—Por supuesto que no, doctor. Mi acuerdo se basa en el resto de lo que Tylmaurek acaba de contarnos. No obstante, me veo obligado a señalar que, en la situación en la que nos hallamos, las mejores probabilidades no son en absoluto unas probabilidades buenas.
—¡Y se ponen peor cada segundo que permanecemos aquí sentados comentándolas! —Abruptamente, McCoy abrió la puerta de un empujón y salió del vehículo.
Tras otra rápida comprobación de las lecturas del sensor, Spock y Tylmaurek le siguieron y segundos más tarde los tres se internaban por una escalera cerrada, a unos doce metros de donde habían dejado el vehículo flotante.
—El vestíbulo está vacío —declaró Spock cuando llegaron al cuarto piso. Poco después los tres se hallaron en un corredor espartano, ante una puerta lisa de color marrón.
—¿Rohgan está solo, señor Spock? —le preguntó Tylmaurek al vulcaniano.
—Si quiere saber, consejero, si hay una sola persona al otro lado de esta puerta —precisó Spock mientras levantaba los ojos del sensor que llevaba colgado al hombro—, la respuesta es sí. Si esa persona es o no el hombre al que usted llama Rohgan, es algo que no tengo forma alguna de saber. Las lecturas indican, sin embargo, que ese hombre no es un klingon, que pesa aproximadamente noventa kilos, que tiene el perfil fisiológico correspondiente a un ser humano terrícola de aproximadamente sesenta años de edad, y que en este momento se encuentra extremadamente agitado.
Tylmaurek parpadeó y miró el sensor.
—Supongo que esa cosa no podrá decirle el porqué de esa agitación.
—No, consejero, pero la lógica sugiere que su estado emocional está relacionado con la aseveración transmitida por Delkondros referente a que su mundo está, en efecto, bajo un ataque de la Federación. Usted mismo se encuentra en un estado similar.
—Si ustedes dos han acabado ya de discutir sobre sus respectivos estados emocionales… —les interrumpió McCoy con un gesto hacia la puerta.
Tylmaurek asintió con la cabeza y llamó brevemente.
La puerta se abrió casi de inmediato y en ella apareció un hombre alto y esbelto, de cabello blanco y ralo. Llevaba el mismo tipo de camisa suelta que vestía Tylmaurek, pero con una prenda por encima, probablemente el equivalente vancadiano del jersey. Sus ojos se agrandaron al ver a Tylmaurek. Un instante después, cuando echó una mirada hacia un lado y vio a Spock y McCoy, retrocedió con un respingo involuntario.
McCoy se tensó, preparado para echar a correr, pero entonces, abruptamente, una débil sonrisa apareció en el rostro del maduro profesor.
—Ah —comentó en voz baja—. El escuadrón asesino de la Federación y uno de los colaboracionistas traidores. Entren, rápido, antes que les vea algún ciudadano leal.
—Todos los sensores comprobados, funcionamiento al ciento por ciento, capitán —anunció la voz de Scott por el intercomunicador— mientras Sulu hacía virar la
Enterprise
, la dirigía hacia Vancadia y volvía a imprimirle máximo impulso.
—Lo mismo ocurre con los equipos de comunicaciones, capitán —dijo Uhura, un instante después—. Pero no hemos obtenido más respuesta de la Flota Estelar, ni por los canales corrientes ni por la banda de emergencia.
Kirk dejó escapar el aire con un suspiro de frustración. Los percances iban en aumento. Según las pruebas realizadas, todos los sistemas de la
Enterprise
funcionaban a pleno rendimiento, o casi; sin embargo, en muchos aspectos parecía que la nave hubiera caído fuera del universo conocido. No podían ponerse en contacto con el cuartel general de la Flota Estelar ni con ninguna otra nave que estuviera en el espacio. Los millares de señales electromagnéticas que anteriormente habían captado tanto de Chyrellka como de Vancadia, no existían ya. Los sensores no captaban otra cosa que las radiaciones de los tendidos energéticos y cosas así… pero ninguna señal modulada, ni de radio, ni de televisión, absolutamente nada.
Cada vez se hacía más poderosa la sensación de que el escudo no había sido puesto alrededor de Vancadia ni de la totalidad del sistema chyrellkano, sino en torno a la propia
Enterprise
, de no ser porque los sensores, que podían detectar los campos magnéticos de ambos planetas y del propio sol, no conseguían captar escudo alguno. Tal vez si enviaba una lanzadera fuera de la nave y comparaba las lecturas de sus sensores con las de la
Enterprise
…
—¡Capitán! Lo han vuelto a activar.
La voz del teniente Pritchard interrumpió las especulaciones de Kirk sobre lo imposible. Al volver velozmente los ojos hacia la pantalla frontal, el capitán de la
Enterprise
vio que tenía un imposible más para incluir en aquella ecuación. Efectivamente, el escudo había sido reactivado, pero si antes su elusivo temblor cubría un círculo de aproximadamente cien kilómetros de diámetro, ahora abarcaba un área que doblaba por lo menos esa extensión.
Además, en lugar de un débil rielar indefinido, destellaba con una transparencia sólida.
McCoy no advirtió que había permanecido con la respiración contenida hasta que el profesor Rohgan cerró apresuradamente la puerta tras ellos y se volvió para mirarlos; la sonrisa había desaparecido de su rostro, en el que sólo se reflejaba tensión.
—Supongo, Tylmaurek —comenzó a decir Rohgan—, que existe una explicación razonable para lo que Delkondros acaba de afirmar en esa transmisión.
—¡Mentiras, absolutamente todo! —declaró Tylmaurek atropelladamente.
—¿No han sido asesinados nuestros amigos? —La esperanza brillaba en los ojos de Rohgan.
Por un momento reinó un silencio absoluto. McCoy pudo ver cómo temblaba la mandíbula inferior de Tylmaurek con el regreso del dolor, mientras el hombre negaba con la cabeza.
—No —le contestó con voz quebrada—, los asesinatos fueron reales. —Tras tragarse la indecisión, continuó—. Yo no presencié sus muertes, pero sé casi con seguridad que realmente los mataron. Vi a Delkondros asesinar a otro hombre, pero no a uno de los miembros del…
—¿Afirmas que Delkondros es un asesino? —le interrumpió Rohgan—. ¿Estás completamente seguro? ¡No creía que ni siquiera él pudiese estar tan loco!
Tylmaurek profirió un bufido, un resoplido seco y amargo.
—Él lo hizo, o les ordenó a otros que lo hicieran, pero no fue por locura. —Miró a McCoy y Spock—. Al menos no por ninguna clase de locura normal.
Luego comenzó a explicárselo todo. Mientras Tylmaurek hablaba, los ojos de Rohgan se agrandaron primero y luego se entrecerraron. De vez en cuando miraba a Spock y McCoy, como si quisiera verificar en las expresiones de sus caras la verdad de lo que contaba Tylmaurek.
Cuando éste concluyó, Rohgan dejó escapar la respiración en un suspiro explosivo.
—¿Lo que tú crees, entonces, es que Delkondros no es el paranoico excesivamente ambicioso que yo siempre he supuesto que era, sino un alienígena asesino?
—Ya sé que parece algo descabellado, profesor —comenzó McCoy cuando Tylmaurek pareció no hallar respuesta—, pero…
—Muy al contrario, doctor… McCoy, ¿verdad? Muy al contrario, es la primera explicación razonable del comportamiento de Delkondros que he oído en los últimos años. Y resulta casi un alivio para mi propia conciencia. Desde que marché del consejo, he tenido muchísimo tiempo para preguntarme si, de no haberlo hecho, hubiera podido influir sobre él para que siguiera una línea de acción menos desastrosa que la aplicada. No obstante, según lo que ustedes dicen, creo que nadie lo podría haber conseguido. Sus palabras y sus actos han estado todos conscientemente dirigidos a separar nuestros dos mundos, a provocar toda la discordia posible. Pero, ¿por qué? ¿Qué razones pueden tener esos alienígenas para querer trastornar nuestros pequeños mundos?
McCoy profirió un bufido reprimido.
—Es parte de su misión en esta vida. Se dedican a eso.
—Aún así… —Rohgan dejó la frase sin terminar—. Pero estamos desperdiciando un tiempo muy valioso —declaró, y se volvió bruscamente hacia Spock, recorrió una vez más con los ojos al vulcaniano, sus orejas, el delicado matiz verde cobrizo de su piel; luego bajó los ojos hasta el sensor que continuaba colgado del hombro de Spock—. ¿Puede usted detectar con ese aparato a los alienígenas, independientemente de su apariencia externa? ¿Y a una distancia razonable? ¿Es eso lo que debo deducir?
—A estos alienígenas en particular, profesor —le respondió Spock—. Pero no a todos.
—¿Es que hay algún otro tipo implicado en esto?
—No que yo sepa, profesor.
Rohgan respiró profundamente.
—En ese caso, suponiendo que todo lo dicho por Tylmaurek sea verdad, quizá yo pueda conseguir ponerles en contacto con su nave. Incluso tal vez pueda disponer las cosas de forma que se les traslade a la propia nave.
Una ola de esperanza invadió a McCoy y le aceleró el ritmo cardíaco, pero un instante después, como un golpe físico, le acometió brutalmente la sospecha de que aquel hombre trataba forzosamente de engañarles. Era sencillamente demasiado bueno para ser cierto que la primera persona a la que les había llevado Tylmaurek, además de no intentar disparar contra ellos o entregarles, tuviera una forma de poder contactar con la
Enterprise
.
—¿Cómo? —le preguntó McCoy con sequedad—. Nosotros tenemos comunicadores de la Flota Estelar, y no podemos ponernos en contacto con la nave.
—Es una larga historia, ahora no tenemos tiempo para explicaciones —le respondió Rohgan—. Baste decir que un grupo de nosotros hemos trabajado en un plan propio. Ahora…
Rohgan se interrumpió y profirió un grito ahogado cuando un sonido como el de una sirena llenó la habitación.
—Otro boletín —anunció con voz temblorosa a causa del repentino sobresalto.
Se volvió para activar la pantalla que estaba empotrada en la pared. Al encenderse, la bandera chyrellkana llenó la pantalla y pasados apenas unos instantes fue reemplazada por el rostro del gobernador.
Pero no se trataba de su imagen en directo, sino obviamente de una imagen fija, una fotografía.
Entonces comenzó a hablar una voz que no era ni la del gobernador ni la de Delkondros.
—La oficina colonial de Vancadia lamenta anunciar que el gobernador Ulmar y el presidente del consejo Delkondros han muerto a manos del grupo asesino de la Federación.
Con esas palabras, la fotografía del gobernador desapareció y fue substituida por las mismas imágenes de Spock, McCoy y Tylmaurek que habían sido utilizadas en la emisión anterior.
—Hace apenas unos minutos —prosiguió la voz—, por medio de alguna tecnología de la Federación, desconocida por nosotros, estos tres individuos consiguieron eludir los dispositivos de seguridad del gobernador, asesinaron al gobernador Ulmar y al presidente del consejo Delkondros y escaparon después. Si alguien ve…
Rohgan apagó la pantalla. McCoy vio que tenía la cara blanca como el yeso, y se preguntó si no estaría a punto de desmayarse. Sin embargo, dio media vuelta, se precipitó hacia la puerta y la abrió de golpe.
—¡Vengan conmigo, rápido! Les explicaré todo por el camino.
—Espere, profesor.
Era Spock quien acababa de hablar. McCoy volvió la cabeza y vio que su compañero estaba concentrado en las lecturas del sensor. El vulcaniano lo había consultado cada pocos segundos desde que entraron en la habitación, pero en aquel momento estudiaba las lecturas sin levantar los ojos de ellas y desplazaba ligeramente el instrumento.
—Hay tres formas de vida que acaban de penetrar en el edificio —prosiguió Spock—, en la planta del aparcamiento. Las lecturas indican que dos de esas formas de vida son humanas, pero la tercera es un klingon y lleva un arma energética similar a las pistolas de láser que fueron utilizadas en los anteriores atentados contra nuestras vidas.
McCoy le lanzó a Rohgan una mirada acusadora. ¡Efectivamente, era una trampa!
—¿Qué hizo usted, profesor? —le espetó—. ¿Pulsó alguna alarma cuando entramos aquí?
—No, doctor —le contestó Spock, sin apartar los ojos del sensor—. Según las reacciones fisiológicas del profesor, está tan sobresaltado como usted mismo, probablemente más todavía. Pero si vamos a marcharnos de aquí, caballeros, yo sugeriría que lo hiciésemos ahora mismo. Los recién llegados están a punto de entrar en el ascensor.
Rohgan, que se había quedado inmóvil al oír la advertencia de Spock, se lanzó ahora al exterior y echó a correr por el pasillo.
—Podemos bajar por las escaleras. Mi…
—Sólo el klingon y uno de los seres humanos han entrado en el ascensor —le previno Spock—. El segundo ser humano parece regresar a las proximidades del vehículo que los ha traído hasta aquí; desde él, según creo, se ve claramente la entrada a la escalera.
Rohgan se detuvo con un estremecimiento ante la puerta de la escalera y se recostó contra ella sacudiendo la cabeza.
—¿Estamos atrapados, entonces?
—No necesariamente —exclamó McCoy, al recordar cómo había conseguido escapar de Delkondros. Continuaba sin confiar plenamente en Rohgan, pero aquel hombre era decididamente preferible a lo que subía en el ascensor—. Spock —dijo agitadamente mientras rebuscaba en su maletín médico—, todavía me quedan un par de dosis en la pistola hipodérmica.
—Comprendido, doctor —le contestó Spock, que continuaba con los ojos fijos en el sensor—. Profesor, creo que nuestra mejor oportunidad reside en que se coloque usted directamente ante las puertas del ascensor, al otro lado del pasillo. Atraiga la atención de esos dos cuando se abran las puertas.
—¿Qué…?
—Consejero, permanezca fuera de la vista —le ordenó Spock con un gesto de la mano que tenía libre—. Doctor, el klingon está a la izquierda.
Con la pistola hipodérmica en la mano, McCoy corrió hacia el lado izquierdo del ascensor y se apoyó de espaldas contra la pared. Spock, tras cambiar el sensor a la mano izquierda, se apostó contra la pared del lado derecho.
—Segundo piso —anunció Spock, contando en voz baja—. Tercero y…
El runrún del ascensor cesó. Spock cerró y soltó el sensor, que quedó colgado de la correa que tenía sobre el hombro. Durante un momento sólo hubo silencio, excepto el continuo tragar nervioso de Rohgan.
Las puertas se abrieron hacia los lados.
El ser humano pareció sobresaltarse al ver a Rohgan de pie a menos de dos metros de él. Tendió la mano hacia el arma de proyectiles que llevaba en el cinturón, semejante a la empleada por Delkondros en el edificio del que habían huido.