—Origen del disparo —ordenó Kirk.
—Es imposible localizar el origen, capitán —informó Sulu—. Pero podría asociarse con un disparo de láser de la nave que acaba de camuflarse.
—¿Me dice que ha disparado sin desactivar el dispositivo de camuflaje? ¡Eso es imposible!
—Sería imposible para una nave que utilizara el dispositivo romulano, capitán —reconoció Sulu—, pero no sabemos si ese es el caso.
—Capitán —anunció Pritchard—, los sensores han vuelto a detectar la presencia de la nave.
—No aparece en la pantalla, teniente —le contestó Kirk—. Señor Sulu, compruebe las coordenadas.
—Sí, capitán. —Se produjo una pausa de no más de un segundo—. Coordenadas comprobadas. Sigue sin haber señal…
Abruptamente, la nave desaparecida volvió a hacerse visible, pero no rieló hasta hacerse sólida, como sucedía cuando una nave romulana desactivaba su dispositivo de camuflaje, sino que apareció de manera repentina, como si se hubiese alzado un telón.
—Ha vuelto —comentó Sulu, con la perplejidad claramente reflejada en su voz—. Aparentemente sigue un curso de intersección con la segunda nave de vigilancia.
Mientras Sulu hablaba, la nave desapareció de la pantalla una vez más. Un minuto más tarde reapareció, detrás y por encima de la nave de vigilancia. La nave más grande apenas había comenzado a volverse para apuntar a la atacante con sus propios cañones de láser cuando estalló y desapareció. Momentos más tarde la nave atacante desapareció una vez más.
Una a una, las restantes naves de vigilancia siguieron la suerte de las dos primeras. Una consiguió efectuar un disparo, pero fue a parar a más de un kilómetro del blanco previsto. Al menos, observó Kirk con el entrecejo fruncido, la nave atacante desactivaba el dispositivo de camuflaje cada vez que disparaba. Aquella primera vez, los aparentes disparos realizados mientras conservaba el camuflaje habían sido seguramente resultado de los problemas todavía sin especificar en los sensores de la propia
Enterprise
; un pensamiento que resultaba casi tan inquietante como la posibilidad de que la nave pudiera realmente disparar sus armas mientras mantenía activado el dispositivo de camuflaje.
—Capitán —informó Uhura—, capto una señal. Sólo auditiva, electromagnética corriente, no subespacial.
—Pásela a los altavoces, teniente.
Los dedos de la oficial de comunicaciones corrieron apresuradamente por los controles, un instante después la voz del primer ministro Kaulidren, débil y plagada de sonidos de fondo, llenó el puente de mando de la nave.
—¿… sucede? Repito, capitán Kirk, ¿qué sucede? ¡Los datos que recibimos indican que las naves de vigilancia son atacadas y destruidas por una nave o naves que no pueden detectar! ¿Es esto obra suya, capitán? ¿Se ha pasado usted al bando de los terroristas? ¡Exijo que me explique qué sucede!
Kirk reprimió un gemido.
—El primer ministro no es precisamente la persona que yo hubiera elegido para establecer comunicación, pero al menos está fuera de la
Enterprise
. Señor Sulu, llévenos hasta una órbita estándar alrededor de Chyrellka, para que podamos entablar una conversación bilateral y ver si el primer ministro tiene alguna idea nueva.
La mitad de los tripulantes de la lanzadera hablaban a un tiempo, en respuesta al inesperado anuncio de Finney de su pronta vaporización. Mientras Rohgan procuraba restablecer algo parecido a la calma, Spock intentaba una vez más ponerse en contacto con la
Enterprise
a través de su comunicador.
—Sigue sin haber respuesta, señor Finney —declaró. —¡Por supuesto que no la hay! —le contestó Finney, colérico—. Necesita el código correcto… mi código.
«Es muy propio del vulcaniano —pensó—, dar una y otra vez con la cabeza contra una roca en lugar de pedir ayuda.» —¿Un código para hacer qué, señor Finney? —Déme el comunicador y se lo demostraré. Spock lo estudió en silencio durante varios segundos. —El señor Carmody —comentó finalmente— cree que se han… «deshecho de usted», fueron sus palabras, si mal no recuerdo.
Finney se tensó. Si su comandante se llegaba a enterar de que estaba vivo…
—¿Cuándo habló usted con… con el comandante? —Poco antes de recobrar usted el conocimiento. —No le habrá dicho que yo estaba vivo, ¿verdad? —No, me pareció mejor no darle más información de la que ya tenía.
Finney dejó escapar el aliento con un resoplido de alivio y sonrió débil y amargamente.
—De todas formas, habría de haber supuesto que no lo había hecho. En caso contrario, probablemente ya habríamos sido vaporizados. Al comandante no le gusta correr riesgos innecesarios. Ahora, por favor, déme un comunicador. O, si continúa sin confiar en mí, puedo darle el código para que lo utilice usted mismo. De todas formas, los intervalos con los que se transmiten los dígitos son una parte importante del código, e igualmente importante es la voz que lo dicte.
Spock permaneció en silencio durante unos pocos segundos más, sin dejar de estudiar a Finney. Finalmente le entregó el comunicador.
—¡Spock! —McCoy miraba al vulcaniano con expresión ceñuda. Los ojos de Finney se agrandaron de sorpresa.
—Proceda, señor Finney —le dijo Spock.
Finney asintió con la cabeza.
—Usted siempre ha sabido cuando puede depositar su confianza en algo, señor Spock —reconoció de mala gana—, ya sea una persona o una computadora.
Tras abrir el comunicador, comenzó a pronunciar, lenta y deliberadamente, una serie aparentemente aleatoria de números y letras.
Después de más de veinte dígitos, se detuvo. Y esperó.
Repentinamente sintió un nudo en el estómago. ¿Habría cambiado Kelgar el código? Pero, ¿por qué iba a hacerlo? ¿no habían sido más que suficientes todas las otras trampas? ¿Por qué cambiar el propio código, cuando ya había eliminado todos los medios por los que ese código podía ser enviado?
A menos que…
Una docena de escenas pasaron fugazmente por la mente de Finney. Kelgar tenía previsto aislarle desde el principio y había cambiado los códigos hacía mucho tiempo.
O el comandante tenía desde el primer momento la intención de traicionarle, en cuanto Finney hubiese acabado de diseñar el programa, lo hubiera instalado y ya no fuera necesario.
O bien, durante la huida, Kelgar no se había dejado engañar por la explosión de la nave de vigilancia, aunque no había querido que el comandante supiera que había permitido que Finney escapara, razón por la cual le había dicho que se «había deshecho» de él, y luego había cambiado el código para impedir que Finney, asimismo, pudiera cambiar los planes.
Fueran cuales fuesen las razones…
Reprimió el temblor que amenazaba con apoderarse de él y comenzó nuevamente toda la secuencia.
Finalmente, el primer ministro apareció en la pantalla frontal de la
Enterprise
. Su habitual séquito, según advirtió Kirk, no se veía por ninguna párte. —¿Tiene alguna idea, primer ministro —comenzó Kirk, antes que Kaulidren tuviera la más mínima oportunidad de hablar—, de por qué no hemos podido ponernos en contacto con nadie, ni por ondas de radio corrientes ni a través del subespacio, desde que usted se marchó de la
Enterprise
?
Kaulidren parpadeó.
—Si consideramos la velocidad a la que fallaban sus equipos antes que me permitiera abandonar su nave, lo que acaba de decirme no me sorprende. ¡Sin embargo, sus pequeñas dificultades no me preocupan en este momento, capitán Kirk! Según todos los indicios, nuestras naves de vigilancia han sido destruidas o inutilizadas. ¡Sólo puedo suponer que Delkondros ha obtenido nueva ayuda de esos klingon de ustedes y en este preciso instante está de camino hacia aquí para completar la destrucción que comenzó hace cuatro años! ¡Exijo saber qué va a hacer usted al respecto!
—¿Qué querría usted que hiciéramos?
—Dios mío, capitán, ¿es que no resulta evidente? ¿Qué más necesita usted? ¡Seguro que esa llamada Primera Directriz no le obliga a permanecer de brazos cruzados mientras millares de personas indefensas son asesinadas! ¡Particularmente, cuando es obvio que esos klingon de ustedes están involucrados e incluso tal vez son directamente responsables! ¡Yo oí que su almirante Brady le decía que tenía usted autoridad para… para hacer cualquier cosa que creyera necesaria! ¡Bueno, pues en este momento es necesario que esa nave sea detenida! Es prácticamente seguro que ahora mismo viene de camino hacia Chyrellka. ¡Si el motor que tiene es similar al de las naves que fueron destruidas durante el primer ataque que nos dirigieron, podría estar aquí dentro de pocas horas! Su objetivo, su primer blanco, será indudablemente el mismo que entonces: la fábrica orbital que construye nuestras naves interplanetarias. ¡En ella hay millares de personas, tanto los trabajadores como sus familias y más… millares de personas morirán si no hace usted algo inmediatamente!
—En ese caso, le sugiero que comience la evacuación sin pérdida de tiempo, primer ministro.
—¿Evacuación? ¡Imposible! ¡Con nuestras lanzaderas, nos llevará días hacer algo semejante, no horas!
—Nosotros les ayudaremos. Haga que todos los habitantes de la fábrica satélite se reúnan en grupos, y proporciónenos a nosotros sus coordenadas y las coordenadas de los lugares a los que deban ser transferidos; los transportadores de la
Enterprise
podrán hacer el trabajo en el tiempo que nos queda.
—¿Transportadores? ¿Esas máquinas que le deshacen a uno y luego vuelven a rehacerle? No creo que…
—¿Prefiere que mueran?
—¡Lo que preferiría es que eliminara usted la amenaza que se cierne sobre ellos!
—Si todo lo demás fracasa…
—¡Si éste es un ejemplo de cómo ayuda la Federación a sus miembros, capitán, puedo entender por qué han sido tan pocos los que han tomado la decisión de ingresar en ella! ¡Aun en caso que la evacuación sea un éxito, la fábrica satélite será destruida!
—Primer ministro, las coordenadas…
—¡Como usted quiera!
El rostro de Kaulidren se contorsionó con una colérica mueca de desprecio mientras desaparecía bruscamente de la pantalla. Un instante después era reemplazada por uno de sus consejeros habitualmente silenciosos.
—Los pondré en contacto con Bardak —declaró el hombre con aire rígido—. Es el director del satélite. Podrán explicarle a él lo que necesitan.
También él desapareció casi tan bruscamente como lo había hecho Kaulidren.
Tras realizar un tercer intento con el comunicador, Finney tragó nervioso y levantó los ojos hacia Spock y los demás que le rodeaban.
—No funciona.
—Tal vez, señor Finney —dijo Spock sin hacer caso del despectivo resoplido del doctor McCoy—, debería usted tomarse el tiempo necesario para explicarnos la situación. Una vez que sepamos lo que usted, el ex comandante Carmody y un número desconocido de klingons han intentado conseguir aquí, en el sistema chyrellkano, tendremos la posibilidad de encontrar una solución para nuestro actual problema, la cual no le resulta clara a usted.
—No existe solución posible si han cambiado el código —declaró Finney, que sacudió la cabeza mientras la familiar expresión de torturada desesperanza volvía a sus ojos—. Sencillamente no hay forma alguna de averiguar el nuevo. Y, sin ese código, no hay forma de evitar lo que está a punto de suceder.
—¿Y qué rayos está a punto de suceder, Finney? —le preguntó McCoy con aspereza—. ¿Y dentro de cuánto? ¡Y, ya que estamos en ello, no me molestaría lo más mínimo saber por qué va a suceder! ¡A ninguno de nosotros nos molestaría lo más mínimo saber por qué estamos a punto de morir!
Finney hizo una mueca de dolor ante las palabras de McCoy. A través de los párpados bajos vio a los otros, docenas de ellos, que le miraban fijamente con unos ojos llenos de miedo e ira. Durante un instante los rostros dieron vueltas ante él, anónimos y distantes, extraños todos, incluso los de la docena de hombres que conocía desde hacía tres años.
Hasta que…
Sin previo aviso, una de aquellas caras, una entre la media docena de mujeres jóvenes que estaban a bordo, saltó hacia él. Era imposible, pero…
—¿Jamie?
El nombre de su hija escapó de sus labios en un ronco susurro por la garganta repentinamente contraída. Durante un confuso momento la lanzadera desapareció a su alrededor y volvió a verse a bordo de la
Enterprise
hacía tantos años, el sabotaje completado, su venganza a punto de cumplirse cuando la nave de Kirk comenzase a caer catastróficamente de su órbita.
Y entonces había descubierto que Jamie estaba a bordo, llevada hasta la nave por Kirk para que fuese destruida. Y ahora, de alguna forma, aquel hombre la había llevado hasta aquella lanzadera… aquella…
Sacudió violentamente la cabeza para alejar de sí a toda velocidad aquel rostro imaginado junto con las otras docenas de caras. Cerró fuertemente los ojos para protegerse del repentino vértigo que se había apoderado de él.
Varias manos le aferraron por los hombros para impedir que cayera sobre la cubierta, que parecía oscilar bajo sus pies.
—¡Finney! ¿Se encuentra bien?
Era la voz ronca del doctor McCoy que le hería los oídos.
Con temor, abrió los ojos. El rostro del médico estaba a pocos centímetros del suyo propio y le contemplaba con expresión ceñuda. Los otros volvían a estar distantes, quietos, en vez de cambiar y ondular como en una pesadilla de vigilia.
El rostro que por un instante había imaginado perteneciente a su hija, no se parecía en nada al de Jamie. Había sido una alucinación, se dijo, surgida de aquellas otras pesadillas que nunca le habían abandonado del todo.
Pero era la hija de alguien, pensó de pronto, y ese pensamiento hizo que le invadiera una sensación de realidad que le envolvió más apretadamente de lo que lo había hecho la momentánea alucinación, mucho más que nada en su vida durante muchos años. ¡Todos los que estaban allí, todas esas personas de cuya muerte inminente él era responsable, eran la hija o el hijo o la hermana o el hermano de alguien!
Todas aquellas caras pertenecían a personas reales. Ya habían dejado de ser simples nombres y números de un plan, del juego de venganza que él y el comandante habían trazado. Excepto a Kirk y los otros enemigos a bordo de la
Enterprise
, nunca había visto personalmente a ninguna de las personas anónimas atrapadas en su plan, nunca había tenido que mirarlas a los ojos y…