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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

El señor del carnaval (38 page)

—¿Todo bien, Jan?

—¿Cómo? Sí, claro.

—Hace unas semanas hubo una llamada avisando de que se estaban produciendo disturbios —le explicó Scholz a Fabel—. El coche patrulla que acudió fue enviado de vuelta, y los del hotel dijeron que había habido un poco de jaleo pero que ellos mismos se habían ocupado de tranquilizar las cosas; que lamentaban haberlos molestado y todo ese rollo. Lo cierto es que en estos lugares no quieren que los clientes vean el vestíbulo lleno de agentes de uniforme. Les fastidian los fines de semana guarros.

Scholz picó con su mano enguantada en el mostrador de recepción y sonrió al recepcionista.

—Policía criminal de Colonia —dijo—. Quiero hablar con Herr Ankowitsch, el director.

Un hombre alto y delgado apareció en recepción.

—¿En qué puedo ayudarle? —le preguntó a Scholz. Y luego, al ver a Fabel—: Oh, hola otra vez, Herr Fabel… No esperaba verle dos veces el mismo día. ¿Es sobre el mismo asunto?

—No, nada que ver… —respondió Fabel, ignorando la expresión de extrañeza de Scholz.

—Venimos por un incidente ocurrido el 20 de enero —explicó Scholz, volviéndose a dirigir a Ankowitsch—. Llamaron ustedes a la Policía por el alboroto.

—Ah, eso… Ya lo resolvimos en su momento. Todo quedó en nada. Oímos gritar a una mujer en una de las habitaciones, de la que salió corriendo. Pero no quiso poner una denuncia.

—Sí, todo eso ya lo sé. Lo que quiero saber es qué dijo que le había ocurrido. Según el informe de la Policía, explicó que alguien la había mordido en el culo con mucha fuerza.

Ankowitsch sonrió.

—Así es, efectivamente.

—No le veo la gracia. Estamos aquí por si este hecho pudiera estar relacionado con un par de asesinatos que estamos investigando. Y ahora, tonterías aparte… ¿era una puta?

Ankowitsch se asomó por encima del mostrador y sacó el cuello para comprobar que no hubiera huéspedes en las escaleras.

—Sí, lo era. Ya la había visto antes. No es algo que potenciemos, pero hacemos un poco la vista gorda. Por aquí pasan muchos barcos cada noche del año. Siempre que no haya barullo, y que el tema se lleve con corrección y discreción, no nos metemos demasiado en si la relación entre nuestros huéspedes es personal o profesional.

—¿Quién la acompañaba? —preguntó Fabel.

—Un hombre de unos treinta y cinco años… Bien vestido, guapo. Me dio la impresión de que venían de un lugar… bueno, más pijo que éste. Ella también iba muy elegante. —Se rio un poco—. Aunque debo decir que pensé que la habían aconsejado mal en su elección de vestuario.

—¿En qué sentido? —preguntó Scholz.

—Bueno, llevaba una falda muy ajustada, del tipo de las faldas tubo de los años cincuenta. Parecía cara, pero no le quedaba nada bien.

Scholz puso expresión de impacientarse.

—Tenía un trasero enorme, inmenso. Por lo demás era una chica muy atractiva, pero era casi como si quisiera atraer la atención hacia el culo. Por eso pensamos que resultó gracioso… ya saben, cuando luego salió gritando que el tipo se lo había mordido.

—¿Era un mordisco fuerte?

—Oh, sí… había mucha sangre y una de nuestras asistentas polacas, Marta, tuvo que ayudarla. Marta nos dijo que la mujer era ucraniana, pero que entendía todo lo que ella le decía en polaco. Se pueden entender entre ellos, al parecer. En fin, Marta dijo que era un mordisco muy grave y le sugirió que fuese al hospital, pero la joven no quiso.

—¿Dónde estaba el hombre mientras ocurría todo esto? —preguntó Fabel.

—Tan pronto como empezó el jaleo debió de recoger sus cosas y largarse. Usó las escaleras, no el ascensor. Yo subí directamente a la habitación con un botones, pero cuando llegamos ya se había marchado.

—Y la habitación, ¿la pagó él o ella?

—Él. En efectivo. Dijo que se había dejado la cartera con la tarjeta de crédito en casa. Normalmente pedimos la tarjeta para poder cargar cualquier cosa que se hayan tomado del minibar, pero él dejó un depósito de cien euros en lugar de la tarjeta.

—Y déjeme que lo adivine: no pidió que se lo devolvieran —dijo Fabel.

Ankowitsch se ruborizó.

—No. —Fabel supuso que el depósito habría acabado en el bolsillo del director.

—Tenemos que encontrar a esa chica —dijo Scholz—. ¿Dice que la había visto antes?

Ankowitsch parecía incómodo.

—Sí. Ya había estado aquí una vez; puede que dos.

—¿Y el hombre?

—No. No recuerdo haberlo visto antes de esa noche.

—¿Tiene alguna idea de dónde podríamos encontrar a esa chica? —preguntó Fabel.

La inquietud de Ankowitsch pareció intensificarse. Sacó el listín de teléfonos de debajo del mostrador, lo hojeó y apuntó unos datos en un bloc. Arrancó la hoja y se la dio a Fabel.

Scholz se la quitó la de mano.

—Gracias por su colaboración —dijo.

—Sospecho que Herr Ankowitsch también tiene debilidad por los culos grandes —le dijo Scholz a Fabel mientras volvían al coche—. Parecía muy seguro de la agencia para la que trabajaba la chica.

Fabel se sentó en el asiento del copiloto del Volkswagen de Scholz y de pronto se sintió muy cansado. Había sido un día largo y probablemente había tomado más cerveza
Kölsch
de la que debía. Se sintió agradecido de que Scholz estuviera extrañamente taciturno mientras conducía por la ciudad. Fabel contempló cómo Colonia se deslizaba tras el cristal a su paso, resplandeciente bajo la noche negro azulada. Al cabo de un rato empezó a darse cuenta de que tardaban más de lo normal en regresar al hotel y de que no reconocía la zona en que estaban. De pronto se hallaban junto al río. En esa zona estaban construyendo mucho y la superestructura de dos edificios enormes, en forma de dos grúas gigantes de astillero, se levantaba ante ellos. Scholz frenó de golpe mientras aparcaba en una rampa de cemento y salió del coche dando un portazo. Anduvo hasta el borde del agua y se quedó allí de pie, iluminado por los faros.

Fabel salió y se acercó al lado de Scholz. Hubo un momento de silencio mientras los dos hombres contemplaban pasar una larga gabarra con la bandera en la popa ondeando en la oscuridad.

—¿Piensas contarme de qué va todo esto? —dijo Scholz a media voz, sin desviar la vista de la barcaza—. Te sorprendo con ese tío del BKA y pones cara de haber sido descubierto con los pantalones en los tobillos… Luego me entero de que has estado investigando por tu cuenta en mi ciudad mientras yo estaba ocupado en otros asuntos. Me gustaría saber qué cojones está pasando, señor.

Fabel suspiró.

—Cuando te conté que mi camino se había cruzado con el de Vasyl Vitrenko me dijiste que era un camino muy peligroso. Y sí, lo fue: acabó con dos agentes muertos y otra muy gravemente herida que se salvó por los pelos. Se llama María Klee y era mi mejor agente… de hecho, habría estado llamada a sustituirme. Aunque sus heridas físicas se curaron, le han quedado secuelas mentales. María está de baja indefinida por enfermedad. Tuvo una importante crisis y se suponía que estaba bajo tratamiento. El problema es que creo que anda por aquí tratando de encontrar ella sola a Vitrenko.

—Entiendo… —Scholz se volvió hacia Fabel—. ¿Por qué no me lo contaste antes?

—Tú tienes tus prioridades.

—Sí, claro que las tengo, y no me ando con maniobras de distracción. Tengo a un asesino que cazar; un tipo que va a matar de nuevo, en sólo un par de semanas, a menos que lo saque de escena antes. Acudí a tu experiencia de buena fe.

—Lo sé, Benni.

—Pero, mientras tanto, tú tenías tu otra agenda. Para serte sincero, me sabe muy mal lo de tu agente, pero no es mi problema. Pensaba que estabas dedicando toda tu atención a mi caso.

—Dejemos las cosas claras, Oberkommissar… Estoy aquí para darte todo el apoyo que necesites, pero también estoy preocupado por mi agente y seguiré intentando localizarla. Eso no significa que te esté ayudando a medias.

—Espera un puto segundo… —La cara de Scholz se animó repentinamente—. Ya lo entiendo: es mi problema, ¿no? Ahora entiendo también por qué no pudimos localizar a la agente de policía o de inmigración que interrogó a Slavko Dmytruk antes de que lo redujeran a picadillo en la cocina del restaurante. Era ella, ¿no?

—Creo que podría serlo, pero eso no quiere decir que lo fuera.

—Ya… —Scholz se volvió y se dirigió hacia el coche—. Mañana a primera hora, tú y yo vamos a tener una conversación con mi jefe.

Scholz permaneció en silencio durante los cinco minutos que duró el trayecto de vuelta hasta el hotel de Fabel. Éste hizo una pausa antes de salir del coche.

—Mira, Benni —dijo—. Lo que te he dicho es cierto: te ayudaré a cazar a ese asesino. No puedo evitar que vayas a contarle a tu jefe lo de María, pero lo único que conseguirás es entorpecer los dos casos.

—Tu búsqueda personal de alguien desaparecido no es un caso; lo mío sí lo es.

—Como quieras llamarlo. Pero empezamos a avanzar con el caso del caníbal del carnaval. ¿Quieres realmente que me retengan con una investigación?

—¿Qué me propones que haga?

—Mi prioridad aquí es exactamente la misma que la tuya: cazar a ese lunático antes de que vuelva a matar. Pero tus recursos me facilitarían mucho la localización de María antes de que se meta en un lío serio. El trato es que cacemos antes a ese hijo de puta. —Fabel sonrió—. Ven a tomar algo al bar y lo acabamos de hablar.

Scholz miró hacia delante, con las manos todavía apoyadas en el volante.

—Está bien… Pero pagas tú.

2

Como lo hacía cada mañana, Fabel tomó un taxi desde su hotel y cruzó por el puente de Severins hasta la zona de Kalk donde estaba el Präsidium de la Policía de Colonia.

Hacía una mañana más clara y, cuando el taxi cruzaba el Rin, Fabel pudo mirar a lo largo del río a los arcos de hierro forjado del puente ferroviario de Süd. Varias barcazas largas surcaban el Rin, algunas en dirección sur, hacia el corazón de Europa, otras hacia el norte, hacia Holanda y el resto del mundo. Intentó imaginarse una época previa al invento del automóvil, el tren de alta velocidad o los camiones: la comparación que hizo Scholz con una versión medieval de la autopista era muy adecuada. En el río había algo eterno, las barcazas de hoy transportaban una tradición casi tan antigua como la propia civilización europea.

Cuando Fabel llegó al Präsidium, el agente de seguridad de la entrada le sonrió y lo mandó directamente arriba sin acompañante. Le pareció raro entrar en una Mordkommission distinta sin ser ya totalmente un visitante. Era casi, pero no del todo, como si trabajara allí, y la idea le hizo pensar en la oferta que le habían hecho Wagner y Van Heiden: ¿era así como sería tener una brigada para toda la República Federal?

Cuando entró, Tansu estaba al teléfono. Se había recogido los rizos de intenso color cobrizo con una pinza en la nuca, lo cual le dejaba expuesta la línea del cuello. Tansu no era especialmente guapa y estaba tirando a llenita, pero había algo en ella que Fabel, sin querer, encontraba atractivo, sexy. Ella le indicó el despacho de Scholz con un gesto de la cabeza y tapó el auricular del teléfono un segundo.

—Le está esperando —dijo—. Pero no se vayan ninguno de los dos sin hablar antes conmigo.

—De acuerdo —dijo Fabel.

Scholz estaba también al teléfono y le hizo un gesto para que tomara asiento. Por lo que Fabel pudo deducir de la mitad de la conversación de Scholz, la llamada tenía que ver con la carroza de carnaval de la Policía de Colonia y Scholz seguía disgustado por cómo avanzaba. A Fabel se le ocurrió que este tema, más que los asesinatos que investigaba, parecía fastidiar a Scholz especialmente. Le costaba imaginárselo estresado.

—Buenos días… —dijo Scholz, con desánimo, al colgar—. ¿Preparado para hablar con esa gente de Internet?

—Sí. Pero Tansu dice que quiere hablar con nosotros antes de que salgamos.

Scholz se encogió de hombros.

—Hoy tenemos otra visita pendiente. He hecho unas cuantas comprobaciones respecto a la agencia que nuestro colega del hotel nos dio anoche, y creo que te va a interesar.

—¿Ah, sí?

—La agencia de prostitutas
A la Carte
está gestionada por un tal Herr Nielsen, un ciudadano alemán. Tansu está buscando su historial. No obstante, los propietarios de verdad son un par de ucranianos llamados Klymkiw y Lysenko. No tienen antecedentes criminales pero son sospechosos de estar relacionados estrechamente con el crimen organizado, en especial con el tráfico de personas. No hace falta pensar mucho para adivinar para quién cree la división de Criminal que trabajan Klymkiw y Lysenko, ¿no?

—Para Vitrenko.

—Exactamente. Los chicos del crimen organizado nos han pedido que tratemos este asunto con extrema delicadeza.

—¿Has hablado con la división del crimen organizado? Supongo que no les has dicho nada de María Klee.

—De momento, no. Y eran sólo los del crimen organizado. La Agencia Federal contra el Crimen no sabe que vamos a hablar con Nielsen, pero sólo se lo podré ocultar durante un período limitado de tiempo. En cualquier caso, por lo que hemos podido averiguar,
A la Carte
opera legalmente y sus chicas pagan sus impuestos reguladores. O, al menos, las que figuran oficialmente en sus registros. —Scholz sonrió—. El comercio de carne humana empezó a gravarse por primera vez con im puestos en Colonia, como probablemente ya sabes.

Fabel asintió. Colonia había sido la primera ciudad alemana en hacer pagar impuestos sobre los ingresos de los trabajadores de la industria sexual.

—Estamos bastante orgullosos de nuestro papel pionero en el impuesto sobre la actividad sexual. Al principio era imposible evaluar exactamente cuánto ganaba una prostituta —explicó Scholz—. Es decir, ¿puedes imaginarte un formulario federal de Hacienda con una parte en la que indicar las mamadas que has hecho, y a qué precio, durante el último año fiscal? Los del fisco calcularon un posible abanico de ingresos y sacaron una media; de modo que ahora hay un impuesto base de 150 euros al mes por puta. Y puedo asegurarte que, incluso con todos los ingresos no declarados, Colonia se ha estado forrando. Lo que me gustaría saber es… ¿convierte eso al Bürgermeister en un chulo?

Las cavilaciones de Scholz fueron interrumpidas por la llegada de Tansu al despacho.

—Al fin he llegado a alguna parte con Vera Reinartz, la estudiante de medicina que fue violada en 1999.

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