Read El tercer lado de los ojos Online
Authors: Giorgio Faletti
Hoogan aprovechó la sorpresa de Jordan para quitarse las gafas y limpiarlas con un paño húmedo que extrajo de un cajón. Cuando volvió a ponérselas, Jordan vio que tenía los ojos grises.
—El padre, en cambio, casi nunca.
No lo dijo como una acusación, sino como un simple dato, aunque en su voz había cierto pesar. Hoogan se apoyó contra el respaldo de la silla.
—Mire, señor Marsalis, entre los jóvenes que vienen a estudiar aquí, solo algunos lo merecen, porque solo algunos de veras quieren hacerlo. Con esto pretendo decir que la mayoría de los estudiantes son personas... cómo expresarlo... a las que sus familias aparcan aquí. A veces por un acuerdo tácito.
Do ut des
. No me molestes, y no te molestaré.
—¿Y Gerald a qué categoría pertenecía?
—Probablemente su sobrino estaba loco, señor Marsalis. Y si no lo estaba había construido muy bien su personaje.
Jordan se vio obligado a admitir que aquella descripción se adaptaba perfectamente a aquello en lo que se había convertido Jerry Kho. Hoogan continuó su discurso.
—Las carreras que se estudian en el Vassar College se dirigen hacia diversos campos artísticos, como las artes figurativas, la narración literaria, la dirección teatral. Son campos en los cuales no se puede comprar el talento pero en los que es posible aplazar la aceptación de su carencia. Sin embargo, Gerald sí tenía talento. Y mucho. Pero estaba convencido de que debía acompañarlo de elecciones vitales igualmente intensas. No sé cómo llegó a semejante idea, pero puedo decirle que la seguía como un dogma. Y hay algo más. Lo que le he dicho a propósito de la poca presencia de su hermano...
Hizo una pausa, como si necesitara aclarar un recuerdo un poco empañado.
—Era Gerald quien rehuía las visitas de su padre. Creo que lo odiaba. Tengo la sospecha de que este era uno de los motivos por los que se comportaba de esa forma. Su rebeldía parecía ser una señal, un deseo de estar presente continuamente en la vida de Christopher. Creo que él hizo lo posible para esconder a los demás el carácter de su hijo. Después, a partir de cierto momento, ya no pudo seguir haciéndolo.
De repente, Jordan vio la imagen de Burroni con su hijo.
«Hasta pronto, campeón.»
Quizá si Gerald hubiera tenido a alguien que le dijera una frase como esa, de esa forma, nunca se habría convertido en Jerry Kho. Desgraciadamente, Jordan tendría que archivar aquella hipótesis con otras que jamás podría confirmar.
—¿Gerald tenía amigos cuando estudiaba aquí?
Hoogan hizo un gesto y una mueca que expresaban su pesar.
—Ah, en cuanto a eso, habría podido tener decenas. En su condenado mundo, era una especie de ídolo. Pero estaba demasiado ocupado demostrando que no necesitaba a nadie. Ni siquiera a nosotros.
El rector apoyó los codos sobre el escritorio y se inclinó un poco hacia Jordan.
—Seguí su vida, cuando se marchó. Si me permite que sea sincero, me dolió mucho su muerte, pero no me sorprendió.
«Tampoco a mí.»
Jordan había iniciado ese preámbulo acerca de Gerald para conocer la actitud de Hoogan. Ahora que había comprobado que estaba a la altura de la situación, le pareció que había llegado el momento de contarle el motivo de su viaje a Poughkeepsie.
—Hay algo que quizá no sepa, señor Hoogan. ¿Ha visto las noticias hoy?
—No, he estado todo el tiempo en el campo de golf.
—Anoche asesinaron a Chandelle Stuart en su piso de Nueva York. También ella estudió aquí, en el Vassar. Más o menos al mismo tiempo que Gerald.
En las palabras de Jordan, además de una información, se ocultaba una pequeña esperanza. El rector, por su parte, de pronto pareció afligido y confuso. Volvió a limpiar sus gafas, sin necesidad.
—Sí, lo sé, la recuerdo muy bien. ¿Cómo ha sucedido?
—Señor Hoogan...
El rector lo interrumpió con un gesto de la mano.
—Por favor, tutéame.
A Jordan le alegró aquella actitud, porque daba mayor peso a lo que tenía que decirle.
—Pues bien, Travis. Lo que te diré ahora es confidencial. Hasta el momento hemos logrado milagrosamente que no se filtrara nada, y no queremos perder esta pequeña ventaja. La forma de llevar a cabo el asesinato es tal que permite vincularlo con el de mi sobrino.
—¿Qué elementos tenéis para creerlo, si puedo saberlo?
Pese a todo, Jordan se sintió un poco incómodo mientras le contaba cómo se habían realizado los delitos. Todo Peter Pan que se respete sentiría lo mismo.
—Te parecerá increíble, pero la persona que los ha matado ha dispuesto sus cuerpos de un modo que recuerda a dos personajes de Snoopy.
—¿Te refieres a Charlie Brown y a los demás?
—Exacto. Gerald estaba sentado contra una pared con una manta pegada a la oreja, y Chandelle, junto a un piano. Linus y Lucy.
Travis Hoogan no pidió ninguna aclaración, por lo que Jordan supo que el rector conocía bien a todos los personajes de esa historieta.
—Y en la casa de la Stuart encontramos una pista que nos lleva a pensar que la próxima víctima será Snoopy.
Travis Hoogan, el rector del Vassar College de Poughkeepsie, un hombre que había hecho de las palabras su vida, en ese momento no encontraba ninguna.
—Santo cielo. ¡Pero es una locura!
—Creo que es la palabra justa. ¿Esto te dice algo?
—Absolutamente nada. No solo en cuanto a las historietas, sino también a una posible relación entre Gerald y Chandelle. Esto es muy pequeño; aquí se sabe todo. Además, en este caso eran dos personas tan particulares... Y no tengo conocimiento de ninguna relación entre tu sobrino y esa pobre muchacha.
—¿Qué recuerdas de ella?
—Rica e insoportable. Pero añádele un componente morboso. El hecho de que haya muerto no cambia el recuerdo que tengo de ella.
—¿Salía con alguien?
—En su caso vale lo mismo que he dicho para tu sobrino, pero por lo contrario. Gerald no quería a nadie; a Chandelle, en cambio, nadie la quería. La única persona con la que realmente tuvo algo que podría parecerse a una relación fue Sarah Dermott, creo.
Jordan sintió que avanzaba, que algo se abría, eslabón a eslabón, espiral tras espiral.
—¿Cómo era esa chica?
Hoogan se volvió hacia la pantalla del ordenador y tecleó durante unos instantes. Se quedó un momento leyendo lo que apareció en ella.
—Aquí está. Sarah Dermott, de Boston. Estudió aquí con una beca. Formaba parte de ese pequeño porcentaje del que te hablaba antes. Era inteligente, dotada y muy ambiciosa.
El leve énfasis que dio a la palabra «muy» le hizo entender que Sarah Dermott debía de serlo muchísimo.
—Ella y Chandelle asistían al mismo curso de dirección. Creo que la soportó durante un tiempo porque estaba convencida de que un miembro de la familia Stuart podía serle útil, pero al final tuvo que darse por vencida. Chandelle era demasiado, incluso para alguien tan ambicioso como ella.
—¿Dónde puedo encontrar a esa Sarah Dermott?
—En Los Ángeles. Es directora de cine en Hollywood; creo que firmó un contrato con Columbia. Estuvo aquí hace poco, en una reunión de ex alumnos.
—Me parece que podría serme útil hablar con ella.
—No hay problema.
Hoogan cogió un teléfono inalámbrico que estaba sobre el escritorio y pulsó una tecla.
—Señorita Spice, ¿podría llamar a Sarah Dermott a Los Ángeles, por favor? Pásela a mi línea.
Al cabo de un momento sonó el teléfono.
Hoogan cogió el auricular y se lo llevó a la oreja.
—Sarah, soy Travis Hoogan, de Vassar.
Hizo una pausa, la estrictamente necesaria para que llegara la respuesta desde el otro lado de Estados Unidos.
—Muy bien, gracias. Tengo aquí conmigo a una persona que necesita hablarte, y creo que es algo muy importante.
Jordan cogió el teléfono que le tendía Hoogan.
—Señorita Dermott, buenos días. Soy Jordan Marsalis, de la policía de Nueva York.
Pensó que en el fondo no era una mentira, sino solo una verdad a medias; trataba de olvidar que no seguir perteneciendo a la policía cambiaba mucho el sentido de lo que acababa de afirmar. La voz que le respondió era la de una mujer muy atareada. Precisa y concisa. Cortés hasta donde se le permitía a una mujer que había hecho carrera.
—¿En qué puedo ayudarlo?
—Lamento molestarla, pero ha ocurrido algo muy grave. Han asesinado a Chandelle Stuart.
La noticia interrumpió durante unos instantes la carrera de Sarah Dermott.
—Oh, Dios mío, ¿cuándo?
—Anoche. Pero hay algo más. Le advierto que le estoy revelando información reservada, por lo que confío en su discreción.
Mientras pronunciaba estas palabras, Jordan se preguntó cuánto tiempo tardaría la historia en volverse de dominio público si continuaba hablando con cualquiera. Se aseguró de que si rompía los huevos al menos pudiera hacer una tortilla.
—Tenemos motivos para pensar que la persona que ha cometido el crimen es la misma que hace poco mató a Gerald Marsalis. No sé si se ha enterado de su muerte.
—Sí. Me enteré de lo de Gerald por la CNN.
En ese momento Sarah Dermott pareció reparar en el nombre con que se había presentado Jordan.
—Aguarde un momento. ¿Usted es pariente suyo?
—Sí. Gerald era mi sobrino.
—Lo lamento mucho. Era un chico difícil, pero lamento que haya terminado así.
La urgencia de Jordan no le concedía ni una pausa, aun a riesgo de parecer insensible.
—¿Lo conocía usted?
La respuesta fue inmediata, sin necesidad de reflexión.
—Nadie lo conocía de veras. Se veía que tenía talento, pero lo llevaba todo al límite. Era cerrado, introvertido y rebelde, a veces violento. Y estaba solo.
Jordan pensó que esa definición aportaba algún detalle al perfecto retrato de Gerald que ya tenía.
—¿Y Chandelle Stuart?
—Lo mismo, pero sin el talento. Creo que yo fui la única con quien se abrió un poco. En Vassar no se relacionaba casi con nadie, aunque corrían rumores bastante creíbles de que fuera del campus llevaba una vida agitada, un poco excesiva. Si la está investigando, creo que sabrá a qué me refiero.
—Perfectamente. ¿Qué puede decirme de las relaciones entre ellos?
Un instante de silencio del otro lado de la línea. Los recuerdos de Sarah Dermott eran una respuesta, pero no de una certeza absoluta.
—Normales. Por lo que recuerdo, en el
college
cada uno andaba por su lado. Gerald era muy hostil, y Chandelle era demasiado rica para que pudiera haber un verdadero vínculo entre ellos.
—Le haré una pregunta que podrá parecerle extraña, pero le ruego que reflexione antes de responder.
—Diga.
—¿Nunca oyó a Chandelle o a Gerald hacer referencia a algo relacionado con Snoopy, Linus, Lucy o cualquier cosa por el estilo?
—No creo... Aunque espere, ahora que lo pienso, una vez sucedió algo.
El corazón de Jordan dio un doble salto mortal. Deseó, por el bien de todos, que aterrizara de pie.
—Un día entré en su habitación. Chandelle estaba en la ducha. Mientras esperaba que saliera, me acerqué al escritorio y vi una nota escrita a mano.
—¿Recuerda qué decía?
—Sí. Las palabras exactas eran: «Es para mañana. Pig Pen».
—¿No tiene usted alguna idea de quién podía ser esa persona que firmaba Pig Pen?
—No.
Para Jordan, aquel monosílabo se llevó todas sus esperanzas.
—¿Y qué sucedió después?
—Chandelle salió del cuarto de baño y me vio mirando la nota. La cogió del escritorio y la rompió. Después volvió al baño. Pienso que fue a tirar los pedazos al váter, porque poco después oí el ruido de la cisterna.
—¿No le pareció una actitud rara?
—Con Chandelle Stuart todo era raro.
Jordan la conocía desde hacía muy pocas horas, pero no le costó creerlo.
—¿No se le ocurre nada más? Algún detalle...
—No. Pero si quiere puedo intentarlo.
Del otro lado, la voz parecía entusiasmada. Jordan recordó que estaba hablando con alguien que trabajaba en el cine, siempre a la caza de nuevas ideas.
«Si piensas hacer una película de esto, Sarah Dermott, al menos cuéntame cómo termina.»
—Cualquier otra cosa que recuerde nos será útil. Le pediré su teléfono al rector Hoogan y volveré a llamarla.
—De acuerdo. Mucha suerte, y dele mis saludos a Travis.
—Se los daré. Buenos días y gracias otra vez.
Cortó la comunicación y devolvió el inalámbrico a Travis. Luego se puso de pie, como hacía siempre que quería reflexionar.
—¿Alguna novedad?
—Otro personaje de Snoopy. Pig Pen.
—Ese no lo conozco. ¿Quién es?
—Un personaje menor, que en determinado momento casi desapareció. Es un muchachito que tiene la característica de atraer el polvo. Siempre está tan sucio que la única vez que fue limpio a una fiesta no le dejaron entrar porque no lo reconocieron.
—Ahora que lo dices, ya lo recuerdo. ¿Te lo ha nombrado Sarah?
—Sí. Y esto, en vez de resolver las cosas, las complica todavía más.
Hoogan estiró los brazos en un gesto de impotencia.
—Lo lamento, pero no puedo ayudarte más de lo que he hecho.
—Cada pequeño paso nos acerca a la meta.
Jordan se dio cuenta de la torpeza con la que se había expresado.
—Dejando de lado esa frase digna de las galletas de la fortuna, de veras te lo agradezco mucho. Te digo lo mismo que le he dicho a Dermott: cualquier cosa que recuerdes, házmela saber.
—Cuenta con ello.
Hoogan hizo lo que debía hacer. Se levantó y miró el reloj.
—Creo que es la hora del almuerzo. Considérate invitado oficialmente, pero si aceptas un consejo, rechaza con cortesía pero con firmeza. La comida del Vassar, aunque buena, no está a la altura de tu compañera. Y ciertos profesores son un aburrimiento. ¿Volvéis a Nueva York?
—Sí.
—A unos kilómetros de aquí hay un restaurante excelente, y no tendrás que desviarte mucho del camino de regreso. Es un viejo remolcador anclado junto a la orilla del río. Muy sugestivo. Es el lugar al que iría yo si me acompañara una persona como Lysa.
Jordan cogió el casco de la silla donde lo había dejado. Mientras seguía hablando, Hoogan salió de detrás del escritorio.
—Esa mujer tiene los ojos más increíbles que he visto en mi vida. Nadie que tenga unos ojos así puede ser una mala persona. Quizá pueda hacer daño, pero solo si bajas primero la mirada.