El relicario (56 page)

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Authors: Douglas Preston y Lincoln Child

—Mephisto —lo oyó responder Margo con voz hosca.

—¡Mephisto! ¡Vaya, vaya! Sin duda el conocimiento es algo peligroso; sobre todo en un marginado. Pero «Mephisto». ¡Qué trivial! Seguramente con ese nombre pretendía infundir temor en sus roñosos seguidores. A mí no me parece un diablo, la verdad, sino sólo un pobre vagabundo embotado por la droga. Sin embargo no debería quejarme; justo es admitir que los individuos como usted nos han sido muy útiles. Quizá encuentre algún viejo amigo entre mis criaturas. —Señaló con un amplio gesto las filas de rugosos.

Mephisto se irguió sin decir nada.

Margo contemplaba atónita a su antiguo profesor. Nunca había visto a Frock comportarse de aquel modo. Siempre había sido diplomático y cuidadoso al hablar. En ese momento, en cambio, mostraba una arrogancia, una ausencia de emoción, que a Margo le resultaba más escalofriante que el miedo y la confusión que sentía.

—¡Y Smithback, el periodista! —exclamó Frock con desprecio—. ¿Acaso lo han traído para documentar la pretendida victoria sobre mis criaturas? Es una pena que no vaya a tener ocasión de contar el verdadero final en ese periodicucho sensacionalista para el que escribe.

—Eso está por verse —replicó Smithback con tono desafiante.

Frock rió con sorna.

—¿Qué carajo es todo esto? —intervino D'Agosta sin dejar de forcejear—. Mejor será que se explique o…

—¿O qué? —Frock se volvió hacia el policía—. Siempre lo he considerado un sujeto vulgar y maleducado. Pero me sorprende que sea necesario aclararle que no está en situación de exigirme nada. —Dirigiéndose a uno de los encapuchados más cercanos a él, preguntó—: ¿Están desarmados?

En respuesta, la figura asintió lentamente con la cabeza.

—Registrad otra vez a ése —dijo Frock, señalando a Pendergast—. Es muy astuto.

Levantaron bruscamente a Pendergast, lo cachearon y lo obligaron a arrodillarse de nuevo. Con una fría sonrisa en los labios, Frock los escrutó uno por uno.

—Eso era su silla de ruedas, ¿no? —preguntó Pendergast con voz serena, mirando hacia la plataforma.

Frock asintió con la cabeza.

—Mi
mejor
silla de ruedas.

Pendergast se quedó en silencio. Reuniendo por fin fuerzas para hablar, Margo se volvió hacia Frock.

—¿Por qué? —se limitó a preguntar.

Frock observó a Margo por un momento y luego hizo una seña a sus lugartenientes. Los encapuchados se situaron tras los enormes calderos. Frock se puso en pie, saltó del palanquín y se acercó sin ayuda al agente del FBI.

—Por esto —contestó. A continuación, con actitud orgullosa, alzó los brazos y recitó con voz clara y resonante—: ¡Como yo me he curado, os curaréis vosotros! ¡Como yo he recobrado la salud, la recobraréis vosotros!

La muchedumbre respondió con un sonoro y continuado clamor, y Margo notó que no eran voces inarticuladas sino una gutural respuesta programada. «Las criaturas hablan —pensó—. O lo intentan.»

El clamor se desvaneció lentamente, dando paso otra vez al canto. El redoble monótono y grave de los tambores se reanudó, y las filas de rugosos comenzaron a aproximarse al semicírculo de calderos. Los lugartenientes sacaron delicadas copas de arcilla de la cabaña. Margo miraba con atención, incapaz de establecer una conexión entre aquellos receptáculos bellamente modelados y la siniestra ceremonia. Las criaturas se adelantaron una por una, cogiendo entre sus manos de uñas largas y duras las copas humeantes y llevándoselas a la boca. Margo apartó la vista, asaltada por un profundo asco al oír sus sorbetones.

—Por esto —repitió Frock, volviéndose hacia Margo—. ¿No se da cuenta? ¿No comprende que nada en el mundo puede igualarse a esto? —En su voz se advertía un tono casi implorante.

Por un momento Margo no entendió a qué se refería. Luego lo vio con claridad: la ceremonia, la droga, las piezas de la silla de ruedas, la alusión de Pendergast al santuario de Lourdes y sus facultades milagrosas.

—Para poder andar —susurró Margo—. Todo esto sólo para poder andar.

La expresión de Frock se endureció al instante.

—¡Qué fácil es para usted juzgarlo! —reprochó—. Usted, que ha caminado toda su vida sin pararse ni un solo momento a pensar en ello. ¿Cómo puede imaginar siquiera qué es verse privado de la libertad de movimiento? Ser un inválido de nacimiento es ya bastante malo, pero conocer ese don y perderlo cuando uno tiene aún por delante los mayores logros de su vida… —La miró—. Para usted, claro está, fui siempre el viejo doctor Frock. Pobre doctor Frock, qué mal debió de pasarlo al contraer la polio en aquel poblado africano de la selva de Ituri; qué desgracia que tuviese que abandonar sus investigaciones de campo… —Acercó su cara a la de ella y añadió entre dientes—: El trabajo de campo era mi
vida
.

—Así pues, continuó la obra del doctor Kawakita —dijo Pendergast—. Terminó lo que él había empezado.

Frock dejó escapar un bufido de desprecio.

—Pobre Gregory. Acudió a mí desesperado. Como seguramente saben, comenzó a tomar la droga prematuramente. —Frock movió el dedo índice en un cínico gesto de reprobación impropio de él—. ¡Muy mal hecho! Y pensar que siempre le insistí en que aplicase procedimientos rigurosos en el laboratorio. Pero el muchacho carecía de la paciencia necesaria. Era arrogante y tenía delirios de inmortalidad. Consumió la droga antes de aislar todos los efectos negativos del retrovirus. Debido a los…
extremos
cambios físicos resultantes, necesitó ayuda. Tenía una placa metálica implantada quirúrgicamente en la espalda. Sufría fuertes dolores y estaba solo y asustado. ¿A quién podía recurrir sino a mí, en mi opresivo y enervante retiro? Y, como es natural, yo pude ayudarlo. No sólo quitándole la placa, sino también purificando más la droga. Pero su
cruel
experimentación —añadió Frock, extendiendo las manos hacia la multitud—, la venta de la droga, lo llevó a la perdición, como no podía ser de otro modo. Cuando los sujetos de sus experimentos se dieron cuenta de lo que había hecho con ellos, lo mataron.

—Así que usted purificó la droga —dijo Pendergast—y empezó a ingerirla.

—Realizamos las últimas pruebas en un laboratorio pequeño y bastante descuidado que Greg tenía junto al río. El pobre había perdido la convicción necesaria para seguir adelante. O quizá nunca poseyó esa clase de valor, las agallas imprescindibles para que un verdadero científico visionario lleve un experimento hasta su conclusión. Así que terminé lo que él había comenzado. O para ser más exactos, lo
perfeccioné
. La droga todavía causa cambios morfológicos, por supuesto; sin embargo ahora esos cambios, en lugar de deformar,
sanan
lo que la naturaleza ha corrompido. Es el auténtico destino, la auténtica iteración, del retrovirus. Yo soy la prueba viva de su capacidad regeneradora. He sido el primero en efectuar la transición. De hecho, ahora comprendo con toda claridad que sólo yo podía conseguirlo. Mi silla de ruedas era mi cruz, ¿entienden? Ahora es venerada como símbolo del nuevo mundo que crearemos.

—El nuevo mundo —repitió Pendergast—. Las plantas de Mbwun, cultivadas en el Reservoir.

—Idea de Kawakita —dijo Frock—. Los acuarios son caros y ocupan mucho espacio, ¿comprende? Pero eso fue antes… —Su voz se desvaneció.

—Empiezo a entenderlo —prosiguió Pendergast, tan sereno como si conversase con un viejo amigo en la mesa de una acogedora cafetería—. Desde el principio su plan era desaguar el Reservoir.

—Naturalmente. Gregory había modificado la planta para cultivarla en un clima templado. Nos proponíamos desaguar el Reservoir nosotros mismos y liberar la planta en estos túneles. Mis criaturas rehúyen la luz, y ésta es la madriguera perfecta. Pero, gracias al amigo Waxie, nos ahorraremos el trabajo. Waxie siempre está o, mejor dicho, estaba dispuesto a atribuirse el mérito de ideas ajenas. No sé si lo recordarán, pero fui yo quien sugirió la posibilidad de desaguar el Reservoir.

—Doctor Frock —dijo Margo, procurando mantener su voz bajo control—, parte de esas semillas llegará al Hudson a través del alcantarillado, y de ahí a mar abierto. Cuando entren en contacto con el agua salada, se activará el virus, contaminando el ecosistema de todo el planeta. ¿Es consciente de las consecuencias que eso tendría en la cadena alimentaria?

—Querida Margo, ésa es precisamente la idea. Hay que admitir que es un paso en la evolución, un paso hacia lo desconocido. Pero como bióloga, Margo, se habrá dado cuenta seguramente de que la especie humana ha degenerado. Ha perdido su vigor evolutivo, su capacidad de adaptación. Yo soy el instrumento de la revigorización de la especie.

—¿Y dónde pensaba esconder el culo durante la inundación? —preguntó D'Agosta.

Frock soltó una carcajada.

—Por lo visto, es usted tan estúpido como para suponer que, en virtud de esta corta excursión, lo conoce ya todo acerca de este mundo subterráneo. Créame, bajo Manhattan existe un mundo mucho más grande, terrible y prodigioso de lo que imagina. Deleitándome en el uso de mis piernas, he deambulado sin cesar. Aquí puedo liberarme de la farsa que debo mantener en la superficie. He encontrado cuevas naturales de increíble belleza; viejos túneles usados por los contrabandistas holandeses en los tiempos de Nueva Amsterdam; agradables rincones adonde podemos retirarnos mientras el agua recorre su camino hacia el mar. No encontrarán esos lugares en ningún plano. Cuando, en breve, medio millón de metros cúbicos de agua descienda por aquí y arrastre hasta el mar las semillas maduras de
Liliceae mbwunensis,
mis criaturas y yo estaremos a salvo en un túnel situado por encima de la zona inundada. Y cuando pase la inundación, regresaremos a nuestros hogares recién fregados a disfrutar de los frutos que el agua deje tras de sí. Y naturalmente a esperar la llegada de lo que yo llamo la Discontinuidad Holocena.

Margo miró a Frock con incredulidad. Él le sonrió; era una sonrisa lejana y arrogante que nunca antes había visto. Parecía muy seguro de sí mismo. Margo pensó que quizá Frock no estaba enterado de que habían colocado explosivos.

—Sí, querida; es mi teoría de la evolución fractal llevada a su extremo lógico. El retrovirus, o «esmalte» si prefiere, introducido en el principio mismo de la cadena alimentaria. ¡Qué apropiado que sea yo su vector, su agente activador! ¿No le parece, querida? La extinción en masa en el límite K-T resultará insignificante en comparación. Aquello permitió sólo la proliferación de los mamíferos gracias a la eliminación de los dinosaurios. ¿Quién sabe a qué dará paso esta transformación? Las perspectivas son apasionantes.

—Es usted un hombre muy enfermo —dijo Margo, sintiendo que una escalofriante desesperación se adueñaba de ella.

Nunca había imaginado que Frock echase en falta el uso de sus piernas hasta aquel punto. Era su secreta obsesión. Debía de haber previsto las facultades regeneradoras de la droga incluso mientras Kawakita padecía sus consecuencias. Pero obviamente pasaba por alto su capacidad de envenenar la mente. Nunca comprendería —nunca creería— que al perfeccionar la acción de la droga había incrementado exponencialmente su capacidad de estimular los delirios y la violencia, de exacerbar las obsesiones ocultas. Y Margo tenía la impresión de que nada que dijese lo persuadiría.

Los rugosos seguían desfilando ante los calderos. Cuando se llevaban las copas a los labios, Margo veía estremecerse sus cuerpos bajo las capas, incapaz de adivinar si era por placer o por dolor.

—Y conocía nuestros movimientos desde el principio —oyó decir a Pendergast—. Como si los dirigiese usted mismo.

—En cierto sentido, era yo quien los dirigía. Podía confiar en que Margo, como discípula mía, llegaría por sí sola a las conclusiones correctas. Y sabía que su mente inquieta, agente Pendergast, no dejaría de maquinar. Así pues, me aseguré de que la operación de desagüe del Reservoir no pudiese detenerse. Al encontrar aquí una de mis criaturas herida, me reafirmé en mi convicción. ¡Pero qué astuto por su parte enviar a los hombres rana a modo de precaución! Por suerte, todas mis criaturas venían camino de la ceremonia, y les han impedido estropearnos la fiesta. —Parpadeó—. Para ser tan inteligente, me sorprende que haya pensado que podía bajar hasta aquí y derrotarnos con sus ridículas armas. Sin duda no esperaba encontrar tal número de criaturas. Uno más de sus muchos errores.

—Sospecho que hay una parte de la historia que ha omitido, doctor —dijo de pronto Margo con el tono más ecuánime posible.

Frock se acercó a ella con expresión interrogativa. A Margo le resultaba difícil pensar con claridad viéndolo caminar tan ágilmente. Inhaló una bocanada de aquel aire nocivo.

—Creo que fue usted quien mató a Kawakita —afirmó—. Lo mató y dejó su cuerpo aquí para que pareciese una víctima más.

—¡No me diga! —replicó Frock—. ¿Y eso por qué, si puede saberse?

—Por dos razones —continuó Margo, levantando la voz—. Encontré el diario de Kawakita entre los escombros del laboratorio. Es obvio que empezaba a albergar serias dudas sobre su proyecto. Mencionaba el thyoxin. Imagino que había descubierto el efecto que ejercería la salinidad en el retrovirus, y que planeaba destruir las plantas antes de que usted las vertiese en el Hudson. Puede que la droga hubiese deformado su mente y su cuerpo, pero debía de conservar aún un poco de conciencia.

—Querida, no lo entiende —repuso Frock—. Es
incapaz
de entenderlo.

—Y lo mató porque sabía que los efectos de la droga eran irreversibles. ¿No es así? Yo misma lo comprobé con mis experimentos. No puede usted curar a esta gente, y lo sabe. Pero ¿lo saben
ellos
?

El canto pareció decaer ligeramente entre los rugosos que se hallaban más cerca, y Frock lanzó una rápida mirada a ambos lados.

—Eso son acusaciones de una mujer desesperada. Me parece impropio de usted, querida.

«Están escuchando —pensó Margo—. Quizá aún sea posible convencerlos.»

De pronto la voz de Pendergast irrumpió en sus pensamientos.

—¡Claro! Kawakita recurrió a esta ceremonia, la administración de la droga, porque se le antojó la manera más fácil de apaciguar a sus pobres víctimas. Pero a él no le seducían especialmente los adornos ni el ritual. No se los tomaba en serio. Ésa fue su aportación, doctor Frock. Como antropólogo, la oportunidad de crear su propio culto debe de haberle proporcionado un gran placer. Esbirros, o quizá acólitos, empuñando cuchillos primitivos. Una cabaña de cráneos. Un relicario para su silla de ruedas, símbolo de su transformación.

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