—Pero los escudos se desactivan a nuestro alrededor.
—Correcto, señor, los escudos se desactivan.
—Eso no puede ser una coincidencia —exclamó Kirk—. Señor Scott, ¿vio usted algo desde su terminal de ingeniería, cualquier cosa, cuando comenzó esto?
—Ni una sola, capitán. Ninguno de los monitores parpadeó siquiera. Y todavía no lo han hecho. Según todo lo que puedo ver desde aquí abajo, los generadores producen la misma energía que antes. Incluso más, ahora que el señor Sulu intenta compensar los escudos.
Kirk sacudió la cabeza con frustración.
—Lo que me dice usted, señor Scott, es lo mismo que me asegura el señor Pritchard… se trata de un imposible, pero que de todas formas ocurre.
—Sí, capitán, yo mismo no podría haberlo expresado mejor.
«Imposible —volvió a resonar el pensamiento en la cabeza de Kirk—, pero de todas formas está sucediendo.»
Y entonces, al parecer procedente de la nada, le llegó un segundo pensamiento: «Tan imposible como lo sucedido aquella otra vez, en que el registro de la computadora demostraba que yo había lanzado el compartimento de Finney mientras estábamos en alerta amarilla, si bien yo sabía perfectamente que lo había hecho cuando entramos en estado de alerta roja».
Repentinamente, todo encajó en su sitio.
—¿Capitán?
—Ante el timón, Sulu volvió la cabeza y miró fijamente a Kirk con expresión intrigada—. ¿Ha dicho algo?
Kirk contempló la pantalla frontal, las incontables pantallas controladas por la computadora que había por todo el puente y que destellaban y cambiaban rápidamente sus mensajes sobre el estado de todos los sistemas de la
Enterprise
.
Mensajes en los que ya no podía confiar, advirtió de pronto.
—Está usted completamente en lo cierto, lo he hecho, señor Sulu —replicó el capitán mientras se levantaba del asiento de mando.
Aquella era la única explicación —aparte de los organianos de Scotty— que tenía sentido. El escudo planetario, los repetidos fallos de los sistemas, las lecturas «anómalas» de los sensores detectados por el programa de diagnóstico de Spock, pero que no podía localizar con precisión… todo eso eran «alucinaciones» provocadas por algo que le habían hecho a la computadora. Algo que todavía le hacían a la computadora.
Las lecturas de los sensores recogidas en el momento en que la nave se había «camuflado»… eran idénticas a las tomadas durante el incidente romulano porque con casi total seguridad eran las mismas lecturas, extraídas de la propia memoria de la computadora y entradas nuevamente a través de los circuitos de los sensores.
Las lecturas de los sensores habían dicho en un principio que sí había formas de vida a bordo de la nave, y luego dijeron que no las había; primero que no llevaba armas, y luego que sí las llevaba… esas cosas no habían sido más que «deslices» que habían llegado a su conocimiento porque Pritchard estaba suficientemente alerta para captarlos antes de ser corregidos.
Incluso aquella última y peculiar comunicación del almirante Brady, plagada de interferencias, podría haber sido fabricada por la computadora.
Y la imposibilidad de abrir las compuertas del hangar de las lanzaderas, eso era lo que más sentido le daba a todo el asunto. Los sensores de una lanzadera, a los que no afectaba la computadora principal, verían las cosas con su verdadero aspecto, sin alteraciones, algo que no podía permitir quien estuviera detrás de todo aquello. Pero, ¿quién…?
Todo el proceso había comenzado con la supuestamente falsa alarma en la sala de la computadora principal, sólo minutos después de que Kaulidren y su séquito llegaran a bordo de la
Enterprise
en su propia lanzadera. Sin embargo, ahora comprendía que no había sido una falsa alarma. Hubo un intruso en aquella sala, llevado a bordo por el mismísimo Kaulidren, con casi total seguridad, y con casi total seguridad aquel intruso había saboteado la computadora.
Lo que significaba que también Kaulidren y los chyrellkanos estaban implicados en el complot, no sólo los vancadianos. Por otra parte, era posible, después de todo, que los vancadianos no estuviesen involucrados. Aquellos mensajes de Delkondros, las incendiarias pruebas de Kaulidren, ya no podía confiarse en la validez de nada de eso.
—Teniente Uhura —declaró Kirk mientras se encaminaba hacia el turboascensor—, queda usted al mando. Señor Sulu, venga conmigo.
Finalmente, el último fragmento del código emergió de la rielante masa de símbolos extraída de la memoria de Finney, y Spock lo agregó a los demás. El vulcaniano estaba impresionado por la sofisticación de los cambios realizados por el programador klingon; en circunstancias diferentes, le habría resultado placentero hablar con Kelgar sobre esos cambios. En aquel momento, no obstante, tenía unas preocupaciones mucho más urgentes. A lo largo de toda la fusión mental, había tenido que proteger a Finney y evitar que la mente de él/ellos fuese consumida no sólo por las propias emociones destrozadas de Finney, sino también por aquellas que el propio Spock había controlado y reprimido durante décadas. De éstas, las que inevitablemente habían sido puestas en libertad en la invasión de Finney, experimentadas por la mente temporalmente compuesta por ambos, habían tenido sobre la porción de aquella mente que pertenecía a Finney unos efectos aún peores que las emociones propias del terrícola.
Spock comenzó a retirarse cautelosamente, pero mientras lo hacía sintió que unos estremecimientos nuevos recorrían la otra mente. Cuando el apoyo del vulcaniano hubiese desaparecido, las defensas normales de Finney, apenas adecuadas para enfrentarse con su propia carga sin el auxilio del autoengaño, podrían hacerse trizas como una cáscara de huevo bajo el peso de lo que había absorbido, no sólo los recuerdos de Spock, sino también el punto de vista objetivo que se había visto obligado adoptar frente a su propia historia, la historia de un comportamiento dañino e irracional.
Debería retirarse lentamente, muy lentamente, debería procurar llevarse consigo todo lo que pudiera de aquellos recuerdos y darle a Finney una parte del tiempo mental para…
Pero no tenía tiempo. Desgraciadamente para Finney, no tenía tiempo.
Tras prepararse para lo peor, mientras intentaba apuntalar lo mejor posible las defensas mentales de Finney, se dispuso a retirarse de la fusión mental.
Bajo la cubierta del hangar, en medio de la maquinaria que controlaba las compuertas, una docena de hombres se esforzaban con las palancas improvisadas que les había proporcionado Scott. Cortadas todas las conexiones con la computadora, la fuerza muscular y las palancas eran lo único con lo que podían contar.
Desde la galería de observación del fondo, inmediatamente delante de una puerta de salida que se mantenía abierta mediante una cuña, Kirk y el comandante Scott observaban en silencio cómo las compuertas del hangar se abrían lentamente, a razón de un centímetro por vez. Sulu estaba sentado ante los controles de una lanzadera, preparado para salir en cuanto las compuertas se hubiesen abierto bastante para permitirle el paso. La teniente Shanti se encontraba en una segunda lanzadera que estaba inmediatamente detrás de la primera. Una vez que Sulu hubiese salido, la teniente haría avanzar su propia lanzadera, la anclaría en el límite interior del campo de contención atmosférica y aguardaría con la radio sintonizada en la misma frecuencia, raramente utilizada, que tenía programada Sulu. Quienquiera que controlase la computadora, podría presumiblemente oír cualquier transmisión normal entre la lanzadera que estaba fuera y la
Enterprise
, pero no podría, o al menos así lo esperaban, escuchar las comunicaciones establecidas entre las dos lanzaderas. Aún así, a Sulu le habían ordenado que sólo utilizase la conexión para transmitir mensajes de rutina. Habían acordado una serie de señales para indicar descubrimientos de tipo específico: si los escudos estaban todavía realmente activados y se mantenían constantes, si había o no armas o formas de vida a bordo de la nave que se aproximaba, si detectaba la presencia de alguna nave que no fuese captada por los sensores de la
Enterprise
. Fuera de esos datos, si descubría cualquier cosa que pudiese estar directamente relacionada con el estado de la computadora, debería regresar e informar personalmente del hallazgo.
—No sabemos ni con qué ni con quien nos enfrentamos en este momento —había dicho Kirk mientras les daba las órdenes pertinentes a Sulu, Shanti y algunos otros en una sección aislada de la sala de ingeniería, que Scotty consideraba libre de cualquier cosa que pudiese servir de puesto de escucha a quienquiera que controlase la computadora—, así que correremos sólo los riesgos absolutamente necesarios. Si descubre ahí fuera cualquier cosa que pueda darnos alguna ventaja, no se arriesgue a transmitirla por radio. Si descubrieran que estamos sobre su pista, si supieran cuál es nuestro próximo movimiento, probablemente conseguirían contrarrestarlo.
—Otros diez centímetros, teniente —le informó Scott a Sulu a través del comunicador que tenía en la mano, sintonizado en otra frecuencia que suponía segura.
El único acuse de recibo fue que la lanzadera se elevó de la cubierta y se centró con más precisión todavía que antes ante la abertura de las compuertas.
De pronto, el aire de la abertura rieló.
—¡Se abre, señor Sulu! —exclamó Kirk, aunque que sabía que Sulu acababa de ver rielar el aire con sus propios ojos—. Buena suerte.
Los ojos de Scott se agrandaron ligeramente. Miró a Kirk, pero no dijo una sola palabra. Hasta entonces, no había aceptado plenamente que las anomalías de funcionamiento eran provocadas por alguien, pero el fallo del campo de contención atmosférica en aquel preciso momento, aparentemente un esfuerzo de último momento destinado a impedir que la lanzadera saliese al espacio, no podía deberse a una coincidencia. Ambos hombres dieron un paso atrás en dirección a la puerta que tenían a sus espaldas. El estremecimiento del aire aumentó y adquirió un momentáneo brillo irisado, como el aceite en la superficie del agua.
Luego, desapareció abruptamente. En aquel mismo instante, el aire comenzó a salir precipitadamente de la cubierta del hangar, tiró de la lanzadera y amenazó con desplazarla hacia un lado y encajarla brutalmente en la abertura aún demasiado pequeña.
Desde todas partes de la cubierta del hangar les llegó el sonido de las salidas que se cerraban y sellaban, respuesta automática al fallo del campo de contención atmosférica. Kirk y Scott dieron media vuelta y, directamente encarados con el aire que se precipitaba al exterior, entraron trabajosamente por la puerta que tenían inmediatamente detrás, la única que aún no se había cerrado. Cuando atravesaron la entrada, Kirk quitó de una patada la cuña que la mantenía abierta mientras Scott pulsaba un control y la cerraba manualmente, al tiempo que se aseguraba que Sulu y Shanti pudieran abrirla desde la cubierta del hangar si resultara necesario. En todas las demás puertas, una docena de sus hombres hacían lo mismo.
—Lo ha conseguido, señor —informó la voz de Shanti, con su ligero acento, a través del comunicador—. Ha rascado un poco la pintura, pero lo ha conseguido.
—Gracias, teniente —le contestó Kirk mientras él y Scott se encaminaban hacia el turboascensor.
—Capitán Kirk —dijo la voz de Uhura a través del intercomunicador—, el primer ministro Kaulidren quiere hablar con usted.
Kirk y Scott intercambiaron miradas.
—¡Qué agradable sorpresa! —murmuró el capitán—. Dígale que voy camino del puente, teniente —replicó en voz alta.
Cuando Scott salió del turboascensor en el nivel de ingeniería, Kirk se limitó a asentir con la cabeza y a pronunciar sin voz las siguientes palabras:
—A la espera, Scotty.
En el puente, el rostro de Kaulidren ocupaba toda la pantalla. Estaba más furioso si cabe, y Uhura pareció aliviada al poder devolverle el mando a Kirk y regresar a su terminal de comunicaciones.
—¿Dónde ha estado, capitán? —comenzó Kaulidren en cuando Kirk entró en el campo visual de la pantalla—. ¡Esa nave terrorista tendrá a nuestro satélite dentro del radio de alcance de sus armas en pocos minutos!
—No hay por qué preocuparse, primer ministro Kaulidren —le respondió Kirk con tono seco—. Nuestros escudos mantendrán a salvo al satélite.
El rostro de Kaulidren quedó momentáneamente congelado.
—¿Todavía funcionan, entonces? —Por supuesto.
El primer ministro guardó silencio durante varios segundos; su furia no parecía disminuir.
—En ese caso —dijo finalmente—, ¿debo entender que se niega usted a disparar contra la nave terrorista que se aproxima a nuestro planeta?
—Hasta que hayamos aclarado… ciertas discrepancias, así es, primer ministro.
—¿Discrepancias? ¿Y qué se supone que significa eso, capitán? ¿O es la terminología empleada por la Flota Estelar para referirse a las anomalías de funcionamiento?
—En este caso, podría ser así —declaró Kirk con una nota de reticencia en su voz—. De todas formas, no hay ninguna razón para que usted se preocupe mientras…
—¿Qué discrepancias, capitán? ¿Qué anomalías de funcionamiento? ¡Exijo que las ponga en mi conocimiento! ¡Esto no es ningún juego! ¡Ahora mismo hay nueve mil vidas en peligro! Dígame, ¿qué me oculta?
Kirk miró a Pritchard; el teniente, junto con Uhura, Sulu, Chekov y una docena de personas, había asistido a una u otra de las apresuradas sesiones informativas celebradas por Kirk y Scott.
—¿Hay algo nuevo acerca de esas lecturas anómalas, teniente?
—Nada, señor.
—¿Y todavía está seguro de lo que vio usted inicialmente?
—Seguro, señor.
Kirk se volvió hacia la imagen de Kaulidren.
—Tenemos razones para creer, primer ministro —comenzó a decir lentamente, con un tono más reticente aún en su voz—, que podría haber varios pasajeros en la nave que se aproxima.
—¡Usted dijo que sus sensores le habían informado que no estaba tripulada! ¿O es precisamente ese el problema de funcionamiento que podría sufrir su nave?
—Lo único que sé, primer ministro, es que las lecturas iniciales de los sensores indicaban que sí había formas de vida a bordo, varias docenas de ellas. Las lecturas subsiguientes indicaron que no había ninguna, pero…
—¡Capitán! ¡Hay millares de formas de vida en ese satélite que la nave está a punto de destruir! ¡Incluso aunque efectivamente haya algunas personas en esa nave, son sin duda unos terroristas! ¡Incluso podrían ser esos klingon suyos que se ocultan tras alguna clase de escudo desconocido para usted! ¡Ya ha visto lo que les han hecho a las naves de vigilancia… todas fueron completamente destruidas! ¡Y los miembros de su propia tripulación… capitán, esa gente ha matado a dos miembros de su propia tripulación!