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Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

El renegado (24 page)

Tragó con dificultad y levantó la mirada, pero volvió a evitar los ojos del doctor McCoy.

—De una forma u otra —comenzó a decir—, en algún momento de las próximas horas, la
Enterprise
destruirá esta nave, probablemente con sus baterías fásicas, posiblemente con un torpedo de fotones.

—¡Eso es una locura! —le espetó McCoy—. ¡Jim nunca dispararía contra una nave desarmada llena de gente!

—Es que él no sabrá que está desarmada, y tampoco sabrá que hay alguien a bordo.

—¡Eso es una locura todavía más grande! Los sensores de la
Enterprise
pueden detectar los microorganismos que digieren lo que usted ha comido. ¿Cómo es posible que lleguen a pasar por alto…?

El médico se interrumpió al recordar cómo, apenas unos minutos antes, la
Enterprise
se había acercado a pocos kilómetros de ellos y actuado como si no existieran.

—Los sensores no pasarán nada por alto —le respondió Finney—, pero la computadora no transmitirá a la tripulación la información que recojan.

—¿Cómo rayos ha podido…?

McCoy volvió a interrumpirse, ahora, al recordar una vez más la anterior ocasión en la que Finney y el capitán se habían enfrentado, lo comprendió todo.

—¡Usted ha manipulado la computadora! ¡De la misma forma que lo hizo cuando quería condenar a Jim a un consejo de guerra! Pero ¿cuándo…? ¿Cómo…?

Finney sacó un objeto del tamaño de una moneda del lugar en que había estado firmemente sujeto a su cinturón y se lo tendió al vulcaniano.

—Deje que su sensor le eche una mirada a esto, comandante Spock.

—Emite un código que puede ser captado por la computadora —declaró Spock pasados unos segundos—. Supongo que la programación de la computadora ha sido modificada para reconocer este código.

—Lo llevé a cabo hace apenas unas horas, cuando Kaulidren… Carmody, quiero decir… supongo que deberé acostumbrarme a llamarle así, aunque no será por mucho tiempo… cuando Carmody llegó a bordo de la
Enterprise
. Yo estaba en la lanzadera que le llevó a bordo, con este uniforme. Ese es el motivo por el que él se negó a utilizar el transportador, la razón por la cual insistió en realizar él mismo la maniobra de entrada, a fin de poder aparcar la nave cerca de la pared del hangar para proporcionarme una mejor oportunidad de salir y entrar sin que nadie me viera. Cuando el guardia que Carmody dejó en la lanzadera me hizo una señal para indicar que el terreno estaba libre, me deslicé al exterior y me encaminé directamente hacia la sala de la computadora. Conocía muy bien el camino. Llevaba el programa en un cartucho de datos, por lo que me llevó sólo unos segundos introducirlo. Parte del programa, por supuesto, incluía la instrucción para que la computadora pasara por alto la existencia de cualquiera que llevase este dispositivo encima. Los sensores detectarían mi presencia, pero la computadora, en el instante mismo en que recibiera la señal que radia este dispositivo, haría caso omiso de mi existencia y ni siquiera grabaría esa información en los bancos de datos.

—¿Y por eso la computadora no le hará saber a nadie que estamos a bordo de esta nave? —le preguntó McCoy.

—No. Eso era sólo para mi propio uso mientras permaneciera dentro de la
Enterprise
, sometido a la influencia de los sensores internos. Mi programa no tiene control ninguno sobre ellos. Esto simplemente me permitió salir de la sala de la computadora y regresar a la lanzadera. Es la información de los sensores externos, del sistema de armamento, de todos los sistemas que le permiten a la tripulación interactuar con el universo exterior a la
Enterprise
, lo que está controlado por el programa principal que yo introduje en la computadora. Y, a su vez, ese programa está controlado y vigilado, por la computadora de la nave de Kaulidren… de Carmody, y por el operador de esa computadora. Dejamos un pequeño dispositivo de control anclado a la
Enterprise
mediante un rayo tractor. Actúa como estación repetidora entre la
Enterprise
y la nave de Carmody. En realidad, lo que la computadora de la
Enterprise
le muestra a su tripulación es lo que la otra computadora y su operador quieren que les muestre. En todo momento, la computadora de la
Enterprise
grabará, como lo hace siempre, todo lo que sucede en realidad, como los disparos que derribarán a esta lanzadera en la que nos encontramos. No quedará registro alguno de la estación repetidora, por supuesto, y cuando todo esto haya acabado, podremos… Carmody podrá ordenar las grabaciones a su gusto, hasta que a cualquiera con medio cerebro le resulte natural que el asesinato de los dos amigos íntimos y compañeros de oficialidad desquició al capitán Kirk y le impulsó a exceder todos los límites de la Primera Directriz para calmar su sed de venganza.

—En ese caso, señor Finney, el doctor McCoy estaba en lo cierto —observó Spock— al sugerir que había manipulado usted la computadora de la
Enterprise
de una forma similar a la que empleó cuando fingió su propia muerte e intentó que culparan al capitán Kirk por ello. ¿Fue esa la otra razón que le impulsó a apartarnos al doctor McCoy y a mí de la nave, para evitar que reconociéramos las pautas de lo que pasaba?

Finney casi sonrió.

—En su caso, señor Spock, sí. Carmody temía que la historia se repitiera, y probablemente estuviera en lo cierto. Era usted el único de esa gabarra que tenía alguna posibilidad de deducir qué sucedía en realidad.

—No subestime al capitán Kirk, señor Finney —le advirtió el vulcaniano.

Finney meneó la cabeza.

—Oh, es posible que llegue a percibir que algo anda mal, particularmente ahora que no soy yo quien controla las cosas, pero no va a tener posibilidad de hacer absolutamente nada al respecto. Kelgar…

Hizo una pausa y sonrió con la boca torcida.

—Kelgar es probablemente quien controla en estos momentos la computadora. Yo le subestimé en el pasado, sencillamente porque es un klingon, pero ahora ya no lo sé. A mí me hizo una zancadilla con bastante facilidad, me dio una puñalada por la espalda. En cualquier caso, incluso si Kirk llega a comprender lo que ocurre, no podrá hacer nada para solucionarlo, no sin reprogramar virtualmente la totalidad de la computadora. O sin tropezarse por casualidad con el código exacto que iniciará el programa que devolverá a la computadora su funcionamiento normal. No, esta vez no hay absolutamente nada que él pueda hacer. Este no es un pequeño programa sencillo como el que utilicé en la ocasión anterior. He trabajado en él durante casi dos años. Creo que ni yo mismo podría encontrarlo de no saber con toda precisión dónde y cómo buscar. E, incluso en caso que lo descubriese, ciertamente no podría deshacer sus efectos en el tiempo que resta, no sin disponer del código.

—Pero, ¿por qué, Finney? —estalló McCoy—. ¿Qué rayos pretendía conseguir usted, por el amor de Dios?

Finney volvió a hacer una mueca dolorosa. «Parecía una idea tan buena en su momento», fue la vieja frase hecha que le pasó por la cabeza. Pero ahora, cuando se veía obligado a pensar en ello, rodeado por aquellas futuras víctimas, ya no se sentía tan seguro. El comandante… Carmody… se había mostrado convincente y, visto retrospectivamente, bastante poco sincero.

—Kirk es quien hizo que le encerraran —le había dicho Carmody—, él habría matado a su hija sin pestañear siquiera, sólo para salvar su preciosa
Enterprise
. Y la Flota Estelar le respaldó, le dio unas palmadas en la espalda por haberle traicionado a usted, en aquella época y en el pasado. Simplemente piense en mi pequeño plan como en una forma de devolverles la pelota a los dos, a Kirk y a su preciosa Flota Estelar. Y lo haremos precisamente con el principio rector de sus vidas, su magnífica Primera Directriz.

Saber que iba a trabajar con klingons, que el propio Carmody se había convertido esencialmente en un klingon al mando de un grupo de soldados y científicos klingon, no había bastado para disuadirle, en el estado en que se encontraba entonces.

—Las capacidades son lo que cuenta para nosotros —le había asegurado Carmody—, las capacidades y la lealtad, no ser esclavos de millones de ordenanzas insignificantes, ni de la llamada Primera Directriz, que le atan las manos a un capitán de nave estelar y no permiten que la Federación deje de estar arrodillada y se convierta en una potencia verdaderamente digna de reconocimiento… como el propio imperio klingon.

Y, finalmente:

—¿Qué les debe usted a la Federación o a la Flota Estelar, señor Finney? ¡Usted era un oficial mejor que cualquiera de los que formaban parte de ella, pero acabó en el montón de los marginados! Conmigo, con los klingon, usted encontrará reconocimiento a sus contribuciones, no la baja del servicio por motivos psiquiátricos y las humillaciones de la terapia obligatoria, y todo por hacer lo que cualquier klingon honorable haría, por buscar la justicia según sus propias convicciones.

Y después, una vez que le hubieron trasladado al sistema chyrellkano y le asignaron la identidad de Hargemon, Finney se había dedicado exclusivamente al programa, absolutamente fuera de contacto con todo el mundo, excepto Carmody y Kelgar, además de algunos pocos klingon. Había dedicado todo su tiempo mental al programa, a su elaboración, su perfeccionamiento, lo comprobó una y otra vez, hasta que finalmente…

—El plan original —dijo abruptamente Finney— era hacer que Kirk, o el capitán de cualquier nave que respondiera a la solicitud de ayuda como mediador, disparara contra una nave desarmada, que disparara contra esta nave en la que ahora nos encontramos; y eso es lo que las grabaciones de la computadora de la
Enterprise
demostrarán que hizo Kirk. La Flota Estelar se verá humillada, pero lo más importante es que en el futuro irán con una cautela aún mayor para procurar no volver a violar la Primera Directriz. Según la opinión de Carmody, eso le dará una gran ventaja a los klingon. Hará que la Federación se muestre más cautelosa, más temerosa que hasta ahora de correr riesgos, y eso la hará perfectamente vulnerable a un desafío por parte de los klingon… un desafío que Carmody tenía planeado dirigir él mismo.

—¿Y por qué decidió usted echarse atrás, entonces? —le preguntó McCoy con desprecio—. ¿Es que cambió repentinamente de idea?

Finney negó con la cabeza.

—Ojalá pudiera decir que lo hice, pero…

Con el rostro contorsionado por una mueca de ironía, prosiguió con la explicación de cómo había descubierto los cambios realizados por Kelgar, o por Kelgar y Carmody de común acuerdo.

—Ellos creían que ya no me necesitaban, así que pasé a ser prescindible. Cuando descubrí lo que habían hecho, me condené sin remedio. Pero también advertí —se apresuró a agregar— que, a causa de esos cambios realizados en mi programa, cuando otra nave estelar acudiese a investigar lo sucedido e intentara rescatar las grabaciones de la computadora de la
Enterprise
, ese programa sería recogido junto con el resto de la información y transmitiría a cualquier computadora en la que lo insertaran todo lo que llevaba dentro. En cuestión de pocos años, podría estar absolutamente en todas las computadoras de la Flota Estelar. —Momento en que Spock continuó el razonamiento cuando Finney guardó silencio— las naves klingon podrían penetrar en el espacio de la Federación cuando quisieran, puesto que controlarían lo que las naves de la Federación captaran y las destruirían a su voluntad.

Con la cabeza baja, Finney asintió.

—No veo qué puede detenerles a estas alturas.

16

Con un aspecto muy parecido al de una gigantesca colonia O’Neil, la fábrica satélite de Chyrellka llenó la pantalla frontal de la
Enterprise
.

—¿Cuántas personas hay, señor Pritchard? —preguntó Kirk.

Aproximadamente nueve mil, capitán. Casi todas están ya reunidas en las coordenadas especificadas.

—Deberemos transferirlas a la superficie del planeta con la misma velocidad con que las traeremos a bordo… la nave no podrá dar cabida a tanta gente. Inicie el transporte, oficial —ordenó Kirk—. Yo me encargaré de ver qué podemos hacer con los rezagados.

—Sí, capitán —le respondió por el intercomunicador la voz del oficial que se encontraba en la sala de controles del transportador de carga.

—Capitán —intervino Uhura—, el director Bardak está…

—A pantalla, teniente.

Un instante más tarde, el calvo oficial reemplazó la imagen del satélite.

—¿Qué sucede, señor Bardak?

El director tragó con nerviosismo.

—Lo lamento, capitán, pero aún quedan algunos que se niegan a cooperar. Ellos dicen… dicen que prefieren los peligros de los terroristas a los de su transportador.

Kirk reprimió una mueca.

—Sabíamos que había algunos rezagados, pero no que permanecían por voluntad propia lejos de las coordenadas. Vuelva a insistir.

—Lo haré, pero… ¿no hay alguna forma de que usted pueda recogerlos de todos modos?

—Necesitamos las coordenadas precisas en las que se encuentran, con el fin de poder centrar el transportador sobre ellos. Sin esos datos… aún quedaría una posibilidad, Bardak. Si tuviéramos tiempo suficiente, podríamos transferir algunos de nuestros tripulantes a las coordenadas cercanas, con comunicadores extra. ¿Cree que su gente se resistiría físicamente a mis tripulantes?

—No lo sé con total seguridad, capitán, pero sospecho que al menos algunos de ellos sí lo harían. Incluso los que se han reunido aquí abajo, como han pedido, están nerviosos. Todos hemos tenido noticia de los problemas de funcionamiento o sabotaje que sufre su nave, así que aquellos de nosotros que normalmente no se preocuparían en lo más mínimo por la experiencia de ser transportados…

—Lo comprendo, señor director, pero, si el primer ministro Kaulidren está en lo cierto, la alternativa que tienen es una muerte prácticamente segura.

—Ya lo sé. Les he explicado eso a todos los que están aquí, pero no es suficiente para ellos.

Kirk suspiró.

—¿Qué me dice de sus propias lanzaderas? Una vez que yo haya sacado de ahí a todos los demás, ¿podrían esas lanzaderas transportar a los rezagados?

—Por supuesto, capitán, pero no hay ninguna necesidad de esperar. Nuestras lanzaderas…

—No —le interrumpió Kirk—. Según lo que dicen usted y Kaulidren, si las lanzaderas comenzaran a sacar gente del satélite, todos los demás querrían marchar por ese mismo medio y tendríamos que recomenzar el proceso de persuasión desde el principio. Mantenga sus lanzaderas a la espera, pero…

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