Finalmente, tras pronunciar más de dos docenas de números, Spock guardó silencio.
Durante al menos medio minuto reinó un silencio absoluto, excepto por la respiración de los cincuenta pasajeros y los crujidos y gemidos de la nave que continuaba sometida a las insólitas tensiones de los motores de impulso recientemente instalados en ella.
—¿Hay algo que funcione mal, Spock? —preguntó finalmente McCoy al vulcaniano.
—La computadora de la
Enterprise
no responde.
—¡Hasta ahí puedo conjeturar yo solo, Spock! ¿Tiene alguna idea de por qué no responde? ¿Es posible que haya equivocado uno de los números? ¿Que lo haya dicho en la secuencia incorrecta? ¿Estamos fuera del radio de alcance del comunicador?
Spock permaneció en silencio un instante más, mientras observaba las imágenes que se ampliaban gradualmente en la pantalla de la cabina del piloto.
—Es posible que estemos fuera del radio de alcance. Repetiré la secuencia.
Y así lo hizo, y no una vez sino media docena de veces mientras las imágenes continuaban aumentando de tamaño, aunque no tan rápidamente como antes. Era obvio que la nave en la que viajaban aminoraba la velocidad para encontrarse con el satélite.
A aquellas alturas McCoy había conseguido reanimar a Finney y, si bien no había podido devolverle a la normalidad, sí le había proporcionado un mediano estado de consciencia.
—¿Tiene usted alguna idea? —le preguntó McCoy con expresión ceñuda mientras el ex oficial de la Flota Estelar se ponía de pie con poca estabilidad.
Finney sacudió la cabeza, no a modo de respuesta negativa sino más bien para aclarársela.
—¿Respecto a qué? ¿Qué ha sucedido?
—Ese nuevo código que Spock ha extraído de su mente —le contestó McCoy— no funciona.
Finney pareció quedarse en blanco durante un momento, como si a las palabras les costara ese tiempo atravesar las barreras que su mente atribulada había levantado. Luego hizo una mueca.
—A eso tenía miedo yo —replicó.
—¿A qué? —inquirió McCoy con irritación—. Vamos, Finney, si sabía usted que ese código no servía…
—Yo no sabía nada de nada —le contestó él con tono defensivo—. Simplemente pienso que si Kelgar supo… o sospechó siquiera, que yo había sobrevivido a la explosión de la nave de vigilancia, es posible que haya vuelto a cambiarlo. O si alguno de ustedes —prosiguió con una voz que de pronto había adquirido un tono acusador—, le dijo al comandante algo que le hizo suponer mi presencia aquí…
—¡Nosotros no hemos hecho tal cosa! —le espetó McCoy.
—El intento de buscar culpables no sirve para nada, doctor. Por el momento, sugiero que uno de nosotros transmita incesantemente ese código por si hay alguna otra explicación para la falta de éxito hasta el momento.
McCoy volvió su rostro ceñudo hacia Spock.
—Quizá debería usted volver ahí dentro y comprobarlo por segunda vez. ¿No es posible que su imperfecta mitad humana haya pasado algo por alto?
—Absolutamente todo es posible, doctor. No obstante…
—¿Qué es eso?
El hombre fornido que había ayudado a McCoy a intimidar a Finney para que permitiese la fusión mental señalaba hacia la pantalla de la cabina del piloto.
McCoy se volvió velozmente hacia ella y su expresión ceñuda se transformó en una ancha sonrisa cuando sus ojos enfocaron la imagen.
—¡Una lanzadera! —exclamó con regocijo, y le lanzó una desdeñosa mirada a Finney mientras abría su propio comunicador—. ¡lanzadera, aquí el doctor McCoy! ¿Qué demonios sucede? ¿Puede hacer llegar usted un mensaje a la
Enterprise
?
Se produjo un largo silencio mientras la lanzadera aminoraba hasta detenerse en mitad de la pantalla, bloqueando enteramente la imagen del lejano satélite.
—¡lanzadera! —repitió McCoy—. ¡Conteste, demonios! Se volvió bruscamente para encararse con Finney. —No hace falta ese código para contactar con una lanzadera, ¿no es cierto?
Finney negó con la cabeza.
—No. Sólo está afectada la computadora de la
Enterprise
. Las lanzaderas están…
—¿Doctor McCoy? —les llegó la sorprendida voz de Sulu a través del comunicador—. ¿Es realmente usted?
—¡Por supuesto que soy yo! ¿Sulu, es usted?
—Sí, doctor, pero… ¿está Spock con usted?
—¡Sí, teniente! Oiga, Sulu, puede usted enviar un mensaje…
—Si es realmente el doctor McCoy, ¿cómo se llama su hija? —le preguntó Sulu.
—Demonios, Sulu, no pierda el tiempo…
—Por varias razones, doctor, debo verificar su identidad. Por favor, dígame el nombre de su hija.
—¡Joanna! ¿Y ahora, qué…?
—Pero esa información podría haber sido extraída de la computadora de la
Enterprise
—comentó Sulu, como si acabara de caer en ello—. Lo siento, necesito alguna otra cosa… doctor McCoy, la vez en que usted, Scotty y yo arrastramos al señor Spock a aquellas boleras antiguas en la Base Estelar Dos… ¿recuerda de qué le acusó usted?
—¿Cómo demonios quiere que me acuerde de eso? ¡Es algo que sucedió hace muchos años, y yo le he acusado absolutamente de todo lo que puede acusarse a alguien!
—Si eso facilita las cosas, señor Sulu —le respondió Spock a través de su propio comunicador—, ese incidente tuvo lugar en la Base Estelar Uno, no en la Dos, y el doctor McCoy me acusó de haber derribado sólo siete de los diez bolos de forma deliberada con la primera bola, para que la segunda fuese un reto aún mayor. Por alguna razón que no acabo de comprender, aquella acusación le pareció de lo más divertida a usted. Y ahora, si ya está satisfecho respecto a nuestras identidades, tenemos un mensaje urgente que debe ser comunicado a la computadora de la
Enterprise
. No hemos conseguido establecer contacto a través de nuestros comunicadores.
—Eso probablemente se deba a que la computadora está desactivada. Al menos, supongo que en este momento lo está. —De la voz de Sulu había desaparecido toda suspicacia, reemplazada ahora por una mezcla de alivio y ansiedad—. El capitán sospecha que la totalidad del sistema ha sido saboteado.
—El capitán está en lo cierto, señor Sulu —le interrumpió el vulcaniano—, pero ahora tenemos un código que podría permitirnos invertir los efectos de ese sabotaje, si pudiera volver a encenderse la computadora. De todas formas, necesitamos establecer contacto con la
Enterprise
antes de poder transmitirle el código a la computadora.
Se produjo un sorprendido silencio, y luego Sulu dijo:
—Déme ese código, señor Spock, y yo regresaré con él a la
Enterprise
y se lo entregaré al capitán. Hemos establecido una conexión especial para comunicarnos.
—¿No puede realizar la transmisión desde aquí?
—Podría, pero tememos que quienquiera que controle la computadora pueda oírlo, a pesar de todas las precauciones que hemos tomado. Si ellos me oyeran cuando le transmitiera el código al capitán, puede que consiguieran hacer alguna otra cosa para impedirle que lo utilizara.
—Señor Finney, ¿es posible eso? —preguntó el vulcaniano, mientras se volvía a mirar al hombre.
Finney tragó con nerviosismo.
—Es posible, sí. Si el comandante o Kelgar supiesen que la computadora está a punto de ser encendida y que el código de acceso será introducido inmediatamente después, existe una secuencia de aborto que puede entrar en la computadora antes que el código haya sido completamente transmitido. No hay forma de bloquear esa secuencia. Le devolverá al capitán el control de la computadora, pero la transformará en algo esencialmente inservible porque le borrará toda la memoria y los programas contenidos en ella. A menos que —agregó, y apartó los ojos de los de Spock—, Kelgar haya cambiado también eso.
—Gracias, señor Finney. Señor Sulu, ¿está preparado para recibir el código de acceso?
—Preparado, señor Spock —replicó Sulu con una risa nerviosa—. Tal vez, entre usted y yo, conseguiremos derribar los tres bolos restantes con la segunda bola.
El comandante Montgomery Scott, que había estado inclinado sobre un enredo de cables en la parte trasera de la terminal de comunicaciones, se enderezó y se secó el sudor de la frente con el reverso de una mano mientras con la palma de la otra le daba unos golpecitos a la estructura de la terminal. Cuando los sistemas de soporte vital funcionaban sin apoyo computerizado, la temperatura de toda la nave aumentaba tres o cuatro grados, mientras que el lugar en el que él se encontraba, el corredor de servicio que circunvalaba el puente por detrás de las terminales, estaba por lo menos a quince grados más.
—Con eso debería bastarte, muchacha —le dijo a la máquina—. Al menos tendrás alimentación, aunque no dispongas de la computadora para que te sintonice esos pocos miles de frecuencias.
—Gracias, señor Scott —le respondió la voz de Uhura, amortiguada por la masa de la terminal que los separaba.
—Buen trabajo, Scotty —le dijo Kirk, que se asomó por la abertura improvisada junto al turboascensor, de donde habían quitado una de las placas inferiores de la pared—. Sanderson acaba de informar sobre su trabajo por el intercomunicador, hace progresos con las conexiones de los motores de impulso.
—Sí, capitán, pero en el caso de los motores hiperespaciales vamos a tardar bastante tiempo. —Sacudía la cabeza mientras avanzaba por el corredor de acceso y entraba en el extrañamente silencioso puente de mando. Todos los sonidos normalmente asociados con el interminable control que ejercía la computadora sobre virtualmente todos los sistemas de la nave no se oían desde que Scott y una docena de sus hombres habían arrancado simultáneamente todos los cables de alimentación primaria y retroalimentación—. Sin la computadora para que equilibre la antimateria…
De pronto, un centenar de luces y pantallas se encendieron. Uhura retiró convulsivamente la mano como si la hubiesen quemado los controles que manipulaba para fijar manualmente las coordenadas correctas que por fin les pondrían en contacto con el cuartel general de la Flota Estelar. Los demás se tensaron y dirigieron sus ojos de una a otra pantalla con la esperanza de descubrir algún indicio que les informara de lo que sucedía.
Scott sacó apresuradamente el comunicador del cinturón mientras volvía a entrar corriendo en el pasillo de acceso.
—¡Todos los puestos, informen!
Para cuando ya había circundado la mitad del puente y comenzaba a bajar por la escalerilla hacia los niveles inferiores, las respuestas ya habían puesto en su conocimiento dónde estaba el problema.
—Teniente Diaz —le dijo a uno de los hombres que él y el capitán tenían apostados en cada nivel—. El señor Claybourne, del nivel diecinueve, no ha acusado recibo.
—Voy hacia allí, comandante —le respondió una voz profunda mientras Scott llegaba al nivel tres y bajaba a toda velocidad.
Lo único que podía hacer Kirk en el puente era observar, impotente, mientras los instrumentos volvían a la vida. Aquel intento serio de desactivar manualmente la computadora no se mostraba más eficaz que el falso intento realizado anteriormente por él y Scotty. La única esperanza que les quedaba era que Scott y sus hombres pudieran encontrar la conexión energética que evidentemente había restablecido Carmody… y anularla por segunda vez.
—¡Capitán! —La voz del alférez Sparer se alzó por encima de todas las demás desde el control del timón—. El sistema de navegación vuelve a operar. Nos quedan tres minutos hasta que haya completado la orientación y la alineación. Las baterías fásicas se cargan al máximo. No obtengo respuesta a ninguno de los controles.
—Vuelva a intentarlo, alférez; inténtenlo todos. ¡Si no conseguimos encontrar algo que funcione, Spock y McCoy estarán realmente muertos!
—Capitán. —La voz de Scott, sin aliento y ahogada a medias por el eco de las botas del hombre sobre la escalerilla, estalló a través del comunicador de Kirk—. Diaz me informa que el área en la que se encuentra Claybourne está sellada. Le están aplicando un rayo fásico a la puerta. ¿De cuánto tiempo disponemos?
—De dos minutos y medio, Scotty, si tenemos suerte.
Sin acuse de recibo, el comunicador se apagó.
Un instante después volvió a encenderse con un sonido crepitante.
—Aquí Shanti, capitán. Comunicado del teniente Sulu. Voy a pasárselo directamente a usted.
Los sonidos de la electricidad estática lo ahogaron todo durante un momento, y luego volvió a oírse la voz de Shanti.
—Adelante, teniente.
—¡Capitán! —La voz de Sulu, tensa como un alambre de acero, le llegó inmediatamente a Kirk—. No hay tiempo para explicaciones. Haga lo que yo le diga con total precisión y… ¡Maldición! ¡Permanezca a la espera, volveré si puedo!
Y la voz desapareció.
—¡Sulu! ¡Shanti! ¿Qué…?
Del comunicador brotó un sonido de raspar metálico e inmediatamente la
Enterprise
se estremeció cuando algo chocó contra ella; carentes del control de los sensores, nadie a bordo de la gran nave de la Federación podía saber si se trataba de materia o energía.
Finney lo había adivinado correctamente, advirtió Sulu cuando la
Enterprise
estuvo dentro del radio de alcance de la lanzadera. Una segunda nave, completamente equipada con tecnología klingon, flotaba a menos de un kilómetro por debajo de la nave estelar. Un rayo transportador de alcance limitado descendía en aquel momento con destino a alguna parte en el interior del segundo casco de la
Enterprise
. Alguien, ya fuera Carmody o aquel klingon Kelgar, estaba allí dentro e intentaba restablecer la energía que alimentaba la computadora con el fin de recuperar el control de la nave de la Flota Estelar.
Mientras contemplaba aquella escena, la frustración de Sulu iba en aumento. Nunca tendría tiempo suficiente para entrar en la
Enterprise
y entregarle el código de acceso al capitán. La lanzadera avanzaba ya al límite de sus posibilidades, no le quedaba ni una pizca más de impulso a la que recurrir. No había más elección que correr el riesgo y contactar a través del enlace radial establecido con Shanti.
—Teniente Shanti —llamó tras activar el transmisor de la lanzadera—, póngame en contacto con el capitán. No hay tiempo para explicaciones.
—¿Teniente Sulu?
—¡Sí! ¡Ahora póngame en contacto con el capitán!
—Sí, señor.
Tras desacelerar a máxima propulsión, Sulu contempló la
Enterprise
, que crecía hasta llenar la pantalla de la lanzadera.