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Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

El renegado (10 page)

Luego volvió a mirar a la cámara.

—Ciudadanos de Vancadia, el presidente del Consejo de Independencia de Vancadia.

La pantalla se oscureció durante un momento y luego se iluminó de nuevo al ser substituido el rostro del gobernador por el de Delkondros.

—Les insto a todos a que me escuchen y crean lo que voy a decirles —comenzó sin preámbulos la imagen de Delkondros que se veía en las dos diminutas pantallas—. He renunciado a mi libertad para traerles a ustedes este mensaje. Así de importante lo considero. Para conseguir que el gobernador Ulmar me escuchara, para lograr que me permitiese hacer esta transmisión, he tenido que entregarme. ¡Lo que debo decirles es tan importante, tan vital, que estoy dispuesto a pagar ese precio!

Hizo una pausa y tragó, en una buena imitación de hombre nervioso.

—Como ya saben todos ustedes —prosiguió—, hace algún tiempo que los chyrellkanos solicitaron la ayuda de la Federación para resolver las disputas que han surgido recientemente entre nuestros dos mundos. En un primer momento, yo creía profundamente que, una vez aquí, los representantes de la Federación escucharían realmente no sólo a los chyrellkanos, que les habían llamado, sino también a nosotros. Ahora, sin embargo, se ha hecho evidente que esa esperanza era absolutamente cándida, más aún que las esperanzas de muchos de ustedes respecto a que un día Chyrellka trate a Vancadia con justicia. Pero no somos las únicas víctimas de esa candidez.

Hizo una pausa tras aquella digresión, como para devolver sus pensamientos al tema central.

—La ayuda de la Federación ha llegado. Una nave de dicha organización ha entrado en órbita alrededor de Chyrellka hace apenas unas horas. No tenemos forma alguna de saber qué hacen allí. Todas las comunicaciones con Chyrellka quedaron cortadas a los pocos minutos de su llegada, y ni yo ni el gobernador hemos podido restablecer el contacto. Lo que sí sabemos, no obstante, es que una nave de la Federación está en órbita alrededor de Vancadia. Podría tratarse de la misma nave, pero también podría ser una segunda, aunque eso no es importante. Lo que importa verdaderamente es que sí sabemos lo que ha hecho la tripulación de esa nave.

Hemos podido ver qué tipo de «ayuda» nos ha enviado la Federación.

El rostro de Delkondros se desvaneció bruscamente y fue substituido por una imagen de la sala de la que habían huido Spock y McCoy con Tylmaurek y los otros dos vancadianos. El cuerpo del otro klingon miembro del consejo yacía donde había caído, pero el del hombre al que habían empujado al interior con la pistola de láser en la mano ya no se encontraba allí.

Pero eso no era todo. Otros siete miembros del consejo yacían dispersos por el suelo, junto con otros tres hombres a los que ni Spock ni McCoy reconocieron. Resultaba obvio que todos habían sido víctimas de disparos de láser.

—¿Cómo han llegado esos tres hasta allí? —exclamó Tylmaurek, casi ahogado.

—¿Quiénes son? —le preguntó Spock, mientras la cámara se detenía en mostrar los cadáveres.

—Son chyrellkanos —replicó Tylmaurek con incredulidad—. ¡Son supervisores coloniales chyrellkanos! ¡Y dos de ellos pertenecen a la plantilla personal del gobernador!

—Esta es la ayuda que la Federación ha proporcionado a Vancadia —prosiguió Delkondros—. Seguramente reconocerán entre los muertos a miembros tanto del consejo de independencia como del personal del gobernador. Se celebraba una reunión, en terreno neutral, entre algunos de los miembros de nuestro consejo y unos integrantes de la plantilla del gobernador, personas con las que hemos mantenido contacto secreto desde que nos declararon delincuentes. Era la primera tregua auténtica entre nosotros en más de un año, se había acordado a causa de la llegada de la nave de la Federación. Teníamos la esperanza, todos nosotros…

Delkondros se interrumpió y sacudió la cabeza; consiguió imitar otra vez, bastante bien, la forma en que se comporta un ser humano en momentos de tensión.

—¡Ya ni siquiera puedo recordar cuál era nuestra esperanza —declaró con una voz repentinamente apasionada—, pero lo que la Federación nos envió fue una banda de asesinos, los responsables de la matanza que acaban de ver en la pantalla! ¡Esos hombres han dejado una huella indeleble de sus rostros!

La cara de Delkondros permaneció en la pantalla durante algunos instantes más, luego fue reemplazada por un par de imágenes obviamente generadas por computadora, la una junto a la otra. Presumiblemente basadas en los recuerdos de Delkondros, no eran totalmente perfectas en una docena de detalles. La coloración era ligeramente más pálida, la forma de las narices, mentones y orejas estaban sutilmente distorsionadas, las expresiones eran fríamente amenazadoras.

Pero eran, sin lugar a dudas, los rostros de Spock y McCoy.

6

—Tal vez sería mejor que otra nave se hiciese cargo de la misión, Jim —sugirió el almirante Brady, cuyo curtido rostro llenaba la pantalla—. Podríamos tener un reemplazo de camino dentro de veinticuatro horas.

—No, gracias, almirante, prefiero buscar yo mismo una solución.

—Ya sé que ése es su deseo, Jim, pero dadas las actuales circunstancias…

—Dadas las actuales circunstancias —le interrumpió Kirk con voz tensa—, es responsabilidad mía y absolutamente de nadie más. Si usted duda de mi capacidad para conservar la objetividad, puede ordenarme que abandone el caso, esa será la única forma en que yo acepte marcharme.

La imagen de Brady estudió silenciosamente a Kirk durante varios segundos. Finalmente, asintió.

—Hubo una época en la que eso podría haber sucedido —le contestó en voz baja—, pero ha quedado atrás. Manténgame informado. Yo notificaré lo sucedido a Sarek y Amanda, así como a la hija del comandante McCoy. ¿Cómo se llama, Jim?

—Joanna. Pero no lo haga todavía, almirante.

—¿Por qué no? ¿Prefiere hacerlo usted mismo?

—Si he de decirle la verdad, sí, lo prefiero. —Si tenía que decir toda la verdad, no podía soportar la idea de que algún otro diera aquella noticia, pero no se trataba sólo de eso—. Almirante…

—¿De qué se trata, Jim? —le preguntó Brady al ver que Kirk no continuaba—. ¿Tiene alguna duda respecto a que hayan muerto?

Kirk tragó.

—En realidad, no, señor, pero…

—Ya comprendo. Hasta que no vea los cadáveres, siempre quedará espacio para una duda razonable. Muy bien. Cuando quede satisfecho, lo notificará usted mismo a los familiares. Entre tanto, ordenaré que se haga una revisión de todos los registros de contactos establecidos con mundos no pertenecientes a la Federación, en busca de pruebas de influencia externa, ya sea klingon o de otro tipo.

—Existe otra prueba aquí mismo, almirante —intervino Kaulidren, que había permanecido de mala gana en silencio hasta ese momento—. Ahora que les he oído a usted y al capitán Kirk hablar de esos klingon y de su táctica desorganizadora, puedo verlo con claridad.

Kirk se volvió velozmente hacia el chyrellkano.

—¿De qué pruebas habla, Kaulidren? ¿Se trata de algo diferente al escudo?

Kaulidren asintió con un enfático movimiento de cabeza.

—Usted estaba interesado en las posibles causas del actual estado de relaciones entre nuestros mundos, capitán. Bueno, pues ahora le hablaré de una de las principales razones que nos separó… la aparente invención por parte de los vancadianos de un motor interplanetario perfeccionado.

—Pero, ¿no habría tenido el efecto precisamente contrario la aparición de ese motor perfeccionado? —le preguntó Kirk con el entrecejo fruncido—. Habría hecho más fácil viajar entre ambos planetas, habría favorecido el contacto.

—Si lo hubiéramos descubierto nosotros —le contestó el chyrellkano—, habría sucedido exactamente así. Pero no fuimos nosotros sino los vancadianos quienes lo hicieron. O a quienes se lo entregaron esos klingon de los que hablan ustedes. En cualquier caso, ese descubrimiento ha hecho necesario que apostáramos naves de vigilancia en la órbita de Vancadia.

—Explíquese mejor, primer ministro —le pidió Kirk con expresión ceñuda cuando Kaulidren hizo una pausa.

—Es bastante sencillo. Seguramente, usted sabe que nosotros empleamos lanzaderas para entrar y salir de la órbita. Todos los vuelos interplanetarios se realizan en naves construidas en la fábrica orbital de Chyrellka. Al menos así era hasta hace cuatro años, cuando alguien de Vancadia construyó un tipo de motor perfeccionado. Eso les permitía llegar a Chyrellka en una sola nave, apenas más grande que nuestras propias lanzaderas. Podían hacer esa nave en cuestión de horas, en vez de los días que necesitábamos, y aún necesitamos, para construir nuestras propias naves.

—¿Y por qué hizo eso necesarias las naves de vigilancia? —le preguntó Brady con impaciencia cuando Kaulidren volvió a hacer una pausa.

—Porque los vancadianos utilizaron sus naves para obstaculizar y destruir completamente nuestra capacidad de llegar hasta Vancadia —le contestó un iracundo Kaulidren—. Eso ocurrió cuando Delkondros estaba dedicado a la agitación para conseguir la independencia instantánea, así que sólo puedo suponer que había decidido poner en marcha los medios para lograrla. Si nos aislaban físicamente de Vancadia, él suponía que no nos quedaría otra alternativa que dejarles hacer lo que quisieran, y eso fue precisamente lo que trató de hacer. Primero atacó y destruyó una flota de nuestras naves interplanetarias. Hasta ese momento, nosotros no teníamos siquiera noticia de la existencia de esas naves perfeccionadas. Y casi en el mismo momento, otra de esas naves atacó muestra fábrica satélite. Por pura suerte, hubo algo que falló en los nuevos motores y la nave vancadiana quedó destruida antes que pudiera causarle algo más que daños menores a nuestra fábrica.

—¿Y desde entonces? —preguntó Kirk.

—Desde entonces hemos conseguido recuperar el control de la situación. Obviamente, no hemos sido capaces de librarnos del propio Delkondros, pero por lo menos hemos conseguido que él y sus terroristas se vieran obligados a pasar a la clandestinidad. Sin embargo, hemos tenido mucha suerte. Si Delkondros no hubiese estado demasiado ansioso por utilizar sus dos primeras naves, no sé qué habría podido llegar a suceder. Pero las utilizó. Era demasiado impaciente para esperar diez años a que se les concediera la independencia prometida, y demasiado impaciente para esperar a que el nuevo motor estuviese plenamente perfeccionado. Atacó, y perdió las únicas dos naves operacionales que tenía a su disposición; antes que pudiera poner más en funcionamiento, nosotros conseguimos armar varias de nuestras naves y ponerlas en órbita alrededor de Vancadia. En efecto, levantamos una barrera ante él. A pesar de ello, intentó realizar otros lanzamientos en los meses siguientes, no solamente de naves de control remoto como la que vimos ayer, pero nosotros conseguimos derribarlas antes de que alcanzaran la órbita. Entonces, incluso él comprendió que le habíamos vencido y abandonó los intentos.

—¿Sabían ustedes con seguridad que las naves que derribaron estaban equipadas con el motor perfeccionado? ¿Y que estaban armadas?

—No podíamos estar seguros, por supuesto, no sin disponer de unos sensores como los que tienen ustedes. —Kaulidren echó una mirada en dirección a la terminal científica—. Pero no podíamos correr ningún riesgo. Si hubiésemos permitido que esas naves escaparan del campo de gravedad de Vancadia, su poder y maniobrabilidad las hubiera hecho aún más extraordinariamente peligrosas. La primera destruyó media docena de nuestras propias naves antes que consiguiéramos derribarla. Evidentemente, no podemos permitir que algo semejante vuelva a suceder.

—¿Y quién fue el responsable de la invención de ese motor perfeccionado? —le preguntó Kirk.

Kaulidren meneó la cabeza con el entrecejo fruncido.

—Ellos, por supuesto, nunca nos lo han dicho. Delkondros ha llegado incluso a negar su existencia, no sólo ante nosotros, sino ante los mismísimos vancadianos. A ellos les ha dicho que todo eso lo inventamos nosotros con el fin de poder mantener un control más estrecho sobre los vuelos de sus lanzaderas, y para continuar negándoles la independencia que exigen. No obstante, nosotros hemos conseguido recoger algunos rumores concernientes al origen del motor.

—Y esos rumores…

—Dicen que uno de los científicos de Vancadia, uno que estudió en Chyrellka hace más de una década, desarrolló la teoría en la que se ha basado ese perfeccionamiento, aunque ese supuesto inventor se mató muy convenientemente en uno de los primeros vuelos de prueba. Se dice que sus notas le sobrevivieron, y que otros han podido completar así el trabajo iniciado por él. Todo eso, por supuesto, sucedió mucho antes que apostáramos nuestras naves de vigilancia en la órbita de Vancadia, por lo que no podemos saber qué parte de la historia es verdad, si es que hay alguna cierta.

—¿Ese científico era alguien a quien usted conociera?

—No personalmente, por supuesto. En este momento ni siquiera recuerdo cómo se llamaba, pero sí tengo muy presente que examinamos el historial académico que de él tenían en la universidad de Chyrellka, donde había estudiado.

Era casi el último de su clase en prácticamente todo. Decididamente, no era el historial académico que uno esperaría de alguien que está a punto de hacer un gran descubrimiento científico.

—Pero lo hizo —comentó Kirk cuando Kaulidren guardó silencio—, y por lo tanto ustedes suponen que con ayuda.

—Ahora que sé que esa ayuda pudo haber estado a su disposición, sí, lo supongo. Esa sería, en apariencia, la única explicación razonable.

—¿Le ha dado alguna pista el sondeo del sistema realizado con los sensores, Jim? —inquirió Brady desde el cuartel general de la Flota Estelar.

—Absolutamente nada, almirante. Aparte de la
Enterprise
, dentro del radio de alcance de los sensores no hay nada que sea capaz de desarrollar velocidades hiperespaciales, tampoco hay ninguna fuente energética de antimateria.

—¿Y el escudo mismo no podría ocultar alguna?

—No, almirante. El escudo evitaría que nosotros pudiésemos localizar con precisión cosas semejantes, incluso que obtuviéramos datos técnicos fiables sobre ellas, pero no bloquea nuestros sensores hasta el punto de ocultar la existencia misma de un generador energético de antimateria o de un motor hiperespacial. Por ejemplo, podemos detectar un generador energético de fusión nuclear que está debajo del escudo. Lo único que no sabemos son su tamaño y emplazamiento precisos.

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