El renegado (13 page)

Read El renegado Online

Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

Kirk cerró fuertemente los ojos con frustración.

—¿Dónde nos deja eso, Scotty? ¿En que existe la verdadera fuente energética, pero está oculta tras otro escudo? ¿Con un escudo más sofisticado aún que los de los klingon? ¿Un escudo que nuestros sensores no pueden detectar?

Kirk calló. El pensamiento de las lecturas erróneas de los sensores le recordó el fallo de funcionamiento sufrido por la computadora, que había causado aquella falsa alarma de intrusión poco después que Kaulidren y su grupo llegaran a bordo de la
Enterprise
. Según Spock, había sido el resultado de dos lecturas mutuamente contradictorias realizadas por dos equipos sensores diferentes.

—Haga un repaso completo de los sensores, señor Scott —le pidió al ingeniero.

—¿Señor? —inquirió la voz de Scott—. ¿Está usted seguro? Eso nos llevará casi…

—Hágalo, Scotty —le espetó Kirk con impaciencia—. Haga de ello una prioridad.

—Sí, capitán. Le mantendré informado.

—Teniente Uhura, ¿ha contactado ya con la Flota Estelar? —No, capitán —le respondió ella con la frente arrugada de perplejidad—. No obtengo respuesta en ninguna de las frecuencias estándar. ¿Quiere que lo intente en la banda de emergencia?

—Primero haga una comprobación de los equipos —le contestó Kirk, cuya intranquilidad aumentaba un punto más.

—Ya ha concluido la comprobación, señor. No se detecta ningún problema de funcionamiento.

—Comprendo. —Volvió los ojos hacia Pritchard, que continuaba ante la terminal científica, y se volvió hacia Uhura—. Muy bien, teniente, inténtelo en la banda de emergencia.

—Sí, señor.

—Teniente Pritchard, Spock dijo que tenía un programa que ya estaba listo para ponerlo en funcionamiento, algo cuyas probabilidades de identificar con precisión qué había provocado el aparente desperfecto del funcionamiento de la computadora superaban el diez por ciento de los programas corrientes. Búsquelo y póngalo en funcionamiento.

—El señor Spock dejó iniciado el proceso de revisión antes de bajar al planeta, capitán. —Pritchard hizo una pausa y se inclinó sobre las lecturas—. No hemos obtenido ningún resultado concluyente. Sólo confirma el primer diagnóstico general. El problema se originó como resultado de un conflicto surgido entre las lecturas de dos sensores diferentes. No hay ningún indicio de cuáles fueron esas lecturas ni del motivo causante del conflicto.

—¿Hay alguna otra prueba a la que pueda someterse la computadora, teniente?

—Ninguna con los programas estándar, señor. —Pritchard vaciló durante un momento; sus ojos se encontraron con los de Kirk y luego los bajó—. Tengo entendido que al señor Spock se le habían ocurrido algunas ideas para realizar modificaciones especiales en su propio programa con el fin de aumentar su capacidad para diagnosticar problemas de este tipo, en los que una parte o todas las grabaciones de las lecturas causantes del conflicto han sido borradas, pero, hasta donde yo sé, nunca se llegaron a realizar esas modificaciones.

«Y, ahora, ya nunca se harán, —no pudo evitar decirse mentalmente Kirk—, a menos que consigamos otro oficial científico que esté a la altura de Spock.» No era una perspectiva muy probable.

—La Flota Estelar no responde a la llamada de emergencia, capitán —informó Uhura—. Vuelvo a intentarlo.

—Procure contactar con otras naves que estén dentro de nuestro radio de alcance. El almirante dijo que había como mínimo una a menos de un día de distancia.

—Sí, capitán. —Diestramente, los dedos de Uhura corrieron por el panel que tenía ante sí—. No hay respuesta —anunció pasado un momento.

Las arrugas del entrecejo de Kirk se hicieron más profundas, su inquietud aumentó más aún.

—Vuelva a intentarlo, teniente. Y, teniente Pritchard…

—Capitán —le interrumpió Uhura con una voz mezcla de sorpresa y alivio—. La Flota Estelar nos llama.

—¡En pantalla!

—Sí, señor.

Vancadia desapareció de la pantalla y un instante después fue reemplazada por un remolino abstracto y caótico. Aquello duró varios segundos, hasta que finalmente se resolvió en una imagen rielante y borrosa del almirante Brady.


Enterprise
—comenzó a decir la imagen sin más preámbulo—, aquí el almirante Brady desde el cuartel general de la Flota Estelar. Sabemos que han intentado hablar con nosotros, pero hay algo que ha interferido sus señales subespaciales y, aparentemente, nuestras respuestas. Utilizamos la energía de emergencia para impulsar temporalmente nuestra señal, esperamos que les llegue. Aún no hemos podido determinar si la interferencia es un fenómeno natural o artificial. En cualquier caso, la revisión preliminar de las grabaciones de nuestros contactos con mundos no pertenecientes a la Federación en el sector de Chyrellka han revelado efectivamente una posible influencia externa. No hay nada concluyente, pero, según nuestra experiencia pasada, es muy probable que los klingon estén implicados en este caso.

La imagen onduló y estuvo a punto de desaparecer. Cuando volvió a afirmarse, Brady todavía hablaba.

—…una campaña organizada que nosotros no hemos conseguido determinar. —Hizo una pausa—. Sin embargo, si esa campaña existe realmente, parece bastante probable que el sistema de Chyrellka sea objeto de la misma. No obstante, es usted quien está en el escenario de los acontecimientos, Jim. Usted podrá juzgar mejor que yo, su interpretación de la Primera Directriz según se aplicaría a una posible interferencia klingon es, por lo menos, tan válida como la mía.

Trato de decirle, Jim, que tenemos una confianza absoluta en su criterio para tomar decisiones, sean cuáles sean. Usted ya lo sabe. No pensamos ponerle en tela de juicio por un asunto de esta importancia, en el que posiblemente se vea comprometida la seguridad de la Federación.

La imagen comenzó a ondular una vez más.

—La interferencia subespacial parece empeorar todavía más. Buena suerte, Jim.

Y desapareció en una colorida explosión de electricidad estática.

—Hemos perdido la señal, capitán —confirmó Uhura.

—Intente establecer contacto de nuevo —le espetó Kirk—, y no lo deje.

—Sí, señor.

Kirk permaneció momentáneamente en silencio, mientras los chisporroteos desaparecían y eran reemplazados por la imagen de Vancadia. Aún no había ningún indicio de la reactivación del escudo.

—Señor Pritchard, haga otro sondeo con los sensores… —le ordenó Kirk al oficial—, pero esta vez hacia afuera.

—¿Hacia afuera, señor?

—Hay algo que interfiere en las señales de salida y entrada con la Flota Estelar. Quiero saber con seguridad si el escudo ha sido realmente desactivado… o si podrían haberlo expandido, ampliado hasta el punto de encerrar a todo el planeta, y también a la
Enterprise
. Puede que parezca imposible —continuó, más para sí, pensando en voz alta—, pero según las lecturas de sus sensores, el escudo de la superficie del planeta era, en sí mismo imposible. Puesto que ya tenemos una imposibilidad confirmada, será mejor que comprobemos la existencia de una segunda.

—Sí, capitán.

Pritchard pulsó las órdenes necesarias a toda velocidad y observó las lecturas resultantes.

—No hay nada dentro del radio de alcance de los sensores, capitán —declaró tras unos segundos—. No hay campo energético de ninguna clase, excepto los asociados normalmente con los planetas y las estrellas.

—¿Y no hay nada fuera de lo corriente en esas lecturas?

—No, señor. Todo es normal dentro del radio de alcance.

—¡Capitán Kirk! —exclamó la voz de Kaulidren desde el intercomunicador—. ¡Mis consejeros y yo aún esperamos!

—Supongo que también han escuchado.

—¡Así es, y lo que hemos oído no hace más que aumentar nuestra ansiedad por obtener licencia para regresar a Chyrellka antes que esos problemas de funcionamiento… o ese sabotaje… se extienda al sistema de motores de su nave y nosotros nos quedemos varados en órbita alrededor de Vancadia! ¡Puede que usted desee pasar aquí el resto de sus días, pero puedo asegurarle que yo no!

A punto de hacer rechinar los dientes, Kirk refrenó su cólera.

—Muy bien, primer ministro —le contestó con voz tensa… La situación crecientemente impredecible hacía que no se sintiera inclinado a enviar a ninguno de sus tripulantes en una travesía del sistema a bordo de la lanzadera—. Suban a bordo de su propia nave. Nosotros les devolveremos a la órbita en torno a Chyrellka.

Tras cortar la comunicación con la cubierta del hangar, se volvió bruscamente hacia el timón.

—Llévenos a Chyrellka, señor Sulu, máximo impulso, y luego tráiganos de vuelta aquí.

Cuando el coche flotante abandonó las desiertas calles de la ciudad y se puso a atravesar la igualmente desierta zona universitaria, el doctor Leonard McCoy empezó a creer que, después de todo, quizás conseguirían llegar al punto de destino que Tylmaurek había seleccionado finalmente.

—Durante el período de emergencia sólo están permitidas las clases diurnas —les explicó Tylmaurek con nerviosismo mientras el vehículo flotante se deslizaba silenciosamente por el liso terreno ajardinado que mediaba entre los altos edificios de varias plantas. A excepción de una sola calle de superficie dura que acababa en el equivalente vancadiano del edificio de administración, no había nada previsto para vehículos rodados; sólo unas pistas flanqueadas por arbustos por las cuales podían pasar, sin demasiadas dificultades, los coches flotantes.

McCoy miró a Spock cuando el vulcaniano realizó un último infructuoso intento de contactar con la
Enterprise
a través del comunicador. McCoy mismo lo había intentado media docena de veces, con igual falta de resultados positivos. En el momento en que Tylmaurek condujo el vehículo a través de la entrada de un área de aparcamiento subterránea que aparentemente abarcaba el subsuelo de la mayor parte del recinto universitario, Spock guardó silencio y volvió a colocar el comunicador en el cinturón.

—¿Todavía no hay suerte, Spock?

—Ninguna, doctor —le respondió el vulcaniano; una ceja alzada constituyó el único indicio de que encontraba la pregunta de McCoy no tanto retórica como ilógica e innecesaria.

—Será mejor que utilicemos las escaleras —comentó Tylmaurek mientras dejaba el coche flotante en el primer espacio libre que había encontrado—. Tendremos menos probabilidades de encontrarnos con alguien y nos resultará más fácil escondernos si eso sucede.

—Espere un momento, consejero —le advirtió Spock cuando Tylmaurek comenzaba a abrir la puerta del vehículo.

—¿Qué sucede?

—Dos formas de vida humanoide se aproximan por la izquierda —le contestó el vulcaniano cuando levantó los ojos del sensor.

Tylmaurek se agachó y espió nerviosamente en la dirección indicada.

—Probablemente no sean más que unos estudiantes que se marchan a casa —comentó en voz baja, pasado un momento—. La mitad de la facultad vive en este edificio y, desde que fueron canceladas las clases nocturnas oficiales, algunos profesores imparten clases informales en sus dependencias personales. Es la única hora libre que tienen muchos estudiantes que trabajan.

En la nave contigua se puso en marcha el motor de un vehículo flotante y éste partió, con un ruido mucho mayor a los que habían oído hasta aquel momento. Pasados unos minutos, todo quedó en absoluto silencio.

—¿Viene alguien más hacia aquí? —preguntó Tylmaurek con una voz insegura—. Ya ha pasado la hora del comienzo del toque de queda, así que no debería salir nadie más, pero…

—No se acerca nadie, consejero. Tampoco —agregó Spock— puedo detectar ningún klingon en el interior del edificio.

—Después de esa transmisión —comentó McCoy con una mueca—, debemos preocuparnos de mucha más gente que los klingon. Tylmaurek, ¿piensa usted que ese profesor Rohgan es la única persona en la que puede confiar? ¿No hay nadie más, alguien que viva en una zona menos poblada? Estos uniformes y nuestras orejas no son precisamente el tipo de cosas que pueden pasar inadvertidas.

—Lo siento de veras —le respondió Tylmaurek, que tragó con dificultad—, pero me parece que es la mejor apuesta que podemos hacer. Mi actual situación es idéntica a la que él vivió hace cinco años —continuó.

Mientras el consejero hablaba, McCoy comenzó a preguntarse con inquietud si aquel hombre se sentía tan inseguro como parecía, si no hablaría simplemente para convencerse a sí mismo de haber tomado la decisión más correcta.

—Era miembro del consejo cuando éste era un organismo legítimamente electo, antes que nos declararan ilegales —prosiguió Tylmaurek—. Cuando Delkondros decidió intentar la consecución de nuestra independencia mediante el ataque a la fábrica orbital de Chyrellka, Rohgan y una media docena más de miembros presentaron la dimisión. Tylmaurek frunció el entrecejo—. Puede que incluso les comunicase a los chyrellkanos el ataque planeado por Delkondros, no lo sé. Puede que ese fuese el motivo de su fracaso. En todo caso, Roghan comprendió hace ya cinco años quién era Delkondros y se retiró del consejo. No he hablado con él desde que el consejo fue declarado ilegal, pero ahora…

Hizo una pausa y volvió a sacudir la cabeza.

—Es sólo una sensación, pero pienso que él es la única persona capaz de escucharme antes de disparar contra mí o entregarme a las autoridades. Y sólo él puede llegar hasta alguna persona que ocupe un cargo de autoridad para revelarle la verdad acerca de Delkondros. Eso, claro está, si hay alguien en un puesto de autoridad que no sea un klingon. —Hizo una pausa con el ceño fruncido—. Ahora que pienso en ello, me sorprende que Delkondros no haya incluido a Rohgan en su lista negra de colaboracionistas. Cuando el consejo fue declarado ilegal, después que los chyrellkanos destruyeran nuestras naves, Delkondros quería matarle, pero los demás conseguimos convencerle que sería contraproducente, si no algo peor.

—En efecto, ese hombre parece nuestra mejor apuesta —comentó McCoy cuando Tylmaurek guardó silencio, con una voz que pretendía alentar—. Y ahora pongámonos en marcha antes que Spock intente hacernos cambiar de opinión, o que nos atrapen.

—¿Por qué iba yo a querer hacerles cambiar de opinión, doctor? Creo efectivamente que el contacto con el profesor Rohgan nos ofrece una de las mejores probabilidades de supervivencia en las actuales circunstancias.

Los ojos de McCoy se agrandaron.

—¿Se basa en la «sensación» de Tylmaurek, Spock?

Other books

Big Italy by Timothy Williams
Vampire Addiction by Eva Pohler
Streams Of Silver by R. A. Salvatore
The Egyptologist by Arthur Phillips
Taunting Destiny by Hutchins, Amelia
The Last Pursuit by Mofina, Rick
Regina's Song by David Eddings
Orient Fevre by Lizzie Lynn Lee