Gladia prosiguió:
—Bueno, no importa. No sé por qué me molesto con esas tonterías. ¿Puedo serle útil en algo más?
Parecía como si, de nuevo, estuviese a punto de romper en llanto.
—Una última pregunta, Gladia —dijo Baley— Dejemos eso de que su esposo pudo ver a alguien. Vamos a suponer que, efectivamente, lo vio. En ese caso, ¿quién hubiese podido ser?
—De nada sirve hacer conjeturas. Pudo haber sido cualquiera.
—Tiene que ser alguien en especial. Gruer dice que existen razones para sospechar de una sola persona. Por lo tanto, ya ve usted que tuvo que haber sido alguien.
Una débil sonrisa, sin la menor traza de alegría, asomó al rostro de la joven.
—Sé muy bien de quién sospecha.
—Adelante, dígamelo.
Ella se llevó la mano al pecho:
—De mí.
—Yo diría, camarada Elías —manifestó Daneel, rompiendo de pronto el silencio— que esta conclusión es obvia.
Baley dirigió una mirada de sorpresa a su compañero el robot.
—¿Por qué ha de ser obvia? —preguntó.
—La propia dama afirma ser la única persona que vio o pudo ver a su marido. La organización de Solaria es tal, que ni siquiera ella está en condiciones de presentar una versión que parezca más verosímil. Por lo menos a Gruer le parecía razonable, y hasta forzoso, que un marido solariano recibiese únicamente la visita de su esposa. Y puesto que una sola persona se hallaba cerca de él, dicha persona tuvo ocasión de asestarle el golpe que le causó la muerte. Así, no puede haber más que un asesino. O, mejor dicho, una asesina. Como recordarás, Gruer dijo que sólo pudo hacerlo una persona. Descartaba la intervención de cualquier otra por imposible. ¿Qué te parece?
—También se refirió a la posibilidad de que dicha persona no hubiera cometido el crimen —añadió Baley.
—Aludía, probablemente, al hecho de que no se halló el arma homicida en el lugar del crimen. Tal vez la señora Delmarre pudiera explicarnos esa anomalía.
Con fríos y corteses ademanes de robot indicó el lugar donde Gladia permanecía sentada, enfocada aún perfectamente, con los ojos bajos y su pequeña boca cerrada, con fuerza.
«¡Cielos! —pensó Baley— nos olvidamos de ella».
Quizá se olvidó de su presencia a causa del disgusto que le había producido Daneel y su absoluta ausencia de emociones al tratar los problemas. Claro que también cabía la posibilidad de que su disgusto se debiera, precisamente, a su manera apasionada de abordar aquel asunto. No se detuvo a analizarlo, y se limitó a decir:
—Gracias, esto es todo por el momento, Gladia. Cuando lo desee puede interrumpir el contacto. Yo no sé cómo se hace. Adiós.
Ella repuso quedamente:
—A veces se dice
visualización terminada
, pero me gusta más
adiós
: parece usted preocupado, Elías. Lo lamento de veras, porque ya me he acostumbrado a que todo el mundo crea que lo hice yo; así, pues, no tiene por qué preocuparse.
—¿De veras no lo hizo usted, Gladia? —le preguntó Daneel.
—No —repuso, colérica.
—Adiós, pues.
Se esfumó con la ira retratada en su semblante. Por un instante Baley aún notó aquellos extraordinarios ojos grises fijos en él.
Aunque dijese que estaba acostumbrada a que la considerasen una asesina, se veía a la legua que estaba mintiendo. Su cólera era más veraz que sus palabras. Baley se preguntó de cuántas mentiras sería capaz aquella mujer.
Cuando Baley se encontró a solas con Daneel, le dijo:
—Bueno, Daneel. Debes saber que, aunque lo parezca, no soy ningún estúpido.
—Nunca he creído que lo fueses, camarada Elías.
—Entonces, ¿quieres decirme por qué afirmaste que en el lugar del crimen no se encontró el arma homicida? Hasta ahora, no hay nada que demuestre tal afirmación, y en todo cuanto hemos escuchado tampoco hay nada que nos permita sacar esta conclusión.
—Tienes razón. Pero poseo informaciones adicionales que tú desconoces por el momento.
—Estaba seguro. ¿De qué informaciones se trata?
—Como recordarás, Gruer dijo que nos enviaría una copia del informe elaborado con el resultado de sus investigaciones. Tengo esa copia. Ha llegado esta mañana.
—¿Por qué no me la has enseñado?
—Me pareció que sería más fructífero para ti realizar pesquisas por tu cuenta, al menos en los primeros momentos, de acuerdo con mis propias ideas, sin dejarte influir por las conclusiones a que hubiesen llegado otros que, según reconocen, no han llegado a ninguna conclusión satisfactoria. Si no intervine en el diálogo se debió, precisamente, a que temía que mis procesos lógicos resultasen incluidos por dichas conclusiones.
¡Sus procesos lógicos! De pronto, Baley recordó unos fragmentos de la conversación que sostuvo una vez con un constructor de robots. «Un robot—le dijo—es lógico, pero no razona.»
—Sin embargo, al final te inmiscuiste en la conversación.
—En efecto, camarada Elías, pero sólo porque en aquel momento va tenía otras pruebas que corroboraban las sospechas de Gruer.
—¿Y cuáles son esas pruebas?
—Las que pueden deducirse de la propia conducta de la señora Delmarre.
—Concretemos, Daneel.
—Considera que si esa dama fuese culpable y tratara de hacerse basar por inocente, le resultaría muy útil conseguir que el detective que se ocupa del caso creyese en esa inocencia.
—Bien, ¿y qué?
—Si pudiese influir en la objetividad del juicio, aprovechándose de una debilidad de éste, ¿crees que no lo haría?
—Eso no pasa de ser una conjetura.
—En absoluto —repuso la tranquila voz del robot—. Supongo que habrás observado cómo concentraba única y exclusivamente su tensión en ti.
—Era yo quien llevaba la conversación —observó Baley.
—Fijó su atención en ti desde el primer momento; incluso antes de que adivinase que serías tú quien llevara la voz cantante. En realidad, lo más lógico hubiera sido suponer que yo, como auroriano, conduciría la investigación. Sin embargo, sólo te hizo caso a ti.
—¿Y qué deduces de eso?
—Esa mujer ha estudiado la Tierra. Lo ha dado a entender en más de una ocasión. Sabía perfectamente a qué me refería cuando le pedí que tapase las ventanas, al comienzo de nuestra entrevista. No demostró la menor sorpresa ni incomprensión, lo cual demuestra que estaba enterada de las condiciones de vida en la Tierra.
—Bien, ¿y qué?
—Puesto que ha estudiado la Tierra, es lógico suponer que ha descubierto uno de los puntos flacos de los terrestres. Sin duda sabe que la desnudez es tabú y el efecto que su exhibición puede causar en un terrestre.
—Ella explicó que en una visualización...
—Sí, efectivamente. Pero ¿te pareció convincente esta explicación? Permitió por dos veces que la vieses en lo que para ti es una exhibición indecorosa...
—Así, tu conclusión es de que estaba tratando de seducirme, ¿no es eso?
—Por lo menos apartarte de tu ecuanimidad profesional. Esto es lo que me parece. Y aunque yo no comparto ni puedo compartir las reacciones de los seres humanos ante ciertos estímulos, consideraría, según han impreso en mis circuitos de instrucción, que esa dama está de acuerdo con los tipos más elevados de atractivo físico. A juzgar por tu conducta, además, me pareció que te dabas cuenta de ello, y que su aspecto te resultaba muy agradable. Incluso diría que la señora Delmarre estaba en lo cierto al creer que su manera de comportarse te predispondría en su favor.
—Mira —dijo Baley con cierta desazón— dejando aparte él efecto que haya podido producirme, ten en cuenta que sigo siendo un agente de la justicia en plena posesión de su sentido de la ética profesional. No lo olvides. Ahora, veamos ese informe.
Baley leyó el informe de cabo a rabo. Cuando terminó lo leyó la segunda vez sin omitir palabra.
—A juzgar por este informe, hay otro elemento en juego —dijo Baley—: El robot.
Daneel Olivaw asintió.
Pensativo, Baley añadió:
—Ella no lo ha mencionado.
A lo cual Daneel objetó:
—Eso se debe a que hiciste mal la pregunta. Tú le preguntaste si fiando descubrió el cadáver de su marido, éste se hallaba solo. A continuación le preguntaste si alguien se encontraba presente en el dar del crimen. Ten en cuenta que un robot no es
alguien
.
Baley asintió. Si él hubiese sido un sospechoso y le hubiesen preguntado quién más estuvo en el lugar del crimen, no se le hubiera ocurrido responder: «Nadie, con excepción de esta mesa».
—Supongo que debía haber preguntado si se hallaba presente un robot —admitió, mientras para su coleto añadía que era preciso andarse con mucho cuidado con lo que se preguntaba en un ando extraño, y en voz alta añadió—: ¿Qué fuerza legal tienen las declaraciones de los robots, Daneel?
—¿Qué quieres decir?
—¿Puede un robot actuar como testigo en Solana? ¿Puede prestar declaración?
—¿Qué te impide creerlo así?
—Un robot no es un ser humano, Daneel. En la Tierra no se aceptaría su testimonio ante un tribunal.
—Sin embargo, se acepta la huella de una pisada como prueba, camarada Elías, aunque es mucho menos humana que un robot. La actitud de tu planeta al respecto es ilógica. En Solana se admiten como prueba las declaraciones de los robots, cuando éstos son competentes.
Baley no discutió esta afirmación. Apoyando la barbilla sobre los nudillos, reflexionó acerca del papel que podía haber representado aquel robot en el crimen.
Presa de un terror inenarrable, Gladia Delmarre, de pie junto a su marido muerto, llamó a los robots, Cuando éstos acudieron, la hallaron desmayada en el suelo.
Los robots informaron haberla encontrado tendida junto al cadáver. En la estancia había también algo más: un robot. A este último Gladia no lo llamó por la sencilla razón de que ya se encontraba allí. No formaba parte del servicio de la casa; ninguno de los robots lo había visto antes ni sabía cuáles eran sus funciones o su destino.
Fue imposible averiguar nada por medio de ese robot, pues estaba descompuesto. Cuando lo descubrieron, sus movimientos eran desordenados, y su cerebro positrónico no funcionaba debidamente. No reaccionaba en la forma adecuada, ni verbal ni mecánicamente, y tras gran número de pruebas realizadas por varios expertos en robótica, se le declaró inútil total.
Lo único que sabía hacer era repetir constantemente: «Vas a matarme... Vas a matarme... Vas a matarme...».
No se consiguió localizar el arma que había servido para aplastar la cabeza de la víctima.
Baley dijo repentinamente:
—Me voy a comer, Daneel. Después veremos de nuevo a Gruer... o lo visualizaremos, como prefieras.
Hannis Gruer aún estaba sentado a la mesa cuando establecieron contacto con él. Comía despacio, escogiendo cuidadosamente cada bocado de una serie de platos, y contemplándolos con avidez, como si desease descubrir alguna combinación secreta que le resultara satisfactoria.
Baley se dijo: «Este hombre quizá tiene un par de siglos. Es posible que el acto de comer ya le resulte aburrido».
—Buenos días, caballeros —les saludó Gruer—. Según tengo entendido, ya han recibido ustedes mi informe.
Su calva brilló mientras se inclinaba sobre la mesa para alcanzar una golosina.
—Sí, hemos establecido también un interesante contacto con la señora Delmarre —dijo Baley.
—Excelente idea —opinó Gruer—. ¿Y a qué conclusiones han llegado, si es que han llegado a alguna?
—Que ella es inocente, señor—repuso Baley.
Gruer levantó la mirada con presteza.
—¿De veras?
Baley asintió.
Gruer prosiguió:
—Sin embargo, fue la única persona que le veía, la única que podía encontrarse cerca de él...
—Esto es lo que me han dicho y repetido —concedió Baley— pero por más firmes e inamovibles que sean las costumbres en Solaria, esta aseveración no es concluyente, ni mucho menos. ¿Me permite que le explique por qué?
Gruer había vuelto su atención a la cena.
—Desde luego.
—Todo asesinato descansa sobre tres bases, cada una de las cuales reviste igual importancia, y son: el motivo, el medio y la oportunidad. Para considerar realmente sospechoso a un acusado, deben cumplirse todas y cada una de estas premisas. En el caso de la hora Delmarre se cumple la de la oportunidad, pero en cuanto al motivo, no sé que lo tuviese.
Gruer se encogió de hombros.
—Nosotros tampoco conocemos ninguno.
Por un momento, sus ojos se posaron en el silencioso Daneel. —De acuerdo. La persona sospechosa no tiene motivos conocidos, pero podemos suponer que es una asesina patológica. Vamos a ponerlo así por un momento, y sigamos el razonamiento. Gladia está en el laboratorio de su esposo, acompañándole, y por el motivo que sea desea darle muerte. Enarbola amenazadoramente una maza cualquier otro objeto pesado. De momento, él no comprende las verdaderas intenciones de su esposa. Por último, grita, anonadado:
Vas a matarme
, y entonces ella le asesta el golpe fatal. Él se vuelve ira esquivarlo, pero el impacto le alcanza el occipucio. A propósito, ¿ya ha sido examinado el cadáver por un médico?
—Sí y no. Los robots llamaron a un médico para que atendiese a la señora Delmarre y, como es natural, también examinó el cadáver.
—Ese detalle no se ha mencionado en el informe.
—No nos pareció oportuno incluirlo. La víctima ya había fallecido. Además, cuando el médico en cuestión pudo visualizar el cadáver, éste ya había sido desnudado, lavado y preparado para la cremación, según nuestras costumbres.
—En otras palabras, los robots destruyeron todas las pruebas —dijo Baley, sin ocultar su disgusto—. ¿Ha dicho usted que el médico visualizó el cadáver, en lugar de verlo?
—¡Dios del Espacio! —exclamó Gruer—. ¡Qué ideas tan morbosas tiene usted! Lo visualizó, naturalmente, supongo que desde todos los ángulos necesarios y a una distancia focal mínima. En algunos casos los médicos tienen forzosamente que ver a los pacientes, pero, que yo sepa, no hay ninguna razón que les obligue a ver un cadáver. Ya sabemos que la Medicina es una profesión repugnante, pero incluso a los médicos les está vedado pasar de ciertos límites.
—Pero lo que me interesa es otra cosa. ¿Dijo algo el médico acerca de la naturaleza de la herida mortal infligida al doctor Delmarre?