El renegado (21 page)

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Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

—Es muy comprensible que, contrariamente a lo que le sucedió con la Federación, la filosofía klingon le resulte más afín a la suya propia. Según recuerdo, las pruebas que se habrían presentado ante el consejo de guerra que iba a juzgarle, todas avaladas por testigos presenciales pertenecientes a su propia tripulación, habrían tenido como resultado casi inevitable su condena por la violación premeditada de la Primera Directriz.

—Sin duda alguna, habría sido así. —La voz de Carmody se hizo más áspera—. La Flota Estelar nunca comprendería, nunca aceptaría las razones que tuve para hacer lo que hice en Delar… pero hice lo adecuado. En cierto sentido, lamenté profundamente no disponer de la oportunidad para presentar oficialmente mi punto de vista sobre el caso, las razones que tuve. —Se oyó un suspiro burlón—. Es una auténtica lástima que mis tímidos amigos de la Flota Estelar tampoco lleguen a conocer nunca la verdad sobre este episodio. Pero, de otro modo, se frustrarían sus objetivos, ¿no le parece, señor Spock? No obstante, que usted me identifique como el responsable de sus próximas muertes, por no hablar de la muerte inminente y la caída en desgracia del capitán Kirk y la destrucción de la
Enterprise
, así como, eventualmente, la de toda la Federación, ayudará a aliviar la decepción que siento.

Otra docena de voces irrumpieron en torno a Spock… eran voces interrogativas y asustadas.

—Usted se lo explicará a los demás, ¿no es cierto, señor Spock? —continuó Carmody—. Quiero decir, todo lo que sea capaz de deducir lógicamente. Yo mismo les haría los honores, pero tengo entre manos otros asuntos que debo atender, particularmente ahora que nos hemos visto obligados a deshacernos de mi ayudante en todo esto, el teniente comandante Finney.

«¡Finney!» Instintivamente, McCoy comenzó a volverse hacia el hombre herido, pero casi al instante sintió la férrea mano de Spock que le impedía moverse.

—¡Spock! ¿Qué demonios?

—¿Qué ha hecho el señor Finney para merecer su mala voluntad? —inquirió Spock con una voz insólitamente alta para ahogar las protestas de McCoy.

—No dispongo de todos los detalles, señor Spock —contestó la voz con una sonrisa perceptible—. Baste decir que, al igual que la propia Flota Estelar, no tenía un estómago bastante resistente para tomar decisiones duras llegado el momento. Si tengo oportunidad de volver a hablar con usted, como espero que sucederá, puede que le explique algo más, pero, a decir verdad, dudo que vaya a hacerlo. Y si lo hago… no voy a mentirle y decirle «larga y próspera vida». No, me limitaré a decirle adiós. Adiós, señor Spock, doctor McCoy. Nunca sabrán lo placentero que me ha resultado hacer negocios con ustedes y ese santurrón capitán suyo, sobre el que el señor Finney me ha contado tantas cosas.

La voz guardó abruptamente silencio y la conexión quedó aparentemente cortada.

—Parece que ahora podemos hablar sin miedo a que nos escuchen —anunció Spock tras echar una fugaz mirada a la pantalla del sensor.

—¡Así que a eso se refería usted, Spock! —exclamó McCoy mientras se volvía; luego se aferró a uno de los asideros fijados en el suelo para no perder el equilibrio y se inclinó sobre el hombre que habían subido a bordo—. «En otra época fue un teniente comandante» ¡Este es Finney! ¡Usted le reconoció de inmediato! Por supuesto, debe haber escapado antes de concluir el tratamiento siquiátrico. Pero, ¿qué quiso decir Kaulidren… Carmody… con eso de deshacerse de…?

Las palabras de McCoy fueron interrumpidas por el grito ahogado que profirieron una docena de gargantas.

Alarmado, levantó la cara, con la boca aún medio abierta, mientras sus ojos seguían la mirada de los demás hacia la pantalla de la cabina del piloto. Los mensajes que antes pasaban por ella habían desaparecido.

En su lugar, McCoy vio el amenazador bulto de una nave de vigilancia que se aproximaba, con sus baterías de cañones de láser apuntadas hacia ellos.

13

—Los mismos resultados, capitán. —El teniente Pritchard levantó los ojos de las lecturas en la terminal científica—. El programa confirma la existencia de lecturas anormales por parte de los sensores, pero no puedo identificarlas ni determinar su naturaleza. Sé que parece una locura, señor, pero es como si la computadora le escondiese deliberadamente esa información al programa. Si el señor Spock estuviera aquí, él podría…

—¡Pero el señor Spock no está aquí, señor Pritchard! —le espetó Kirk—. ¿Hay alguna otra cosa que podamos hacer los que todavía estamos a bordo de la nave?

Pritchard se puso rojo ante aquella contestación, pero no protestó. De todas las personas que había a bordo, él sabía que el capitán Kirk era quien más sentía la pérdida de Spock… y el que menos se atrevía a demostrarlo.

—Puedo intentar modificar el programa ahora que ha acabado el análisis —le respondió—, pero no puedo garantizar cuáles serán los resultados sin disponer de información sobre las intenciones del diseñador del programa. No sabemos qué perseguía él con esas operaciones específicas, ni que esperaba averiguar con los resultados. Ni siquiera sabemos si este programa, en la forma que tiene actualmente, hace de verdad lo que el diseñador pretendía. Todavía trabajaba en ese programa cuando… —La voz de Pritchard se apagó, y el joven mostró un aire de incomodidad.

Kirk guardó silencio durante un momento, sus facciones se suavizaron a medida que el fruncimiento del entrecejo desaparecía.

—Comprendido, señor Pritchard —le respondió—. Haga todo lo que pueda. —Desvió el rostro de la terminal científica y pulsó el botón de comunicación con ingeniería—. Señor Scott, ¿ha habido suerte con los sensores desde su extremo?

—Ni la más mínima, capitán. Las unidades que hemos quitado y reemplazado han sido desmontadas casi hasta el nivel molecular, y todas las pruebas indican que funcionan perfectamente. Sea cual sea el problema, no está en los sensores… no en estos sensores, por lo menos.

—¿Y las compuertas del muelle de las lanzaderas?

—Dos de mis hombres trabajan para conseguir que podamos abrirlas sencillamente a mano, sin siquiera la fuerza hidráulica. No va a resultar fácil, capitán. Ya sabe, el tamaño de esas compuertas… no han sido diseñadas para algo así.

—Comprendido, Scotty. Continúe en ello. Teniente Uhura, ¿ha conseguido…?

—Nada, capitán. Los circuitos dan unos resultados de funcionamiento al ciento por ciento, independientemente de las condiciones a las que los someta. Simplemente, no nos llega ninguna clase de señal, ni estándar ni subespacial.

—Capitán —intervino el teniente Sulu—, hay una nave que acaba de traspasar el escudo.

Kirk se volvió apresuradamente hacia la pantalla.

—¡Detalles, señor Pritchard! ¡Potencia, formas de vida, absolutamente todo!

—¡Parece tener una forma rudimentaria de impulso, capitán, pero eso es completamente imposible!

—Debe de ser el motor perfeccionado del que nos habló Kaulidren —comentó Kirk, mientras el fruncimiento volvía a su frente. Incluso el más básico de los motores de impulso era más potente, y tecnológicamente más avanzado, que los motores de energía nuclear—. ¿Cómo está alimentado ese motor, teniente?

—Con una pequeña unidad de antimateria, señor.

—¿Antimateria? ¿No me había dicho antes que el sondeo realizado anteriormente con los sensores no detectaba ningún indicio de antimateria?

Pritchard parpadeó como si acabara de recordarlo en aquel preciso instante.

—Así fue, y esa cantidad debería haber bastado para poder detectarla.

Kirk hizo una mueca.

—Otra imposibilidad, en este caso una que ni siquiera podría explicar una interferencia ajena al planeta. ¿Hacia dónde se dirige la nave, teniente?

—Su actual trayectoria la llevará hasta una órbita inmediatamente superior a la de las naves de vigilancia, pero con un motor de impulso podría ir a cualquier parte del sistema solar.

—¿Formas de vida?

—Aproximadamente… —comenzó a decir Pritchard, pero se interrumpió mientras sus ojos se desviaban rápidamente hacia las lecturas apropiadas.

—¿Sucede algo malo, teniente?

—No lo sé, señor —replicó Pritchard pasado un instante. Rápidamente le pidió a la computadora que volviera a presentar en la pantalla una serie de lecturas anteriores—. No hay ninguna forma de vida —continuó, y luego frunció el entrecejo—. Pero he apreciado que había formas de vida a bordo cuando la nave acababa de atravesar el escudo, varias formas de vida.

Kirk se acercó a la terminal científica y se detuvo detrás del teniente.

—¿Y ahora nada?

—Así es, señor. He pedido a la computadora que volviera a presentar en pantalla las primeras lecturas, las que yo creía que indicaban la presencia de formas de vida… y fíjese —agregó, señalando la pantalla—, puede verlo usted mismo. Nada.

—Justo al revés que lo de la antimateria, que no estaba, ahora sí.

Pritchard tragó.

—Sí, señor.

—Las formas de vida que cree haber visto… ¿Le pareció que eran humanas? ¿Klingon?

—Yo… no lo sé. Humanas, creo, pero sólo las vi durante un instante, de reojo, así que quizá solamente supuse que lo eran… Pero si realmente no están allí, carece de importancia.

—Tal vez sí, y tal vez no. ¿El programa de diagnóstico del señor Spock continúa en funcionamiento?

—Sí, señor. Lo he modificado para que analice constantemente la actividad de la computadora. —Mientras hablaba, Pritchard tecleó el código y sacó en pantalla los resultados del diagnóstico—. Presenta básicamente lo mismo que desde el principio, capitán. Insiste en que hay lecturas anormales por parte de los sensores, pero sigue sin poder identificarlas o localizarlas.

—Como si la computadora escondiese deliberadamente cierta información al programa… ¿no es eso lo que dijo usted antes, teniente?

—Sí, señor, pero…

—Si eso fuera verdad, la computadora también podría ocultar la existencia de formas de vida a bordo de esa nave.

—Supongo que sí, señor, pero eso no tiene sentido.

—Virtualmente nada de lo que ha sucedido desde que entramos en el sistema chyrellkano ha tenido sentido, teniente, así que ese no es un criterio válido en este caso. Por el momento, será mejor que dé por supuesto esa posibilidad. Luego intente imaginar cómo puede hacerse una cosa así.

—Básicamente, señor, habría que reprogramar probablemente la totalidad de la computadora.

—Cualquier cosa de esa magnitud debería dejar rastros… enormes huellas fangosas, diría yo.

—Normalmente, sí, señor, pero alguien verdaderamente bueno…

—Podría borrar sus huellas con una perfección casi total. Alguien como el señor Spock. Comprendido, señor Pritchard. Y haría falta alguien como el señor Spock para encontrar los pocos rastros que hubiesen sido pasados por alto.

—Sí, señor.

—Haga todo lo que pueda en su ausencia. Y, ya que estamos en ello, ¿cómo guían esa nave, si no hay un piloto a bordo? ¿Por control remoto?

—No, señor, no hay indicio alguno de señales externas de control. Debe seguir un curso preprogramado.

—¿Armas?

—Ninguna, señor.

—En ese caso, la nave de vigilancia la destruirá con toda seguridad.

—Si funcionan como ha dicho el primer ministro Kaulidren, sí.

Pritchard estudiaba las lecturas mientras hablaba, y ahora sus ojos se agrandaron por la sorpresa.

—¡Capitán! ¡Sí que tiene armas! Podría haber jurado…

—¿Qué clase de armas?

—Cinco cañones láser, señor. ¡Pero antes no estaban allí!

—¿Como la antimateria y las formas de vida?

—Sí, señor, pero respecto a las lecturas de las formas de vida es probable que yo cometiera un error, y la cantidad de antimateria era lo bastante pequeña para que los sensores la hubieran pasado por alto en los sondeos realizados hasta ahora. ¡Sin embargo, esas armas han sido detectadas con tanta claridad que yo no puedo haberlas ignorado!

—¿Resultado de otra lectura «anormal» de los sensores, teniente? ¿Ha comprobado las grabaciones de las lecturas originales?

—Lo hago en este momento, señor. —Los dedos del joven oficial corrían por el teclado. Al cambiar los datos de la pantalla, el teniente negó con la cabeza—. Estaban allí, señor, desde el mismo principio.

—Según las grabaciones de la computadora, señor Pritchard, según las grabaciones de la computadora. —El débil destello de una idea comenzó a formarse en la mente del capitán—. Por el momento, concentre todas sus energías en trabajar con el programa de diagnóstico. Pida toda la ayuda que necesite. —Luego Kirk se volvió hacia la terminal de comunicaciones.

—Teniente Uhura, ¿es correcto suponer que esa nueva nave no intenta hablar con nosotros?

—No efectúa ninguna transmisión, señor, y no responde a nuestras llamadas.

—Capitán —intervino Sulu—, parece que dos de las naves de vigilancia chyrellkanas han localizado la nave. Se desplazan para interceptarla.

—Señor Pritchard, ¿resistirían nuestros escudos ante los rayos láser de los cañones de las naves de vigilancia y los de la nave que acaba de aparecer… si es que estos últimos existen?

—Indefinidamente, señor; si es correcta la lectura que hacen los sensores de la energía que tienen esas armas. Kirk hizo una mueca.

—No tengo más remedio que dar algo por sentado. Active los escudos, señor Sulu, y colóquenos directamente entre las llamadas naves de vigilancia y la que asciende. Me gustaría echarle una mirada desde más cerca, antes que la vuelen en pedazos.

—Sí, señor. Escudos activados. Velocidad de impulso.

La
Enterprise
salió disparada hacia adelante, en un curso descendente hacia la periferia de la atmósfera del planeta, mientras la nave que subía por ella brillaba en la pantalla frontal. Luego, cuando pasó por encima de aquélla, se detuvo tras describir un amplio arco, se estabilizó directamente frente al pequeño aparato e igualó su velocidad con la de éste.

Momentos más tarde apareció en la pantalla la nave de vigilancia más cercana, que se precipitaba directamente sobre ellos.

—Los sensores indican que los cañones de láser están armados y listos para disparar —informó Pritchard.

Mientras el teniente hablaba, dos rayos salieron disparados de la nave que se les aproximaba; la energía de estos se disipó contra los escudos de la
Enterprise
en una abrasadora lista de fuego.

—Los escudos resisten, capitán —informó Sulu—, pero la otra nave de vigilancia se aproxima por el lado contrario. Puede que hayamos de retroceder y…

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