El klingon, con un aspecto tan humano como el que presentaba Delkondros, ya tenía la pistola de láser en una mano y su brazo colgaba laxamente a un lado. Se puso rígido, luego sonrió y comenzó a levantar el arma en el momento en que ambos salían del ascensor.
Con el brazo derecho estirado, Spock se apartó de la pared. Cuando el ser humano y el klingon empezaron a volver la cabeza hacia el movimiento percibido en la periferia de su campo visual, los dedos de Spock se cerraron sobre los nervios del cuello del hombre. Simultáneamente, McCoy adelantó la mano en la que tenía la pistola hipodérmica y la hizo entrar en sólido contacto con el cuello del klingon.
El pinzamiento nervioso derribó instantáneamente al ser humano, pero el klingon tuvo tiempo de reconocer al vulcaniano, y habría tenido la posibilidad de acabar de levantar el arma y disparar, de no haber tendido Spock una mano por encima del hombre que estaba en el suelo para aferrar el brazo del klingon y obligarle a que lo bajase, con lo cual el disparo de láser dio inofensivamente en el piso. Antes que el sorprendido klingon pudiera poner en juego su fuerza contra la mano de Spock que le sujetaba, la inyección, aplicada a pocos centímetros del cerebro, hizo efecto. Con un rostro que comenzaba a manifestar cólera, el klingon cayó, inconsciente.
En el momento en que el klingon chocaba contra el suelo, Tylmaurek se lanzó hacia adelante y le arrebató la pistola de láser de la mano.
—Si hubiera hecho lo mismo con Delkondros… —comenzó a decir, pero Spock le aferró la muñeca y desvió fácilmente el cañón del arma que apuntaba al klingon. Tylmaurek luchó momentáneamente, pero luego cedió y dejó que la pistola de láser colgara flojamente en sus dedos. A pesar de sus iracundas palabras, parecía casi aliviado porque Spock le hubiese detenido a tiempo.
—Si vamos a regresar a la
Enterprise
—declaró Spock—, este klingon será una prueba valiosa. —Luego se volvió a mirar a Rohgan—. ¿Tenemos que ir muy lejos, profesor?
—Aproximadamente a unos doscientos kilómetros —replicó el hombre, que tragaba nerviosamente mientras apartaba los ojos del klingon caído y de la quemadura de láser, a pocos centímetros de sus propios pies—. Pero no veo cómo vamos a poder conseguirlo ahora. El toque de queda… el boletín que mostraba las caras de ustedes tres…
—¿Tendríamos más posibilidades si utilizáramos el vehículo en el que estos tres han llegado hasta aquí?
—Probablemente, pero…
—En ese caso, trataremos de apoderarnos de él. —Spock se volvió a mirar a McCoy—. Doctor, al parecer Delkondros se despertó bastante pronto de la dosis que le administró usted anteriormente. ¿Tiene algo capaz de mantener a este inconsciente más tiempo?
McCoy asintió con la cabeza. Ya había cambiado la carga de la pistola hipodérmica.
—Esto no le habría hecho efecto con tanta rapidez —explicó, mientras la aplicaba al cuello del klingon caído—, pero le mantendrá dormido al menos diez veces más tiempo.
Spock se inclinó, recogió al klingon, se lo echó con facilidad al hombro y se encaminó de vuelta a las habitaciones privadas del profesor Rohgan.
—Haga lo mismo con el humano —le pidió a McCoy— y tráigalo.
Diestramente, el médico de la
Enterprise
volvió a cambiar la carga de la pistola hipodérmica, esta vez por algo más adecuado para el metabolismo de un ser humano, lo aplicó en el cuello del hombre, y observó cómo Tylmaurek y Rohgan lo levantaban y seguían a Spock y su carga klingon al interior de las dependencias del profesor.
Menos de dos minutos después habían vuelto a salir y bajaban en el ascensor; el klingon yacía en el suelo y Tylmaurek llevaba puesto el uniforme holgado de color gris del humano que había subido con el alienígena. Se detuvieron en la planta baja, donde McCoy y Rohgan salieron mientras Spock recogía al klingon y lo depositaba en los brazos extendidos de Tylmaurek. El hombre gimió bajo el peso que Spock acababa de colocar en sus brazos, luego el vulcaniano retrocedió apresuradamente y se reunió fuera del ascensor con los otros dos. Antes que las puertas del ascensor se hubieran cerrado ante el sobrecargado Tylmaurek, los tres bajaban ya por las escaleras. Al llegar a la planta del aparcamiento, Spock abrió la puerta lo suficiente para dejar apenas una rendija y permanecieron allí al acecho.
A los pocos segundos, el ruido de las puertas del ascensor que se abrieron con un sonido raspante anunciaron la llegada de Tylmaurek. Este puso buen cuidado en mantener el rostro apartado del coche en el que sabía que aguardaba el segundo hombre y salió tambaleándose del ascensor con el klingon aún sujeto entre los brazos. Dado que apenas era capaz de aguantar el peso, no tuvo necesidad de fingir un andar inseguro al salir dando traspiés ni al dejar que se le doblaran las rodillas cuando intentó depositar al klingon suavemente sobre el suelo. Con el rostro aún desviado, le hizo gestos de urgencia al otro para que acudiera en su ayuda.
Tras un tenso instante, la puerta del coche flotante se abrió y el segundo hombre saltó al exterior y se acercó a la carrera.
—¿Qué demonios…? —comenzó a decir, pero en aquel momento la mano de Spock salió disparada por la rendija repentinamente ensanchada. El hombre cayó tan rápidamente como lo había hecho su compañero, cuatro pisos más arriba. McCoy pasó junto a Spock y le aplicó otra dosis de somnífero; luego los dos vancadianos se encargaron de depositar al hombre dentro del vehículo de Tylmaurek.
—Si alguien le encuentra ahí dentro —comentó Tylmaurek con una sonrisa cansada—, no creo que me proporcione más líos de los que ya tengo.
Un minuto más tarde metieron al klingon en el maletero de su propio coche flotante mientras Rohgan, que intentaba recobrar la calma, se familiarizaba con los controles del vehículo. Pasado otro minuto lo sacó del área de aparcamiento hacia el desierto recinto universitario.
—Ahora que nos hemos quitado este problema de en medio —dijo McCoy mientras desandaban el camino por el que Tylmaurek les había llevado un rato antes—, ¿le importaría explicar cómo va a conseguir llevarnos hasta la
Enterprise
? La última vez que reparé en ello, los coches flotantes no conseguían del todo ponerse en órbita.
—Y siguen sin poder hacerlo, doctor —le contestó Rohgan con una sonrisa nerviosa—, aunque después de todo lo que ustedes me han contado esta noche acerca de los alienígenas y sus maquinaciones, no me sorprendería lo contrario. No. Tenemos una nave que, espero, será capaz de conseguirlo.
McCoy frunció el entrecejo con escepticismo en el débil fulgor de las luces callejeras.
—¿Y qué sucederá con Kaulidren y sus naves de vigilancia?
—Nuestra nave es capaz de evitarlas —replicó Rohgan. Tragó dificultosamente, con un sonido claramente audible, como si realizara un constante esfuerzo para mantener su muy delicada calma—. Al menos eso es lo que me han asegurado. Sin embargo, cada vez me parece más obvio que no existen plenas garantías; hay demasiadas incertidumbres, la menor de las cuales no es precisamente que ese mismísimo dispositivo que le permite a nuestra nave eludir la guardia de Kaulidren muy bien podría ser otro «regalo» de esos klingon de ustedes.
McCoy puso los ojos en blanco y miró a Spock, que parecía absorber la información con su habitual impasibilidad estoica.
—Eso es lo que yo llamaría un verdadero monumento de incertidumbre, profesor.
—Obviamente. No obstante, dadas las presentes circunstancias, no veo más alternativa que intentarlo, ¿no le parece? Según todo lo que yo sé, es la única posibilidad que tienen de escapar del escudo y contactar con su nave, si es el escudo lo que realmente bloquea las comunicaciones.
—Puede que así sea —replicó McCoy—, pero usted ha dicho que deberemos recorrer un par de cientos de kilómetros. ¿Por qué no nos lo explica todo… sin pasar por alto cómo usted, entre todos los habitantes de Vancadia, tiene casualmente acceso al único artefacto de este planeta que cuenta con alguna posibilidad de eludir las naves de vigilancia de Kaulidren?
—Sí, profesor Rohgan —agregó Tylmaurek, en cuya voz había aparecido repentinamente una nota de suspicacia—. Me gustaría oír esa explicación.
Rohgan parpadeó y le lanzó una mirada sorprendida a Tylmaurek. McCoy pensó que, o bien estaba genuinamente sorprendido ante la sospecha que de pronto había detectado en los demás, o bien era un actor excelente.
Finalmente, Rohgan asintió con la cabeza.
—Muy bien, caballeros —les dijo—, pero les advierto que es una larga historia.
Tras su dimisión como miembro del consejo, Rohgan había mantenido contacto secreto con los ingenieros que trabajaban en el motor perfeccionado, la mayoría de los cuales estaban de acuerdo con él y se oponían a que fuera utilizado para atacar la fábrica orbital de Chyrellka. Unas pocas semanas después de su fracaso, Delkondros les había puesto a trabajar en un nuevo conjunto de «notas», supuestamente dejadas por el mismo genio misteriosamente fallecido cuyos borradores anteriores les habían conducido a la creación del motor perfeccionado. El grupo de notas describía un escudo que permitiría a cualquier nave que se hallase encerrada en él pasar sin ser detectada junto a las naves de vigilancia de Kaulidren.
Delkondros, para horror de los ingenieros, no sólo mantenía en secreto la existencia de ese escudo ante los demás miembros del consejo, sino que planeaba utilizarlo para ultimar la labor en la que había fracasado la primera vez. Había conseguido mantener una de las naves oculta a los ojos de los chyrellkanos cuando las otras tres fueron destruidas, y proyectaba utilizarla, con el escudo, para destruir la fábrica orbital.
En lugar de transmitirles esa información a los chyrellkanos, como habían hecho cuando se preparaba el primer ataque, Rohgan y los ingenieros, junto con varios de los antiguos miembros del consejo que habían dimitido al mismo tiempo que él, trazaron sus propios planes. Los ingenieros le entregaron a Delkondros informes falsos que indicaban unos avances mucho más lentos de los que en realidad hacían. Hasta donde sabía Delkondros, pasaría aún un año o más hasta que el primer escudo prototipo estuviese construido e instalado. En realidad, ya había sido construido, instalado y puesto a prueba.
—Nuestro plan original —continuó Rohgan— era que un grupo de nosotros sacara la nave del planeta, la hiciera pasar sin ser detectada junto a las naves de vigilancia y continuara hasta entrar en órbita alrededor de Chyrellka. Una vez allí, desactivaríamos el escudo, dejaríamos que los chyrellkanos nos viesen y anunciaríamos nuestras intenciones pacíficas para demostrarles, de una vez por todas, que nosotros no deseábamos la guerra, que éramos dignos de confianza.
Rohgan hizo una pausa y sacudió la cabeza.
—Ya sé que parece una ingenuidad, pero para nosotros era infinitamente mejor que el intento de asesinar a todos aquellos chyrellkanos de la fábrica orbital, como pretendía Delkondros. Y, si los chyrellkanos se mostraban de acuerdo con nosotros, esperábamos que reaccionaran de forma similar.
—McCoy meneó la cabeza. Se sentía inclinado a creer en lo que decía aquel hombre.
—La mayoría de la gente debería ser igual de ingenua —comentó, excepto quizá cuando se enfrentan con los klingon—. Pero, esa nave… ¿dice usted que está preparada para partir?
Rohgan asintió con la cabeza.
—Estábamos casi a punto de lanzarla cuando nos comunicaron que la nave de ustedes venía de camino hacia aquí. Eso cambió nuestros planes. Sabíamos que los chyrellkanos les llenarían la cabeza de mentiras, por lo que decidimos proceder al lanzamiento lo antes posible, después de la llegada de su nave. Básicamente, íbamos a actuar según lo planeado, con la diferencia de que le diríamos a la Federación lo que habíamos pensado comunicarles a los chyrellkanos.
—Y luego, esta noche, Delkondros hizo esa emisión —concluyó el doctor McCoy.
—Precisamente —asintió Rohgan—. No teníamos ninguna razón para no creérnosla, así que cuando Delkondros nos contó lo que ustedes habían hecho y nos mostró los cadáveres de personas a las que todos conocíamos, sólo pudimos suponer que o bien la Federación era tan siniestra como esos klingon de los que hablan ustedes, o que Kaulidren les había convencido para que se pusieran de su parte. Y que si nos acercábamos a la nave de ustedes, seríamos sencillamente destruidos.
Pero todos los que debían ir en esa misión ya se habían reunido en la nave. El lanzamiento debía realizarse esta misma noche, así que los que íbamos a quedarnos aquí hemos intentado ponernos en contacto con los de la nave para detener el lanzamiento. Sin embargo, las comunicaciones han quedado interrumpidas, no sabemos por qué. Algunos de los nuestros salieron hacia la nave hace algunas horas, con la esperanza de llegar a tiempo para impedirles partir. De hecho, hacia allí iban los dos que ustedes vieron salir del edificio cuando llegaron. No obstante; ahora que conocemos la verdad podremos continuar adelante con el lanzamiento. Y ustedes tres podrán ir a bordo. La nave les llevará más allá del escudo, donde podrán utilizar los comunicadores para ponerse en contacto con su nave e informar de la situación aquí abajo.
McCoy hizo una mueca cuando Rohgan guardó silencio, mientras el coche flotante corría por las calles desiertas. Confiaba en que Rohgan creyera en cada una de las palabras que acababa de pronunciar y que no les tendiera intencionadamente una trampa; pero aún así, en el mejor de los casos era muy improbable que consiguiera sacarles al espacio para poder contactar con la
Enterprise
. Era mucho más probable que Delkondros y los demás klingon hubieran estado desde el principio al corriente de la pequeña conspiración existente entre el profesor y los ingenieros. Todo lo cual significaba que, si él y Spock acompañaban a Rohgan hasta la nave, lo más previsible es que acabaran directamente en manos del enemigo.
A pesar de ello, por mucho que se estrujaba el cerebro, no conseguía pensar en una sola maldita cosa que les diera mayores posibilidades de llegar siquiera a ver nuevamente la
Enterprise
.
Kirk contempló con expresión ceñuda la pantalla y el ahora casi opaco escudo que se extendía sobre más de veinte mil kilómetros cuadrados en la superficie de Vancadia.
—¿Pueden aún penetrarlo los objetos físicos, teniente Pritcharro? —preguntó Kirk.
—No puedo decírselo con seguridad, capitán, puesto que ahora bloquea casi completamente nuestros sensores, pero todo indica que sí podrían hacerlo.