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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

El señor del carnaval (37 page)

—¿Qué quieres decir?

—Por ahí hay mucha gente que tiene, digamos, necesidades «especiales». El negocio de la prostitución de Vitrenko se dedica a saciar dichas necesidades. No creo que tenga que hacerte un dibujo… estamos hablando, desde luego, de cosas muy desagradables. Y la mayor parte de las prostitutas no lo hacen voluntariamente. Vende a la gente como si fuera carne, Jan. Todo lo que sabemos hasta ahora está resumido aquí. Debo decirte que hay mucha gente que no está muy conforme con que tengas esta información.

—¿Lo sabe más gente? ¿Saben por qué la quiero?

—No… Si llego a mencionar la implicación de Frau Klee, me atrevería a decir que ahora ya habría una orden de arresto contra ella. Les he dicho que intentaba involucrarte en esta investigación para tratar de persuadirte de que reconsideraras la organización de una brigada federal de homicidios.

—¿Así que todavía no les has comunicado mi decisión?

—No. Ya habrá tiempo de hacerlo.

Fabel leyó partes del informe. Estaba repleto de horrores. Montones de asesinatos iniciados por Vitrenko por toda Asia Central y Europa, desde asesinatos sencillos hasta carnicerías de una crueldad espectacular con el fin de advertir a otros del precio de tenderle trampas. Había una descripción detallada de las actividades de Vitrenko en Hamburgo, incluida la agresión a María Klee. Había detalles sobre el asesinato múltiple al que se referían las notas de María: treinta inmigrantes ilegales que murieron quemados en un camión de carga en la frontera entre Ucrania y Polonia.

Fabel leyó que un capo criminal de Georgia había rechazado la oferta de Vitrenko de convertirse en su socio, aduciendo que sus únicos socios serían sus tres hijos cuando fueran mayores. El día del padre, Vitrenko le mandó al georgiano tres paquetes, cada uno con una cabeza dentro. Había el relato de cómo una bella muchacha ucraniana obligada a trabajar como prostituta de lujo intentó liberarse de las garras de Vitrenko poniéndose en contacto con la policía de Berlín. La encontraron atada a una silla, delante de un espejo de cuerpo entero. Había muerto de asfixia: tenía las vías respiratorias inflamadas como resultado de la inhalación del ácido sulfúrico que le habían echado a la cara. Era poco probable que hubiera visto mucho de su reflejo, pero habría visto lo suficiente, pensó Fabel, para satisfacer a Vitrenko. Constaba también el asesinato de un jefe de la mafia ucraniano-judía de Israel que llevaba la firma de Vitrenko. Fabel movió la cabeza, en reconocimiento a María, a medida que avanzaba en la lectura. Ella mencionó todos aquellos crímenes en sus notas. Sin los recursos de la Agencia Criminal Federal del BKA había sido capaz de adivinar la mano de Vitrenko en incidentes remotos y aparentemente inconexos.

—Supongo que nada de esto debe de sorprenderle… —dijo Wagner.

El informe recogía también cómo Vitrenko mató a su propio padre y el hecho de que Fabel fue testigo del crimen.

—Tenemos que sacar a María de Colonia —dijo Fabel sin levantar la vista del informe—. Si Vitrenko se entera de que tiene una cruzada personal contra él, convertirá en prioridad divertirse con su muerte.

—Estoy de acuerdo, pero lo primero ha de ser dejar a Vitrenko fuera de combate.

María Klee se ha metido en esta situación con sus propias acciones.

—De las cuales no es enteramente responsable… —Fabel giró otra página y se enfrentó a fotos de más víctimas. Levantó la vista y comprobó que ningún huésped del hotel estuviera lo bastante cerca como para ver el horror que tenía entre las manos—. ¿Qué es esto?

—Ah… —dijo Wagner—. Lo que ves son los restos de una unidad especial de elite integrada por especialistas ucranianos de la Spetsnaz: la operación Aquiles. La versión oficial del Gobierno ucraniano fue que nos iban a consultar sobre el enlace y tratar de arrestar a Vitrenko en Ucrania, pero nosotros suponemos que fue un último intento desesperado de eliminar a Vitrenko mediante su asesinato ilegal dentro de la República Federal.

—¿Esto es Alemania? —señaló el bosque que salía en el fondo de las fotos.

—No. Es en las afueras de un lugar llamado Korostyshev, al oeste de Kiev. Fueron convocados allí para recibir instrucciones antes de la misión. En un pabellón de caza.

¿Lo pillas?

Fabel volvió a mirar las fotos.

—Muy irónico. Y muy Vitrenko. No hubo supervivientes.

—Sí, sí los hubo —dijo Wagner con una sonrisa de sabiondo—. Como has dicho, todo fue muy Vitrenko. Los cuerpos que ves fueron aniquilados con toda probabilidad por los otros miembros del equipo, los cuales han desaparecido del mapa. A los ucranianos les llevó algunos días figurárselo, pero calculan que saben quién era el líder de los infiltrados en el equipo. Pocos días atrás hubo un intento de cargarse a Vitrenko en una de sus raras escapadas a Kiev. El Gobierno ucraniano tenía a un infiltrado en el caso, un comandante de la Sokil Spetsnaz llamado Peotr Samolyuk que hacía de triple agente. Este señaló dónde y cuándo aparecería Vitrenko, pero el topo traicionó a Samolyuk y éste acabó castrado. Cuando se organizó esta fuerza especial, el topo principal y dos infiltrados más ya estaban situados. Parece ser que un par de miembros del equipo lograron llegar a Korostyshev y ponerse a salvo antes de que los mataran y los devolvieran al refugio para… bueno, eso que ves.

Fabel examinó una foto de un hombre de unos treinta años que, como los otros, había sido desnudado, destripado y colgado de los ganchos del exterior del pabellón de caza que se usaban para colgar los ciervos y jabalís que mataban los cazadores.

Había algo pintado de rojo, con lo que parecía ser sangre, en la pared de detrás del cuerpo destripado. Algo escrito en cirílico.

—¿Qué dice aquí? —Fabel inclinó la foto hacia Wagner.

—Humm… yo también me lo pregunté. Es muy esotérico: «SATÁN TIENE EL PODER DE ESTAR EN DOS LUGARES AL MISMO TIEMPO». Obviamente, es Vitrenko en plan enigmático. Supongo que tenía algún significado para el pobre diablo al que acabaron destripando.

—¿Quién era?

—Estaba al frente de la operación Aquiles. Un buen tipo, según todo el mundo —dijo Wagner—. Creemos que el principal topo de Vitrenko en la operación es una agente de la milicia de Kiev llamada Olga Sarapenko. Probablemente tenía órdenes de darle a este tipo un tratamiento muy especial antes de morir. Ese hombre llevaba años tras Vitrenko.

—¿Cómo se llamaba? —preguntó Fabel.

—Buslenko. —Wagner tomó un trago—. Taras Buslenko.

11

María se plantó en el umbral de la puerta. Apuntó su arma, a la parte de la sala que no había podido ver desde fuera, esperando encontrar allí a Vitrenko. No había nadie. Se volvió de nuevo. Ahí estaban los dos matones, con Molokov y Buslenko sentados. Ni rastro de Vitrenko. Había sacrificado su vida por nada. En la sala todos se habían vuelto a mirarla. Sintió el golpe de las pistolas en sus manos: dos balas impactaron en la garganta de Molokov y el ojo derecho se le saltó al impactarle una bala allí y otra en su cerebro. Aún estaba cayendo cuando María apuntó al primer matón. Unas cuantas balas se estrellaron en la pared del taller, pero tres le dieron en el pecho. Notó como el segundo hombre se movía pero no tenía tiempo de reaccionar. Buslenko se echó al suelo desde su silla y María se sorprendió al ver que no estaba atado. Saltó encima del ex Spetsnaz, que pareció atónito ante el ataque repentino de Buslenko. Se recuperó lo suficiente para propinarle una patada con la bota a Buslenko, que hizo una pirueta y estrelló con fuerza su propia bota en la entrepierna del otro hombre. Luego le propinó un golpe como un latigazo en la garganta. Se oyó el sonido de algo que se rompía y el matón cayó de rodillas y empezó a agarrarlo del cuello, mientras la cara se le iba poniendo azul. Buslenko agarró la mandíbula inferior y la frente del hombre y le torció la cabeza con fuerza a un lado. Otro chasquido más fuerte. Los ojos del matón se quedaron vidriosos de inmediato y Buslenko lo empujó, haciéndolo caer sobre el suelo mugriento. Buslenko miró a María y asintió con la cabeza, con gravedad. Ella se volvió para ocuparse de los guardas que podían entrar desde el exterior, pero no apareció nadie. Se levantó con las dos automáticas preparadas y las manos temblándole con violencia.

—Ya está, María… —La voz de Buslenko era tranquila, apaciguadora. Le tomó las manos temblorosas y le cogió las armas—. Ya está. Ya ha pasado todo. Lo has hecho muy bien.

—Los guardias… —exclamó ella, desesperadamente—. Fuera…

—Ya está —la tranquilizó de nuevo Buslenko—, ya nos hemos ocupado de ellos.

María oyó que alguien entraba por la puerta.

—¿Olga? —María miró extrañada a Sarapenko, que ahora estaba de pie en la entrada. Llevaba un rifle de francotirador que parecía más un instrumento científico que un arma. Tenía un visor nocturno de largo alcance montado y el cañón estaba alargado por un eliminador de destellos y un silenciador.

—No lo entiendo —dijo María—. ¿Y la policía? ¿Dónde está la policía?

—Nosotros limpiamos nuestra propia mierda —dijo Buslenko, mientras se metía en los bolsillos las pistolas automáticas de María. La rodeó con un brazo y la guio hacia la puerta.

—¿Y Vitrenko…? —La voz de María era ahora un hilo vacilante con los temblores que empezaban a apoderarse de todo su cuerpo—. ¿Dónde está Vitrenko? Se supone que debía estar aquí…

María se puso a temblar de manera descontrolada. Sentía que sus piernas ya no podían sostenerla. Lo que había pasado fuera era fácil de deducir: los dos guardas estaban muertos, cada uno con heridas de bala en el cuerpo y la cabeza. El segundo guarda seguía agarrado a su ametralladora y sus ojos miraban apagados al cielo oscuro y nublado. María había leído en alguna parte que así era como los francotiradores eliminaban siempre a sus víctimas: una bala en el cuerpo para derribarlas, luego otra en la cabeza para acabar con ellos. Miró a Olga, que seguía agarrada al instrumento de precisión de su rifle de francotirador. Era una rara habilidad para una mujer policía de Kiev.

—Quedaos aquí —dijo Buslenko—. Iré a buscar mi coche. Olga, te dejo en el coche de María y lo llevas de vuelta a Colonia. No quiero dejar rastro de nuestra visita aquí.

—¿Y qué hay de la limpieza? —preguntó Olga, señalando los cuerpos.

—A estos dos los meteremos dentro. Mandaré a alguien a recoger; pero será mejor que nos alejemos de aquí.

—¿Que mandarás a alguien? —La voz de María era débil. Parecía levemente confusa—. ¿A quién tienes…?

—Estás muy conmocionada, María —Olga le dio el rifle a Buslenko y se sacó una jeringuilla del bolsillo. Retiró el plástico protector de la aguja.

—¿Por qué llevas eso encima? —preguntó María, pero se sentía demasiado débil y atolondrada para resistirse mientras Olga le subía las mangas del abrigo y del jersey que llevaba debajo. Luego sintió el pinchazo de la aguja en el antebrazo.

—¿Qué…?

—Te relajará —dijo Olga, y María sintió un cálido adormecimiento que se apoderaba de su cuerpo. Notaba como si ya estuviera durmiendo pero siguiera de pie. Y había dejado de temblar.

—Pensaba que iba a morir… —le dijo distraídamente a Olga, que no le respondió.

—Iré a buscar el coche —dijo Buslenko, antes de salir corriendo campo a través en dirección a la carretera.

María se sintió totalmente relajada, totalmente libre de miedo o ansiedad, mientras contemplaba la figura decreciente de Buslenko y recordaba haberlo visto correr a través de un campo muy parecido a aquél mucho tiempo atrás. Era curioso, pensó, mientras sentía cómo Olga le apretaba el brazo con más fuerza, que no lo hubiera reconocido antes; que sólo desde lejos, como en el monitor de vigilancia, fuera capaz de estar segura de quién era.

«Voy a morir después de todo», pensó María, y luego se volvió hacia Olga Sarapenko sonriendo con expresión ausente ante tanta ironía.

Capítulo nueve

9 21 febrero

1

Fabel se quedó sorprendido al levantar la vista y ver a Benni Scholz de pie a su lado.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Fabel, cerrando el dossier—. Este es Herr Wagner, del BKA…

Wagner se levantó y estrechó la mano de Scholz.

—Ya nos conocemos —dijo Scholz. Wagner frunció el ceño—. Aquel caso de fraude por Internet hace un par de años…

—Ah, sí… —dijo Wagner—. Desde luego. ¿Cómo está?

—Estupendamente —sonrió Scholz, mirando al dossier de tapas blancas que había encima de la mesa—. Disculpen, ¿interrumpo algo?

—No, en absoluto —respondió Fabel—. Sólo aprovechaba para charlar con Herr Wagner sobre un caso de Hamburgo en el que ambos estamos involucrados. ¿Quieres tomar algo?

—Bueno, de hecho venía a verte por algo de trabajo. Ya sabes que he estado toda la mañana metido en ese rollo de reunión del comité de carnaval, pero les había pedido a Tansu y a Kris que comprobaran algunas de las pistas que vosotros, los técnicos, habíais encontrado en varias páginas web. Pero esta tarde no estabas por allí…

—Ah, es cierto… He estado haciendo turismo, si tengo que decirte la verdad.

—Entiendo. La cuestión es que tenemos algo. Hay una página web que está gestionada desde Colonia. Se llama
Anthropophagi
y se dedica a todo lo relacionado con el canibalismo. El contenido no es muy abiertamente sexual, pero si escarbas un poco encuentras cosas bastante perversas. Y hay un chat. No sabemos quién está realmente detrás de la página, pero sí la empresa que les proporciona el servidor, el diseño, etc… Había pensado que mañana podríamos ir a verlos.

—Me parece bien. ¿Seguro que no quieres tomar nada?

—No, gracias. Verás, hay algo más. Me preguntaba si querrías ir a dar una vuelta conmigo. Te gustará saber que también hemos hecho caso de tu propuesta y hemos seguido todas las denuncias de agresiones o incidentes en los que se hubieran producido mordiscos. Hay algo que tú y yo debemos mirar…

El hotel contrastaba bruscamente con el cómodo y moderno establecimiento que acababan de dejar. No porque fuera un lugar cutre o sórdido, sino más bien porque estaba en el espectro bajo del mercado. Era el tipo de lugar en el que pernoctan los turistas de presupuesto ajustado o los comerciales de menor categoría. Era, como Fabel ya sabía, un lugar de esos en los que puedes pagar en efectivo y no te hacen demasiadas preguntas. Scholz aparcó frente a la puerta principal y los dos hombres salieron del coche mientras un portero se les acercaba para reprenderles porque allí no se podía estacionar, pero Scholz le hizo callar mostrándole su placa de la policía criminal. Se volvió un momento y vio que Fabel se detenía a mirar hacia el hotel.

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