—¡Muy bien, capitán Kirk! —interrumpió Delkondros con aspereza—. ¡Si duda usted de mi palabra, envíe a alguien aquí abajo! ¡Envíenos un médico! ¡Que baje a estudiar las pruebas, que venga a examinar a aquellos de entre nosotros que hemos sobrevivido a la matanza! ¡Déjele que decida quién dice la verdad! ¡Quizá ese médico pueda incluso descubrir la fuente de los venenos! ¡O proporcionarnos el antídoto que Kaulidren se niega a compartir con nosotros!
Kirk dirigió una mirada interrogativa al doctor McCoy.
—¿Bones?
—¿Cree que ha de preguntármelo, Jim? —le contestó McCoy mientras se encaminaba hacia el turboascensor—. Estaré listo en cuanto haya recogido mi escáner y el equipo médico.
Kirk sonrió débilmente.
—Si lo desea, presidente Delkondros, el médico de nuestra nave puede ser transferido a la superficie y… evaluar esas pruebas de las que me ha hablado. También podrá determinar si existe un antídoto para el veneno, o si éste puede ser sintetizado. ¿Sería eso satisfactorio para usted?
—¡Por supuesto que lo sería! ¡Lo único que queremos es una investigación honrada que conduzca a la verdad! ¡Y salve vidas!
—¡Y el vulcaniano! —intervino Kaulidren—. Pregúntele a Delkondros si estaría dispuesto a aceptar un observador que se rija solamente por la lógica, no por la teatralidad emocional barata.
—¿Hay un vulcaniano a bordo? —crepitó la voz de Delkondros, que no ahogó del todo el divertido resoplar procedente del turboascensor al cerrarse las puertas tras McCoy.
—Mi primer oficial, el señor Spock, es medio vulcaniano —respondió suavemente Kirk.
—En ese caso, le recibiremos con mucho gusto, por supuesto —le aseguró Delkondros—. No tenemos absolutamente nada que temer de la lógica ni de la imparcialidad. Muy al contrario, esas cualidades nos resultan tremendamente necesarias.
Kaulidren frunció el ceño, pero no dijo nada.
—¿Señor Spock? —Kirk se volvió hacia la terminal científica—. ¿Le importaría unirse al doctor y a mí?
—Por supuesto, capitán.
—¡Capitán! —exclamó Kaulidren con el entrecejo aún más fruncido—. ¡No irá a bajar usted con ellos!
Kirk, esta vez incapaz de reprimir el fruncimiento de su propio ceño, se volvió a mirar a Kaulidren.
—He pensado que podría acompañarles en este viaje, primer ministro. ¿Existe alguna razón por la que no deba descender?
—Indudablemente, él teme por su seguridad, capitán —respondió la voz de Delkondros, ahora cargada de sarcasmo en lugar de cólera—. Pero, si he de decirle la verdad, también yo preferiría que permaneciese usted a bordo de su nave… donde podrá vigilar de cerca al primer ministro. Yo, desde luego, no me fiaría de él…
—Como ustedes lo deseen, caballeros —interrumpió Kirk, cuya voz reflejaba una parte del sarcasmo del presidente—. Nada más lejos de mi intención que negarles a ambos la primera cosa en la que han estado de acuerdo desde nuestra llegada. Presidente Delkondros, le pondré en contacto con la sala del transportador. Podrá darle al oficial que está a cargo las coordenadas para la transferencia. —Kirk le hizo a Uhura un gesto de asentimiento y ella desplazó un interruptor en el tablero de comunicaciones—. Ahora, primer ministro Kaulidren…
—Capitán Kirk —le interrumpió el interpelado—, desaconsejo enérgicamente que envíe a sus hombres a la superficie de Vancadia.
Con el ceño fruncido, Kirk se volvió a mirar al chyrellkano.
—¿Y eso a que se debe, primer ministro? Hace apenas unos instantes parecía usted dispuesto, incluso ansioso, por que al menos Spock acudiera al planeta.
—¡Ni por un segundo pensé que Delkondros iba a aceptar la propuesta! Pero, ahora que lo ha hecho, comprendo que debe tratarse de una trampa. Usted no ha tratado con esa gente, capitán. No los conoce, no sabe de qué son capaces. Por favor… debe ver el resto de las grabaciones que he traído a bordo antes de tomar la decisión de poner a sus hombres en manos de Delkondros.
Kirk negó con la cabeza.
—Los rebeldes saben que cualquier acción que emprendan contra mis hombres será contraproducente.
—¡Son una gente completamente irracional! —estalló Kaulidren.
Los ojos de Kirk se encontraron con los de Spock y percibió que los pensamientos de su primer oficial eran un eco de los suyos propios: «Ahí está el cocodrilo, llamando bocazas al sapo». Se habría echado a reír si la situación no hubiera sido tan claramente desesperada.
—Primer ministro —comenzó Kirk… pero antes que pudiera continuar, la voz femenina de la computadora le interrumpió.
—Alerta de intrusión —declaró con la misma carencia de emociones de siempre—. Personal no autorizado ha sido detectado en la sala de la computadora principal, en la cubierta ocho.
Al volverse apresuradamente hacia la pantalla principal, Kirk pasó fugazmente los ojos por los hombres de Kaulidren. No faltaba ninguno. —Computadora —dijo secamente, mientras pulsaba uno de los botones en los brazos del asiento de mando—, bloquee las puertas de acceso a la sala de la computadora principal. Seguridad, envíe un destacamento a la sala de la computadora principal. Alerta de intrusión.
—Aquí seguridad, sí, señor —replicó casi instantáneamente la voz de la teniente Shanti con su leve timbre de contralto.
—Señor Spock, pase la sala de la computadora a pantalla. —No hay manera, capitán —le contestó Spock sin levantar la mirada—. Los circuitos de control no responden. —Computadora —ordenó Kirk, mientras sentía que la inquietud comenzaba a roerle por dentro—, identifique al intruso.
—Humanoide desconocido —comenzó a decir la computadora, y luego quedó en silencio.
—¿Computadora?
La máquina siguió en silencio.
Kirk volvió rápidamente su mirada hacia Spock, que trabajaba con los controles de la terminal científica. —¿Están bloqueadas las puertas de acceso? —Todo indica lo contrario, capitán.
Kirk atravesó rápidamente el puente y se detuvo junto al primer oficial.
—¡Anulación, señor Spock!
El vulcaniano negó con la cabeza.
—No es posible en las condiciones actuales, capitán. Ninguno de los controles está…
Spock se interrumpió bruscamente. Un momento después los pasillos atestados de maquinaria de la sala de la computadora principal aparecieron en la pantalla del puente. Estaban vacíos. Las puertas de acceso, bloqueadas tal como se veía en la imagen, se abrieron silenciosamente pasado un instante.
—El desperfecto en el circuito de control —anunció la monótona voz de la computadora— ha sido aislado y corregido.
—¿Desperfecto en el circuito de control? —preguntó Kirk con aspereza, y se volvió para mirar a Spock.
—Capitán, creo que la computadora nos dice que la alerta ha sido consecuencia de un desperfecto.
—Afirmativo —replicó instantáneamente la computadora.
—¿No había nadie en la sala de la computadora principal? —fue la siguiente pregunta de Kirk.
—Afirmativo.
Kirk frunció el entrecejo.
—Teniente Shanti, informe de la situación.
—Salimos del turboascensor en cubierta ocho, capitán, avanzamos hacia sala de la computadora principal.
—La alerta podría haber sido una falsa alarma, teniente, pero de todas formas tenga cuidado. Informe de cualquier cosa inusual, por pequeña que sea.
—Sí, señor.
—Señor Spock, ¿algún indicio de la causa de ese desperfecto en el circuito?
—Ninguno, capitán. Las lecturas sólo indican que se produjo un conflicto entre dos equipos sensores diferentes instalados en el interior de la sala. Los esfuerzos realizados por la computadora para conciliar esos informes conflictivos parecen haber provocado que los circuitos de control no respondieran y ocasionado al menos el borrado parcial de las lecturas conflictivas.
«El doctor McCoy diría que eso suena muy parecido a una crisis nerviosa», pensó Kirk.
—¿Cuál era, específicamente, ese conflicto, señor Spock?
—Desconocido, capitán. Con un poco de tiempo, podría someterlo a un programa completo de diagnóstico, pero, debido que aparentemente se han borrado los datos, tenemos sólo una probabilidad de menos del diez coma siete por ciento de poder aislar una causa específica del problema. Tambien existe un programa especial que yo he creado, y que podría incrementar esas probabilidades en una cifra indeterminada, pero aún no ha sido sometido a prueba alguna.
Kirk asintió con la cabeza y volvió a mirar la pantalla.
—Haga lo que pueda, señor Spock.
—Por supuesto, capitán.
—Capitán. —La voz de la teniente Shanti le llegó a través del intercomunicador—. En la sala de la computadora no hay nadie y todo parece estar en orden. No obstante, uno de mis hombres informa haber oído que el turboascensor funcionaba.
—Computadora —dijo Kirk a toda velocidad—, imagen del interior del turboascensor.
La pantalla rieló momentáneamente, de manera poco característica, al desaparecer de ella la imagen de la sala de la computadora y ser reemplazada por el interior del turboascensor. Estaba vacío, pero las puertas se cerraban en aquel momento, y la tripulación del puente llegó a captar un atisbo de la cubierta del hangar, con la lanzadera chyrellkana al fondo.
—Computadora —ordenó Kirk—, imagen de la cubierta del hangar. Teniente Shanti, diríjase inmediatamente a la cubierta del hangar.
—Sí, señor.
En la pantalla frontal apareció la cubierta del hangar. La nave de Kaulidren tenía el mismo aspecto captado a través de las puertas del turboascensor que se cerraban. El corpulento guardia aún se encontraba de pie en lo alto de la escalerilla, sus ojos recorrían tranquila y deliberadamente la desierta extensión de la cubierta. A un lado estaban aparcadas las lanzaderas de la
Enterprise
, excepto una en la que trabajaban los hombres de Scott, en el taller de mantenimiento de la cubierta veinte. La sala de control del rayo tractor que se hallaba en lo alto de una pared estaba vacía, porque los dos alféreces que Kirk había destinado temporalmente allí durante la maniobra de atraque habían regresado ya a sus tareas regulares.
Desde algún punto les llegó un sonido, un leve raspar de metal contra metal, pero inmediatamente fue ahogado por el siseo de las puertas del turboascensor. La teniente Shanti salió de él; su diminuta figura se veía más empequeñecida aún por los dos fornidos miembros de su destacamento, de metro ochenta de estatura. Sin embargo, la estatura de la mujer era engañosa: Kirk sabía que, con su destreza en las artes marciales, podía enfrentarse perfectamente a cualquiera de los otros dos.
—Teniente Shanti —comenzó el capitán, pero fue interrumpido por Kaulidren, que había permanecido insólitamente silencioso durante toda la alerta.
—¿Qué sucede, capitán Kirk? ¿Por qué ha enviado esa gente a mi nave?
—Teniente Shanti —repitió Kirk por encima de las palabras de Kaulidren—, hemos detectado un sonido metálico en alguna parte de la cubierta del hangar, justo antes de llegar ustedes. ¿Puede ver algo que lo justifique?
—También nosotros lo hemos oído, capitán —le contestó ella—, justo en el momento de abrirse las puertas del turboascensor. Parecía proceder de las inmediaciones de la nave alienígena.
—Ya veo. —Kirk le lanzó otra penetrante mirada a Kaulidren mientras se volvía hacia la terminal científica—. Señor Spock, sondee el hangar en busca de formas de vida.
Spock se concentró momentáneamente en las lecturas de su terminal.
—Sólo registro el destacamento de seguridad y el centinela del primer ministro, capitán.
Kirk dio media vuelta para mirar la imagen de la cubierta del hangar y la contempló durante varios segundos.
—Teniente Shanti —ordenó finalmente—, regrese a la sala de la computadora principal. Revísela minuciosamente en busca de cualquier cosa que indique que el desperfecto no haya sido tal desperfecto.
—Sí, señor —respondió Shanti—. ¿Quiere que busque rastros de una verdadera intrusión, capitán?
—Correcto, teniente.
—Capitán Kirk —intervino abruptamente Kaulidren—. ¿Cree usted que verdaderamente pudo haber entrado alguien en la sala de la computadora?
—No puedo descartar esa posibilidad, primer ministro.
—Si alguien hubiera entrado en la sala de la computadora… ¿habría tenido esa persona acceso a las computadoras de todas las áreas de la nave, desde esa sala?
—Por supuesto. ¿Por qué?
—La grabación que yo traje a bordo, la que su primer oficial introdujo en la computadora de la sala de conferencias… ¿podría haber sido… afectada por ese hipotético intruso?
Kirk reprimió la arruga que luchaba por fruncirle la frente y el impulso de señalarle al primer ministro que, si realmente había un intruso a bordo de la
Enterprise
, todo apuntaba a que había llegado a bordo de la propia lanzadera del primer ministro.
—Si dicho intruso existiera —comenzó con el tono más sereno que pudo—, y si sabía con exactitud qué era lo que buscaba, y si tenía un conocimiento enciclopédico de la computadora, así como una extraordinaria destreza para hacer uso de esos conocimientos, entonces sería remotamente posible. Sin embargo, no hay más de dos o tres docenas de personas, en el mejor de los casos, que posean ese tipo de destreza en toda la Flota Estelar.
—¿Y no hay ninguna de esas personas a bordo de la
Enterprise
?
—Sólo una, primer ministro, y puedo asegurarle que no estaba ni remotamente cerca de la sala de la computadora en el momento en que se produjo el desperfecto.
—¿Cómo puede estar tan seguro, capitán?
—Por la misma razón que también usted puede estarlo, primer ministro. El señor Spock no se ha apartado de nuestra vista desde que usted subió a bordo.
Kaulidren le lanzó una mirada fugaz a Spock y luego pareció relajarse.
—Por supuesto, capitán, le presento mis disculpas. Después de lo que ha pasado en los últimos meses, es difícil no convertirse en un paranoico. Pero que yo haya llegado siquiera por un instante a considerar posible que mis enemigos hayan podido adquirir semejante conocimiento, y hallado luego la forma de subir a bordo de una nave estelar de la Federación con el único propósito de manipular la grabación que yo he traído, supera incluso mis más paranoicas fantasías. Le presento, una vez más, mis disculpas. No obstante, con respecto a la decisión de permitir que sus hombres bajen a la superficie…
Como si hubiera esperado aquella frase, las puertas del turboascensor se abrieron con un siseo y el doctor McCoy las traspuso y recorrió todo el puente con una sola mirada.