—¡El resultado sería —le contestó Kaulidren con voz iracunda— que nosotros tendríamos al menos una oportunidad de sobrevivir! Si no están dispuestos a protegernos ni siquiera ahora… —hizo una pausa y sacudió la cabeza—. Puesto que esos klingon suyos les han dado a los vancadianos el escudo y los motores perfeccionados —prosiguió—, ¿qué les impedirá entregarles los rayos fásicos, o los torpedos de fotones?
—Probablemente muy pocas cosas —admitió Kirk—, siempre que los vancadianos estén dispuestos a aceptar y utilizar cosas semejantes.
Kaulidren profirió un bufido.
—¿Y por qué no iban a estarlo? ¿Quién, en su sano juicio, rechazaría un poder de ese tipo si se lo ofrecieran?
—¡Alguien que no lo necesitara! —le espetó Kirk.
—¿Sugiere, capitán Kirk, que la situación en que nos encontramos es culpa nuestra? ¡Permítame recordarle que lo primero que hicieron los vancadianos con sus motores perfeccionados fue atacarnos a nosotros! ¡Sin el más mínimo motivo!
—Eso lo comprendo. Sin embargo, ellos deben haber pensado que tenían uno.
—¡Por supuesto que lo pensaban! ¡La independencia inmediata! ¡Ya se lo comenté en el preciso instante en que subí a bordo de su nave! ¡Delkondros acababa de ser elegido para formar parte del consejo, y esa fue su forma de ascender! ¡De convertirse en presidente! Es evidente que esos klingon suyos tuvieron que llegar hasta él. ¡Obviamente, estaba dispuesto a hacer virtualmente cualquier cosa para ganar esas elecciones! ¡No me sorprendería lo más mínimo saber que fue él el responsable de la muerte de su principal opositor en aquellas elecciones, ese hombre de cuyo asesinato nos acusa a nosotros! ¡El hombre cuya muerte él mismo utilizó en su campaña para despertar sentimientos contra nosotros!
Kaulidren, jadeante, hizo una pausa para calmarse antes de proseguir.
—Si esos klingon de ustedes acechaban por los alrededores, si escuchaban nuestras comunicaciones y nuestras transmisiones, eso era lo único que les hacía falta saber. Debieron captar inmediatamente que Delkondros era un objetivo perfecto para sus propósitos. Lo único que necesitaban hacer era proporcionarle el motor. Y, una vez que él le hubiese puesto las manos encima, lo único que necesitaba hacer… lo único que hizo, de hecho, fue fabricar algunas mentiras acerca de nosotros. Nos culpó de media docena de tumultos que probablemente inició él mismo. Nos culpó de una muerte tras otra, la mayoría de las cuales fueron o bien accidentes o bien obra suya. ¡Luego hizo correr rumores sobre nuestro cambio de opinión y nuestro abandono de la promesa de concederles la independencia en la fecha acordada! Finalmente, presentó ese motor perfeccionado que según usted le entregaron los klingon y dijo: «¡Aquí lo tenéis! ¡Esto nos proporcionará la independencia, pero no dentro de diez años ni dentro de cien, sino ahora mismo!».
—Si eso es lo que sucedió, primer ministro —le dijo Kirk—, hay mayores razones todavía para no darles a usted y su mundo las mismas armas que tienen los vancadianos. Hemos de detener este proceso… esta escalada, ¡no encender la mecha que la haría estallar en una guerra abierta!
—Después de lo que ese demente les ha hecho a sus hombres, ¿todavía puede hablar así?
Kirk se tragó el dolor que momentáneamente le aferró la garganta ante el recuerdo.
—En primer lugar —le explicó al otro con deliberada lentitud—, todavía no sabemos qué sucedió realmente ahí abajo. Incluso sin tener en cuenta que los klingon estén involucrados, cualquier cosa es posible. Y con los klingon de por medio… probablemente con uno o más de ellos en el planeta en este preciso momento… lo que les sucedió a mis hombres fue directa o indirectamente obra de esos klingon. Incluso aunque concedamos que Delkondros era una persona idónea para que los klingon le corrompieran, o que ya estaba corrompido y que los klingon sólo le convirtieron en alguien más poderoso, ¿qué hay de todos los demás habitantes de] planeta? Seguramente no pretenderá usted que todos los vancadianos… todos esos vancadianos que morirían si nosotros les entregáramos a ustedes las armas que quieren… merecen morir.
—¡Por supuesto que no! ¡Pero, si se trata de elegir entre sus muertes y las de nuestra propia gente, le aseguro que no voy a escoger las de los nuestros! ¡Y le aseguro que las cosas llegarán a ese extremo si Delkondros recibe más ayuda, si obtiene rayos fásicos y torpedos de fotones para instalarlos en las naves que los klingon ya le han entregado! ¡Con los rayos fásicos podría derribar nuestras naves de vigilancia, lo único que les mantiene recluidos en Vancadia! ¡Con un sólo torpedo de fotones podría destruir la estación de manufactura que tenemos en órbita! ¡Con unos pocos más podría destruir nuestro mundo!
Kirk sacudió tristemente la cabeza.
—Ninguno de los mundos debe ser destruido, primer ministro. En lugar de intentar enfrentarnos a los klingon con las armas de la Federación, hemos de procurar enfrentarnos a ellos con la verdad.
—¿Y cómo se propone usted hacer llegar esa verdad a los habitantes de Vancadia? ¡El escudo continúa levantado, y ellos se niegan a mantener comunicaciones con nosotros desde que asesinaron a sus hombres! —Bruscamente, Kaulidren se levantó de la silla que ocupaba ante la mesa de la sala de reuniones—. Resulta obvio que carece de sentido hablar más de este asunto, capitán. Insisto, por tanto, en que me permita regresar a Chyrellka. Ya he permanecido apartado de mi gobierno demasiado tiempo.
Kirk le miró con expresión severa.
—¿Está tan ansioso por arriesgar las vidas de los demás que no va a hacer ni el más mínimo esfuerzo por salvarlas?
—Ya he hecho ese esfuerzo. Usted también ha hecho un esfuerzo, que ya ha costado dos vidas. Haga más esfuerzos y pierda más vidas durante todo el tiempo que le plazca, pero hágalo sin mí. ¡Le exijo que me devuelva a mi mundo!
La expresión ceñuda de Kirk se agravó momentáneamente, pero luego suspiró.
—Muy bien, primer ministro. Continuaremos con nuestra labor mediadora lo mejor que podamos, sin usted. Tendremos una lanzadera preparada para transportarles a usted y a sus consejeros en cuanto estén dispuestos a partir.
—¿Una lanzadera? Pero, mi propia nave…
—… Es incapaz de cubrir la distancia entre este punto y Chyrellka sin ayuda, y en este momento yo no estoy dispuesto a sacar a la
Enterprise
de la órbita de Vancadia con el único propósito de transportarle. Le será entregada más tarde, una vez que hayamos resuelto la situación en este planeta. Entre tanto, puede recoger de su nave cualquier cosa que necesite.
—¡Capitán! ¡Esto es inaceptable! ¡Le exijo…!
—Lo siento, primer ministro, pero, por el momento, la
Enterprise
permanecerá en órbita alrededor de Vancadia.
—¿Y cuánto tiempo tiene intención de mantener esta observación inútil, capitán? Si se niega usted a emplear las armas de que dispone, no logro comprender qué resultados espera obtener.
—Por el momento, insistiré para abrir las comunicaciones con Delkondros o cualquier otra persona de Vancadia con la que podamos contactar. Y espero que el escudo se desactive, o que nosotros encontremos alguna forma de neutralizarlo con el fin de poder hacer un sondeo fiable del planeta con los sensores de la nave.
Durante un largo momento, Kaulidren permaneció frente a Kirk con el rostro contraído. Luego, bruscamente, dio media vuelta y salió a zancadas de la sala de reuniones, con su silencioso cortejo de consejeros detrás de él. Kirk hizo un gesto hacia el alférez de seguridad que estaba junto a la puerta.
—El alférez Carlucci les escoltará.
—¡Podemos encontrar el camino hasta la cubierta del hangar sin su ayuda! —le espetó Kaulidren.
—Como usted quiera, primer ministro.
Un instante después la puerta se cerró tras ellos con un siseo.
—Seguridad del hangar —llamó Kirk por el intercomunicador.
—Sí, capitán —le respondió instantáneamente la voz de la teniente Shanti.
—El primer ministro y sus hombres van de camino hacia ahí. Recogerán lo que necesiten de su propia nave y lo llevarán a una de las lanzaderas, que les transportará hasta Chyrellka. Proporcióneles toda la ayuda que necesiten.
—Por supuesto, capitán.
—Designe a dos de sus subordinados para que se hagan cargo de la lanzadera, teniente. Uno para pilotarla Y el otro para… observarlos.
—Sí, señor. Brickston y Spencer.
Kirk asintió para sí, de acuerdo con la elección. Brickston tenía una memoria casi fotográfica, y Spencer superaba fácilmente en fuerza al corpulento guardia de Kaulidren que aún se encontraba tieso como una estatua en lo alto de la escalerilla de su nave.
—Manténgame informado, teniente. Ahora voy hacia el puente.
—Sí, señor.
Las puertas del turboascensor apenas se habían abierto sobre el puente con su siseo característico cuando la emocionada voz del teniente Pritchard anunció:
—¡Capitán! ¡Han bajado el escudo!
—¡Sala de transporte! —exclamó Kirk instantáneannente por el intercomunicador, pero antes que hubiera acabado de pronunciar las palabras, Kyle estaba en el intercomunicador.
—Preparado, capitán, pero… —una breve pausa y luego un suspiro audible—. Pero no hay nada en lo que pueda centrar el transportador.
—¡Teniente Pritchard! —exclamó Kirk mientras avanzaba rápidamente hacia el sillón de mando—. Los sensores…
—Están sondeando, señor, pero no hay nada en las coordenadas de la transferencia original, no obtengo absolutamente ninguna lectura de formas de vida. Los comunicadores no aparecen por ninguna parte.
Kirk asintió con la cabeza y se dejó caer lentamente en el asiento, mientras sus ojos recorrían la imagen repentinamente hostil del planeta que se veía en la pantalla frontal.
Independientemente de lo que le dijera la lógica, percibía que no había renunciado del todo a la esperanza… hasta aquel preciso instante. Había admitido eso cuando le pidió al almirante Brady que retrasara la notificación de las bajas a sus familiares. Mientras el escudo estaba activado, no dejaba de existir la posibilidad, por pequeña que fuese, de que Spock y Bones estuvieran al otro lado, sin la posibilidad de ser detectados y aún con vida.
Pero esa posibilidad ya no existía.
—Señor… —Era Uhura la que hablaba detrás de él, Kirk captó la emoción en la voz de la mujer antes de volverse y ver que tenía los ojos húmedos—. No hay actividad ninguna en las frecuencias subespaciales normales.
Kirk asintió con la cabeza mientras luchaba para mantener su propia compostura. Aquel no era el momento. Spock se habría sentido ofendido por cualquier fallo de la eficiencia causado por las emociones humanas, aunque esas emociones fuesen el resultado de su propia muerte y la de McCoy…
—¿Hay algún indicio del generador que alimenta el escudo, teniente Pritchard? —preguntó Kirk tras aclararse la garganta. Su propia voz le sonaba forzada.
—Nada detectable, señor.
—¿No hay ninguna zona pequeña que todavía esté protegida? ¿Particularmente en los puntos cercanos al centro del escudo anterior?
—No, señor, nada. Ni siquiera hay señales residuales del uso de grandes cantidades de energía; no se aprecia ningún indicio de la presencia de antimateria. Las únicas grandes fuentes energéticas que hay en el área protegida por el escudo son un par de estaciones que reciben poder transmitido desde dos satélites orbitales de energía solar, y una planta de fusión nuclear que se encuentra a varios kilómetros al norte de las coordenadas a las que fueron transferidos el señor Spock y el doctor McCoy, pero en ningún caso cercanas al centro del área.
—¿Esa planta puede haber generado la energía que alimentaba el escudo que hemos visto?
—No durante tanto tiempo como permaneció activado el escudo, señor.
—Teniente, ¿intenta decirme que el escudo que ha cubierto un área de diez mil kilómetros cuadrados no puede haber existido, que es una ilusión?
—Yo… —Pritchard pareció momentáneamente confundido, pero luego se rehízo y se encogió de hombros con gesto de impotencia—. No, señor. Lo que sucede es que… nuestros sensores no nos proporcionan explicación alguna de ese fenómeno.
«No la emprenda con el chiquillo, Jim.» Kirk casi pudo oír a McCoy reprenderle con esa frase. Consiguió sonreír débilmente y le hizo a Pritchard un gesto de asentimiento con la cabeza.
—De todas formas, continúe la búsqueda. —Hizo girar nuevamente el asiento de mando—. Teniente Uhura, ¿capta alguna transmisión local, alguna comunicación entre los propios vancadianos?
—Ninguna, señor. Hay un monitor que las busca de manera constante, pero la totalidad del planeta parece guardar un absoluto silencio radial.
«Spock y McCoy cayeron en un agujero —pensó Kirk—, y ahora han cerrado el agujero sobre ellos.» Pulsó un botón del asiento de mando.
—Teniente Shanti, ¿está Kaulidren todavía en la cubierta del hangar?
—Sí, señor. En este momento él y sus hombres se disponen a subir a bordo de la lanzadera.
—Deténgale. Quiero hablar con él.
—Sí, señor.
Tras un breve momento de silencio, la irritada voz de Kaulidren resonó en el intercomunicador.
—¿Y ahora qué quiere, capitán? ¿Es que nos niega el derecho a regresar a nuestro mundo? —El escudo ha sido desactivado —le dijo Kirk, que pasó por alto la colérica pregunta—. Es un escudo que, según las lecturas de nuestros sensores, Vancadia no puede haber sido capaz de crear, con o sin ayuda de los klingon. Además de eso, la totalidad de las comunicaciones radiales del planeta han sido cerradas. ¿Tiene usted alguna explicación? ¿Alguna especulación?
—Ninguna que no hayamos discutido ya largo y tendido, capitán. Si la presencia de los klingon no sirve de explicación para las observaciones realizadas por ustedes, yo no tengo ninguna idea mejor. Y ahora, ¿me permite regresar a Chyrellka o no?
—Dentro de un instante, primer ministro. —Kirk cerró el canal de comunicación con la lanzadera—. Teniente Uhura, vuelva a contactar con la Flota Estelar.
—Sí, señor.
—Ingeniería… Scotty, ¿ha oído eso?
—¿Lo del escudo que no puede existir? Sí, capitán, lo he oído perfectamente.
—¿Alguna teoría? ¿Algún otro dato sobre ese escudo? ¿Sus necesidades energéticas?
—Al menos unas diez veces más de lo que puede proporcionarles esa estación de energía nuclear, incluso durante un corto período de tiempo. Como usted ya ha dicho, no puede existir, pero existe.