—Comprendo. —Brady guardó silencio durante un momento, luego asintió con un movimiento de cabeza casi imperceptible—. ¿Su evaluación, entonces, es que si bien los klingon podrían haber intervenido en estos mundos en un pasado reciente, se han retirado ya?
—O que se mantienen ocultos mientras nosotros nos encontramos en las proximidades —agregó el capitán Kirk—. No tengo forma de saber si aún están o no presentes y activos algunos klingon o, para el caso, otros alienígenas.
—Confío en que su principal prioridad será averiguarlo de una forma u otra.
—Por supuesto, almirante.
—Muy bien, Jim. Continúe adelante; y, recuerde, podrá disponer de ayuda si la considera necesaria.
—Comprendido, almirante. Gracias.
—Manténganos informados —le dijo bruscamente Brady, y un instante después la pantalla se oscureció.
Kirk se volvió a mirar a Kaulidren.
—Primer ministro Kaulidren —comenzó en voz baja—, si los klingon les han dado a los vancadianos el escudo y el motor perfeccionado, puede que les hayan entregado más cosas. Podrían darles más en estos precisos instantes, incluso algo que les permitiera derribar sus llamadas naves de vigilancia desde la propia superficie del planeta. Así que, primer ministro, le aconsejo que nos lo cuente todo, y no solamente las supuestas actividades terroristas a las que han estado dedicados los vancadianos. Si los klingon están realmente implicados en todo esto, lo que ha sucedido hasta el momento podría no ser más que el primer acto.
—Estos dos hombres son los responsables de la matanza que ustedes acaban de ver —repitió Delkondros con voz áspera mientras los rostros de Spock y McCoy continuaban expuestos en las pantallas—. Aparecieron en medio de nosotros y se pusieron a disparar sin previa advertencia, sin motivo alguno. Yo conseguí escapar, todavía no sé exactamente cómo.
Delkondros hizo una pausa, como si necesitara tranquilizarse y ordenar sus pensamientos antes de continuar; entretanto aparecieron otros tres rostros en la pantalla. Esta vez eran fotografías, no imágenes generadas por computadora. Tylmaurek, que aún se ocupaba de los controles del vehículo flotante, profirió un grito ahogado al reconocer su propia cara y los rostros de los otros dos miembros del consejo.
—Y estos son sus colaboradores —continuó la voz de Delkondros—. ¡Los traidores que los condujeron hasta nosotros! No sabemos cuánto hace que esos tres mantienen contacto con la Federación, tampoco podemos discernir qué les ofreció la Federación a cambio de la ayuda que le prestan, ni siquiera sabemos qué pretende conseguir la Federación con un comportamiento tan sanguinario como éste. Sin embargo, el asesinato de la mitad de los miembros del consejo, así como de varios miembros del personal del gobernador, sugiere poderosamente que tienen planeado eliminar a todos los líderes de ambos bandos y poner en su lugar a marionetas de la Federación.
Las palabras cesaron y el rostro de Delkondros volvió a aparecer en las pantallas.
—Obviamente, su trabajo no ha concluido aún —prosiguió Delkondros con un tono de voz terrible—. Sólo puedo suponer que proyectan perpetrar más asesinatos, muchos más, incluidos el mío y el del propio gobernador. Por eso les transmito esta información. ¡Los asesinos todavía están aquí¡ El equipo de asesinos de la Federación y sus colaboradores continúan en Vancadia, aquí, en la capital, dedicados tranquilamente a su misión. ¡Es necesario detenerlos!
Los cinco rostros volvieron a aparecer en las pantallas.
—Estos son los cinco hombres que buscamos —repitió Delkondros—. ¡Manténganse alerta por si les ven, pero no se acerquen a ellos bajo ninguna circunstancia, si en algo valoran su vida! Establezcan contacto con las autoridades, ellas se encargarán de estos hombres.
Delkondros guardó silencio, pero las caras de los buscados permanecieron en las pantallas. Pasados algunos instantes, los nombres aparecieron debajo de los rostros y luego, por una estrecha franja abierta de través, pasó una versión condensada de la advertencia que Delkondros acababa de lanzar, en la que se solicitaba que cualquiera que viese a aquellas personas lo notificara directamente a la oficina del gobernador. Pasado otro minuto volvió a aparecer el gobernador, y todo el proceso comenzó nuevamente desde el principio; aparentemente, era el comienzo de una interminable cadena que continuaría hasta que Spock, McCoy y sus «colaboradores» fuesen capturados o, más probablemente, derribados a disparos sin previo aviso.
—Eso lo cambia absolutamente todo —declaró Tylmaurek con voz débil—. La casa de la que les he hablado ya no será segura, después de toda esa sarta de mentiras. Seguramente alguien me ha visto por allí, y no tendrá razón alguna para no creer…
Sacudió la cabeza con expresión de incredulidad.
—Es exactamente como dijo Valdreson: puedo enfrentarme con los chyrellkanos, pero con esto… Oigan, Spock, doctor McCoy, ustedes ya se han enfrentado antes con estos klingon, ¿no es cierto? ¿Tienen alguna sugerencia?
—Si se refiere usted, consejero —le contestó Spock—, a si tengo alguna sugerencia concreta respecto a una línea de acción específica que pueda sacarnos del aprieto en que nos encontramos, le diré que no la tengo. Me parece que usted está en una posición mejor que la nuestra para analizar lo que sucede, puesto que un conocimiento minucioso de la gente de la localidad probablemente será más útil en estos momentos que un conocimiento similar sobre los klingon. No obstante, yo señalaría que, si nos basamos en el relato que ha maquinado Delkondros y en las estridentes advertencias que ha proferido respecto a que los cinco debemos ser evitados a toda costa, es lógico deducir que uno de sus objetivos, además de capturarnos o darnos muerte, es evitar que podamos hablar con nadie. Eso, por su parte, sugiere que teme que podamos dar a conocer la verdadera situación de Vancadia, y que en verdad existe al menos una posibilidad de que se dé crédito a nuestras palabras.
McCoy se animó y asintió con la cabeza mientras se volvía para mirar a Tylmaurek.
—Yo no había pensado en el asunto exactamente de esa manera, pero Spock tiene razón. Sin embargo, lo primero que debemos hacer es desaparecer de la vista y mantenernos con vida hasta que hallemos una forma de contactar con la
Enterprise
, o bien hablar con alguien de aquí abajo sin que nos disparen hasta dejarnos como un colador. —Recorrió la calle con la mirada; estaba vacía, a excepción de algún vehículo aparcado aquí y allá. Sólo había visto otros cuatro vehículos en movimiento desde que habían salido del parque—. Si somos el único vehículo de la calle, será difícil mantenernos prudentemente fuera de la vista. ¿Todas las calles de la ciudad están así de vacías?
—Probablemente —le respondió Tylmaurek con un estremecimiento—. Y si no lo están, lo estarán dentro de unos instantes. El toque de queda que impuso el gobernador lleva en vigencia desde hace más de un mes, cuando su hijo mayor fue muerto por una bomba probablemente destinada a él. Muy pocas personas se atreven siquiera a salir de sus casas después de oscurecido. Debemos alejarnos de las calles o no habrá necesidad alguna de que nos denuncien. Las patrullas nocturnas del gobernador nos detendrán sin que nadie las avise.
McCoy gimió y realizó otro intento con su comunicador.
—Será mejor que nos encuentre un refugio lo antes posible, consejero —comentó mientras cerraba el comunicador—. Debe haber alguien en quien pueda confiar.
Tylmaurek negó lúgubremente con la cabeza.
—A estas alturas no sé si ese alguien todavía existe o no. Hace diez minutos podría haberles nombrado un centenar de personas, pero después de esa transmisión que acaban de hacer… Puede que tengan ustedes razón respecto a que Delkondros teme que hablemos con alguien, pero eso no me ayuda a imaginar con quién podríamos tener nosotros más probabilidades de éxito.
—Como punto de partida, consejero —comenzó a decir Spock—, ¿qué persona de autoridad conoce sobre la que pueda estar completamente seguro que no es un klingon?
—¿Cómo quiere que lo sepa? ¡Yo ni siquiera sospechaba de Delkondros, y hace muchos años que le conozco, desde que me eligieron para formar parte del consejo!
—Existen algunos criterios lógicos que pueden aplicarse a esa pregunta —continuó Spock—. La primera, una persona cuya familia aún esté con vida. Por ejemplo, ¿tiene el gobernador más familiares, aparte del hijo que le mataron?
—Dos hijos y una hija. Además de su esposa. Pero, ¿significa eso que no puede ser un klingon?
—No hay nada que pueda ser seguro al ciento por ciento, consejero, pero es un primer indicio. Otro indicio sería la forma en que fue elegido.
—Él no fue elegido, sino nombrado para el cargo que ocupa… hace aproximadamente quince años. Pero, ¿qué tiene que ver la forma en que alguien es elegido con que pueda o no pueda ser un klingon?
—Según lo que tanto Delkondros como Kaulidren le dijeron al capitán de nuestra nave, tengo entendido que Delkondros fue elegido por primera vez para la presidencia del consejo después que su principal opositor fue asesinado.
—Pero ese asesinato lo perpetraron los chyrellkanos —objetó Tylmaurek—. Los chyrellkanos han llevado a cabo una campaña de… —Tylmaurek se interrumpió con la boca abierta—. ¡Así que fue esa la forma en que lo hicieron! —exclamó con voz ronca—. ¡Presentaron a Delkondros y mataron al único candidato que tenía probabilidades de vencerle en las elecciones!
—Las operaciones realizadas por los klingon son, probablemente, algo más sofisticadas —le aseguró Spock—, pero sospecho que, en esencia, eso es precisamente lo que hicieron. ¿Sería demasiado precipitado suponer que se han producido algunas circunstancias similares?
—¡Al menos un centenar en los últimos cinco años! —exclamó Tylmaurek mientras sacudía la cabeza—. De hecho, todas esas muertes, los envenenamientos… eran la principal razón por la que queríamos que ustedes acudieran a Vancadia. ¡Siempre habíamos pensado… siempre se nos había dicho… que sus responsables eran los chyrellkanos, que era la forma que ellos tenían de asegurarse que no resultaran elegidas las personas que no les convenían! ¡Pero deben haber sido los klingon quienes perpetraron todos esos asesinatos! A menos que… ¿podrían haber hecho esos klingon una alianza con los chyrellkanos? ¿Podrían trabajar juntos? ¿Podría ser una farsa toda esa historia de que Delkondros se ha entregado al gobernador?
—Es una posibilidad que debe tomarse en consideración —admitió Spock—, particularmente a la luz de la notable celeridad con que se llevó a cabo la supuesta rendición de Delkondros.
Tylmaurek parpadeó.
—Tiene usted razón. Yo mismo habría podido verlo si… si me dedicara a pensar en lugar de dejarme invadir por el pánico que me causan las mentiras que han contado sobre nosotros. No habría habido tiempo para… —Tylmaurek se interrumpió y sus ojos se agrandaron con alarma—. ¿Podría ser el gobernador Ulmar un klingon, después de todo?
—Cualquier cosa es posible, consejero —le contestó Spock—, pero, si consideramos otros factores, lo más probable es que él, al igual que ustedes mismos, haya sido engañado por los klingon.
—¿Y qué hay del propio gobierno chyrellkano? —preguntó abruptamente McCoy—. ¿De Kaulidren mismo?
—Es, por supuesto, posible que también él sea un klingon, doctor, pero resulta altamente improbable. Sería excesivamente temerario, incluso para el klingon de aspecto más humano, subir a bordo de la
Enterprise
. El más rudimentario de los sondeos de escáner podría poner de manifiesto su verdadera naturaleza, de la misma forma que la verdadera naturaleza de Delkondros se hizo instantáneamente evidente mediante un sencillo sensor de mano.
—Lo que a un vulcaniano le parece temerario podría tener perfecto sentido para un klingon, Spock —objetó McCoy—. ¡Cualquier raza que considera que el asesinato es un método aceptable, incluso un medio admirable de ascenso profesional, es una raza que tiene los tornillos demasiado flojos y es capaz de cualquier cosa que le beneficie!
—No puedo manifestar desacuerdo alguno con su pintoresca metáfora, doctor —reconoció Spock, que miraba una vez más las desiertas calles por las que corría a toda velocidad el vehículo flotante—. No obstante, no servirá de nada para hallar una solución al aprieto en que nos encontramos ahora. Consejero, ¿ha conseguido pensar en alguien que tenga suficiente confianza en usted para escuchar lo que tengamos que decirle?
—Conozco a varias personas que casi con total seguridad no son klingon, pero después de esa transmisión… —Se interrumpió y sacudió la cabeza—. Después de esa transmisión, si yo no conociera la verdad, desconfiaría hasta de mí mismo.
Tras pasar dos horas con Kaulidren en la sala de reuniones de la
Enterprise
, Kirk estuvo seguro de que los klingon se hallaban implicados en los sucesos de Vancadia.
Pero creer era una cosa y demostrarlo, otra muy distinta. La mera existencia de unos avances tecnológicos anormales, aunque fuesen de gran importancia, no probaba que esos adelantos fuesen el resultado de una interferencia externa, y mucho menos el resultado de una interferencia específica de los klingon. Existían cosas como los genios propios de un planeta; y el repentino estallido de hostilidades entre fracciones anteriormente amigas no era en modo alguno prueba de una injerencia exterior. Varios milenios de historia de la Tierra y de docenas de otros mundos de clase-M habían demostrado, miles y miles de veces, que los seres en apariencia inteligentes eran capaces de trabarse en lucha a todos los niveles, desde el interpersonal al interplanetario, sin la más mínima ayuda externa.
E incluso aunque hubiera pruebas…
Con una mueca, James Kirk recordó la conclusión profundamente insatisfactoria del asunto de Neural. Pese a las buenas intenciones que tenía, la Federación, por necesidad, descendió al nivel de los klingon y había entregado a los montañeses el mismo tipo de armas que los klingon les habían dado a sus enemigos.
No podía permitirse que en Vancadia sucediera nada remotamente similar a aquello, con los niveles tecnológicos existentes, por muy deseoso que estuviera Kaulidren de tener en sus manos algo que estuviera a la altura o superara lo que ya les habían entregado a los vancadianos.
—Ustedes no tienen por qué darnos las armas —insistió Kaulidren—, sino sólo la información. Nosotros podríamos hacer el resto.
—Imposible —replicó Kirk con tono intransigente—. El resultado siempre sería el mismo en cualquiera de los dos casos.