No, debía regresar al puente, cuya situación aparecía reflejada en las pantallas constantemente analizada en las incontables lecturas. No tenía absolutamente ninguna razón para estar allí, sudando su pesar… ¿su sensación de culpabilidad… por no haber investigado más a fondo antes de permitir que Spock y Bones descendieran a la superficie de Vancadia? Lo único que habría hecho falta, según comprendía ahora, eran unas pocas preguntas correctas. Puede que no hubiera conseguido enterarse de la existencia del escudo, pero al menos habría podido tener noticia de los otros inventos, e intuir la posible intervención de fuerzas ajenas a aquel planeta.
—¡Capitán! —Aquella sola palabra estalló a través del intercomunicador e hizo añicos los pensamientos de Kirk.
—Aquí Kirk —replicó rápidamente—. ¿Qué sucede?
—¡La nave rebelde acaba de desactivar el dispositivo de camuflaje, capitán —exclamó la voz de Sulu—, y se desplaza en una línea de intersección con el satélite! ¡Sólo quedan treinta minutos para que el satélite esté en el radio de alcance de los cañones de láser de la nave!
—Mantenga nuestros escudos a la máxima potencia, señor Sulu. Señor Pritchard, obtenga una segunda lectura de las armas mientras aún tenemos oportunidad de hacerlo. Compruebe si se ha producido algún cambio desde la última vez.
—Ya lo he hecho, señor —le respondió instantáneamente la voz del teniente Pritchard—. Las lecturas de las armas no se han modificado; aún no he recogido indicio alguno de formas de vida.
—Las formas de vida desaparecidas. Efectúe más sondeos, teniente, y no deje de hacer funcionar el programa de diagnóstico del señor Spock.
—Sí, señor.
—Capitán —intervino la voz de Uhura—, el primer ministro…
—Quiere volver a pedirme que destroce la nave en pedacitos —le contestó secamente Kirk—. Dígale que, a menos que disponga de alguna información nueva, hablaré con él cuando tenga tiempo para hacerlo.
Tras soltar el botón del intercomunicador a mitad del acuse de recibo de Uhura, el capitán de la
Enterprise
parpadeó cuando se abrieron las puertas del camarote y las luces del corredor, de un brillo excesivo tras los minutos pasados en la habitación de Spock, casi le cegaron. Mientras corría hacia el turboascensor, el escalofrío espiritual de momentos antes se hizo repentina e incómodamente real porque el aire del pasillo, veinte grados más frío, le evaporaba la humedad de la piel.
—¿Qué sucede, doctor? —preguntó Rohgan. El vancadiano se hallaba al lado, prácticamente encima mismo, de Spock y Finney, que se encontraban sentados en dos de los asientos de la cabina del piloto, uno frente al otro, silenciosos y aparentemente ajenos a lo que les rodeaba. Ya llevaban en ese estado casi una hora, mientras las manos del vulcaniano rodeaban la cabeza de Finney—. ¿Cuándo sabremos si eso dará resultado?
Aunque Rohgan intentaba ocultarla, en la voz del científico había una nota de ansiedad que a McCoy no le gustó. Si Rohgan perdía los estribos y se dejaba invadir por el pánico, arrastraría consigo a toda la tripulación de la lanzadera. Era lo último que necesitaban en aquel momento.
—Escuche, profesor —comenzó McCoy, que le tomó del brazo y le alejó de los dos hombres sentados—. Spock conseguirá obtener la información que necesitamos… hace falta tiempo para penetrar profundamente en la mente de un hombre, eso es todo. Lo principal que nosotros tenemos que hacer ahora —se llevó un dedo a los labios y simultáneamente bajó la voz— es asegurarnos de no romper la fusión mental que realizan.
«Por supuesto —pensó McCoy—, el volumen con que hablemos probablemente no afectará en lo más mínimo esa fusión mental, pero al menos ayudará a que Rohgan conserve la calma.»
Rohgan asintió con la cabeza.
—Lo comprendo, doctor McCoy. Pero es muy frustrante permanecer inactivo, impotente, sin poder hacer nada.
McCoy simpatizaba con los sentimientos del profesor. A lo largo de su carrera se había visto forzado a esperar mientras tenía lugar aquel mismo proceso… y, a decir verdad, en aquel instante esperaba que a Kirk se le ocurriera algo casi tanto como contaba con que Spock tuviese éxito. Nunca antes había sabido que el vulcaniano pudiera conseguir extraer una información tan específica mediante una fusión mental.
—¡En ese caso, no nos quedemos inactivos, impotentes, mientras se acerca nuestra muerte! —gritó de pronto una de las pasajeras, una mujer de estatura baja y expresión apasionada—. Intentemos hacernos nosotros mismos con el control de la nave, hagámosla virar…
—¿Con todas las trampas que probablemente nos han puesto los klingon? —la interrumpió McCoy con una sacudida de la cabeza—. No lo conseguiríamos. Sólo moriríamos más rápido.
—¡Debe haber algo que podamos hacer! —exclamó otro pasajero con frustración.
—Ya han oído al doctor McCoy —intervino Rohgan—. Nuestra mejor posibilidad, nuestra única posibilidad, es aguardar a que el señor Spock consiga localizar la información que necesitamos.
—¡Yo digo que hemos de arriesgarnos y tratar de recuperar el control de la nave! —insistió la mujer—. De todas formas, ¿quién sabe si esta gente de la Federación es de fiar?
—¿Qué otra elección nos queda? —le preguntó el profesor mientras avanzaba hasta que las puntas de sus pies casi tocaron las de la pasajera rebelde—. ¡Escuchaos a vosotros mismos! ¿Habéis olvidado que somos científicos, que la razón misma de la existencia de esta nave es la de prevenir el tipo de riñas a las que estáis ahora entregados?
La mujer permaneció inmóvil durante un momento y miró con ferocidad, primero a Rohgan y luego a McCoy. Finalmente asintió con un movimiento de cabeza y se retiró a la zona de la tripulación, junto con el grupo que se había reunido detrás de ella.
McCoy le dirigió a Rohgan una mirada de gratitud.
—Gracias. Considero muy probable que me haya salvado la vida una vez más.
—A su disposición, doctor —replicó Rohgan mientras señalaba a Spock y Finney con un gesto de la cabeza. Cuando habló esta vez, no intentó disimular su preocupación—. Sólo espero que su amigo pueda devolverme el favor.
Durante lo que a Finney le parecieron horas, la imagen de la pantalla de la computadora onduló ante él, demasiado borrosa a causa del recién descubierto dolor como para que pudiese verla con claridad, pero fijada allí por aquella otra mente que, cuando intentaba examinarla, era de alguna manera la suya propia. Las líneas de códigos también danzaban y describían piruetas en la periferia de su cerebro: recuerdos de proyectos similares, el trabajo de toda una vida pasada…
Durante todo ese tiempo, la voz no dejaba de insistir, le instaba a ignorar la intensidad terrible de aquel dolor, a mirar más detenidamente la imagen que tenía ante sí, a recordar lo que había visto. Implacable, lógica, la voz insistía una y otra vez, sin detenerse nunca, sin hacer siquiera una pausa.
Hasta que…
Abruptamente, la imagen se aclaró. Una parte de su mente, de la mente de ellos, pudo, finalmente, enfocarla y le recordó que si él no se concentraba, si no extraía significado alguno de la rielante pantalla de símbolos, él, así como todos los que estaban a bordo de la nave junto con él, morirían.
Pero reparó en que aquella era una imagen de la pantalla en un momento cercano al final del análisis. Si la información necesaria para reconstruir el código de acceso alterado estaba en alguna parte del análisis, se encontraría al principio, no al final, y luego sintió que él mismo asentía ante aquel pensamiento.
La pantalla previa; era allí donde había descubierto finalmente la naturaleza de los cambios que Kelgar había introducido en el programa, y sintió que otra parte de sí mismo asentía nuevamente, como si leyera por encima de su hombro, no a través de sus propios ojos.
Lentamente, una imagen por vez, él/ellos retrocedieron, cada una de las imágenes era aparentemente más nítida que la anterior. Un fragmento aquí, una línea allá… Kelgar había escondido bien los cambios, había mantenido el código dentro de la máxima simplicidad posible para que una mirada casual no percibiera alteración ninguna. Finalmente, consiguieron toda la información necesaria.
Pero debía ser extraída, interpretada y reconstruida. Sería como rescatar un puñado de palabras de una hoja de papel escrito mediante un sistema de análisis en el cual las palabras eran uno de los cien elementos analizados: la forma en que las formas de las letras estaban complejamente entretejidas con el contenido químico de la tinta de cada letra, la forma en que esa tinta reaccionaba al contacto con el papel, el grosor y la textura de la superficie del papel, y otros incontables detalles.
Pero la información estaba allí, debía estar. Lenta y meticulosamente, él… ellos… comenzaron el proceso de extracción.
Una vez comprobado todo lo que podía comprobarse, Kirk le indicó a Uhura con un gesto que pasara a Kaulidren a la pantalla frontal del puente. —¡En el nombre de Dios, capitán! ¿Puede saberse a qué espera? —casi le gritó la imagen a Kirk en el preciso momento en que apareció ante él.
—Tenemos a su satélite en el interior de nuestros escudos deflectores, primer ministro. Resistirán indefinidamente los rayos láser de la nave que se aproxima.
—Pero, ¿qué sucederá si fallan? ¡Su llamado transportador ha fallado ya! ¡Su radio subespacial también ha fallado! ¡Y sabe Dios qué más ha fallado y usted no se ha molestado en comunicarme! Si quieren arriesgar sus propias vidas confiando en sus evidentemente poco fiables artilugios de la Federación, es asunto suyo, pero ahora arriesgan también nuestras vidas. Capitán, hay más de nueve mil hombres, mujeres y niños en ese satélite, y usted mismo ha dicho que en esa nave rebelde no había nada excepto armas… ¡armas que acabarán con todas esas vidas, a menos que usted detenga la nave, ahora!
—Lo tendremos presente, primer ministro.
—¡Haga algo más que tenerlo presente, capitán! ¡Haga algo al respecto! ¡Antes de que sea demasiado tarde!
—Haré lo que pueda, primer ministro —le contestó Kirk mientras le indicaba silenciosamente a Uhura que cortara la conexión. Cuando el rostro del primer ministro desapareció de la pantalla, Kirk pulsó el botón de comunicación con ingeniería.
—Señor Scott, ¿ha conseguido algún progreso… en algo?
—Nada que pueda detectarse, capitán —le respondió la voz del comandante Scott, auténticamente furibunda—. ¡Hemos desmontado completamente otra docena de sensores, pero no hay en ninguno de ellos ni una sola condenada avería! Mis hombres han examinado el transportador de carga hasta donde es posible sin desmontarlo pieza por pieza, pero los resultados revelan que está en un estado tan perfecto como los sensores. ¡La única pequeña dificultad es que no sirve para transportar absolutamente nada!
Kirk guardó silencio durante un momento.
—No comience a desmontar el transportador, Scotty, al menos no de momento. Y no reemplace ningún otro sensor.
—Sí, capitán, pero qué…
—Es obvio que no llegaremos a ninguna parte con la comprobación de los sistemas después de su fallo, así que comencemos por comprobarlos antes que dejen de funcionar. Revise todo lo que pueda, tan minuciosamente como le sea posible… los escudos, los motores de impulso, los motores hiperespaciales, absolutamente todo. Si falla alguna otra cosa, y si usted la observa en el momento en que falle, quizá pueda averiguar algo.
—Sí, capitán, tal vez tenga usted razón, pero yo no apostaría nada por ello.
«Todavía piensa que podría deberse a la influencia de los organianos», pensó Kirk, pero lo único que dijo fue:
—Si hay alguna cosa que pueda averiguarse, Scotty, usted es el único adecuado para averiguarla.
Al volverse hacia la pantalla frontal, Kirk advirtió que la nave que se aproximaba ya era visible en su centro.
—¿Algún indicio de por qué ha decidido desactivar el dispositivo de camuflaje ahora, señor Pritchard, en lugar de esperar hasta que tuviese al satélite en el radio de alcance de los cañones láser? ¿Sobrecarga energética? ¿Alguna clase de fallo?
—Nada, capitán. Pero las lecturas realizadas por los sensores en el momento de desactivarse el dispositivo de camuflaje eran idénticas a las anteriores… e idénticas a las de la nave romulana recogidas hace algunos años.
—¿Y el programa de diagnóstico del señor Spock? ¿Todavía informa de anomalías indefinidas e ilocalizables?
—Sí, señor. —Pritchard se inclinó hacia adelante para estudiar las lecturas que cambiaban constantemente—. No se detiene nunca. He realizado un par de modificaciones menores en el programa, pero…
Pritchard se tensó bruscamente.
—¡Capitán! ¡Una serie completamente nueva… están por todas partes!
—¿Se refiere a lecturas anómalas de los sensores?
—¡Sí, señor, docenas de ellas! Pero el programa continúa sin poder…
—¡Capitán! —interrumpió Sulu con una exclamación—. ¡Los escudos fallan!
Kirk se volvió rápidamente hacia la pantalla frontal. —¿Qué ha sucedido, señor Sulu? ¿Lo ha provocado algo que haya hecho esa nave?
—No hay ninguna relación obvia, señor. —Los dedos de Sulu pulsaron una serie de controles mientras sus ojos registraban los resultados—. ¡Sencillamente… fallan! ¡Por mucha energía que derivo hacia ellos, los escudos continúan decayendo!
—¡Scotty! Los escudos…
—Sí, capitán, ya lo sé. ¡La energía todavía entra en esos generadores, no puedo encontrar nada que funcione mal en ellos, pero los escudos decaen!
—¿Cuánto tiempo falta para que queden completamente desactivados?
—A este paso, no más de cinco minutos.
—Haga lo que pueda, señor Scott. Señor Pritchard, esas lecturas anómalas… han coincidido con el comienzo del fallo en los escudos, ¿no es así?
—Eso es lo que parece, capitán, pero ahora han descendido hasta… bueno, hasta un nivel en el que ya he comenzado a pensar como nivel de fondo «normal».
—¿Ha podido detectar alguna pauta? ¿Cualquier cosa?
—Sólo que se produjo una inundación de ellas, todas al mismo tiempo, señor; y cuando el programa dio marcha atrás para analizarlas… —Pritchard sacudió la cabeza con un gesto de frustración—. Lo mismo que hemos hablado antes, señor. La única pauta es que todo discurre como si la propia computadora le ocultase deliberadamente información al programa. Y en el caso presente… bueno, ya sé que quizá sea una analogía equívoca, pero casi podríamos decir que el programa captó esa nueva sarta de anomalías por el rabillo del ojo mientras tenía la atención centrada en otra cosa, y cuando se volvió para mirarlas directamente, las anomalías habían desaparecido. Todas las comprobaciones dieron resultados de perfecto funcionamiento.