—Comprendo perfectamente todo eso, primer ministro, pero hasta que hayamos podido aclarar todas estas discrepancias…
—¡Usted se limitará sencillamente a dejar que maten a mi gente! ¿Es eso lo que me dice, Kirk?
—Por supuesto que no. Vamos a mantener al satélite a salvo dentro de nuestros escudos todo el tiempo que tardemos en hacer las comprobaciones.
Se produjo un momento de silencio.
—¿Afirma usted, Kirk —dijo finalmente Kaulidren—, que los escudos funcionan perfectamente bien? ¿En este preciso instante?
—Eso ya se lo he dicho, primer ministro —replicó Kirk con aspereza.
Otro silencio. Luego, de manera repentina, el furioso entrecejo fruncido de Kaulidren desapareció. El primer ministro se echó a reír.
—Así pues, Kirk —declaró—, sabe usted más de lo que reconoce ante mí.
—¿Cómo dice usted, primer ministro?
—Dejémonos de juegos, Kirk.
—Es usted quien acaba de decir, y con bastante vehemencia, según recuerdo, que esto no era un juego, que las vidas de nueve mil personas de su planeta estaban en peligro.
—Muy cierto. Permítame que se lo diga de otra manera. —Los ojos de Kaulidren quedaron reducidos a dos líneas a causa de la sonrisa paternalista que apareció en su rostro—. Sus escudos no funcionan, capitán Kirk. Ya hace bastante rato que no funcionan. Usted lo sabe. También lo sé yo. Pero voy a decirle algo que usted no sabe: esos escudos no comenzarán a funcionar de repente, por muchas cosas que hagan su jefe de ingenieros y sus torpes subordinados.
Kirk frunció teatralmente el ceño.
—¿De qué demonios habla usted, primer ministro? ¿Y dónde ha obtenido ese supuesto conocimiento sobre los escudos de la
Enterprise
?
—Por favor, Kirk, no se haga el idiota. Los dos sabemos que no va bien con su personalidad. No sé cuánto ha conseguido adivinar, pero sé que es mucho más de lo que quiere hacerme creer. Aunque no lo bastante para salvarse a usted mismo y a su tripulación.
—¿Salvarnos? ¿De qué?
—De caer en desgracia, por mencionar una de las cosas; y de la muerte, por supuesto.
—¿Nos amenaza usted, primer ministro? Creo que no hace falta recordarle que está tratando con una nave estelar de la Federación.
—Sé perfectamente con qué… y con quién… trato, Kirk. Usted, por su parte… pero, mire, para que estemos en un plano de igualdad, por decirlo de manera convencional, permítame que me presente: Carmody, comandante Jason Carmody, antiguamente de la Flota Estelar y actualmente al servicio de una organización más afín con mi manera de pensar. «Esos klingon suyos», para ser más preciso.
«¡Carmody!»
Sin saber cómo, Kirk consiguió no reaccionar externamente ante aquel nombre. Hasta el momento había dado por supuesto que el primer ministro no era más que un chyrellkano ingenuo que trabajaba con los klingon, pero, al descubrir repentinamente que en lugar de eso era un oficial renegado de la Flota Estelar, la mente de Kirk se puso a funcionar a toda velocidad. Que los klingon hubieran descubierto por sí solos la forma de sabotear la computadora de la
Enterprise
no había sido algo fácil de creer. Pero que Carmody lo hubiera averiguado…
Pero, por encima de todo, el propósito de aquella mascarada increíblemente elaborada comenzaba a adquirir de pronto, una especie de significado perverso. Carmody, con la ayuda de los klingon, llevaba a cabo su venganza sobre la Federación por el arresto al que le habían reducido sus propios tripulantes, por el consejo de guerra que se había preparado para juzgarle. Se vengaba por el sistema de intentar que un capitán de nave estelar violase la Primera Directriz, exactamente igual que lo había hecho Carmody, sólo que a una escala más gigantesca.
Con la esperanza de que su rostro no hubiera denunciado los pensamientos que pasaban aceleradamente por su cerebro, Kirk abrió los ojos con perplejidad.
—¿No es usted chyrellkano?
—Todavía se hace el idiota, Kirk. Estoy decepcionado. Su primer oficial, el señor Spock, me advirtió que no debía subestimarle, pero estos estúpidos fingimientos suyos lo hacen cada vez más difícil.
Esta vez, Kirk no se molestó en ocultar la genuina reacción que se apoderó de él.
—¿Spock? ¿Cuándo ha visto usted a Spock?
—No le he visto, solamente he hablado con él. —Carmody hizo una pausa deliberada—. Un poco después que él y el doctor McCoy subieran a bordo de la nave que yo le he incitado a derribar… la nave que sin remedio derribará usted dentro de pocos minutos.
Kirk se tragó la mezcla de emociones que repentinamente comenzó a agitarse en su interior y frunció el entrecejo.
—¡Ahora sé que está usted loco, Kaulidren, o comoquiera que se llame en realidad! El comandante Spock y el teniente comandante McCoy resultaron los dos muertos…
—Ese era nuestro plan —le interrumpió Carmody—, pero demostraron ser superiores a las capacidades de sus supuestos ejecutores. Por supuesto, no permitiré que conserven la vida durante mucho tiempo, pero, si debo decirle la verdad, casi me alegra que hayan conseguido escapar, particularmente dado que acabaron donde lo han hecho… con un poco de ayuda por mi parte. Le aseguro que me place mucho saber que será usted… o al menos su
Enterprise
… la que de hecho perpetrará el asesinato.
«¡Spock y McCoy estaban vivos!» Kirk apenas pudo evitar que una sonrisa aflorara a sus labios… pero debía hacerlo, al menos de momento, con el fin de tener una oportunidad para salvarlos. Profirió un resoplido despectivo.
—Permítame aclarar, esto, primer ministro. ¿Cree usted que, después de todo lo que acaba de admitir, podrá convencerme para que dispare contra esa nave?
—Por supuesto que no, Kirk, y usted lo sabe. De verdad, su estupidez intencionada comienza a resultarme tediosa.
«No más a usted que a mí —pensó Kirk—, pero hasta que le haya concedido a Sulu el tiempo suficiente y haya averiguado todo lo posible sobre usted…»
—En ese caso, instrúyame, primer ministro —le pidió Kirk con el mismo tono despectivo y escéptico—. Usted piensa obligarme a matar a mis mejores amigos, le aseguro que me gustaría mucho saber cómo va a conseguirlo.
Carmody sonrió con falsa expresión de lástima.
—Así que ese es su juego, ¿verdad? Usted piensa que, si yo le cuento mis planes, podrá sacarse un as de la manga y conseguirá detenerme. Muy bien, se lo contaré, aunque creo que usted ya lo ha adivinado. Lo haré igual que he desactivado sus escudos, igual que evité que transportara a todos los tripulantes del satélite. Para expresarlo de la manera más sencilla y fácil de comprender, capitán Kirk, yo controlo su computadora y por tanto tengo el control de su nave, y no hay absolutamente nada que usted pueda hacer para impedirlo.
—¡No apueste nada por eso! ¡Señor Scott! ¡Ciérrelo!
—Sí, capitán —replicó instantáneamente la voz de Scotty, y en aquel preciso instante todas las pantallas, todas las lecturas del puente, se apagaron.
Y volvieron a encenderse.
La risa de Carmody llenó el aire del puente.
Tras la accidentada salida de la lanzadera, el teniente Sulu comprobó rápida y eficientemente todos los sistemas de la navecilla mientras sondeaba al mismo tiempo la vecindad inmediata de la
Enterprise
.
Los escudos estaban efectivamente desactivados, según demostraban los escáners.
Y allí…
En la sombra del gigantesco satélite fábrica de Chyrellka, que empequeñecía por comparación a la
Enterprise
, flotaba un objeto más pequeño que una lanzadera de un solo tripulante, unido a la
Enterprise
mediante un fino rayo tractor. ¿Sería eso lo que dominaba a la computadora?
¡Sí! Incluso con los escáners de la lanzadera, Sulu podía detectar la constante corriente de datos que fluía en ambas direcciones entre el objeto y la
Enterprise
. Por un momento pensó en arremeter contra el objeto, aunque el impacto dañara también a la lanzadera. El dispositivo de campo de emergencia con efecto traje espacial le mantendría con vida hasta que la
Enterprise
, con la computadora otra vez en funcionamiento normal, pudiera llevarle al interior. Y, aunque eso no fuera posible, una sola vida era un precio bajo a cambio de…
Pero de pronto advirtió que había algo más. Una segunda corriente de datos que fluía entre aquel objeto y alguna otra cosa, algo que se hallaba fuera del radio de alcance de los escáners de la lanzadera. Aquel objeto diminuto era, evidentemente, una estación repetidora. Posiblemente se trataba de una conexión vital, pero era igualmente posible que fuese una mera comodidad. Aun cuando consiguiera destruirla por completo, quienquiera que estuviese en el otro extremo de aquel flujo de datos se enteraría de lo sucedido. En ese caso, según todas las probabilidades, se limitaría a aproximarse más y hacerse cargo directamente de la situación, supliendo de esa forma la carencia de la estación repetidora. Y Sulu no le serviría para nada a la
Enterprise
en el interior de una lanzadera inutilizada.
No. Como último recurso siempre podría intentar el choque con el objeto, pero, por el momento, era más importante recoger información. La nave que Kaulidren quería que destruyeran estaba todavía a más de veinte minutos de distancia, y averiguar la verdadera naturaleza de la misma era una de sus principales prioridades. Kirk ya sabría que los escudos estaban desactivados, puesto que la ausencia de una señal específica enviada a la teniente Shanti le habría informado de ello.
Primero, un sondeo de la nave que se aproximaba y luego, según lo que descubriera, o bien regresaría a la
Enterprise
con la información o saldría en persecución de aquel flujo de datos para ver lo que podía averiguar.
Tras orientar la lanzadera, Sulu le aplicó máximo impulso.
—¿Tiene algún otro as oculto en la manga, capitán? —le preguntó Carmody a Kirk, con una arrogante te sonrisa fija en los labios.
—¡Le aseguro que si es así —le espetó Kirk— usted será el primero en saberlo!
—De eso no me cabe la menor duda pero, dadas las circunstancias, ¿no hay nada más que quiera saber? Hace tan sólo un momento estaba usted lleno de preguntas. No me diga que su curiosidad ha quedado satisfecha tan fácilmente.
—Se nota que le encanta refocilarse, así que hágalo mientras tiene la oportunidad.
Carmody se encogió de hombros.
—A decir verdad, sí que me encanta, pero, si se hallara usted en mi lugar, ¿no le sucedería lo mismo, de ofrecérsele una oportunidad tan perfecta como esta? Lo único que lamento, ahora que he llegado a conocerle tan bien en estas últimas horas, es que va a disponer usted de muy poco tiempo para apreciar la situación global. Sin embargo, el resto de la Flota Estelar tendrá más tiempo para hacerlo, eso puedo asegurárselo; tal vez tendrán hasta dos años. Según mi estimación, eso es lo que hará falta para infectar todas las computadoras de la Flota Estelar. Durante todo ese tiempo usted será recordado como el capitán que mancilló la Federación al violar la Primera Directriz de una forma aún más terrible que yo. Habrá usted disparado contra una nave desarmada y llena de emisarios de paz, y, lo peor de todo, la habrá destruido.
—¿Planea usted tomar represalias contra la totalidad de la Flota Estelar? —le interrumpió Kirk—. ¡No creo que pueda usted suponer que ese «virus» suyo podrá pasar inadvertido, y por tanto no ser eliminado, durante todo ese tiempo dentro de tantas naves!
—Por supuesto que sí, capitán. Estoy seguro de ello. Esta no ha sido más que una operación de prueba y, a pesar de algunos problemas menores, los cuales, por supuesto, serán corregidos, ha constituido un éxito absoluto. En el futuro, ni siquiera un programa como el creado por su señor Spock notará que hay algo fuera de lo normal. Y una vez que todo esté en su lugar… —Carmody hizo una pausa mientras su sonrisa se hacía aún más ancha—. Como dice un viejo refrán muy extendido por toda la Tierra, capitán, será como pescar peces en un barril.
—Si cree usted que va a conseguir salirse con la suya en todo esto…
—Sé que voy a conseguirlo, capitán. Y usted lo sabrá dentro de aproximadamente tres minutos, cuando sus cañones fásicos comiencen a disparar. Ahora, espero que me disculpará; hay otras cosas que requieren mi atención.
La imagen de Carmody desapareció abruptamente para ser reemplazada por la de la nave que se aproximaba, con los cañones de los rayos láser claramente visibles en la proa.
Pero un instante después habían desaparecido los cañones y la proa aparecía lisa y sin aberturas. Un instante más, y la nave se presentó bajo una forma completamente distinta a la que había tenido hasta aquel momento, con un tamaño que era la cuarta parte del anterior. Si bien Kirk había esperado algo así, no dejó de resultarle inquietante. Se tensó, a la espera del siguiente indicio. No se atrevía a precipitarse, no se atrevía a jugar con excesiva premura la única carta que le quedaba.
—¡Capitán! —gritó el alférez Sparer, que substituía a Sulu en el timón—. ¡Todas las baterías fásicas se orientan hacia la nave que se aproxima! ¡Nada de lo que yo hago causa efecto alguno!
—Muy bien, pues —dijo mientras una sonrisa comenzaba a formarse en sus labios—. ¡Ahora, señor Scott!
No obtuvo respuesta ninguna, pero, un instante más tarde, cuando actuaron Scotty y una docena de sus hombres apostados en puntos clave de toda la
Enterprise
, las pantallas y luces indicadoras del puente se apagaron.
Y esta vez no volvieron a encenderse.
Spock se tambaleó momentáneamente al completar la retirada mental y apartó sus manos de la frente de Finney. El terrícola profirió un grito ahogado y habría caído de no haberle sujetado McCoy por los hombros.
—La información, Spock… ¿la ha conseguido? —preguntó McCoy sin apartar los ojos de Finney.
—Creo que sí, doctor. —Se sacó rápidamente el comunicador del cinturón y lo abrió mientras observaba a McCoy, que depositaba a Finney suavemente sobre el suelo—. Afortunadamente el código nuevo no parece estar unido a ninguna voz específica.
Luego, poco a poco, extrajo los números de su propia memoria y los pronunció en voz alta a través del comunicador, mientras McCoy y los demás le observaban y esperaban tensos. En la pantalla que se encontraba por encima del asiento del piloto, el punto que se veía en el centro se había definido finalmente como un cilindro diminuto, una visión de juguete del satélite de Chyrellka. Otro punto cercano a la misma todavía era simplemente eso… un punto, no identificable como una nave, aunque todos daban por supuesto que se trataba de la
Enterprise
.