El Sistema (24 page)

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Authors: Mario Conde

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Pero había un factor que subyacía: a los juicios negativos sobre el banco que podían escucharse en aquellos momentos se unía siempre —aunque a veces no de forma explícita— la sensación de que se trataba de una institución independiente, que no había querido integrarse en el marco de sumisión que el poder político en muchas ocasiones reclama. No conozco con suficiente profundidad la historia de Banesto como para poder emitir un juicio acerca de si esta percepción se correspondía o no con la realidad, pero sí puedo asegurar que determinados factores estéticos contribuyeron a cimentarla.

En el año 1986, aprovechando unas determinadas circunstancias objetivas por las que atravesaba el banco, el Sistema decidió, con el «argumento técnico» de mejorar la gestión y afirmando siempre —como luego se repetirá en el acto de intervención de Banesto— que el objetivo era el de mantener la independencia de Banesto en cuanto institución financiera, situar dentro del Consejo de Administración del banco con las máximas responsabilidades ejecutivas a José María López de Letona. Su pasado de ex gobernador del Banco de España y su imbricación en determinados círculos reales de poder del Sistema, otorgaron al movimiento una indudable significación política:
se trataba de rescatar a Banesto de los confines del Sistema para situarlo dentro de su órbita de influencia.
El clima era adecuado para ello, porque la propaganda sobre el dominio de «las familias» permitía que un movimiento de este tipo no produjera rechazo entre la opinión pública. Las acusaciones de gerontocracia que recibió el antiguo Consejo de Administración contribuyeron también a crear este ambiente previo. Finalmente, los resultados económicos, suficientemente aireados por la prensa, acabaron de crear el clima en el cual Banesto no tenía otro remedio que aceptar la «intervención de tono menor» que imponía de hecho el Banco de España.

Estoy convencido de que este movimiento, más que una preocupación real por la marcha de la entidad, reflejaba el deseo de
controlar las relaciones reales de poder en el seno de la sociedad española.
Naturalmente, conceptos tales como la estabilidad del sistema financiero, los mecanismos de pagos y otros argumentos técnicos de la misma especie aportan siempre un ropaje exterior en el que envolver preocupaciones reales por la distribución del poder en el seno de una sociedad determinada. Siempre he creído que era así, y en estos seis años pasados al frente de Banesto he podido constatar que mis pensamientos se correspondían con la realidad. Ciertamente, en el plano estricto de la gestión, las circunstancias que había atravesado Banesto le habían llevado, en 1987, a una situación de deterioro muy notable que exigía un tremendo esfuerzo para superarla. Eso es cierto, pero de lo que se trata es de comprobar cómo, basándose en ese estado de cosas, la decisión no solo afectaba a un modelo de gestión, sino que se adoptaba teniendo muy presentes las verdaderas relaciones de poder en el seno de la sociedad española. Y Banesto era una fuente de poder.

El valor que tuvo, desde esta perspectiva, mi entrada en el Consejo de Administración de Banesto fue, precisamente, el de contribuir a alterar este diseño. De nuevo Banesto se volvía a situar en los confines del Sistema. Los esfuerzos realizados hasta ese momento para evitarlo habían resultado estériles, con el consiguiente desgaste que ello implicaba para los promotores de la maniobra. Por otra parte, la imagen negativa que pudieran proyectar el «modelo de familias» y las acusaciones de gerontocracia habían desaparecido automáticamente, de forma que resultaba ya muy difícil convencer a la opinión pública de que ese movimiento encabezado por mí no representaba un intento real de «modernización», palabra mágica en la que, por cierto, se encierran errores graves cometidos en estos años.

Todo ello provocó una respuesta del Sistema: de forma abrupta se planteó la primera opa hostil que una entidad financiera dirigía en España sobre otra de mayor tamaño y tradición que el potencial adquirente. Los nombres y apellidos de las personas que intervinieron en esta operación poco importan. El que estuviera bien o mal diseñada técnicamente según la legislación financiera y bursátil resulta intrascendente. Lo verdaderamente importante es que fue una respuesta del Sistema para evitar, de forma traumática, el mantenimiento de la independencia de Banesto como institución. Estoy absolutamente convencido de que los argumentos técnicos que se expusieron —dimensión crítica de la banca, integración en Europa, garantizar la competitividad y otros del mismo estilo— eran envoltorios formales de la verdad política que subyacía y que fue determinante de la decisión tomada. Ni siquiera creo que una decisión de esta envergadura correspondiera a las más altas instancias políticas de la nación. La historia enseña que en muchas ocasiones las verdaderas conspiraciones nacen en los segundos niveles de responsabilidad y se presentan para decisión de los primeros responsables envueltas en un conjunto de razonamientos puramente técnicos y con conceptos abstractos de difícil contestación política, tales como seguridad del sistema financiero, integración en espacios más amplios, preservar intereses colectivos, etcétera. Como trataré de desarrollar en su momento, es más que posible que esta máxima histórica proporcione una explicación satisfactoria a la parte sustancial del proceso de intervención de Banesto.

En aquella ocasión, sin embargo, no hubo respeto por los factores estéticos. Es curioso pero una de las consecuencias que normalmente conlleva el situarse en una posición de prepotencia suele ser el olvido de los factores estéticos, la marginación de las más elementales formas, lo cual es un error grosero porque es cierto que los hombres no aspiran a la verdad, pero reclaman que se les envuelva adecuadamente la mentira. Si Banesto podía subsistir como banco independiente bajo el mandato de alguien nombrado por el Banco de España, resultaba muy difícil creer desde el punto de vista estético que la entrada de una nueva persona que, además, arriesgaba su capital, hiciera necesario destruir su independencia en cuanto institución financiera para convertirla en un banco filial de otro cuyos vínculos con el poder eran a todas luces evidentes y conocidos. La opa se interpretó por la opinión pública, a pesar de los enormes esfuerzos desplegados en dirección contraria, como una respuesta política a un cambio sustancial en la dirección del banco y no como un expediente destinado a conseguir verdaderas ventajas competitivas.

La opinión pública, curiosamente, se decantó de forma más o menos repentina en favor de la opción Banesto, como si hubieran desaparecido súbitamente los aspectos negativos de la imagen que el banco arrastraba y ello a pesar de que —con algunas excepciones— la mayoría de los medios de comunicación y las declaraciones de destacados dirigentes políticos y sociales caminaban en la dirección de apoyar el movimiento.

Es posible que sea una exageración afirmar que en aquellos momentos comenzó a forjarse en la opinión pública la sensación de que Banesto podía estar convirtiéndose en un
símbolo de la no integración en un Sistema
cuyas pretensiones monopolizadoras de poder político, financiero y social eran aparentemente muy intensas. Es posible que mis juicios estén influidos por esa fusión sujeto-objeto que antes analizaba, ya que hablar de Banesto es a estos efectos una abstracción solo válida parcialmente, porque los aspectos subjetivos, centrados —para bien o para mal— en mí mismo, añaden al discurso un ingrediente de indudable importancia.

Ignoro cuáles fueron las razones profundas que llevaron al Sistema a desconfiar del nuevo equipo rector de Banesto en el terreno de nuestra integración en aquel. Es posible que se tratara de una pura intuición. Pero quizá es más exacto afirmar que la estabilidad del Sistema reclamaba no correr riesgos innecesarios. Cuando existe una duda razonable acerca de si un determinado individuo que alcanza el poder en una institución importante aceptará o no las reglas del juego, lo más adecuado es no correr riesgos, no esperar a comprobar el acierto o error de las predicciones y, sencillamente, tratar de atajar de raíz el problema antes de que se produzca. Esta norma está en la lógica del Sistema y, como dijo Antonio Maura, la lógica es la moral del raciocinio.

Para quienes forman parte del Sistema debe ser lógico pensar que los puestos claves de su propia estructura deben ser cubiertos con personas que provienen de él, que han sido, valga la expresión, producidas por él. No solo porque eso genera una mayor confianza, sino porque en el proceso de «producción» de esas personas siempre se generan compromisos, pactos, limitaciones, secretos, servidumbres y gratitudes que impiden al sujeto que accede al poder una actuación independiente y libre de todo condicionante. Por esto es tan peligroso que personas ajenas a esos compromisos previos puedan llegar a ocupar parcelas de poder. Cuanto más cerrado y más poderoso sea el sistema, mayor intensidad de verdad tendrá este razonamiento.

Creo sinceramente que durante estos años el Sistema ha funcionado de forma tal que dificultaba el proceso de consolidación de nuestro proyecto empresarial. Comprendo que estas palabras pueden sonar excesivas, e incluso, viniendo de quien escribe, revestir un cierto tono de excusa. Pero creo en lo que digo y en absoluto siento la necesidad de excusarme de algo en este terreno. He vivido personalmente el clima creado en torno al proyecto de fusión Banesto-Central. Teóricamente, si la argumentación técnica decía que las fusiones eran necesarias para ganar competitividad en el entorno europeo, un proyecto como el Banesto-Central, que aparte de la dimensión estrictamente financiera suponía la aparición de un conglomerado industrial de proporciones desconocidas en nuestro país, debería haber sido recibido con agrado desde el poder e impulsado para que caminara hacia adelante.

No quiero caer en la anécdota ni en el culto al dato. Lo importante es la percepción que siempre tuve de que el Sistema no tuvo más remedio que aceptar inicialmente el proyecto, puesto que cumplía los postulados formales de su «razonamiento» y porque resulta muy complejo justificar y alabar la fusión Bilbao-Vizcaya y rechazar la de Banesto-Central. Sin embargo, me parece evidente que, desde el punto de vista del Sistema, el proyecto no podía agradar en absoluto: si ya era un problema Banesto situado fuera de sus confines, un Banesto-Central constituía un problema mucho mayor y aquí una vez más no era un problema doblemente superior sino exponencialmente más grande, puesto que en términos de poder uno más uno son siempre cuatro o cinco.

Tengo que reconocer que en este asunto el funcionamiento del Sistema fue correcto en términos de consecución de sus objetivos. Se respetaron las reglas estéticas, alabando inicialmente el proyecto, pero, al mismo tiempo, se diseñaba una estrategia para socavarlo desde dentro de forma que resultara imposible llevarlo adelante. Para ello se contó con la colaboración de personas —cuyos nombres poco importan— que estuvieron dispuestas a participar en la destrucción del proceso. Por cierto, que nunca entendí la actuación de Alberto Cortina y Alberto Alcocer en este asunto. Se trataba de dos empresarios independientes que, al margen de otras consideraciones, habían desarrollado una empresa con indudable éxito. Por talante y edad, su objetivo lógico era desmarcarse del Sistema. No tenían ninguna necesidad de él. Antes al contrario, el Sistema los destruiría si alcanzaban excesivo poder. Frente al poder solo cabe el poder. Pero el Sistema los deglutió, al menos en el proceso de Banesto-Central. El nombramiento de Miguel Boyer como presidente de Cartera Central y candidato a la presidencia del futuro Banco Español Central de Crédito no tiene otra significación que una entrega al Sistema. Conozco suficientemente bien a Cortina y a Alcocer como para suponer el tipo de valoración que en el terreno empresarial les merece una persona como Boyer. Fue un error estratégico de primera magnitud. Es malo equivocarse de amigos, pero peor equivocarse de enemigos.

La estrategia estaba bien concebida: la decisión de fusión correspondía a los propios responsables de las instituciones afectadas y la decisión de no seguir adelante también se atribuía a esos mismos responsables. Todas las actuaciones subterráneas destinadas a crear el clima que hiciese imposible la operación permanecieron ocultas, ignoradas por la opinión pública. Pero existieron y yo las conocía. Si en aquellos momentos hubiera intentado explicarlas es más que probable que no hubieran sido creídas. Hoy, a la vista de lo sucedido en el Banco de España durante el mandato del gobernador Mariano Rubio, la credibilidad de tales explicaciones hubiera sido, sin duda, muy diferente.

Ciertamente estábamos en presencia de un proyecto empresarial de enorme importancia para nuestro país. Posiblemente hubiera introducido un factor de dinamización de la economía española cuyos efectos hubieran sido muy positivos durante mucho tiempo. Se hubieran ganado oportunidades empresariales, dentro y fuera de España, de envergadura considerable y seguramente se habría diseñado un mapa bastante racional del sistema financiero español y se hubiera sentado una dinámica de naturaleza cualitativamente distinta a la que hemos vivido después del fracaso.

Pero no era eso lo que realmente importaba. Como ya he dicho anteriormente, en determinados ámbitos lo trascendente son las relaciones reales de poder. Una institución financiera como Banesto-Central situada fuera del Sistema era una amenaza excesivamente potente para el propio Sistema. Con esta afirmación no quiero negar que el verdadero poder es el poder político, y buena prueba de ello es el acto de intervención sobre Banesto. Conozco perfectamente hasta dónde el poder está dispuesto a llegar para mantenerse. Y, en efecto, era más simple, más sencillo y más útil socavar el proyecto desde abajo que esperar a que tuviera una implantación definitiva para, a la vista de las circunstancias, destruirlo por arriba. Ya dijo Tácito que para los que desean mandar no existe término medio entre la cúspide y el abismo.

Por consiguiente, Banesto se había situado al margen del Sistema y este, en cuanto modelo cerrado de poder, tolera mal la independencia, puesto que aplica la máxima de «conmigo o contra mí». Las declaraciones sobre política económica que efectué a lo largo de los pasados años cimentaban todavía más esa percepción de la independencia. Pero, en un momento determinado, como consecuencia de los rumores sobre mi dedicación a la política y el escándalo Ibercorp, se produjo un cambio cualitativo: ya no se trataba de la independencia sino de la enemistad. Aquí reside un punto capital del razonamiento: la independencia podía tolerarse en cierta medida, pero la «enemistad» no. Por ello, el lector podrá percibir cómo a la independencia le corresponde una posición del Sistema tendente a dificultar un proyecto. La respuesta a la enemistad es más profunda. De esta manera penetramos en el análisis concreto del acto de intervención.

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