—Ya veo que usted y mi mitad lógica vulcaniana todavía holgazanean por aquí arriba. ¿Significa eso que le han convencido de lo contrario y habré de bajar yo solo?
—Tuvimos una falsa alarma en la sala de la computadora —le explicó Kirk—, pero ya está todo bajo control. ¿Correcto, señor Spock?
—Todas las lecturas parecen normales ahora, capitán, pero… —Una contracción arrugó la frente de Spock—. No he podido determinar ni la naturaleza ni la causa exactas del desperfecto.
El doctor profirió una carcajada jadeante.
—¿Lo he oído bien, Spock? ¿Acaba de admitir que ha aparecido algo que no puede usted hacer? ¿Y con la computadora, nada menos? Lamento habérmelo perdido. Bueno, ¿está listo para bajar o debo marcharme solo?
—Spock está preparado, Bones —le contestó Kirk con una ligera mueca mientras le indicaba con un gesto al teniente Pritchard que regresara a la terminal científica—, pero yo permaneceré a bordo, a petición de nuestro huésped y su colega de Vancadia.
—¡Capitán Kirk! —Kaulidren había ido adoptado un aire más y más tenso desde que McCoy regresó al puente—. ¡Una vez más, siento que es mi deber ponerle sobre aviso: esa gente, esos terroristas rebeldes, no son de confianza! Traiga a Delkondros a bordo de su nave si es que tiene que hacerlo, pero no…
—Tomo nota de su advertencia —le respondió Kirk—. Señor Spock, doctor McCoy, si uno de ustedes tiene alguna reserva…
—No después que esa nave fuera derribada, no, no la tengo —le interrumpió McCoy—. Bueno, ¿me acompañará usted, Spock, o no?
—Le acompaño, doctor —le contestó Spock mientras deslizaba la correa del sensor portátil por encima del hombro y avanzaba hacia el turboascensor para reunirse con el médico.
Cuando las puertas se cerraron tras los dos oficiales, Kirk se volvió hacia la terminal de comunicaciones.
—Teniente Uhura, ¿puede contactar otra vez con Delkondros?
—Sí, señor. —Los dedos de la mujer corrieron veloces por los botones del tablero—. Adelante, capitán.
—Presidente Delkondros —comenzó Kirk—, dos de mis hombres, el teniente comandante McCoy, nuestro oficial médico jefe, y el comandante Spock, nuestro oficial científico, están preparados para ser transferidos a las coordenadas que usted le ha transmitido a la sala del transportador.
—Le estoy tremendamente agradecido —contestó la voz de Delkondros—. Sé sin ningún género de duda que una vez hayan visto nuestras pruebas…
—Las evaluarán con imparcialidad —le interrumpió Kirk.
—Por supuesto. Es lo único que pedimos.
Kaulidren hizo una mueca, pero guardó silencio.
Un minuto más tarde se abrió la conexión con la sala del transportador. Kirk reprimió una sonrisa al oír la voz de McCoy como telón de fondo, ininteligible, pero obviamente descontenta, que le daba a Spock un sermón sobre algo. Fue interrumpida abruptamente.
—Preparados, capitán —anunció el jefe de transportes, tras algunos segundos de vacilación.
—Proceda, señor Kyle —ordenó Kirk mientras se sentaba en su sillón—. Pero esté preparado para sacarles de allí a la primera señal de problemas. Mantenga el transportador centrado sobre los comunicadores de ambos.
—Sí, señor. —Se produjo una pausa—. Activación —se oyó luego.
El puente quedó en silencio y Kirk, una vez más, observó a Kaulidren para intentar dilucidar qué significaba la expresión del barbudo rostro del primer ministro. ¿Miedo? ¿Furia?
—Ya están abajo, señor —anunció el teniente Pritchard desde la terminal científica—, en las coordenadas prescritas.
—Teniente Uhura, ¿continúa abierto el contacto con Delkondros?
—No, señor. Cortó la comunicación cuando el señor Spock y el doctor McCoy eran transferidos.
Kirk frunció el entrecejo.
—Vuelva a establecer contacto.
—Sí, señor —replicó Uhura, mientras sus dedos corrían veloces por el panel de controles.
—Se lo advertí, capitán —comenzó a decir Kaulidren, pero Kirk le interrumpió con un gesto y se volvió en redondo para encararse con Pritchard, que se encontraba ante la terminal científica.
—Teniente…
—Hay algún tipo de escudo, capitán. Bloquea los sensores.
—Las transmisiones de radio también están bloqueadas, señor —intervino Uhura con una evidente preocupación reflejada en su voz.
—¡Sala de transportador —dijo Kirk con sequedad—, tráigales de vuelta a bordo, ahora!
«¡Imposible!»
Un pensamiento destelló inútilmente en la mente de Kirk en el momento mismo en que hablaba. «¡Estos mundos están al menos a cincuenta años de la invención de cualquier clase de escudo! Según los informes de la visita inicial…»
—Lo intento, señor, pero hemos perdido el contacto con sus comunicadores y…
—El escudo, sí, ya lo sé. Esté preparado para el instante en que lo bajen. Señor Pritchard, analice el escudo. ¿Puede ser neutralizado? ¿O penetrado?
—Penetrado, sí, con nuestras armas. Parece destinado a bloquear dentro del espacio normal las comunicaciones basadas en la electromagnética. Ofrecería alguna resistencia a los objetos materiales como los torpedos de fotones o los rayos fásicos, pero no la suficiente para detenerlos. Incluso un disparo fásico de bajo poder podría ser capaz de…
—¿Y los rayos transportadores?
—Si pudiera aumentarse el poder…
—Yo no me arriesgaría —le interrumpió Scotty mientras atravesaba el nivel superior del puente y se detenía junto a Uhura—, excepto como último recurso. Una ligera distorsión podría resultar fatal.
—Comprendido, señor Scott. Pritchard, ha dicho que también los sensores están bloqueados. Eso significaría que el escudo tiene también un componente subespacial.
—Lo tiene, capitán, pero el componente subespacial parece ser… bueno, creo que podría llamársele «accidental». Sólo un efecto colateral del campo en sí.
—¿Entonces no bloquea de hecho los sensores?
—No completamente, señor. Es algo más parecido a… la estática. Muchísimos detalles se pierden, y los que quedan probablemente no son fiables.
—¿Qué porción del planeta está afectado?
—Aproximadamente unos diez mil kilómetros cuadrados, señor.
—Es visible en la pantalla, capitán —intervino Sulu.
Kirk se volvió bruscamente para encararse con la pantalla. Pasaban por encima del lado nocturno del planeta, pero eso tenía poco efecto sobre los sensores. En su mayor parte, aquel mundo tenía el mismo aspecto que cualquier otro planeta de clase M, con sus océanos, masas continentales y nubes… excepto un área circular emplazada en la costa dentada de un continente que tenía la forma aproximada de un diamante y ocupaba la mitad del hemisferio meridional. Allí, a pesar de una casi total ausencia de nubes, la superficie presentaba un aspecto indistinto, casi borroso y, a lo largo de más de cien kilómetros, la línea que separaba las tierras de las aguas, que aparecía claramente delineada en otras zonas, no sólo era brumosa sino que parecía oscilar, como si se la mirara a través de una lente distorsionadora que se moviera continuamente.
—¿Tendría un mundo con el nivel tecnológico de éste la energía necesaria para crear un escudo semejante? —preguntó Kirk, aunque ya conocía la respuesta.
—Yo no lo creo, capitán —fue la contestación de Scott—. Para generar un escudo de ese tamaño, sólo la antimateria podría proporcionar la energía necesaria.
—Lo cual, según los informes de los exploradores de la Federación redactado hace menos de diez años, no sería técnicamente asequible para ninguno de los dos mundos hasta pasado un siglo.
—Sí, capitán, y aunque se tenga la energía, está el pequeño detalle de que primero hay que saber generar un escudo. No se me ocurre cómo pueden haberlo conseguido, al menos no sin ayuda del exterior.
—Pensaba exactamente lo mismo, señor Scott —comentó Kirk con una mueca, cuando la imagen de su viejo amigo Tyree, el líder de los montañeses de un planeta primitivo, se inmiscuyó en su mente. También allí los nativos habían realizado un gigantesco salto tecnológico en poco menos de una década. En aquel caso, la nueva tecnología había consistido en la pólvora y los fusiles de chispa, no en un escudo energético de diez mil kilómetros cuadrados, pero lo inesperado e improbable de ambos avances era, en parte, comparable.
En aquel lugar, el planeta de Tyree, el «avance» había sido obra de un pequeño grupo de klingons que secretamente llevaban a cabo los «inventos», subvertían a los nativos y fomentaban la guerra.
—Sondeo de sensores a máximo alcance, señor Pritchard —ordenó Kirk mientras se levantaba bruscamente del asiento de mando y avanzaba a grandes zancadas hasta la terminal científica—. ¡Si en este sistema solar hay alguna nave capaz de alcanzar velocidades hiperespaciales, quiero saberlo! O cualquier otra área protegida con escudos, sobre o fuera del planeta.
—Sondeo de sensores a máximo alcance, señor —le contestó Pritchard, que se atrevió a echarle una fugaz mirada al capitán por encima del hombro.
Kirk podía percibir el nerviosismo del joven oficial y sabía que su presencia no hacía más que aumentarlo, pero no podía evitarlo. Las vidas de Spock y McCoy estaban en juego allá abajo, y no podía permitirse perder tiempo ni energía para apaciguar los sentimientos de Pritchard.
Pasados unos minutos, Pritchard levantó sus ojos hacia él con expresión de disculpa.
—Lo siento, señor, pero no hay absolutamente nada. Sólo un dispositivo de camuflaje romulano podría…
Kirk negó con la cabeza.
—Dudo mucho que los romulanos estén detrás de lo que sucede aquí, sea lo que sea, señor Pritchard. A menos que hayan cambiado de manera radical, serían muchísimo más propensos a desafiar abiertamente a la Federación que a utilizar tácticas solapadas como la que tenemos delante. Continúe con el sondeo, teniente. Busque cualquier cosa que se salga de lo corriente. Cualquier cosa.
Kirk se irguió y se alejó de la terminal científica para encararse con Kaulidren.
—¿Qué sabe usted sobre ese escudo, primer ministro?
—¿Qué quiere usted que sepa de él? No soy científico. Pero ya le puse sobre aviso sobre la naturaleza traidora de Delkondros. Yo…
—Pero no me advirtió de la existencia de ese escudo. ¿Es algo nuevo para usted?
—No sabía que lo tuvieran, si es eso lo que me pregunta. Hasta donde yo sé, nunca lo habían utilizado antes. Aunque no puedo decir que me sorprenda.
—¿Por qué no? ¿Han hecho antes de ahora cosas de este tipo?
Kaulidren asintió con vehemencia.
—¿Por qué otro motivo íbamos a necesitar mantener este mundo bajo constante vigilancia? Sus naves, incluso las más pequeñas, de un tamaño no superior a la que yo he utilizado para subir a bordo de la
Enterprise
, son ahora capaces no sólo de entrar en órbita alrededor de Vancadia, sino de realizar el viaje hasta Chyrellka… ¡y regresar! Sus fuentes de energía…
—¡Capitán! —interrumpió Pritchard en tono alarmado—. ¡La fuerza del escudo aumenta rápidamente!
Kirk se volvió de inmediato hacia la terminal científica y estudió el visor principal. La imagen de Vancadia rielaba.
Luego la distorsión cesó y la superficie del planeta quedó tan clara como el cristal. Virtualmente en el mismo instante, la conexión con la superficie quedó restablecida. La voz de Delkondros estalló en el puente; las palabras eran pronunciadas con precipitación, pero tenían una claridad ominosa.
—Cualquier intento de transportar a sus hombres a bordo ocasionará su muerte inmediata.
Los ojos de Kirk se dilataron con incredulidad. Tras tragarse el impulso de preguntarle a aquel hombre si estaba loco, Kirk le hizo a Uhura una señal para que cortara la transmisión desde la
Enterprise
.
—Sala de transporte —gritó Kirk—, centre las coordenadas sobre esos transmisores, pero active sólo cuando yo le dé la orden.
—Transportador centrado, señor. A la espera de su orden.
—Teniente Pritchard, sondeo de área con máxima resolución de sensores.
—Once humanoides en el área inmediata a los comunicadores. Imposible determinar identidades a esta distancia. No hay indicios de armas energéticas avanzadas.
—Capitán Kirk. —La voz de Delkondros volvió a sonar—. Sé que me ha oído. ¿Ha comprendido lo que acabo de decirle?
—Sala de transportes, permanezca a la espera —dijo Kirk mientras le hacía a Uhura una señal para indicarle que volviera a abrir el canal.
—Le he oído, Delkondros —continuó, dirigiéndose al presidente del consejo de Vancadia—, pero tengo la esperanza de no haberle comprendido correctamente. ¿Me ha dicho usted que mis hombres son ahora sus rehenes?
—A corto plazo, eso podría ser verdad, capitán Kirk, pero creemos que no nos queda otra elección, especialmente dado que usted ha recibido a Kaulidren a bordo de su nave. ¡Es él quien está loco! ¡Debe creerme!
—¡Me sentiría más inclinado a dar crédito a sus afirmaciones, Delkondros, si no amenazara usted la vida de mis oficiales! Déjeles en libertad y podremos hablar. Podemos transferirle a usted mismo a bordo, si es eso lo que quiere. ¡Estamos dispuestos a escuchar todo lo que tenga que decir, a tomar en consideración cualquier prueba que tenga! ¡Mis hombres han bajado a su planeta para eso, para estudiar las pruebas! ¡Así que si realmente tiene las pruebas que afirma tener, déjeles en libertad y permítales evaluarlas!
—¡Eso es precisamente lo que planeo hacer! —le contestó Delkondros—. ¡Pero no en ese orden!
—Déjeme hablar con ellos —dijo Kirk con aspereza.
—Lo lamento, pero eso es imposible. Aunque no tenemos ningún deseo de hacerles daño, créame. Sólo si usted nos obliga…
—¡Loco! —le interrumpió Kaulidren—. ¡Ya se lo advertí, ese hombre está completamente loco!
—¡Seguridad! —gritó Kirk—, estén preparados para escoltar a Kaulidren y a sus hombres fuera del puente cuando les dé la orden.
Los dos oficiales que se hallaban a ambos lados del turboascensor, avanzaron.
—¡No estoy loco, capitán, sólo desesperado! —gritó Delkondros—. ¡Con él a bordo de su nave, cómo puedo estar de otra forma! Sus mentiras…
De pronto, un manicomio de voces de otras personas brotó por los altavoces, todas gritaban al mismo tiempo y se ahogaban las unas a las otras.
—¡¿Qué sucede?! —gritó Kirk por encima del escándalo.
Pero no obtuvo ninguna respuesta inteligible, sólo la continuación de los gritos, y luego los ruidos producidos por cosas que alguien derribaba y rompía.