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Authors: José Luis Corral

Tags: #Histórico

El salón dorado (43 page)

—Será una fiesta espléndida. Yahya quiere que se recuerde como la celebración privada más lujosa nunca dada en la ciudad. Piensa gastarse en los festejos de la boda hasta cien dinares. Por cierto, ya veo que has contratado a un criado —continuó mirando a Jalid—, me alegro de que tu posición mejore. Si alguna vez necesitas algún esclavo ya sabes que puedo asesorarte en ello.

En el día fijado por el astrólogo Abú 'Utmán al-Turtusí, a quien Yahya encargaba los horóscopos y predicciones desde la muerte de al-Kirmani, se celebró la boda del antiguo dueño de Juan con Shams. Por la mañana la novia fue ataviada en los baños de la mezquita de Abú Yalid por dos siervas dirigidas por la vieja Fátima. En una pila de mármol la joven eslava fue lavada por las hábiles manos de las criadas. Después le aplicaron olorosos ungüentos de esencia de violeta y camomila por todo el cuerpo, embriagadores afeites de ámbar gris en el rostro y delicados perfumes de áloe y almizcle tibetano en el cabello. Le tiñeron las uñas con alheña y las manos y los pies con cártamo. Por último la vistieron con una camisa de lino blanco, unos pantalones de seda y sobre ambos un caftán de seda celeste con bordados en oro, realizado en los talleres de Málaga. Calzaba unos borceguíes cordobeses de cuero ajustados al tobillo con cintas de seda dentro de unos zuecos de piel negra con alta plataforma de madera para evitar que se mancharan los zapatos en el terroso suelo de las calles. Se cubría la cabeza con un pañuelo blanco bordado con hojas de acanto en hilo de oro y decoraban sus brazos varios brazaletes de oro rojo con engastes de piedras preciosas. Un vaporoso velo de gasa tapaba su rostro, dejando al descubierto tan sólo sus profundos ojos azules y la frente, sobre la que bailaba un mechón de cabello dorado como un rayo de sol al atardecer.

La novia salió de la mezquita acompañada por una procesión de hombres y mujeres de todo el barrio que bailaban y brincaban al sonido de una orquestina de cinco músicos que tocaban un tambor, una flauta, una lira, un laúd y un atabal. Oculto tras la columnata del pórtico de la biblioteca, Juan contemplaba la figura de Shams, descollante entre la multitud que la vitoreaba; dos lágrimas recorrieron sus mejillas en tanto el corazón se le encogía como una fruta ajada. Entre gritos y cánticos, el cortejo recorrió la calle del Puente hasta la puerta de la casa de Yahya. Los parientes del novio repartían entre la multitud pastelillos, frutas y golosinas. El poeta Abú Talib Muhámmad ibn Ibrahim al-Qaysi, recién llegado de la ciudad de Huesca y contratado para la ocasión, caminaba delante de los músicos declamando al son de las distintas melodías poemas compuestos por él en alabanza de la novia y algunos párrafos de El collar de la paloma, el sublime tratado sobre el amor escrito en Córdoba hacía ya más de treinta años por Ibn Hamz, el más grande de todos los poetas de al-Andalus:

Cuando logre que mi alma alcance sus deseos

de esa gacela que no cesa de atormentarme,

tanto me dará su aversión como su sumisión,

e igual será para mí su cólera que su contento.

Cuando encuentro agua,

he de apagar con ella el ardor de la brasa de tamarindo.

Parafraseaba Abú Talib a Ibn Hamz entre las aclamaciones de la multitud. Y de nuevo:

Exhalo amor de mí como el aliento,

y doy las riendas del alma a mis ojos enamorados.

Al llegar ante la casa del novio recitó los últimos versos de Ibn Hamz:

Desearía rajar mi corazón con un cuchillo,

meterte dentro de él

y luego volver a cerrar mi pecho para que estuvieras en él

y no habitaras en otro hasta el día de la resurrección

y del juicio;

para que moraras en él durante mi vida

y, a mi muerte, ocuparas las entretelas de mi corazón

en las tinieblas del sepulcro.

El novio salió a recibir a la desposada. Yahya lucía una carísima túnica de tela roja de Damasco con bordados en oro, salpicada de perlas, esmeraldas y zafiros. Se había teñido la barba y el cabello de rojo y se tocaba con un gorro de fieltro del que pendía una enorme perla rodeada por una corona de rubíes. Hasta las babuchas de cuero carmesí estaban tachonadas con gemas. Un hermano de Yahya le entregó a la novia y dos baúles con el ajuar de Shams. Entre los aplausos y los vítores de los congregados, el marido entró en casa de la mano de su nueva esposa. En el interior se celebró la ceremonia y se firmó el contrato matrimonial; el cadí de la mezquita de Abú Yalid lo sancionó.

Juan, que había deambulado detrás del cortejo, apareció justo a la hora señalada para el walima, el banquete nupcial al que sólo asistirían hombres. Medio centenar de invitados ocupaban el gran patio cubierto con telas impregnadas con incienso y algalia y jarrones repletos de narcisos, azucenas, anémonas y jazmines. Los criados comenzaron a servir el opíparo festín con el que Yahya quería transmitir a sus amigos la felicidad que sentía al desposarse con su amada Shams.

Bandejas llenas de arroces diversos, condimentados con pasas, con canela y con pimienta, sopa de finas hierbas aromatizada con tomillo y orégano, filetes de esturión y de sábalo horneados al queso, deliciosa conserva del mejor murri, cordero asado con hierbabuena, comino, cilantro, azafrán y jengibre, almojábanas de queso fresco espolvoreadas con canela y bañadas en miel, criadillas asadas debajo de la ceniza aderezadas con manteca y pasta de almendras, tarta de queso perfumada con agua de esencia de rosas, finos pasteles de almendra fritos en aceite con azúcar y almizcle, turrón de almendras, avellanas, piñones y granos de sésamo y frescos sorbetes de mora y melocotón se sirvieron a discreción entre los comensales. Las bebidas consistieron en jarabes de membrillo, manzana, granada y limón, dulcísima horchata con canela, vino de Málaga especiado con miel y agua con esencia de azahar y de azucena. En los talleres de Yahya se había fabricado una vajilla completa en plata, con decenas de copas, vasos, platos, jarras y aguamaniles. En varios pebeteros se encendió áloe indio mezclado con ámbar egipcio. Alos comensales se les asperjaron los vestidos con esencia de agua de rosas y se les perfumaron las manos y cabellos con almizcle del Tíbet, ámbar magrebí y esencia de sauce barmakí. Con el banquete finalizaba una semana de festejos en la que no habían faltado los convites a los vecinos, la música, los regalos a los empleados de los talleres, las donaciones a las mezquitas y bibliotecas y las lujosas compras de vestidos y joyas para la novia como dote del futuro esposo. Como culminación de todo ello, Yahya había concedido la libertad a su bella esclava, a fin de desposarla siendo ya una mujer libre.

3

En el otoño del año cristiano de 1066, finales del 458 de la hégira, se había desescombrado todo el interior de la vieja alcazaba y comenzado a levantar algunos muros interiores. Desde lo alto de la gran torre cuadrada al-Muqtádir, el arquitecto real, y Juan contemplaban los muros de tapial enlucidos de cal alternados por torreones ultrasemicirculares de sillares de blanquísimo alabastro.

—Majestad —dijo el arquitecto—, ya hemos comenzado a edificar el nuevo palacio. Ved los planos que realizamos con al-Kirmani.

Sobre una tabla de madera sostenida por dos caballetes, Jalid ibn Yusuf extendió un amplio pliego de papel en el que había dibujado el plano del nuevo edificio que iba a ajustarse dentro de los muros del recinto militar.

—Fijaos en las columnas del centro, Majestad —continuó el arquitecto—, sostendrán el pabellón principal. Los muros interiores se levantan en ladrillo y cal e irán forrados de placas de brillante alabastro en su parte baja y en la superior de estuco bruñido, con pinturas extraordinarias y tapices chinos y armenios. A la altura de la cintura una serie de inscripciones en alabastro recorrerán todo el palacio loando la grandeza de Dios y el nombre de vuestra Majestad. Como ya conocéis, el edificio se estructura en tres grandes espacios, totalmente diferenciados. En el primer tercio, con dos pisos de altura, al lado de la entrada, hemos situado la mezquita, la escuela para los príncipes e hijos de altos dignatarios, la biblioteca, la secretaría de la corte, la cancillería, el cuerpo de guardia, los baños, las caballerizas y almacenes, las cocinas y las dependencias para los soldados de la guarnición permanente; todo en torno a un patio al que se accede desde la puerta en recodo.

»En el tercio central se dispone el espacio semipúblico, reservado a la corte y a las audiencias de vuestra Majestad. Hemos diseñado un gran patio central, con un pórtico en el sur y el salón del trono en el norte, protegido por un pabellón de doble ala. Dos albercas, una a cada lado del patio, tendrán el agua teñida en cada uno de los dos colores de la dinastía de los Banu Hud, el azul y el amarillo. En el centro del patio se plantarán arrayanes y se distribuirán entre ellos jaulas con tórtolas, mirlos, estorninos y ruiseñores. Los cortesanos accederán desde el patio de entrada a través de una triple arcada, pero los embajadores de los reinos cristianos o aquellos a quienes se quiera impresionar con el poder de vuestra Majestad deberán atravesar un recinto laberíntico casi a oscuras, sólo iluminado con unos orificios en forma de estrella en el techo. Por allí desembocarán en una sala circular donde un estanque de mercurio reflejará los rayos de sol, que penetrarán por pequeños agujeros en la bóveda, sobre paredes de cinc bruñido. De ahí se pasará a una estancia a través de la cual entrarán en el patio principal por una arcada triunfal de cinco vanos en el pórtico sur. Tras atravesar el patio serán recibidos en audiencia por vuestra Majestad, que se colocará en el salón del trono, con las paredes cubiertas de chapas de cobre brillante que reflejarán la luz solar. El agua amarilla de la alberca y el cobre bruñido darán al visitante la sensación de que está en presencia de un sol viviente. Es por eso que las audiencias de este tipo se realizarán a mediodía y siempre que el sol brille en el cielo, a fin de lograr todos los efectos. En un lado estamos levantando la pequeña mezquita de planta octogonal, que en realidad es una maqsurapara vuestro uso privado, para que podáis realizar las oraciones preceptivas al lado mismo del salón del trono.

»El último tercio estará ocupado por el espacio prohibido, al que sólo tendrán acceso vuestra familia, las mujeres del harén, las siervas del gineceo y los eunucos encargados de su protección. Se dispone en torno a un gran patio central en el que se va a representar el Jardín del Edén. Se plantarán arbustos frondosos, arrayanes, jengibre y tamarindos. De varias fuentes manarán agua, vino e hidromiel y el suelo estará alfombrado con maravillosos tapices de seda de la lejana China y finas alfombras de lana de Armenia. Entre los setos y los parterres se colocarán pequeños pabellones de madera de cedro, con decenas de almohadones en seda verde, rodeados de melocotoneros, granados, palmeras, manzanos y parras de uva dulce. Jóvenes bellísimas vestidas de verde satén y brocado, adornadas con brazaletes de plata, servirán refrescantes bebidas alcanforadas en copas de plata y cristal: serán vuestras huríes en la tierra. En uno de los laterales se dispondrán en jaulas los animales favoritos de Vuestra Majestad y en distintos edificios las habitaciones reales y las de vuestras esposas y concubinas, además de tres baños. Aire caliente en invierno y fresco en verano discurrirá por tuberías colocadas bajo el pavimento para que nunca haga excesivo frío ni demasiado calor. Los tejados se cubrirán con tejas vidriadas en azul y amarillo.

—Si me permitís, Majestad —añadió Juan—, con vuestra aprobación hemos reservado la torre principal, esta rectangular sobre la que nos encontramos, para el observatorio astronómico del reino que Vuestra Majestad ha decidido ampliar. Hasta ahora se ha venido utilizando su terraza superior para esos fines, pues es el lugar más elevado de toda la ciudad, además, por supuesto, de seguir cumpliendo las funciones de torre vigía de todo el valle. Desde allí podrán establecerse las cartas astrales y los horóscopos que deseéis en cada momento.

—El palacio será digno de un gran rey —comentó Al-Muqtádir.

—Brillaréis en Palacio como el Sol en el firmamento y seréis la fuente de su luz. Vuestra Majestad es el monarca más grande de entre todos los de al-Andalus —observó Jalid.

—No tan grande como el califa an-Nasir. 'Abdarrahman, el tercero de ese nombre, ha sido el gobernante más poderoso de todos los andalusíes. Él construyó junto a Córdoba un palacio al lado del cual éste no es sino un grano de arena en una montaña. Dicen que incluso cambió toda la vegetación de la sierra cercana, plantándola de almendros para que al florecer en primavera una de sus esposas no añorara las montañas nevadas de su tierra pamplonesa.

—Los horóscopos anuncian que Vuestra Majestad está señalado como el soberano que devolverá a al-Andalus su antigua grandeza y su unidad apostilló Juan.

Al-Muqtádir, envuelto en su gran manto de piel de nutria, miró de soslayo al eslavo y esbozó una amarga sonrisa. Después de unos instantes de silencio añadió:

—Los horóscopos los hacen los hombres, y los hombres suelen equivocarse con frecuencia. En este caso no parece que los designios de las estrellas estén de acuerdo con la realidad. Los cristianos son cada día más fuertes y más numerosos. Lentamente pero sin tregua han comenzado a arrancarnos pequeños pedazos de nuestros reinos, y no tardarán mucho en abalanzarse como lobos sobre nuestras grandes ciudades. Lo de Barbastro fue sólo un primer aviso de lo que ha de venir. Cuando los musulmanes hemos luchado juntos, tarde o temprano hemos logrado vencer, pero cuando los enemigos de nuestros hermanos hemos sido nosotros mismos, los infieles han conseguido derrotarnos siempre. El Profeta, Dios lo guarde, ha dicho: «Aferraos al pacto de Dios todos juntos, sin dividiros. Recordad la gracia que Dios os dispensó cuando erais enemigos: reconcilió vuestros corazones y, por su gracia, os transformasteis en hermanos; estabais al borde de un abismo de fuego y os libró de él» . Y también: «¡No seáis como quienes, después de haber recibido las pruebas claras, se dividieron y discreparon! Ésos tales tendrán un castigo terrible!». Ahora estamos divididos, el Altísimo no tendrá ninguna misericordia para con nosotros, a no ser que alguien vuelva a unir al islam bajo una misma bandera. Pero eso no ocurrirá si no lo quiere Dios; por eso en el palacio deberá inscribirse la siguiente leyenda: «Me he sometido por completo a Dios».

El año cristiano de 1067, 459 a 460 de la hégira, estuvo marcado por los enfrentamientos entre los reyes cristianos. Una guerra estalló entre los tres monarcas de nombre Sancho, Sancho II de Castilla contra la alianza de Sancho García IV de Pamplona y Sancho Ramírez de Aragón. El castellano fue derrotado en Viana y tuvo que huir de manera deshonrosa del campo de batalla para poder conservar la vida. Los aragoneses, en represalia por la ayuda que taimadamente prestaba al-Muqtádir al castellano, atacaron Alquézar, cerca de Barbastro, e incorporaron esta fortaleza a sus dominios, y ampliaron el formidable castillo de Loarre, verdadero nido de águilas desde el que se controlaba todo el llano de Huesca, iniciando así lo que iba a ser en los años venideros una sofocante presión sobre la ciudad que defendía la frontera norte del reino hudí. El aguerrido rey de Aragón estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de extender sus dominios hacia el sur. Realizó una peregrinación a Roma, logrando de la corte del papa Alejandro II un apoyo expreso para la conquista de tierras a los musulmanes. Poco después, el cardenal Hugo Cándido regresó al Vaticano tras haber pasado tres años en España introduciendo el rito romano, que paulatinamente iba sustituyendo al mozárabe en la iglesia hispana. A principios de ese año contrajo su primer matrimonio el príncipe heredero Abú Amir, y su esposa, una princesa navarra, quedó encinta en las primeras semanas. Al-Muqtádir se sintió confortado: si su primer nieto era un varón, la continuidad de la dinastía estaba asegurada.

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