El renegado (22 page)

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Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

Sulu se interrumpió en seco. Casi simultáneamente cesaron los disparos de láser y la nave de vigilancia permaneció en punto muerto durante un momento; luego dirigió su proa rectangular hacia arriba para dirigirse aparentemente hacia su órbita normal.

—¡Capitán! —dijo Sulu con una voz cargada de sorpresa—. ¡La nave ha desaparecido!

—¿Qué ha pasado? —preguntó precipitadamente Kirk—.¿La ha derribado la otra nave de vigilancia?

—No, señor, no ha sido derribada. Simplemente… ha desaparecido. Se ha desvanecido.

—¿Es que tiene su propio escudo? ¿Uno como el que hay en el planeta?

—No, señor. Simplemente ha desaparecido. Como si… —Sulu hizo una pausa y lanzó una fugaz mirada a Kirk por encima del hombro—. La única vez que he visto algo semejante, señor, fue cuando vi camuflarse una nave romulana.

A McCoy se le heló el corazón al observar la gigantesca nave de vigilancia que se agrandaba en la pantalla de la cabina. Rohgan se hallaba de pie junto al piloto, que había regresado a su asiento y trataba de conseguir que los controles le respondieran. Todos los ojos estaban fijos en la nave de vigilancia, excepto los de Spock, que permanecían constantemente atentos a la pantalla de su sensor.

—¿Se ha activado el dispositivo que supuestamente debería protegernos? —preguntó bruscamente Rohgan.

El piloto negó con la cabeza y volvió a su tarea.

—¡No lo sé! No hay nada que responda a nuestros controles; si está activado ha sido obra de quienquiera que nos manipule. —Se volvió hacia Spock y McCoy—. ¿Están ustedes aliados con Kaulidren? ¿Es por eso que están aquí?

—¡Sí, también a mí me gustaría saberlo! —exclamó Rohgan, que había dado la vuelta para encararse asimismo con ellos—. Yo creí sus palabras respecto a todas esas cosas, así como a Tylmaurek, pero ahora… —Lanzó una mirada de aprensión a la nave de vigilancia que había en la pantalla—. ¿Están a punto de hacernos volar por los aires? ¿Es eso lo que ha querido decir Kaulidren cuando afirmó ser el responsable de nuestras muertes?

—Yo no lo creo así —le contestó Spock en voz baja—, aunque supongo que pronto seremos destruidos de una u otra forma, a menos que consigamos averiguar con toda precisión qué planea hacer el hombre al que ustedes conocen como Kaulidren.

—Sea quien sea —declaró Rohgan—, parecía creer que usted ya lo sabía, señor Spock. Y se mostraba complacido, no preocupado.

—Sé un poco y sospecho más —admitió Spock—, pero no bastante para salvar nuestras vidas. Nuestra única probabilidad realista de supervivencia…

Se interrumpió abruptamente y desplazó la mirada del sensor a la pantalla.

—Una nave, probablemente una nave estelar de la Federación, posiblemente la
Enterprise
, acaba de entrar en el radio de alcance del sensor —anunció mientras sacaba el comunicador que llevaba sujeto al cinturón.

En el momento en que lo abría, la propia
Enterprise
apareció en la pantalla, bloqueando a medias la nave de vigilancia que se aproximaba. McCoy había sacado su comunicador un instante después, pero ni él ni Spock consiguieron obtener respuesta alguna.

—¿Qué rayos sucede? —exclamó McCoy con irritación mientras sacudía el comunicador como si quisiera obligarle a cooperar por la fuerza— ¡Ese escudo no puede bloquear ahora nuestras comunicaciones!

—Y no lo hace, doctor —replicó Spock mientras volvía a mirar el sensor—. Los escudos de la
Enterprise
están activados, pero eso no…

Volvió a interrumpirse cuando los escudos de la
Enterprise
se encendieron bajo los repentinos disparos de láser de la nave de vigilancia, pero al cabo de pocos segundos los disparos cesaron.

Después, la nave de vigilancia se reorientó rápidamente y comenzó a subir a toda velocidad hacia la órbita más alta que había ocupado anteriormente.

—Tal vez si se acercaran lo bastante… —murmuró McCoy mientras devolvía su atención al comunicador.

—No creo que podamos contar con eso, doctor —comentó Spock con los ojos aún clavados en la pantalla donde también la
Enterprise
disminuía rápidamente de tamaño—. Parece que también ellos regresan a la órbita estándar.

—¡Eso es una locura! ¡Acaban de salvarnos el pellejo en el momento en que esa cosa intentó hacernos volar en pedazos! Usted lo ha visto tan bien como yo.

—Yo vi que la nave de vigilancia disparaba, doctor, y vi que los escudos de la
Enterprise
desviaban esos disparos. Nada indica que supieran que nos encontramos a bordo. De hecho, su comportamiento en estos momentos denota que ignoran nuestra presencia.

—Eso es una locura más grande todavía, Spock. ¡Deben saber que estamos aquí! ¡Incluso en el caso de que nuestros comunicadores estén de alguna forma bloqueados, los sensores de la nave han de detectarnos! A esta distancia, incluso han podido ver que hay un vulcaniano a bordo, así, pues, ¿por qué…?

La pantalla se iluminó con una luz brillante, mucho más brillante que el destello de los rayos láser sobre los escudos de la
Enterprise
. La mayoría de los tripulantes de la pequeña nave profirieron un grito ahogado y todos los ojos se volvieron rápidamente hacia la pantalla.

—¡Nos dispara otra vez! —dijo alguien casi en un grito, y de pronto se produjo un absoluto silencio.

—No dispara —declaró Spock, que levantó una vez más los ojos del sensor—. La nave de vigilancia más cercana simplemente ha sido destruida por una explosión de antimateria.

McCoy renunció bruscamente a intentar darle algún sentido a nada de lo que sucedía y se puso a sacudir la cabeza. Luego sus ojos bajaron hasta el hombre herido, y aún inconsciente, que habían llevado a bordo.

—¿Como la explosión que tuvo lugar justo antes de bajar este amigo nuestro a la superficie? —preguntó McCoy con el entrecejo fruncido por una nueva perplejidad—. ¿Hay algo que las esté derribando, Spock, o qué?

—Las explosiones han sido bastante similares, doctor —le contestó Spock mientras volvía a mirar el sensor—, pero yo sospecho que no las han derribado. Otra nave del mismo tipo acaba de entrar en el radio de alcance de mi sensor, también contiene una pequeña cantidad de antimateria. La energía que alimenta los motores de la nave, sin embargo, proviene de la fusión nuclear. La antimateria no forma parte de ningún dispositivo generador de energía, está aislada en un campo de contención sencillo. Es lógico suponer que la primera nave llevaba una carga similar y que el campo de contención fue roto por algún medio que desconocemos.

—¿Y para qué rayos iba a llevar una nave un pedazo de antimateria por ahí, si no la utiliza como fuente energética… ni como arma?

—No dispongo de datos suficientes para sacar una conclusión lógica, doctor. Sin embargo… —Spock volvió a interrumpirse y sus cejas se arquearon ligeramente cuando otra cosa entró en el radio de alcance de su sensor—. Ahora dispongo de nuevos datos, doctor. La nave de vigilancia que tenemos detrás acaba de ser destruida por una explosión idéntica a la anterior. En este caso fue precedida por una señal similar a las que controlan la nave a bordo de la cual viajamos.

—¿Lo cual significa qué, Spock? —le apremió impaciente McCoy cuando el vulcaniano guardó un momentáneo silencio.

—Según todas las apariencias, doctor, la antimateria cumplía las funciones de un mecanismo de autodestrucción que podía ser activado desde lejos.

—¿Significa eso —intervino Rohgan— que la antimateria de esta nave puede ser detonada de la misma manera?

—Eso es bastante dudoso, profesor, aunque no imposible. La antimateria que tenemos aquí forma parte del motor, no es un objeto aislado con una función discernible. La persona a la que deberíamos preguntárselo es al ex comandante Finney, aquí presente, doctor.

—Revivirlo para que luego se nos muera en las manos no servirá de nada —le espetó McCoy.

—En ese caso, haga todo lo posible para que no se nos muera, doctor. Tengo plena confianza en sus capacidades.

Durante los cinco minutos siguientes el sensor de Spock detectó otros dos estallidos de energía provocados por explosiones de antimateria, pero McCoy, concentrado en el hombre herido, apenas las advirtió.

Finney, había dicho Kaulidren… Carmody… ahora que lo contemplaba con mayor atención, McCoy supo que era la pura verdad. Incluso adivinó cómo se las había ingeniado Spock para reconocerle inmediatamente, a pesar de los cambios sufridos. Todo su cabello pelirrojo, excepto un ligero toque, había sido reemplazado por pelo gris. La mitad inferior de su rostro estaba cubierta por una barba entrecana muy corta.

Pero los ojos no habían cambiado. Había una expresión torturada en ellos cuando le había encontrado escondido en la
Enterprise
, tras el fracaso de su complot para fingir su propia muerte y manipular luego la computadora de la nave, de forma que apareciera una grabación falsa en sus registros donde constara que el capitán había dado la orden de emergencia que supuestamente había provocado esa muerte. En aquel momento, aun con los ojos cerrados e inconsciente, su rostro reflejaba aquella misma expresión torturada, como si su reacción ante las injusticias que en su imaginación amontonaban sobre él sus superiores, desde la mismísima época en la academia de la Flota Estelar, se hubiera convertido finalmente en una parte inseparable de sus rasgos.

El hombre, que incluso en aquel momento pensaba en sí mismo como Hargemon, se encontró repentinamente despierto. Instintivamente, hizo un gesto defensivo, mientras las últimas imágenes de la lanzadera que se estrellaba pasaban velozmente ante sus ojos. De sus labios escapó un grito contenido, pues hasta ese gesto insignificante le produjo un doloroso latido en la cabeza.

«Dónde demonios…»

Se aclaró su visión y volvió a proferir un grito ahogado al encontrarse con el rostro del doctor Leonard McCoy, que le contemplaba con su habitual expresión ceñuda. Detrás de él estaba el comandante Spock.

Y Rohgan, y media docena de los integrantes del grupo manipulado por el comandante.

Y por encima de él…

Con un sobresalto, reconoció finalmente el lugar en el que se hallaba… ¡la lanzadera! ¡Y por la sensación que tenía y los sonidos que percibía, ya estaban en camino! Si habían llegado demasiado lejos…

Volvió bruscamente los ojos hacia los dos tripulantes de la
Enterprise
.

—¿A qué distancia estamos de Vancadia?

—Aparentemente hemos alcanzado ya la órbita, señor Finney —le respondió Spock en voz baja—, pero no se ha detenido la aceleración.

Ante aquella respuesta, Finney dejó escapar la respiración con un sonoro suspiro y se relajó, dejando que su cuerpo se aflojara sobre el suelo escasamente acolchado.

—En ese caso, tenemos tiempo de sobra. —Sus ojos volvieron a fijarse en Spock y McCoy—. Puede que en este instante no me crean, pero les aseguro que me alegro mucho de verles a los dos.

—A estas alturas, Finney —le contestó McCoy—, ¿por qué habría de creer cualquier cosa que dijera usted? ¿Cómo demonios consiguió…?

—Ya tendremos tiempo más tarde para ponernos al día respecto a los viejos tiempos —le interrumpió Finney mientras la antigua amargura afloraba a su voz. Con ostentosas muecas de dolor, consiguió levantarse trabajosamente y se puso, tambaleándose, de pie—. Es decir, lo tendremos después que yo haya realizado ciertas transmisiones. Doctor, ¿tendría la amabilidad de prestarme su transmisor?

El fruncimiento del entrecejo de McCoy se hizo más profundo.

—¿Por qué rayos habría de hacer una cosa semejante? ¿Qué…?

Finney le tendió la mano con la palma hacia arriba.

—Porque, si no lo hace, me veré obligado a utilizar el sistema de comunicaciones de esta nave, que sin duda ha sido intervenido. Y si no hago esa llamada, y pronto, esta nave y todos los que están en ella serán vaporizados.

14

Kirk corrió hacia la terminal científica.

—Informe, señor Pritchard.

—La nave ya no aparece registrada en ninguno de nuestros sensores, capitán.

—¿Ha seguido la pauta propia de nave que activa su dispositivo de camuflaje? ¿O se trata de algo diferente? Señor Sulu, llévenos de vuelta a la órbita estándar. No quiero que tengamos una colisión accidental con eso, sea lo que sea.

—Sí, señor.

Mientras la
Enterprise
se retiraba de vuelta a su anterior órbita, Pritchard ordenó que aparecieran en pantalla las series de lecturas realizadas por los sensores, las estudió brevemente, comenzó a hablar y, tras detenerse, le pidió a la computadora otra serie de datos.

—Computadora, realice una comparación detallada entre estas dos series de lecturas.

—Las dos series son idénticas —replicó la monótona voz femenina de la computadora, instantes después.

Pritchard le lanzó una mirada al capitán y luego se volvió nuevamente hacia la pantalla.

—Repita la comparación —le pidió pasado un momento—. Puesto que las naves de esos dos incidentes difieren tremendamente en lo que a masa y volumen se refiere, parece improbable que las lecturas puedan ser completamente idénticas.

—Las dos series de lecturas son idénticas —repitió la computadora.

Pritchard se volvió a mirar a Kirk.

—Ya lo ha oído, capitán —comentó con inquietud—. Hemos comparado las lecturas tomadas durante los instantes que la nave tardó en desaparecer con unas lecturas similares recogidas cuando una nave romulana activaba su dispositivo de camuflaje. Deberían haberse registrado al menos algunas diferencias.

—Estoy de acuerdo, teniente —replicó Kirk pensativo—. En ningún caso dos acontecimientos del tipo que sea deberían producir dos conjuntos de datos idénticos. Pero, si tomamos en consideración los problemas que tenemos con los sensores, ¿podemos confiar en las lecturas tomadas actualmente?

Pritchard tragó con dificultad.

—No lo sé, capitán. —Miró nerviosamente las lecturas y luego volvió los ojos hacia Kirk—. El programa del comandante Spock sólo indica que hay lecturas anormales. No ha confirmado que ninguna lectura específica, ni ningún conjunto de lecturas, sean verdaderamente erróneos.

—Comprendido, señor Pritchard. Señor Scott…

—¡Capitán! —le interrumpió Sulu—. ¡Han disparado contra una de las naves de vigilancia!

Kirk se volvió bruscamente hacia la pantalla frontal.

—¡Máximo aumento!

—Sí, señor.

Durante un momento la pantalla estuvo totalmente cubierta por la imagen de una de las naves de vigilancia de aspecto amenazador, con un agujero de bordes fundidos en el lugar en que había estado uno de los falsos cañones de láser. Después desapareció, la pantalla se encendió con la sobrecarga del estallido y luego disminuyó el aumento hasta que sólo quedó en su centro un diminuto sol que se apagaba.

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