanidades, le resultaban tan visibles y diáfanas que no sentía por todo ello más de lo que sentiría un dios por los estúpidos mortales que el tiempo aniquila en un suspiro, como un trapo al otro lado de un espejo moteado y empañado.

Le mantuve la mirada. Se puso en pie y caminó hacia mí, acompañado por un grueso perro negro, origen del extraño jadeo.

—Veo que te interesa mi collar —dijo—. Es un regalo de Ajnatón. Es importante vestir según quien uno cree ser, ¿no te parece?

—El atuendo es magnífico —reconocí con la esperanza de que captase el tono irónico. Pero su meticuloso repaso de mi más bien gastada vestimenta me dio a entender que cualquier intento de ironía por mi parte era inútil debido al carácter evidentemente inadecuado, y por tanto falto de confianza, de mi propia apariencia.

Esperamos un momento, pensando qué diríamos a continuación. Suelo hablar por los codos, pero en esta ocasión esperé en silencio para que él diese el primer paso. Sin embargo, mi pobre estratagema no pareció causar efecto alguno en él. Como si leyese mis pensamientos, me hizo un gesto para que me sentase en el sofá. No tuve más remedio que hacerlo mientras él se quedaba de pie. Todavía tenía mucho que aprender sobre los juegos de poder.

Me miró desde su altura y se frotó el mentón. El silencio resultaba incómodo.

—Así que has sido el elegido para investigar el misterio.

—He tenido ese honor.

—¿Qué crees haber hecho para merecerlo?

—No creo nada. Sean cuales sean mis habilidades, están al servicio de nuestro señor. —Hice una mueca al tiempo que esgrimía aquella inocua obviedad.

—¿Y tu familia…?

—Mi padre era escriba en el Ministerio de Construcción.

Mi carencia de estatus se hizo patente para ambos.

—Estoy preparado para conocer la naturaleza del misterio —añadí.

—El propio Ajnatón desea ponerte al corriente de los elementos que conocemos. Me ha encargado que te muestre este nuevo mundo, que te ayude en lo que sea necesario, y sobre todo me ha pedido que no te quite ojo de encima.

Hizo una pausa significativa. Esperé.

—También te hemos asignado a dos de nuestros mejores hombres, un veterano y un novato muy prometedor, para que te guíen y te acompañen día y noche. Para que te ayuden a encontrar el camino.

Perros guardianes pegados a mi espalda. Un incordio totalmente deliberado.

—Lamento decir que no apruebo que te hayan elegido —prosiguió—. Creo que es necesario que lo sepas. ¿Por qué traer a alguien de fuera? Un hombre que no sabe cómo funcionan las cosas aquí. Un hombre cuya experiencia del mundo real consiste en tratar con ladrones de poca monta y con prostitutas, un hombre cuya pericia radica en examinar las pequeñas pruebas insignificantes que se encuentran entre la mugre y el polvo de patéticos escenarios del crimen en los que siempre se ven envueltos personajes de la purria y criminales. Un hombre que denomina a eso la nueva ciencia de la investigación. Sin embargo, el asunto no estaba en mis manos. Este es un nuevo mundo. Esto no es Tebas, y te llevaría un tiempo del que no dispones entender cómo funcionan las cosas aquí. Hay muchas fuerzas implicadas. Me preocupa que todo eso, si se lleva mal o no llega a comprenderse, aplaste a un hombre como se aplasta a una hormiga.

Aquellos ojos color topacio se clavaron en los míos durante un buen rato.

—Pero quiero que recuerdes una cosa: yo estoy aquí para ayudarte. Deja que te tienda una mano con todo el respeto profesional posible, de medjay a medjay. Yo soy el hombre que guarda las llaves de esta ciudad. La conozco piedra a piedra. Sé de dónde han venido esas piedras, quién las colocó en el lugar que están y por qué.

Le mantuve la mirada durante todo el soliloquio. Y como parecía que lo que estábamos haciendo era soltar nuestros respectivos discursos, tras una respetuosa pausa me puse en pie e inicié mi réplica:

—Concuerdo con tu descripción de la situación. Y acepto agradecido tu oferta de apoyo profesional. Pero dado que ha sido el propio Ajnatón quien me ha escogido, espero merecer el apoyo incondicional de todos sus sirvientes. Creo que es lo que a él le gustaría. Y si fracaso, no hay duda alguna sobre cuál será mi destino.

Inclinó la cabeza ligeramente y me miró unos segundos más de la cuenta.

—Nos entendemos a la perfección. —Regresó tras su escritorio, repasó brevemente el papiro que tenía delante, alzó la vista con una enigmática expresión a medio camino entre la sonrisa y la advertencia, y casi con negligencia dejó caer el documento sobre la bandeja vacía—. Tu entrevista está prevista para la puesta de sol —dijo antes de sentarse y volver la cara hacia la ventana.

Salí de la habitación con la sensación de que me observaba con el cogote y cerré la puerta. Tuve que tirar con fuerza para cerrarla del todo, por lo que el ruido alertó a los guardias, al desagradable secretario y al ayudante. Este último se me acercó y dijo:

—Voy a mostrarte tus aposentos. Y después te llevaré a tu cita. —Así pues, estaba al corriente. Me sentí como un animal dispuesto para ser ofrecido en sacrificio.

La puesta de sol, claro. La hora de la muerte.

7

No puedo hacer otra cosa que esperar, pero esperar me supone siempre una tortura. Preferiría comer arena. Me han asignado una oficina, con un sofá y un escritorio, en un edificio situado tras los templos principales y los barracones de los medjay. Da a un estanque vacío, con una fuente que no funciona. Está rodeado por un patio y, más allá, se ven unos terrenos de tierra roja salpicados de rocas. Alguien se ha apresurado en hacer que el patio parezca menos abandonado colocando unas cuantas plantas en dudoso estado y unas acacias en tiestos. También hay un banco, como si fuese a disponer de tiempo libre para sentarme a la sombra y pensar en los placeres de la vida. Excepto por esos detalles, el edificio parece deshabitado. Encima del sofá hay un nicho que contiene un icono de Ajnatón, el gran rey ante cuya presencia han de llevarme en breve. Bien, tendré entonces la oportunidad de descubrir las diferencias entre ese extraño personaje del nicho, con su largo cuello, su vientre prominente y sus largos ojos rasgados, a medio camino entre una mula y una suegra, y la realidad de la encarnación divina.

Bebí agua de la jarra. Curiosamente estaba fresca y era cristalina. Comprobé entonces la comodidad del sofá y descubrí lo agradable que resultaba sentarse en él, sobre todo tras la dolorosa experiencia que para la espalda había supuesto la hamaca del barco. Demasiado confortable incluso, pues me quedé dormido. Me despertó un golpe. Se había hecho tarde y alguien llamaba a la puerta. No podía recordar nada. Mi diario yacía en el suelo, con las hojas arrugadas; el flujo de las palabras se había detenido en mitad de un pensamiento. La imagen de Ajnatón todavía me miraba, como si ya le hubiese fallado de algún modo. Sin embargo, me sentía extrañamente descansado. ¿Tan cansado estaba para dormirme tan profundamente? Estudié la habitación. Nada parecía haber cambiado. Examiné el diario; ni marcas ni páginas arrancadas. Pero… algo era diferente. Como si hubiese quedado en la memoria del aire el rastro de la presencia de otra persona. ¿Habrían puesto alguna clase de poción en el agua? Recordé entonces su inusual dulzor.

Volvieron a llamar a la puerta. Dije «¡adelante!» en tono autoritario para intentar enmascarar de ese modo mi somnolencia. El guardia que me había llevado a la entrevista y después me había traído a esa oficina apareció en el umbral. Era un hombre unos cinco años menor que yo, con una mirada atenta y una bien aprendida expresión de cautela que encajaba a la perfección en su rostro muy común, indistinguible, si bien agradable y alerta. Le seguía otro joven, más guapo, pulcro y afable, con ojos de persona cumplidora, que se movía con la deliberada lentitud propia de nuestra profesión.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté al más mayor de los dos.

—Jety, señor.

—¿Un nombre de sabio para un hombre sabio?

—Eso esperaban mis padres, señor.

—Nuestros nombres nos dan poder, ¿no crees?

—Sí, señor, es lo que suele decirse.

Intentaba mostrarse comedido. Desconfiadamente confiado.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí, Jety?

—Desde el principio, señor. Vine con Mahu.

—¿Quieres decir desde que se construyó la ciudad?

—Toda mi vida. Mi padre trabajó para él antes que yo.

Se trataba de una práctica habitual, obviamente. Las generaciones de familias de clase baja o media tenían mucho que ganar con ese tipo de alianzas, del mismo modo que tenían mucho que perder si por algún motivo caían en desgracia. Pero la candidez con que me lo dijo, como muy bien había supuesto, me dejó claro que tendría que andarme con cuidado con ese agente. Debería ponerle al corriente de mis pesquisas sabiendo que le comunicaría a Mahu hasta el más mínimo detalle de las mismas. Todo dentro de lo normal.

—¿Y tú?

—Tjenry, señor.

El tono de su voz carecía del necesario respeto, pero me gustó su estilo, ese punto de desparpajo.

—Intentaré que vuestros conocimientos y experiencia aumenten durante la investigación del misterio.

—Será un honor, señor. —Permitió que un asomo de sonrisa moldease sus labios.

—Bien. Necesito que me ayudéis, que me desveléis los recovecos y los secretos de esta gran ciudad.

—Sí, señor.

—¿Habéis venido para llevarme a mi entrevista?

—Ya es la hora.

—Entonces, vámonos.

Efectivamente, se estaba poniendo el sol, las sombras se alargaban, la luz caía ahora oblicua sobre árboles y edificios; ya no se trataba de la cegadora incandescencia de la tarde, sino de un mundo teñido de sombras doradas, color mercurio y azul, acompañadas por bandadas de pájaros. Caminamos juntos por la ancha calle y por la limpia vía Real que ascendía gradualmente hacia el recinto central paralelo al río y el sol poniente. Otras personas caminaban en la misma dirección acompañados por sus obedientes sombras, con aire de singular disposición, como si jamás se dedicasen a otros asuntos que trabajar por la supervivencia del Estado.

—Jety, ¿según qué modelo está ordenada esta parte de la ciudad?

—Se trata de una cuadrícula, señor. Todas las calles están trazadas en línea recta, se cruzan unas con otras, por eso los edificios de las intersecciones son todos del mismo tamaño. Es perfecto.

—Perfecto, sí, pero no está acabado.

No respondió a mi comentario, pero Tjenry añadió:

—No falta mucho para el festival. Están dedicándole tiempo extra. Aun así, seguramente estará acabado según la fecha prevista.

Jety prosiguió con sus funciones de guía:

—A la derecha está el Ministerio de Archivos, y más allá la Casa de la Vida.

—¿Ministerio de Archivos? Me gustaría visitarlo.

—Se trata de una gran biblioteca de información sobre todo y sobre todos.

—Es algo único en todo el territorio de las Dos Tierras —destacó Tjenry con brillantez, como si creyese que se trataba de una gran idea.

—Así pues, ¿todos nosotros estamos ahí dentro, reducidos a información?

—Eso creo —dijo Jety.

—Es sorprendente que unas pocas marcas en un papiro puedan representar nuestras historias y secretos, y ser almacenados y leídos y recordados.

Jety asintió como si no estuviese seguro de lo que le estaba hablando.

—¿Y qué es aquel edificio de más allá?

—El Pequeño Templo de Atón.

—¿Y aquello de allí? —Pude ver más adelante, en la lejanía, al otro lado de los reflejos y los barcos del Gran Río, un enorme edificio bajo y alargado.

—El Gran Templo de Atón, reservado para celebraciones excepcionales.

—¿Dónde voy a encontrarme con el rey?

—Tengo instrucciones de llevarte al Gran Palacio, pero antes tengo que enseñarte el Pequeño Templo de Atón.

—Casas, palacios, templos. Esto pequeño, aquello grande. Resulta un poco confuso, ¿no? ¿Qué tenía de malo el modo en que se hacían las cosas antes?

Jety asintió de nuevo, no sabía qué responder. Tjenry sonrió de medio lado. Yo también lo hice.

Un poco más adelante pude ver el río de gente y sus sombras encaminándose hacia las grandes torres del templo, seis de ellas colocadas por parejas en el corazón de la construcción, de un blanco deslumbrante. Serpentinas de tela de múltiples colores se mecían con elegancia debido a la brisa del río colgadas de altísimos mástiles como si conociesen el secreto del tiempo. Jeroglíficos a medio terminar cubrían las fachadas de piedra de las torres, teñidas ahora de color dorado por la luz del sol poniente. Me esforcé por leer algunos de ellos, pero nunca he sido bueno en esos menesteres. Pasamos entonces entre las torres centrales, apretujados entre la marea humana que se estrechaba para atravesar la puerta protegida bajo otra escultura de Atón. Una vez dentro, la gente se desperdigaba y distribuía a lo largo y ancho del patio a cielo abierto con columnatas en cada uno de los lados. Los presentes se dispersaban con destreza según sus oficios y cargos. La puesta de sol era un momento importante para la oración, y en esa época más que nunca.

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