El renegado (30 page)

Read El renegado Online

Authors: Gene Deweese

Tags: #Ciencia ficción

De la radio manó un estallido de electricidad estática, y luego…

—Adelante, teniente.

—¡Capitán! No hay tiempo para explicaciones. Haga lo que yo le diga con total precisión y…

Sulu se interrumpió al ver en una de las pantallas de la lanzadera que la nave klingon se reorientaba a toda velocidad. Dentro de pocos segundos sus armas le apuntarían directamente a él.

—¡Maldición! ¡Permanezca a la espera, volveré si puedo!

Era evidente que no dispondría del tiempo necesario para enviar la totalidad del código de acceso, y probablemente tampoco tendría tiempo para llegar hasta la
Enterprise
, definitivamente no, si se acercaba a ella con un mínimo de precauciones. Tras desviarse bruscamente hacia arriba y a la derecha, Sulu aceleró esta vez en lugar de desacelerar. La otra nave estaba por debajo y más adelante que la
Enterprise
. Si conseguía elevarse bastante, tal vez tendría la oportunidad de realizar el acercamiento final en una línea que quedara oculta a la otra nave por el casco secundario, pero incluso eso le concedería tan sólo unos pocos segundos suplementarios. Ahora bien, si los hombres de Scotty habían conseguido abrir las compuertas apenas un poco más…

Pero no lo habían logrado, según pudo ver Sulu en la pantalla. La lanzadera de Shanti aún estaba anclada sobre la cubierta, justo al otro lado de la abertura, que en aquel momento sólo era unos cuantos centímetros más ancha que la lanzadera misma.

Tras describir otra curva, Sulu quedó orientado directamente hacia la abertura. No había tiempo para advertirle a Shanti que debía salir de allí. Tendría que penetrar por la parte superior, por encima de la lanzadera aparcada.

El destello de un disparo fásico le distrajo por un instante, pero el rayo fue a parar lejos del blanco al que iba dirigido, pues la nave atacante quedó justo en aquel momento eclipsada por el casco secundario de la
Enterprise
; aparentemente no realizaba movimiento alguno para volver a avistar la lanzadera. Aunque, si intentaba mantener el rayo transportador enfocado en lo que hubiese transferido al interior de la
Enterprise
, comprendió Sulu mientras se apoderaba de él una ola de esperanza, no podía moverse por ningún motivo, no sin arriesgarse a perder el enfoque y verse obligada a recuperarlo; y si los klingon se veían tan apremiados por el tiempo como él mismo…

Tras concentrarse enteramente en la abertura hacia la que avanzaba a toda velocidad y que cada vez parecía más estrecha, Sulu volvió a desacelerar el motor de impulso a plena propulsión mientras desviaba ligeramente el morro de la lanzadera hacia la derecha, luego hacia la izquierda y…

Con un horrendo rechinar de metal contra metal, mucho más poderoso que el que había producido al trasponer la compuerta, quince minutos antes, consiguió entrar con los motores de impulso palpitando y se esforzó por hacer todo lo posible para detener lo que en la práctica era un misil del tamaño de una lanzadera. Se produjo un golpe demoledor cuando la navecilla de Sulu golpeó la cubierta y rebotó, otro cuando volvió a caer mientras la lanzadera parecía correr aún más aceleradamente dentro de aquel lugar cerrado que en el espacio abierto.

Hubo un nuevo choque devastador cuando el morro de la nave se estrelló contra la pared del fondo de la cubierta del hangar, lo que arrojó a Sulu contra los controles con una fuerza arrolladora. El oficial pudo oír de inmediato el siseo del aire que escapaba a través de una rotura que había sufrido el casco en alguna parte del fuselaje, pero no se tomó la molestia de buscarla y apenas si tomó nota de su existencia.

Tras inspirar profundamente, activó el dispositivo de campo de emergencia con efecto traje espacial mediante los controles que tenía en el cinturón y, al mismo tiempo, se puso de pie y pulsó el botón de apertura de la lanzadera. El luminoso halo del campo energético arrojaba un fulgor suave sobre todo lo que le rodeaba y le concedería los segundos que le hacían falta.

Pero la puerta…

Volvió a pulsar el botón de apertura, pero la puerta no se movió. ¡Estaba atascada! ¡Toda la estructura de la lanzadera debía haber quedado dañada a causa del impacto!

Tras pulsar el botón por tercera vez, descargó simultáneamente un golpe con el hombro sobre la puerta, un golpe en el que puso toda su fuerza de persona delgada pero poderosa.

Y otra vez.

Por último, la puerta cedió con un sonido rechinante, un instante más tarde la presión de la atmósfera del interior de la lanzadera completó el trabajo: la puerta salió literalmente disparada y la ráfaga de aire que escapó al exterior estuvo a punto de derribar al propio Sulu.

Tras recobrar el equilibrio, se deslizó apresuradamente por la estrecha abertura y corrió hacia la puerta más cercana, en la pared posterior del hangar. Si Scotty había conseguido sellar manualmente la puerta en lugar de permitir que lo hiciese la computadora, él podría anular ese cierre desde aquel compartimento carente de aire. Si no…

Tras pulsar el interruptor de anulación para casos de emergencia, aferró la palanca que salió de la pared, a la altura de la puerta. Accionó la palanca de arriba abajo hasta que apareció apenas una estrecha abertura, luego soltó la palanca y metió los dedos en aquella grieta que ahora estaba inundada por el aire que escapaba del interior.

¡Pero no podía moverla! ¡Ni siquiera con toda su fuerza, aumentada por la adrenalina que le inundaba, conseguía moverla! Iba a tener que…

De pronto, otro par de manos, también envueltas en un campo energético de efecto traje espacial, se unieron a las de él…

¡La teniente Shanti! Sulu no la había oído cuando atravesaba corriendo la cubierta del hangar, pero allí estaba, con los tendones de las manos a la vista por la tensión que le producía al unir sus fuerzas con las de él y…

Con un raspar metálico, la puerta se abrió trabajosamente otros preciosos centímetros.

Mientras Shanti aún forcejaba con la puerta, Sulu, cuyo uniforme se raspó hasta casi desgarrarse, pasó apretadamente a través del estrecho espacio que dejaba libre.

Ya en el interior, sin preocuparse por el aire que escapaba al vacío, corrió hacia el intercomunicador más próximo.

22

—Falta un minuto para que el alineamiento esté completado, capitán —informó Sparer desde los controles del timón—. Continúa sin producirse respuesta alguna a los controles.

Kirk asintió con la cabeza para indicar que lo había oído. Su mente corría a toda velocidad. Debían haberle pasado por la cabeza un millar de soluciones durante los últimos dos minutos, pero todas y cada una de ellas requerían que al menos una parte de la computadora estuviese bajo su control. La única posibilidad remotamente realista que les quedaba era que Scotty o el teniente Diaz consiguieran entrar en aquella zona sellada y arrancar la conexión que evidentemente había restablecido alguien. ¿Sería alguien que había permanecido en la nave durante todo el tiempo? ¿Alguien que había subido a bordo con Carmody y había permanecido en la nave, a la espera que llegara el momento crítico para actuar?

—Acabo de atravesar la primera puerta —tronó la voz de Diaz filtrada a través de los comunicadores—, pero hay al menos una más antes que…

—¡Capitán! —La voz de Sulu irrumpió en el puente, no desde el comunicador de Kirk sino a través del sistema de intercomunicación de la nave, uno de los pocos sistemas que funcionaba casi tan bien sin la computadora como con ella.

—¿Sulu? —exclamó Kirk—. ¿Qué…?

—¡No hay tiempo, capitán —le interrumpió Sulu con un tono tan cortante como una navaja—, no hay tiempo! Entre la siguiente secuencia directamente en la computadora, sin errores, sin interrupciones. ¿Está preparado?

Tras vacilar sólo una fracción de segundo, Kirk corrió hacia la terminal científica.

—Hágalo, señor Pritchard. Adelante, señor Sulu.

Acto seguido, Sulu comenzó, sólo hizo una pausa cuando Pritchard se retrasó momentáneamente respecto al dictado regular pero veloz del oficial de rasgos orientales. En la pantalla frontal, la nave que se aproximaba adquiría un aspecto cada vez más indefenso a cada segundo que pasaba. Sparer observaba el realineamiento del sistema de navegación y realizaba una silenciosa cuenta atrás, pronunciando sin voz los números para que Kirk, que le miraba, recibiera el mensaje. Otras lecturas informaron que las baterías fásicas estaban plenamente cargadas y dirigidas hacia la nave que se aproximaba, sólo faltaba que fijasen el blanco y recibiesen la orden de disparar, cosas que llegarían cuando el realineamiento estuviese completado.

El comunicador de Kirk volvió a activarse con un chasquido; otro mensaje de Diaz o Scott, pero el capitán se apresuró a bajar el volumen y se alejó de la terminal científica. Estaba a punto de susurrar una orden de espera en el comunicador, cuando Sulu acabó de dictar la secuencia.

—Eso es todo —comentó, y la tensión que se manifestaba en su voz aumentó aún más—. ¿Se produce algún cambio?

Sin aguardar la respuesta, Sulu continuó.

—¡Levanten los escudos, a mínimo de dispersión! Hay una nave klingon unos pocos centenares de metros por debajo de nosotros, al menos lo estaba cuando yo entré. En este momento podría estar más cerca. Acaban de transferir a alguien al interior de la cubierta secundaria de la
Enterprise
y…

—¡Capitán! —interrumpió bruscamente la voz de Sparer mientras sus dedos corrían por los controles—. ¡Hemos recobrado el control de la nave! ¡Órdenes de disparar canceladas, escudos… subiendo, a mínima dispersión!

—¡Scotty! ¡Señor Diaz! —gritó Kirk por el intercomunicador—. ¡No procedan a la desconexión! ¡Volvemos a estar en perfecto funcionamiento!

Un suspiro de alivio fue la respuesta que le llegó a través del diminuto altavoz.

—Sí, capitán, las puertas acaban de abrirse.

—Permanezcan en el exterior, los dos. Quienquiera que haya vuelto a conectar la computadora podría estar todavía dentro de la sala, y probablemente es peligroso.

—No, capitán —le interrumpió Pritchard—. Los sensores muestran una forma de vida, una forma de vida klingon, que en este momento es transportada a la nave de la que nos ha hablado el señor Sulu.

—De acuerdo, Scotty, eche un vistazo, pero tenga cuidado de todas formas.

—Sí, capitán.

—La nave klingon se aleja, capitán —informó Sparer—. Plena potencia de impulso.

—¡No la pierda, alférez! Carmody debe responder a muchísimas preguntas.

—Sí, capitán. Preparado rayo tractor.

—¿Dispone esa nave de motores hiperespaciales, señor Pritchard?

—No lo sé, capitán, pero… —Pritchard se interrumpió al aparecer unas lecturas nuevas—. Hay una nave con motores hiperespaciales que sale en este momento del radio de alcance de los sensores, más allá de Vancadia, a factor hiperespacial ocho, por lo menos.

—¿Dirección?

—Hacia la frontera más cercana del imperio klingon.

—Comuníquese con todas las naves que pueda, teniente Uhura —ordenó Kirk—. Si pudiéramos interceptarla dentro del territorio de la Federación…

—Transmiten una señal subespacial desde las proximidades de la nave klingon —comenzó a decir Pritchard, pero se interrumpió bruscamente mientras sus dedos corrían por los controles con una destreza casi igual a la de Spock—. Los generadores de antimateria de la nave de Carmody se sobrecargan intencionadamente, capitán. Entrarán en su punto crítico en cualquier momento.

Pritchard apenas había acabado de pronunciar aquella advertencia cuando la nave que huía desapareció en una brillante llamarada que dejó la pantalla frontal de la
Enterprise
completamente en blanco.

En el puente reinó un silencio absoluto mientras la pantalla volvía a la normalidad y, finalmente, aparecía en ella la nube de partículas que se disipaba, lo que quedaba de Carmody y su nave de manufactura klingon.

—No es más que una conjetura —comentó Kirk con expresión ceñuda—, pero yo diría que no querían que le pusiéramos la mano encima al señor Carmody.

Al oír el siseo de las puertas del turboascensor, Kirk se volvió de espaldas a la pantalla y al curtido rostro del almirante Brady. No pudo evitar que le asomara a los labios una sonrisa al ver a Spock entrar elegantemente en el puente, seguido por un ceñudo doctor McCoy.

—Ha tardado usted bastante en decidirse a permitir que nos transfirieran a bordo… —McCoy calló en mitad de la frase al ver el rostro del almirante Brady en la pantalla frontal.

—Yo también me alegro de verle a usted, Bones —declaró Kirk tras controlar la sonrisa—. Ya conoce usted al almirante.

—Bienvenidos de vuelta a bordo, doctor McCoy, comandante Spock —y luego volvió a hablar apresuradamente, con un deje de disculpa en la voz—. Espero que comprenderá que esa demora era necesaria. El capitán Kirk quería estar totalmente seguro de la limpieza de la computadora y descartar cualquier sorpresa en los circuitos que controlan las operaciones del transportador.

—Es una precaución lógica, capitán —reconoció Spock cuando McCoy pareció no hallar palabras para responder a aquello—. Pero no interrumpa los procedimientos formales porque nosotros hayamos vuelto a la vida.

—Por supuesto —repuso Brady, que pareció momentáneamente descontento por aquel intercambio de palabras—. Como iba diciendo, no hemos encontrado ni rastro de la nave klingon. Suponemos que cambió de rumbo en cuanto estuvo fuera del radio de alcance de los sensores de la
Enterprise
y consiguió zafarse de la búsqueda de que era objeto. —Sacudió la cabeza—. Dado que sólo había dos naves en el área, no debe haberles resultado difícil conseguirlo.

—Es indudable que habían planeado muy bien la huida —comentó Kirk, que, tras echarles una mirada a Spock y McCoy, prosiguió—. Todo indica que retrasaron la partida hasta que estuvieron seguros del fracaso de Carmody. Delkondros y al menos una docena de otros, que podrían o no haber sido klingons y que se hacían pasar por seres humanos, desaparecieron poco después que fuesen destruidas las naves de vigilancia. Suponemos que se trató de una evacuación. En cualquier caso, es evidente que los klingon no tenían planeado darle a Carmody una segunda oportunidad, al igual que él no iba a hacerlo con Finney.

Brady asintió con la cabeza.

—Incluso aunque hubiera tenido éxito, apostaría a que habrían hallado la manera de librarse de él. Puesto que se mostró tan dispuesto a traicionar a la Federación, ¿cómo podían confiar en que no lo haría con el imperio?

Other books

A Yowling Yuletide by Celeste Hall
The Running Dream by Van Draanen, Wendelin
Midnight Run by Linda Castillo
Blurred by Tara Fuller
The Blue Herring Mystery by Ellery Queen Jr.
Every Shallow Cut by Piccirilli, Tom
Competition Can Be Murder by Connie Shelton