Read El sol sangriento Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

El sol sangriento (43 page)

Pero no había contado con el enorme prestigio personal de ser Comyn. Había guardias vestidos con el verde y negro de los Alton, quienes, según le había dicho Kennard, habían fundado la Guardia y la habían comandado desde tiempos inmemoriales. Al ver a Elorie, aunque fuera a pie y estuviera humildemente ataviada, el guardia hizo una reverencia.


Comynara…
—dijo, mirando el pelo rojo de Jeff y luego sus ropas terranas. Pero decidió jugar sobre seguro y se corrigió—:
Vai Comynari
, es un honor. ¿Cómo puedo servir a la
vai domna
?

—¿Está el Comandante Alton en el castillo?

—Lo lamento,
vai domna
, pero Lord Valdir está en Armida estos diez días.

Elorie frunció el ceño, pero vaciló sólo un momento.

—Entonces dile al capitán Ardais que su hermana, Elorie de Arilinn, necesita hablarle de inmediato.

—De inmediato,
vai domna
.

El guardia echó otra mirada de soslayo a las ropas terranas de Jeff, pero no hizo ninguna pregunta y se marchó.

16. LA TORRE DESTRUIDA

Pasaron pocos minutos hasta que el guardia regresó. Con él venía un hombre alto y enjuto vestido de oscuro —Kerwin supuso que estaría en la cuarentena, aunque parecía más joven—, con un rostro afilado, como de halcón.

—Elorie,
chiya
—dijo, arqueando las cejas.

Kerwin retrocedió. Había oído antes esa voz áspera, musical y melancólica; la había oído cuando era un niño asustado, golpeado y a punto de morir, escondido debajo de una mesa. Pero, después de todo, Dyan Ardais nunca había querido hacerle daño; si se lo hubiera pedido, sin duda lo habría tomado bajo su protección tal como había hecho con los otros niños que los asesinos habían pasado por alto. Sabía que el hermano de Elorie era un hombre rudo pero amable, incluso de buen corazón cuando se trataba de niños, por más cruel que pudiera ser con sus iguales.

—Me enteré de que huiste de Arilinn —dijo, mirando las ropas humildes y la rústica capa de Elorie con disgusto— con un terrano. Es un dolor para Arilinn que les haya ocurrido lo mismo dos veces en cuarenta años. ¿Es éste el terrano?

—No es terrano, hermano mío —replicó ella—, sino el verdadero hijo de Lewis-Arnad Lanart-Alton, hijo mayor de Valdir, Lord Alton, y de Cleindori, quien dejó su cargo, aunque sin autorización, según las leyes de Arilinn, para tomar un consorte de su propio rango y jerarquía. Éste es su hijo. Una Celadora, Dyan, es sólo responsable ante su propia conciencia. Cleindori sólo hizo lo que la ley le hubiera permitido hacer: no es responsable por aquéllos que negaron el derecho de la Dama de Arilinn a enunciar leyes justas para su círculo.

Él la miró, frunciendo el ceño. Sus ojos, pensó Kerwin, eran incoloros como el metal frío, como el acero gris.

—Algo de esto me dijo Kennard —admitió Dyan—, quien trató de convencerme de la inocencia de Cleindori, aunque yo le dije que era tonto. También Lewis era un necio idealista. Pero, al ser el hermano de Kennard, tengo para con su hijo obligaciones de pariente. —Sus delgados labios esbozaron un gesto sarcástico—. De modo que tenemos aquí un conejo astado en la piel de un hombre-gato; un Comyn con ropas terranas, lo que es un cambio después de la cantidad de espías e impostores con los que nos las tenemos que ver de tanto en tanto. Bien, ¿cómo te llamaron, entonces, hijo de Cleindori? ¿Lewis, por tu padre, y con más derecho a ese nombre que el bastardo de Kennard?

Kerwin tenía la desagradable sensación de que Dyan estaba divertido —no, que le causaba verdadero placer— por su incomodidad. En años venideros, al conocer mejor a Dyan, advertiría que el otro rara vez perdía la oportunidad de herir con crueldad.

—No me avergüenzo —dijo con aspereza— de llevar el nombre de mi padre adoptivo terrano; no sería nada honorable descartarlo a esta altura de mi vida; pero mi madre me llamó Damon.

Dyan echó la cabeza hacia atrás y se rió, con una carcajada larga y aguda semejante al grito de un halcón.

—¡El nombre de un renegado para otro! Nunca me imaginé que Cleindori tuviera tanto sentido de lo adecuado —dijo, cuando acabó de reírse—. Bien, ¿qué quieres de mí, Elorie? No creo que quieras llevar a tu esposo… —en realidad la palabra que usó fue
compañero;
si hubiera dado a la palabra el matiz de
amante
, Jeff le habría golpeado— a ver a nuestro padre loco, a Ardais…

—Necesito ver a Lord Hastur, Dyan. Tú puedes arreglarlo, como segundo de Valdir.

—¡En nombre de los nueve infiernos de Zandru, Lori! ¿Crees que Lord Danvan no tiene ya suficientes problemas? ¿Harás caer otra vez sobre él la sombra de la Torre Prohibida, después de un cuarto de siglo?

—Debo verlo —insistió Elorie, y su rostro se contrajo—. Dyan, te lo ruego. Siempre fuiste bueno conmigo cuando era niña, y mi madre te amaba. Me salvaste de los borrachos amigos de padre. Te juro…

La boca de Dyan se plegó y dijo con crueldad:

—El juramento habitual, Elorie, es:
juro por la virginidad de la Celadora de Arilinn
. Incluso dudo de que tengas la insolencia necesaria para pronunciar ese juramento ahora.

—Ésa es la clase de estúpida locura y fanatismo que ha mantenido a las Celadoras de Arilinn como títeres rituales, sacerdotisas y hechiceras —le espetó Elorie—. ¡Pensé que al menos tú no me cargarías con eso! ¿Quieres que la torre de Arilinn sea el hazmerreír de nuestro pueblo, porque se preocupan más de la virginidad de una Celadora que de sus poderes? Tienes una buena cabeza, Dyan, ¡y no eres un tonto ni un fanático! Dyan, te lo ruego —suplicó, mientras su furia se desvanecía súbitamente y se convertía en gravedad—. Te juro por la memoria de mi madre, que te amó cuando eras un niño huérfano, que no abusaré de la amabilidad de Lord Hastur y que no se trata de una demanda trivial ni frívola. ¿No me llevarás hasta él?

El rostro de Dyan se suavizó.

—Como quieras,
breda
—dijo con inusual amabilidad—. Una Celadora de Arilinn sólo es responsable ante su propia conciencia. Te trataré con respeto hasta que se demuestre lo contrarío, hermanita. Ven conmigo. Hastur está en su cámara de audiencias y ahora ya debe de haber terminado con la delegación.

Los condujo al interior del castillo, a través de anchos corredores y largos pasajes encolumnados. Jeff se puso rígido, tembloroso; otra vez era un niño al que llevaban en brazos por este largo corredor.

Uno de los extraños sueños abigarrados que le habían perseguido en el Orfanato de los Hombres del Espacio…

Dyan los introdujo en una pequeña antecámara y les indicó con un gesto que esperaran. Al cabo de un rato regresó y les notificó:

—Os verá. Pero que Avarra te proteja si malgastas su tiempo o su paciencia, Lori, porque yo no te protegeré.

Les acompañó hasta la pequeña cámara de audiencias, donde Danvan Hastur estaba apoltronado en su alta silla; luego hizo una reverencia y se marchó.

Lord Hastur hizo a Elorie una inclinación de cabeza; sus cejas se arquearon brevemente con disgusto cuando vio a Kerwin, pero el ceño desapareció al instante: se reservaba el juicio. Dedicó a Kerwin una brevísima inclinación de cabeza como recepción y dijo:

—¿Qué sucede, Elorie?

—Es amable de tu parte atenderme, pariente —agradeció Elorie. Y luego agregó con voz temblorosa—: O… no sabes…

—Muchos, muchos años atrás —habló Danvan Hastur con tono grave y cortés—, me negué a escuchar a un pariente que pedía mi comprensión. Como resultado, Damon Ridenow y toda su familia murieron en un incendio cuyo origen me negué a cuestionar, diciéndome que era la mano de los Dioses la que había convertido su casa en cenizas. Y permanecí impasible y no levanté ni una mano para ayudar. Nunca he dejado de sentirme culpable de la muerte de Cleindori. En esa época pensé que se trataba de una justa venganza de los Dioses, aunque no la aprobé, y no sabía nada con respecto a los fanáticos asesinos responsables de su muerte. Pensé, que todos los Dioses me perdonen, que la destrucción de la Torre Prohibida, a pesar de la crueldad de todas esas muertes, podría devolver nuestra tierra y nuestras Torres a las viejas costumbres correctas. Oh, no tuve nada que ver con esas muertes. Si los asesinos hubieran caído en mis manos, los hubiera entregado a la venganza. Pero tampoco levanté la mano para impedir esos asesinatos, ni para desacreditar a los fanáticos que fueron responsables de la muerte de tantos miembros del Comyn, de quienes en realidad no podíamos prescindir. Me dije, cuando ella recurrió a mí, que Cleindori no tenía derecho a mi protección. No quiero cometer dos veces el mismo error. Si puedo impedirlas, ya no habrá más muertes en el Comyn. Tampoco me ocuparé de los pecados de hombres muertos mucho tiempo atrás, ni haré caer la culpa sobre la cabeza de sus descendientes. ¿Qué quieres de mí, Elorie Ardais?

—Espera un minuto —terció Kerwin, antes de que Elorie pudiera abrir la boca—. Aclaremos algo. No vine aquí para pedir la protección de nadie. La Torre de Arilinn me expulsó y, cuando Elorie se puso de mi lado, también la expulsaron a ella. Pero venir aquí no fue idea mía, no necesitamos ningún favor.

Hastur parpadeó; después una sonrisa inconfundible se iluminó en su rostro grave y austero.

—Estoy reprobado, hijo. Dilo a tu manera.

—Para empezar —dijo Elorie—, no es terrano. No es el hijo de Jeff Kerwin.

Explicó lo que habían descubierto.

Hastur pareció sobresaltado.

—Sí. Sí, tendría que haberlo advertido —se reprochó—. Tienes un aire de los Alton; pero, como el padre de Cleindori tenía sangre Alton, por eso no se me ocurrió. —Con gravedad, inclinó la cabeza ante Elorie—. He cometido contigo una grave injusticia. Cualquier Celadora, ante el impulso de su propia conciencia, puede dejar su santo oficio y tomar un consorte de su propio rango y jerarquía. Fuimos injustos con Cleindori y ahora lo hemos sido contigo. La jerarquía de tu esposo del
Comyn
será regularizada, parienta; todos tus hijos e hijas estarán dotados de
laran…

—Oh, al demonio con todo eso —dijo Jeff, con súbita furia—. ¡No he cambiado en nada con respecto a lo que era cuatro días atrás, cuando todos pensaron que no era suficientemente bueno siquiera para que Elorie me escupiera! Así que, si me caso con ella cuando todos creen que soy Jeff Kerwin Junior, ella es una ramera y una perra, pero, si me caso con ella después de descubrir que mi padre era uno de tus todopoderosos Comyn, que ni siquiera se molestó en notificar mi existencia a su familia, de repente todo está bien otra vez…

—Jeff, Jeff,
por favor…
—le suplicó Elorie. Él escuchó lo que ella pensaba, asustada:

Nadie se atreve a hablarle así a Lord Hastur…

—Yo me atrevo —replicó él con sequedad—. Dile lo que viniste a decirle, Elorie, ¡y salgamos de este condenado lugar! Te casaste conmigo creyendo que era terrano, ¿recuerdas? ¡No estoy avergonzado de llevar el nombre del hombre que me lo dio cuando mi padre no estaba allí para protegerme!

Se interrumpió, súbitamente avergonzado ante los firmes ojos azules del anciano. Hastur le sonrió.

—Ahí habla el orgullo de los Alton… y el orgullo de los terranos, que es diferente, pero muy real —dijo—. Enorgullécete tanto de tu educación terrana como de tu herencia de sangre, hijo; mis palabras están destinadas a aliviar el corazón de Elorie, no a mostrar desprecio por tu padre adoptivo terrano. Era un hombre bueno y valiente en todo sentido, y yo le hubiera salvado la vida de haber podido hacerlo. Pero dime, decidlo ambos, por qué habéis venido. —Su rostro se tornó más grave a medida que escuchaba—. Sabía que Auster había estado en manos de los terranos —prosiguió—, pero nunca se me ocurrió que pudieran usarlo de alguna manera; era tan pequeño. Tampoco sabía que Cassilda había tenido mellizos. Cometimos una grave injusticia con el otro niño. Dices, Kerwin… —pronunció el nombre con dificultad, haciéndolo próximo al nombre darkovano
Kieran
—, que está resentido y que es espía terrano. Debemos hacer algo por él. Me pregunto por qué no me lo habrá dicho Dyan…

Elorie meneó la cabeza.

—Dyan conocía, por Kennard, las costumbres de la Torre Prohibida. Los niños eran diferentes; tal vez creyó que uno de ellos, al tener el pelo y los ojos oscuros, podía ser el hijo del terrano y sólo te ayudó a reclamar al que creía hijo de Arnad Ridenow.

—Es cierto que reconocimos a Auster como hijo de Arnad Ridenow —dijo Hastur—. Tenía el don Ridenow, pero podía tenerlo a través de Cassilda, que era la hija de Calista Lanart-Carr y de Damon Ridenow. —Meneó la cabeza, suspirando.

—La cuestión es, Lord Hastur —agregó Jeff—, que creí que
yo
era la bomba de relojería que los terranos habían infiltrado, y ahora sabemos que es Auster.
¡Y todavía está en el círculo de matriz de Arilinn!

—¡Pero tiene
laran
! ¡Creció entre nosotros! ¡Es Comyn! —dijo Hastur consternado.

—No, es hijo de Jeff Kerwin —aclaró Kerwin—, y yo no lo soy.

Auster, entonces, había sido su hermano adoptivo, habían jugado juntos siendo niños. No le gustaba Auster, pero le debía lealtad. Sí, y amor, pues Auster era hijo del hombre que le había dado nombre y lugar en el Imperio terrano. Auster era su hermano, incluso más: su amigo dentro del círculo de matriz. No quería que Auster destruyera la Torre de Arilinn.

—Pero… ¿un terrano? ¿En Arilinn?

—Él pensaba que era Comyn —dijo Kerwin, mientras dentro de él crecía una curiosa excitación a medida que comprendía—.
Creía
que era Comyn,
esperaba
tener
laran
… y lo tuvo… ¡Nunca desarrolló ningún bloqueo mental con respecto a la realidad de sus propios poderes psi!

—Date cuenta —le interrumpió Elorie—. ¡Debemos advertir a Arilinn! Pueden intentar la operación de minería y, como Auster todavía está contactado con Ragan, ¡fracasarán!

Hastur estaba pálido.

—Sí —asintió—. Enviaron allí a la pequeña Celadora de Neskaya… Iban a intentarlo esta noche.

—Esta noche —jadeó Elorie—. ¡Tenemos que avisarles! ¡Es la única oportunidad!

Los pensamientos de Kerwin eran sombríos mientras volaban a través de la noche. La lluvia se agitaba y batía contra la pequeña aeronave. Un extraño joven Comyn estaba de rodillas en la parte delantera de la máquina, controlándola, pero Kerwin no tenía ojos ni tiempo para él.

Habían intentado advertir a Arilinn por medio de la pantalla transmisora situada en lo alto del castillo Comyn, pero Arilinn ya había sido quitada de la red de transmisión. La Torre de Neskaya les había dicho que habían cerrado los transmisores para Arilinn tres días atrás, cuando habían enviado a buscar a Calina Lindir.

Other books

Terminal Man by Michael Crichton
The Last Boy by Jane Leavy
Cuffed by A Muse
B00BNB54RE EBOK by Jaudon, Shareef
Frisky Business by Tawna Fenske
Titus Groan by Mervyn Peake
Jefferson and Hamilton by John Ferling