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Authors: Mario Conde

Tags: #Ensayo

Por consiguiente, el grueso de nuestras inversiones en medios de comunicación social es Antena 3 Televisión. No creo que el 4,65 por ciento de
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sea, cuantitativamente hablando, motivo de discusión. En todo caso, a la vista de la evolución del diario
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y de su crecimiento en ventas, estoy seguro de que esa participación ya vale más y seguramente valdrá mucho más en el futuro. Pero, como decía, el grueso del asunto se centra en Antena 3. ¿Qué ha ocurrido con dicho canal desde que nosotros invertimos?

Lo cierto es que hoy Antena 3 Televisión se ha consolidado como el primer canal privado de España, con una clara influencia política, con un diseño de rentabilidad adecuada en este año 1994. Lo que nosotros predijimos se está ahora produciendo. Nada más lógico que, en estas circunstancias, una Corporación Industrial como la de Banesto, que, insisto, por precepto legal y posición del Banco de España tenía que reducir su tamaño, pudiera invertir parte de los recursos en una empresa importante, influyente y rentable como es Antena 3 Televisión. Este es un hecho que ya nadie discute. Es posible que a alguien eso no le parezca una «inversión empresarial», pero, sin duda, lo era, y el tiempo nos ha dado la razón. Decía el señor Sáenz que la cantidad invertida representaba casi un tercio del capital de Banesto. Es, sencillamente, un modo de decir las cosas para conseguir un fin. Se podría igualmente aseverar que era menos de lo que obtuvimos por la venta del grupo cementero o casi lo mismo que el precio que conseguimos por el 50 por ciento de Petromed. Yo, personalmente, no tengo ninguna duda de que era mejor tener ese dinero invertido en Antena 3 Televisión que en aquella empresa refinera, condenada a desaparecer en el futuro salvo venta a una multinacional. Es posible que otros opinen de manera distinta y hay que saber aceptarlo. De lo que no tengo dudas es de que ese cambio de inversiones era una estrategia empresarial adecuada y el tiempo, insisto, está dándonos la razón.

Además, en cuanto a una posible finalidad política de la inversión relacionada con el Partido Socialista, lejos quedan aquellas voces que pronosticaban no solo el fracaso de la cadena, sino, además, su servilismo para con el poder político. Aznar, en la campaña electoral previa a las elecciones de junio de 1993, alcanzó su mejor triunfo frente a González en el debate efectuado en Antena 3. Si perdió las elecciones, como sucedió, no fue debido, desde luego, a ese canal televisivo.

No me cabe duda de que nuestra presencia en medios de comunicación social ha sido un factor de peso en el proceso de toma de decisión en cuanto al acto de intervención de Banesto. Es posible que no sea así en áreas estrictamente profesionales del Banco de España, pero sí desde luego en quienes tomaron la decisión final. Cuál sea el peso relativo es difícil de decir. Lo cierto es que en torno a Banesto se estaba creando un poder real muy potente, efectivo, con capacidad de influir en la opinión pública española de manera muy sustancial. Además generaba una doctrina económica distinta de la del Sistema. Todo ello provocaba una reacción. Lo importante era encontrar el momento adecuado para adoptar la decisión. De ello hablaremos en un próximo capítulo.

EL MAPA POSTERIOR A LA BATALLA

El nivel de parcialidad, de falta de respeto a la verdad, de frivolidad y de alineamientos que atentan contra el tan manoseado principio de la independencia que estamos viviendo en algunos medios de comunicación social españoles es sencillamente alarmante. Es muy posible que mi juicio esté influido por lo vivido a raíz del acto de intervención. Es posible, pero también es seguro que dispongo de datos, de pruebas terminantes de cuanto estoy diciendo. Pero sería ridículo que este juicio naciera solo y exclusivamente de las consecuencias del acto de intervención dictado por el Banco de España, aunque hay que reconocer que un asunto que lleva más de cinco meses en las portadas de los periódicos no es ciertamente usual.

Son variadas las razones de este proceso de deterioro. En algunos casos se trata de intentos desesperados por subsistir cuando se observa que la cifra de ventas disminuye alarmantemente, en la misma proporción en que se deterioran el balance y la cuenta de resultados de la empresa respectiva, acudiendo para ello a traspasar los límites de los más elementales principios de comportamiento. En otros, de fobias personales que pueden tener su razón, pero no hay motivo para transformar esos juicios personales en justificaciones para deformar la verdad. En ocasiones, sencillamente, la competencia y la sensación de la pérdida de una posición hegemónica.

He sido testigo de cómo se cruzan acusaciones de amarillismo entre los medios y cómo cada uno razona y justifica que son los otros quienes practican un periodismo deleznable. Conociendo como conozco, habiendo vivido, como he vivido, el proceso desde distintos planos y situaciones, podría aportar muchos datos. Pero creo que ello empequeñecería este libro. Y no se trata de eso. Algún día existirá una legislación que acelere los procesos civiles y que permita la imposición de sanciones económicas de envergadura real a quienes faltan a la verdad. Posiblemente sea la mejor de las soluciones. Es difícil, muy difícil, convivir con la crítica, sobre todo cuando se es consciente de los niveles de manipulación y de las razones que la justifican. Pero es más difícil todavía vivir sin libertad de expresión. Por ello el tratamiento no puede ser peor para el cuerpo social que la propia enfermedad. Aquí reside un punto clave a resolver.

Entre otras cosas porque es importante para los propios medios de comunicación social y para la función que tienen que cumplir en una sociedad. El estado actual devalúa su credibilidad, aunque obviamente más en unos casos que en otros. No es positivo. Asombra a veces comprobar en vivo cómo las opiniones y juicios emitidos incluso con insistencia desde medios de comunicación social no se traducen automáticamente en estados de opinión paralelos. Esta desconfianza acerca del grado de verdad provoca, al menos en determinados sectores de la población, que las noticias se lean, escuchen o vean en segunda derivada. Una legislación efectiva que, sin atentar a la libertad de expresión, permita la protección de los individuos contra determinadas agresiones debería ser bien recibida por todos los medios. Porque afectaría de manera positiva a su credibilidad, influencia social y rentabilidad empresarial.

Pero no es este el asunto que me interesa ahora. Lo que me preocupa es la situación en cuanto a control de medios de comunicación social por parte del Sistema. Creo que la intervención de Banesto no ha sido positiva en este sentido. Desconozco, en los momentos en que escribo estas líneas, el destino final de las acciones de Antena 3 Televisión y este es, sin duda, un asunto de capital importancia. Deseo, por muchas razones, entre las que destaco mi admiración por la labor efectuada por Antonio Asensio, que Antena 3 siga bajo su dirección, y, además, conociendo sus capacidades como las conozco, estoy seguro de que acabará consiguiendo su objetivo.

El Grupo Prisa es, sin duda, la parte más sustancial de la presencia del Sistema en los medios de comunicación social. No hay que confundir Sistema con un Gobierno determinado y mucho menos con personas de ese Gobierno. El asunto es mucho más profundo. Sin duda alguna se trata de uno de esos ejemplos paradigmáticos del principio que exponía al comienzo de este libro: en ocasiones los revolucionarios de ayer se convierten en los conservadores de hoy.

La aparición del diario
El País
fue para muchos de nosotros un motivo de esperanza. Se posicionó en un nivel de opinión del que muchos participábamos. Incluso más: se convirtió en un símbolo de cierta rebeldía. Recuerdo que penetrar en el recinto de la Dirección General de lo Contencioso del Ministerio de Hacienda con un ejemplar de
El País
en la mano era por sí solo una manifestación clara de posicionamiento ideológico. No tengo rubor en reconocer que fueron muchos los días en que lo hice.

El proceso de conversión en un medio del Sistema no es accidental. Responde a una filosofía básica admitida en cuanto tal. Insisto en que ello no significa estar a favor o en contra de un determinado gobierno o de una determinada persona que pueda o no formar parte de él. Es la defensa del modelo de Sistema, tal y como lo he explicado anteriormente, lo que constituye el objetivo último. Ni siquiera significa necesariamente estar a favor de una determinada opción ideológica, aunque las preferencias puedan ser obvias. El Sistema es incluso más potente y más importante que la opción partidista concreta, salvo, supongo, extremos que sobrepasen los límites de la democracia.

La opa del Bilbao sobre el Banesto, el posicionamiento en cuanto al proyecto de fusión Banesto-Central, el tratamiento dado a las inversiones y desinversiones industriales, a la presencia en los medios de comunicación y, desde luego, al asunto Ibercorp, a la defensa de los postulados dogmáticos del Sistema en materia de política económica, en cuanto al proyecto de integración europea y, desde luego, al acto de intervención sobre Banesto —temas que por razones obvias conozco—, son ejemplos muy claros para mí. Podría poner muchos más. Podría citar conversaciones privadas al respecto. Pero no me parece necesario hacerlo en estos momentos. Insisto en que pretendo huir de personalismos, salvo cuando resulta imprescindible para la comprensión de un razonamiento lógico. Pero, para admitir que el diario
El País
y el Grupo Prisa en su conjunto forman la parte más visible del Sistema en los medios de comunicación, no creo que resulte necesario dar ningún nombre y apellidos concretos.

Por otra parte, es tan legítimo estar a favor del Sistema como en su contra, siempre que ello obedezca a convicciones ideológicas o filosóficas y no a motivos de otra naturaleza, aunque el deslinde entre ambos es en bastantes ocasiones ciertamente difícil. Existe en algunos el convencimiento de que el Sistema es lo importante y precisamente esto es lo que constituye la filosofía básica del diario que en otro momento fue capaz de despertar ilusiones entre quienes aspirábamos a conseguir una convivencia con mayores dosis de libertad.

Insisto en que me parece tan válido defender el Sistema como negar su eficiencia en el terreno de las libertades. Esta es mi tesis: yo creo que la estructura actual del Sistema es un freno a la existencia de libertades reales en nuestro país. Pero, por definición, admito la opinión contraria. Por tanto, no prejuzgo negativamente al calificar a un medio de órgano primordial del Sistema. Sencillamente, expreso mi opinión. Obviamente desearía que todos tuvieran el mismo concepto de la libertad que yo tengo. Pero eso es una pretensión inútil y, además, sería caer en el mismo error de principio. Pero constatar lo que cada uno observa como realidad es efectuar análisis, y eso es lo que pretendo realizar.

En otros medios de comunicación no existe tan claramente definida esa filosofía de la importancia del Sistema. Pero eso no quiere decir que sean capaces de verse sustraídos a su influencia a través de los distintos mecanismos que han quedado reflejados en estas páginas. Algún otro es posible que vea que su mayor fortaleza despierta mayor intensidad en el ataque a planear y dirigir sobre él.

Ciertamente el Sistema también funciona sobre los medios de comunicación, sea por convicción filosófica íntima o por razones estructurales. El proceso no tiene límites. En el estado actual de las cosas la única manera de conseguir un modelo de libertad es actuar desde arriba. Y eso es precisamente lo difícil.

Pero la batalla está siendo especialmente dura. La tensión que se aprecia en el cuerpo de la sociedad está teniendo su reflejo en los medios de comunicación social. Ya no se trata solo de una lucha por cuotas de mercado. El asunto ha ido mucho más allá. Las descalificaciones mutuas son terribles. Cualquier tema de cierta trascendencia se convierte en arma arrojadiza de unos contra otros. Subterráneamente se prepara una batalla de envergadura, en la que todos saldremos perdiendo. Por supuesto, unos más que otros, como sucede siempre, pero, al fin y al cabo, todos seremos perdedores. Cada medio tiene derecho a defender lo que estime más conveniente y no hay por qué descalificar posturas de contenido ideológico. Lo malo es que se están traspasando en esa defensa muchos límites, entre ellos el de la verdad. Y esto es grave. Sobre todo, en un momento en el que los medios de comunicación social podrían aportar la serenidad que algunos acontecimientos reales restan a la sociedad. Quizá sea ya demasiado tarde y la batalla, por tanto, inevitable. Insisto en que la sociedad en su conjunto perderá en el caso de que lo latente —con algunas manifestaciones externas no demasiado graves— acabe por explicitarse definitivamente. No lo desearía, pero recordemos que son escasas las ocasiones históricas en las que los débiles declaran una guerra suicida. Normalmente, la guerra es siempre una manifestación de la íntima convicción de prepotencia.

El lunes 23 de mayo de 1994, a propósito del asunto Antena 3 Radio, el diario
El Mundo
publicaba un editorial cuyo último párrafo decía lo siguiente: «Polanco, protector y protegido del Gobierno, acumula un nuevo favor multimillonario a la complicidad gubernamental en su entrada en la Ser, la irregular concesión de Canal Plus o los chanchullos exportadores que se le consienten y financian con créditos FAD, por no dar por hecho aún el pelotazo de la telefonía móvil. ¿Cómo puede haber todavía ingenuos que crean en el altruismo de
El País
cada vez que defiende la continuidad de González al frente del Gobierno?». No juzgo el contenido de verdad de estas palabras, pero, en todo caso, me parece que demuestran la situación actual del asunto.

El martes 24 de mayo, el diario
El País,
en un editorial bajo el título de
«Egin
y
El Mundo
unidos en campaña», acusa, en reiteradas ocasiones, al diario
El Mundo
de «manipular y mentir», terminando con el siguiente párrafo: «No es posible siquiera un trato mínimamente normal cuando la calumnia y la injuria se han convertido en el lenguaje habitual de estos medios. Hoy sólo cabe expresar la tristeza y la indignación que produce ver utilizada la libertad de expresión como un guiñapo por un periódico adicto a la violencia y la extorsión, y por otro cuyo director alterna actitudes que parecen propias de la edad del pavo con una incontinente vocación radiofónica que hace recordar las arengas bélicas de Queipo de Llano».

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